Leo que en La Haya, entre un bosque y un parque, hay un puente para ardillas. Se construyó hace cuatro años para que las ardillas no muriesen atropelladas al cruzar la autopista. Según revela el seguimiento que se ha hecho del trasiego por el puente, tras cuatro años de ejercicio solo lo han cruzado cinco […]
Leo que en La Haya, entre un bosque y un parque, hay un puente para ardillas. Se construyó hace cuatro años para que las ardillas no muriesen atropelladas al cruzar la autopista.
Según revela el seguimiento que se ha hecho del trasiego por el puente, tras cuatro años de ejercicio solo lo han cruzado cinco ardillas. Hasta podría ser la misma que ha cruzado cinco veces. En cualquier caso, desde el ayuntamiento se pide calma, se lamenta que el puente no se hubiera pensado de madera en lugar de metal, se recuerda que la autopista llegó primero y llegó para quedarse, y que el puente para ardillas no lo paga la ciudad. Tampoco las ardillas. Lo paga Europa.
«Si las ardillas no quieren utilizar el puente -dice el ayuntamiento- es su problema. Lo que importa es que el puente está ahí, que se ha hecho el trabajo». De eso se trata.
Se ignora si las ardillas siguen muriendo atropelladas al cruzar la autopista, como se desconoce si se llegó a hablar con ellas, si se pensó, quizás, en un paso subterráneo como mejor opción que el puente, o en pintarles pasos de cebras o de ardillas, o en ponerles un semáforo, o enseñarles a marcar el 112 o a tirar piñones a los conductores…
Así es Europa. Con los refugiados no es tan eficiente. Ni siquiera ha pensado en un puente para ellos.
(Euskal presoak-euskal herrira)
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