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Entrevista a Rosa Vanessa Otero, poeta, narradora, editora, productora y periodista puertorriqueña

«Puerto Rico es un ente histórico, político, afectivo y simbólico que marca mucho mi personalidad»

Fuentes: Rebelión

Rosa Vanessa Otero (San Juan, Puerto Rico, 1969) es poeta, narradora, editora, productora y periodista. Se graduó de Comunicaciones y Arte Dramático de la Universidad de Puerto Rico, de cuya editorial es editora y de cuya Radio es periodista cultural. Produce Alapoesía, en Radio Universidad. Parte de su trabajo creativo ha sido reconocido por, entre otros, […]

Rosa Vanessa Otero (San Juan, Puerto Rico, 1969) es poeta, narradora, editora, productora y periodista. Se graduó de Comunicaciones y Arte Dramático de la Universidad de Puerto Rico, de cuya editorial es editora y de cuya Radio es periodista cultural. Produce Alapoesía, en Radio Universidad. Parte de su trabajo creativo ha sido reconocido por, entre otros, el Municipio Autónomo de Caguas, la Feria Internacional del Libro de Miami (Florida, Estados Unidos), el Instituto de Cultura Puertorriqueña, el Ateneo Puertorriqueño y el Instituto de Literatura Puertorriqueña. Rosa Vanessa ha contestado todas nuestras preguntas. Todas sus respuestas son para ser compartidas con todos vosotros.

– Wilkins Román Samot (WRS, en adelante) – Recientemente salió publicado vuestro libro de poemas intitulado Salmo a la saliva de John Doe.¿De qué trató o tratas en dicho poemario¿Cómo surgió la oportunidad de trabajarle?

– Rosa Vanessa Otero (RVO, en adelante) – Salmo a la saliva de John Doe es una resonancia poética de mi experiencia como lectora de Canto de la locura de Francisco Matos Paoli, una obra que a 60 años de haberse publicado tiene mucho que decir al Puerto Rico de hoy y a la poesía que queremos escribir. De joven, yo había leído a Matos Paoli pero no ese libro, al que llegué tardíamente en 2006, cuando la Editorial de la Universidad de Puerto Rico preparaba Raíz y Ala, la antología seleccionada y anotada por Luis de Arrigoitia. Mientras participaba en la corrección de pruebas, se encendió mi interés por Canto… y porel texto en prosa “Autobiografía espiritual”, en el que Matos Paoli da muchas claves que aclaran alusiones y símbolos que aparecen en su obra y algunas decisiones suyas sobre poética y política.

Unos años después, cuando en Puerto Rico el panorama presagiaba lo que tenemos hoy: ruina económica, caos institucional y un grotesco del desastre, mi instinto me devolvió a Canto de la locura para leerlo de otra manera. No busco salvación en la literatura, pero a este libro volví como a tierra sagrada, a una montaña donde sabía que podría encontrarme “con algo más”. La impresión fue tan fuerte, que en el 2016 publiqué en dos periódicos lo que llamé una “glosa” o una “vuelta” en prosa a este texto.Luego me quedé obsesionada con ciertas imágenes, y fue así como supe que necesitaba desarrollar estas intuiciones en forma poética.

El núcleo es un poema largo que, hasta el 2019, visualizaba en forma de plaquette u hoja suelta para ser ilustrada por un artista (me encantaría poder ilustrar personalmente mis libros, pero no recibí ese don). La idea de llevarlo a formato de libro surge de mis conversaciones con Carlos Roberto Gómez, su editor para Isla Negra, con quien discutí otros poemarios para publicación porque tengo mucha obra inédita. Llegué a conceptualizar un volumen que agrupara tres poemarios, para ponerme al día en un solo paso. Pero Carlos me aconsejó que eligiera uno, y aquí está Salmo…, lo cual ahora le agradezco. El texto actual aparece distribuido en poemas breves, sin títulos, agrupados bajo epígrafes de Matos, lo que le da una dinámica dialógica al conjunto que acerca el resultado a su proceso de creación original. Luego añadí otros que comparten tonalidad, poética y época de creación con ese núcleo y amplían su posible interpretación.

