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Promovieron sombras y los devora la oscuridad

Fuentes: Rebelión

Bruselas no quiere la paz, sólo una mayor emisión de bonos de la UE (El Tábano Economista)

En Ucrania se abrió una ventana de oportunidad para la paz, sin importar cuál sea su desenlace. En teoría, la humanidad debería apoyar tal iniciativa. Sin embargo, en contra de la sensatez y la preservación de la raza humana, la Unión Europea se ha convertido en un promotor de la guerra, como si no escuchara a quienes deberían guiarla. El conductor designado ha cambiado, y con él, el mapa al volante.

Esta nueva narrativa de los estadounidenses con respecto a Ucrania cambió drásticamente en apenas un mes. Pasaron de enaltecer a Volodímir Zelenski como un “líder firme, defensor de los valores democráticos, que lucha por su país y por todo el mundo civilizado, por nuestra libertad”, a tacharlo de “payaso”, “dictador”, “asesino” y “rey loco”. Este giro no solo refleja la volatilidad de la política exterior estadounidense, sino también las profundas implicaciones que las conversaciones entre Estados Unidos y Rusia tienen para el equilibrio mundial, europeo y asiático.

Las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia no son simplemente un desaire a Europa. Mientras ambos países avanzan hacia una posible resolución tras las conversaciones en Arabia Saudita, las potencias regionales, desde Pekín hasta Nueva Delhi, y de Japón a Gran Bretaña, deben recalibrar sus estrategias con cautela, considerando tanto las oportunidades como los riesgos.

Para China, cualquier acuerdo diplomático será analizado a través de la óptica de sus propias ambiciones geopolíticas. Beijing ha mantenido un delicado equilibrio durante toda la guerra. Un acuerdo de paz podría acelerar la expansión de la Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda y la reconstrucción de Ucrania, permitiendo a China profundizar su influencia en Europa mientras prueba los límites de su alineación con Rusia. Además, el fin de la guerra permitiría a China reevaluar su posición respecto a Taiwán, especialmente si Washington vuelve a centrar su atención en el Indo-Pacífico.

India, por su parte, ha jugado un intrincado juego de flexibilidad diplomática, manteniendo lazos comerciales con Rusia mientras preserva su relación estratégica con Estados Unidos e Israel a través del Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa (IMEC). Un acuerdo posbélico obligaría a Nueva Delhi a reevaluar sus políticas energéticas, ya que ha dependido del petróleo ruso a precios reducidos durante el conflicto. Si las relaciones comerciales entre Rusia y Occidente se normalizan, India podría perder su acceso privilegiado a estos recursos.

Japón y Corea del Sur, aliados incondicionales de Estados Unidos, han adoptado una postura dura contra Rusia, aplicando sanciones y brindando apoyo material a Ucrania. Sin embargo, si Washington y Moscú llegan a un acuerdo diplomático, Tokio y Seúl tendrán que afrontar un complejo realineamiento. Buscarán garantías de que cualquier acercamiento con Putin no se traduzca en posturas más suaves frente a las amenazas regionales, como las ambiciones nucleares de Corea del Norte y las reivindicaciones territoriales de China en el Mar de China Meridional.

Antes de abordar los problemas de la Unión Europea, es crucial destacar las inmensas ganancias que Estados Unidos podría obtener si se concreta el proyecto presentado por Trump para Ucrania. Durante mucho tiempo hemos argumentado que el costo-beneficio de la guerra ha sido un gran acierto para Washington. El borrador del contrato ofrecido por el presidente estadounidense a Kiev convertiría a Ucrania en una colonia económica para Estados Unidos durante los próximos años.

El proyecto no se limita al control estadounidense de los minerales críticos del país, sino que abarca todo, desde puertos e infraestructura hasta petróleo, gas y minerales de tierras raras. Estados Unidos, que ha invertido 300 mil millones de dólares en Ucrania, se quedaría con el 50% de los ingresos generados por la extracción de recursos y las licencias emitidas a terceros. Además, tendría un “derecho de preferencia” para la compra de minerales exportables y gobernaría cualquier litigio bajo la ley de Nueva York, renunciando Ucrania a su inmunidad soberana.

Este acuerdo, si se acepta, representaría una proporción mayor del PIB ucraniano que las reparaciones impuestas a Alemania en el Tratado de Versalles. Como decían los presidentes argentinos Nicolás Avellaneda y Javier Milei: “Páganos primero las deudas y luego alimenta a tus hijos”.

Desde la asunción de Donald Trump al poder, ha surgido un nuevo juego que ha elevado los temores sobre el futuro de la relación transatlántica. Durante su campaña electoral de 2024, Trump dejó claro que no protegería a los aliados europeos que no gasten lo suficiente en defensa. Sumantra Maitra, asesor de Trump, propuso un modelo de una OTAN «dormida«, en la que el compromiso de Estados Unidos con Europa se reduciría, activándose solo en tiempos de crisis.

Este escenario sería tan desestabilizador para la UE como como un ataque nuclear de Rusia. De hecho, el European Union Institute for Security Studies ha utilizado esta posibilidad para presionar a Europa a financiar la compra de armas estadounidenses, revelando que el único objetivo europeo es satisfacer las demandas de Washington.

La política estadounidense en Europa podría adoptar dos formas principales. En el primer escenario, Estados Unidos utiliza la amenaza del abandono como palanca para presionar a los países europeos a aumentar su gasto en defensa, privilegiando los activos y armas estadounidenses. Este enfoque transaccional podría conducir a una bilateralización de las relaciones en materia de defensa, donde Estados Unidos negociaría directamente con países individuales o pequeños grupos.

En el segundo escenario, Estados Unidos busca una retirada estratégica de Europa para priorizar otros teatros de operaciones, como el Indo-Pacífico. Este enfoque implicaría el traslado de activos militares y capacidades de mando y control fuera de Europa, dejando a los europeos a cargo de conflictos regionales, como la guerra en Ucrania.

En realidad, es probable que la política estadounidense combine elementos de ambos escenarios. Un factor clave para que cualquier acuerdo perdure será establecer claramente los beneficios del cumplimiento y los costos de violar las disposiciones acordadas. La suspensión condicional de sanciones específicas, en lugar de su eliminación incondicional, podría ser una herramienta efectiva.

Un ejemplo sería lo relacionado con las sanciones, y en especial con la apropiación de los 300.000 millones de dólares en activos rusos en la UE y EE.UU. Obtener un acuerdo sobre esos activos que pasen a formar parte de un fondo internacional de reconstrucción de Ucrania evitaría el efecto amedrentador que produciría una confiscación unilateral sobre los inversores internacionales. El uso de esos fondos que ya han sido gastado, al menos sus intereses, serán un problema, pero seguramente se ofrecerá la posibilidad de que una parte de esos fondos se asignen a regiones bajo control ruso.

La guerra en Ucrania ha dejado al descubierto las limitaciones de Europa. Una Europa cuyas industrias no pueden producir los grandes volúmenes de armamento y municiones necesarios para una guerra sostenida, y que carece de capacidades logísticas y liderazgo militar unificado, no puede ser un activo estratégico para Estados Unidos. Sin embargo, la Comisión Europea propondrá que el gasto de defensa quede exento de las leyes que limitan el déficit presupuestario, lo que sugiere que Europa está dispuesta a financiar la industria bélica estadounidense.

En última instancia, un banco de rearme sería la opción. Europa parece estar dispuesta a sacrificar su autonomía estratégica para satisfacer las demandas de Washington. La pregunta que queda es: ¿a qué costo?

Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2025/02/23/promovieron-sombras-y-los-devora-la-oscuridad/