Mi relación con la etnia gitana se reduce a esporádicos encuentros -más bien breves encontronazos-: de crío uno de ellos me atizó un puñetazo en la tripa y me pinchó el balón; luego uno al que apodaban El Chino me robó la paga, a mí y a la mitad de los imberbes de mi generación. […]
Mi relación con la etnia gitana se reduce a esporádicos encuentros -más bien breves encontronazos-: de crío uno de ellos me atizó un puñetazo en la tripa y me pinchó el balón; luego uno al que apodaban El Chino me robó la paga, a mí y a la mitad de los imberbes de mi generación. Ya de mayor, hemos compartido locutorios en varias cárceles, ellos visitando a sus «primos» y yo a mis «hermanos». A partir de ahí todo se reduce a las películas de Kusturica, a Pata Negra y a pasar por delante de Katanga, su barrio en Lizarra. No es mucho y no es muy positivo, pero no por ello deja de molestarme el doble lenguaje sobre la expulsión masiva de gitanos. Se trata de uno de los episodios más graves de la historia europea actual. Los gitanos son parias de esa historia. Una etnia que no aspira a ser nación, menos aún a formar estado, algo que tiene difícil encaje en el mundo actual. Pero es su decisión, y hay que respetarla igual que se debería respetar la nuestra, la de querer ser estado. No hay que olvidar que en parte es porque es el único modo de homologarnos en derechos al resto de europeos.
A pesar de ser una etnia asociada al crimen, en realidad los gitanos están marginados hasta en el ladronicio. Al igual que la venta ambulante de globos es marginal al negocio global del entretenimiento -es decir, no compite con las videoconsolas-, los robos o el tráfico de drogas que pueda hacer alguno de sus miembros no tiene nada que ver con los grandes negocios de narcotráfico o de blanqueo de dinero. En cuanto a la violencia, desconozco estadísticas, pero aseguraría que se da más entre ellos y contra ellas que contra los payos. Ni qué decir de la que padecen ellos por el hecho de ser gitanos. Insisto, desconozco si existen datos al respecto, pero diría que proporcionalmente hay más policías que delinquen que gitanos. Quizá incluso en términos absolutos, puesto que a estas alturas hay más policías que gitanos en Europa. En resumen, algunos de ellos se dedican a la violencia minorista y, sin embargo, sufren el hurto colectivo de sus derechos de ciudadanía, aun siendo «europeos».
Es posible que los gitanos expulsados vuelvan y se tomen alguna pequeña venganza. Nada parecido al épico personaje encarnado por Brad Pitt en «Cerdos y Diamantes». Su violencia seguirá siendo puro menudeo comparado con la discriminación sistemática que como colectivo sufren.
Fuente:http://www.gara.net/paperezkoa/20100828/217810/es/Primos-lejanos