Quiero decir que la lectura de este poeta ha sido un ejercicio liberador. Ahora puede parecer obvio, pero cuando él decidió construir sus poemas como filigranas del lenguaje o actos de imaginería verbal delirante y mística, estaba haciendo lo opuesto a la poética comunicativa y crítica de la historia por la que optó otro gran poeta del nacionalismo albizuista, Juan Antonio Corretjer. Este contraste -que se me antoja ver como las dos caras inseparables de una misma y carísima moneda- fue también político, porque Matos, contrario a Corretjer, no abrazó el marxismo y eso, sin que dejaran de ser compañeros del ideal independentista, marcó una gran diferencia entre ellos. Sin embargo, con todas sus discrepancias, e independientemente de lo que se quiera pensar acerca de la función poética en relación con la acción política, tanto Matos Paoli como Corretjer conservan una autoridad tremenda en su decir porque se jugaron la vida entera por Puerto Rico. Eso los une e hizo de ellos dos grandes referentes morales, tanto como literarios. Como lectora de ambos no escojo entre uno y otro, como no escogería entre Julia de Burgos y Angelamaría Dávila, cada una su propia maravilla. Pero sucede que en Canto…hay una vulnerabilidad e inermidad con la que me identifico como poeta, como puertorriqueña y como persona y hay también una fuerza que no viene del cuerpo, ni de la inteligencia del poeta, sino de su espiritualidad. Esto último es algo que, evidentemente, se aparta de una visión materialista y nos coloca frente al abismo del ser: “La ansiedad es el vértigo de la libertad” (uso esta frase de Soren Kierkegaard como epígrafe) y tanto en el poema de Matos Paoli como en el mío ese vértigo anima los versos.

Sé que no es lo mismo referirse a un tema desde fuera, como quien observa o estudia, que ser testigo o protagonista. Curiosamente, que el Canto sea “de la locura”, y no “del loco”. ni “a la locura” desplaza el yo hacia afuera; y esa dispersión, tan característica del pensamiento patológico, es muy afín con la explosión metafórica del lenguaje. en mi poemario uso la preposición “a” porque sé que soy una especie invasora dentro de ese libro que admiro. Y le llamo “salmo” al mío para subrayar, a propósito, la religiosidad sui generis de Matos y de su poesía. Lo de la saliva tienen que buscarlo en el libro, pero tampoco es un invento mío, sino que uní el término del canto litúrgico a lo más burdo, el escupitajo del traidor.

“Judas es necesario”; esta afirmación del poeta tiene que haber sido una proposición escandalosa para quienes hayan leído Canto solamente desde la perspectiva política colonial, por las implicaciones que esa aceptación conlleva en la praxis; pero esta no es una idea extraña al lenguaje religioso judeocristiano. El poeta comprendió, dentro del sufrimiento extremo que supuso el fracaso político, su encarcelamiento y el quiebre de su mente, que precisamente en ese contexto había alcanzado la genialidad poética y, probablemente, la comunión espiritual. Eso, cuan terrible haya sido en el plano biográfico y político, en el lenguaje místico es cónsono con el motivo milenario de quedarse abandonado en el monte y regresar para contarlo.

– WRS – ¿Qué relación tiene su trabajo creativo-investigativo previo a Salmo a la saliva de John Doe y vuestro trabajo creativo-investigativo posterior?

– RVO – En2016, mi comentario sobre Canto de la Locura coincide con una invitación a la sección de poesía del periódico digital 80grados y con la edición de La vocal encinta por ED University. En ese momento fui consciente, después de muchos años sin redactar artículos, de lo que puedo y quiero hacer fuera de la poesía con las herramientas que tengo a mi alcance, que no son despreciables.

Produzco otra cosa que no es un ensayo académico, pero tampoco se trata de un texto liviano, donde pongo en juego lo que sé de edición, técnicas periodísticas y literatura. Yo les llamo a estos comentarios “resonancias de lectura”, porque transcribo lo que dentro de mí “ha sonado” de un texto. Pero les dedico tanto cuidado como a un poema, porque para mí todo acto de escritura es poético. Algunos de esos textos aparecen en el periódico Diálogo original, CRUCEClaridad, El Nuevo Día y Latin American Literature Today. De estos ejercicios surgió la idea de emprender algo más estructurado y periodístico bajo mi entera responsabilidad. Así surge en 2019 Alapoesía, el programa de entrevistas y lectura poética experimental que produzco para Radio Universidad de Puerto Rico, al que añadí el blog alapoesía.com en 2022.

– WRS – ¿Cómo lo hilvana con su experiencia de puertorriqueña o caribeña y su memoria personal o no de/ con la literatura o no dentro de Puerto Rico o fuera?

