Si las elecciones en Brasil fuesen hoy, según todas las encuestas, iría a la segunda vuelta el militar retirado Jair Bolsonaro y su contrincante sería Fernando Haddad, ex-alcalde de Sao Paulo, propuesto por el PT de Lula. Bolsonaro y su candidato a vicepresidente, el general retirado Hamilton Mourão, expresan una amplia gama de prejuicios machistas, […]
¿Como es posible que un sector considerable del electorado brasileño se incline por un perfil como el de Bolsonaro después de 8 años de neoliberalismo refinado (1995-2002) y 13 de progresismo moderado (2003-2016)? Para interrumpir el ciclo de gobiernos progresistas, los neoliberales que se consideran democráticos primero esbozaron lo que ya es tradición en Brasil cuando se trata de enfrentar a gobiernos progresistas, acusar a sus líderes de corrupción. Lo hicieron contra Getúlio Vargas en 1954 (una crisis que lo llevó al suicidio) y contra João Goulart para justificar el golpe militar en 1964.
Para interrumpir el ciclo progresista, la derecha tuvo que sepultar el pacto político que impuso la promulgación de la Constitución Federal en 1988, mediante el cual quien ganaba las elecciones gobernaba, como había sido las seis veces anteriores. Para realizar esa tarea, la derecha no dudó en pisotear las prácticas democráticas más elementales.
Cumplieron 100% de sus objetivos contra el PT. Pero como resultado «no esperado» incubaron el huevo del fascismo. Una parte significativa del electorado que votaba al Partido de la Social Democracia (PSDB) que gobernó el país con Fernando Henrique Cardoso entre 1995 y 2002, y estados importantes como Sao Paulo desde 1994 hasta el presente, se volcó hacia la extrema derecha, atraída por un discurso que repetía aquel menú de intolerancias mezclado con una agitación típica de la guerra fría, agitando los fantasmas de Cuba, Venezuela y el Foro de Sao Paulo.
Tanto así que Geraldo Alckmin, quien fuera gobernador de Sao Paulo y actual candidato del PSDB a la presidencia no consigue superar 7% de intención de votos, a pesar de los inmensos recursos financieros, del gran espacio que tiene en la televisión y de la máquina de la gran coalición conservadora que lidera. Es más, no solamente su electorado lo ha abandonado, sino también sectores tradicionales del poder fáctico, como banqueros y CEOs del mercado financiero y grandes empresarios, que públicamente ya expresan su apoyo a la candidatura de Bolsonaro.
Cuando Macri ganó la elección presidencial en la Argentina, la derecha brasileña festejó la «nueva vía» de neoliberales llegando al gobierno por la vía democrática. Su fracaso, el hundimiento de la economía argentina, las crecientes dificultades políticas de la coalición oficialista, que apenas consigue tapar inventando y acelerando un proceso judicial para intentar encarcelar a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, tal vez parece haber convencido a la burguesía brasilera de que la mejor fórmula es la que les promete Bolsonaro: fascismo político + neoliberalismo económico + entreguismo neocolonial en la política exterior.
Frente al fascismo sólo se alzan fuerzas progresistas. Hasta ahora, además de Haddad, tiene chances el candidato Ciro Gomes del PDT (Laborista), que busca recrear una alianza del espectro progresista con sectores conservadores. Pero, desde su celda Lula -quien si pudiera ser candidato estaría disparado en primer lugar, pudiendo incluso ganar en la primera vuelta- lanzó a Haddad de candidato y este tuvo un sorprendente ascenso en la preferencia electoral, mostrando la gran capacidad de transferencia de votos que tiene el preso político y ex presidente.
Desde los sectores sociales la principal reacción contra el fascismo ha venido de las mujeres, quienes lanzaron una campaña suprapartidaria unitaria de rechazo al binomio Bolsonaro-Mourão por los ataques que han hecho a las madres solteras, la apología de la violación, y los prejuicios contra las mujeres negras.
¿Volverá el neoliberalismo brasileño a asumir el fascismo como lo hizo en 1964?
El 7 de octubre lo sabremos. Mientras tanto hoy, la tarea de salvar a Brasil de la barbarie le corresponde al progresismo.