– RVO – Yo recuerdo la narrativa de país que recibí de mi padre, Ceferino Otero, un sindicalista fogoso de quien escuché por primera vez palabras como “nación”, “bandera”, “la lucha”, “los trabajadores”, y todo eso estaba mezclado con “amor”, “orgullo” y “decencia”. Pero también recuerdo a mi madre, Rosa Negrón, decir, a media voz, en días de elecciones: “es que aquí se le tiene miedo a la independencia por lo que pasó con los nacionalistas” y todavía me parece escuchar a la maestra de historia de cuarto grado cuando decía: “isla pequeña”, “ELA”, “Muñoz” y mi mente traducía: “impotencia”. Entre esas narrativas crecía cuando unos policías mataron a dos muchachos independentistas en el Cerro Maravilla, mientras mi padre cruzaba las aguas entre Jamaica y Cuba en una barcaza fletada por líderes sindicales, artistas, deportistas y gente del Partido Socialista Puertorriqueño que se dirigían al Festival de la Juventud y de los Estudiantes en La Habana el 25 de julio de 1978. En ese punto exacto de mi biografía mi infancia se detuvo y mis peores pesadillas –todas relacionadas con el miedo a perder a mi padre en alguna de sus aventuras sindicales– entraron en el espacio de la realidad. No exagero si afirmo que aquel día las versiones de país que había escuchado se amalgamaron en mi mente para formar la puertorriqueña paradójica que soy. De ese maleficio quise exorcizarme en mi primer libro, En el fondo del Caño (1997), que está escrito desde la perspectiva de aquella niña de nueve años.

Esta memoria y la lectura de la nueva historiografía y literatura puertorriqueña del siglo XX fueron mi punto de partida literario. Pero la mayor parte de lo que he escrito después no tiene que ver con el drama puertorriqueño inconcluso. Al interesarme por otras literaturas me fui por las ramas con la meta poesía. Después me ocupé de temas relacionados con ciertas experiencias y representaciones de la feminidad. A ese ciclo pertenecen “La mujer de Job” (de 2006 y parcialmente publicado por la revista Errancia de la UNAM en 2021) y Mater, una edición de autora de 2008; esta etapa culmina con To muddy death (2013). A partir de este punto empecé a hacer “experimentos”. En “Loquios de La Poetriz” juego a despellejar la violencia del ambiente editorial y vandalizo algunas de mis propias fuentes literarias para liberarme de ellas, si es que lo consigo. Este es el volumen de poesía crítica y performativa del que se publicó una muestra en 80grados en 2016. Entre ese año y el presente ubica Salmo…, al que igualmente considero experimental. Entre medio hay mucha poesía inclasificable, que me gustaría llamar “abstracta”, porque no me siento cómoda con la palabra “hermética”. La mayor parte de esos poemas, viejos y nuevos, están en “Kámalas”, que debe presentarse este mismo año después de Salmo…

Ahora, cuando se supone que estoy transitando por “la mitad del camino de la vida”, vuelvo al tema puertorriqueño y caribeño empujada por mi experiencia como madre de cuatro bellezas nacidas entre el 2005 y el 2011 para las que este tema es muy ambiguo, por no decir irrelevante. Ese texto en proceso es “Simulacro mundi”, en el que procuro hacer una síntesis entre el lenguaje comunicativo y el metafórico, porque ya que crucé la línea hacia la espesura, no deseo salirme del bosque, pero sí abrir un claro que me permita conectar mi poesía actual con el país en el que crecen mis hijos y con el lenguaje de unas generaciones para las que el aquí y ahora es su principal material poético y referencial.

– WRS – Si compara vuestro crecimiento y madurez como persona, comunicadora, editora y escritora con su época actual en Puerto Rico, ¿qué diferencias observas en vuestro trabajo creativo-investigativo?

– RVO –Hasta hace poco fui muy reservada y retraída para la gestión porque estaba cómoda en el espacio restringido y seguro del departamento de edición y escribiendo sin publicar. Pero desde cierto momento la edición se convirtió en un trabajo muy solitario y precario. Por muchos años mis colegas en la Editorial de la Universidad de Puerto Rico fueron mis principales interlocutores en materia literaria y cultural. No tenía que salir de allí para tener una buena tertulia sobre buenos libros. Pero, por ser la más joven en mi grupo de trabajo original, los he visto marcharse a todos, como he visto también los puntos altos y bajos de nuestro centro de trabajo. El silencio que dejaron es parte de lo que me llevó a reconsiderar mi rumbo y a retomar el periodismo cultural, que es otra forma de dialogar y de aprender. Quise y necesité aportar algo más dentro de lo que ya conozco, desde el lugar en el que estoy y sin abandonar el tramo recorrido. El programa me da perspectiva sobre lo que hay más allá de mi persona y de mi manera de hacer poesía y me permite ser creativa y servir a la universidad y a mi país en otras facetas en tiempos que son francamente malos. Se requiere mucho compromiso moral e intelectual para seguirse dando a la institución de esta manera y me siento afortunada de no haber perdido el amor por mi trabajo. La poesía, la edición y el periodismo literario se retroalimentan constantemente en toda mi actividad actual y esto es algo que necesitaba unir para completar mi aprendizaje vital.

– WRS –¿Cómo ha madurado su obra? ¿Cómo has madurado?

– RVO – Me encantaría ser el tipo de autora que se auto elogia, pero no puedo. Eso de considerarme madura me suena a que he llegado a algún sitio y yo no quiero llegar a ese punto, porque entonces, ¿para qué escribir? ¿Para repetirme? Sé que he evolucionado, pero no creo que debo ser yo quien opine sobre esto. Todavía tengo más inéditos que obra publicada. Una vez circule la mayor parte, que digan los demás si he madurado o no como escritora.

Pero, ¿qué será eso de madurar? Quiero pensar que cada libro tiene el cuerpo que le corresponde y aceptar que toda escritura es hija de su edad; si es así, no necesariamente tiene que haber entre un libro y el siguiente un “crecimiento” lineal ascendente que relegue lo primero a la condición de error de juventud y exija su reescritura. Además, cada persona parte de la realidad cultural, socioeconómica, educativa y familiar en la que le tocó nacer y criarse y desde ahí progresa. La biblioteca mundial es inabarcable; no todos nacemos bajo el anaquel más selecto y esto es así tanto para quien lee como para quien escribe. No hay una sincronía entre el estado de la historia literaria y el desarrollo individual.

Para mí, un libro que ya publiqué es un documento histórico y no lo volveré a visitar, no porque no pueda mejorarse, sino porque la vida es breve y tengo que seguir avanzando. La duda y el arrepentimiento pertenecen a la redacción y el perfeccionamiento, a la edición. Tacho y reescribo mientras tengo mis poemas conmigo; después los olvido; tal vez por eso tardo en publicar, porque es dejarlos ir. En mi cronología las fechas de creación y las de publicación no coinciden y, nada más por esto, podrían adjudicarme padres, madres y hermanos literarios de dudoso parentesco.

Sinceramente, opino que un acto de madurez supremo consistiría en saber cuándo dejar de escribir, porque escoger el momento de callar y reservarse es tan virtuoso como saber expresarse. El lenguaje no es el único vaso, ni el mejor, donde llevar la poesía. Cada uno de nosotros, poetas, tenemos un vaso con características y volúmenes distintos, y hay que reconocer cuándo alcanzamos a llenarlo. En ese momento, o se cambia de vaso, o se deja a la poesía desbordarse y desparramarse en otras direcciones. Por ahora, yo cambio de vaso experimentando con diferentes poéticas en la medida que me lo permiten mis habilidades y me esfuerzo hasta mis límites, pero me encantaría ser capaz de dejar a la poesía ser en mí de otra manera, sin la mediación de las palabras, que pueden ser muy fraudulentas y un facsímil no razonable de lo que se intuyó o de lo que verdaderamente se es como artista. No quisiera verme como aquel personaje de Cien años de soledad que fundía y refundía obsesivamente los mismos pescaditos de oro para nadie. Cuando me salga todo idéntico, tendré que dejarlo.

– MRS. – Rosa Vanessa, ¿cómo visualiza vuestro trabajo creativo-investigativo con el de su núcleo generacional de escritores con los que comparte o ha compartido en Puerto Rico y fuera?

– RVO –Cuando llegué a la Universidad de Puerto Rico con 16 años, los poetas del ochenta ya estaban criados. Editaban revistas, hacían lecturas y publicaban, mientras que yo era una adolescente con muchos intereses dispares. Sabía donde estaban –generalmente, en la placita de Humanidades, frente al teatro del Recinto de Río Piedras–, pero no me acercaba a ellos, en parte, porque su grupo tenía todo el aspecto de un club de hombres (Carlos Roberto Gómez, Alberto Martínez Márquez, probablemente Edgardo Nieves Mieles, y no sé si se les unía Rafael Acevedo, que ya era Rafael Acevedo). Tampoco coincidíamos en cursos, porque yo me movía entre la Escuela de Comunicación Pública (COPU) y el Departamento de Drama. Después supe de algunas escritoras (Mairym Cruz Bernal, Kattia Chico o Ana María Fuster, por ejemplo), pero en aquella etapa no las conocí). Con algunos del 90 coincidí en ciertos cursos graduados. Me refiero específicamente a Jorge David Capiello, Julio César Pol y Juanmanuel González, quienes luego fundarían la revista Sótano, en la que publicarían algunos de mis poemas, aunque no estuve en ese movimiento. Con Carlos Esteban Cana si había familiaridad, porque fuimos condiscípulos en COPU. A algunas de sus escritoras las he conocido mucho más tarde a través de sus libros y luego en persona (Mirna Estrella Pérez, Zuleika Pagán, Amarilis Tavárez e Irizelma Robles). Hoy mantengo una buena sintonía lectora y de amistad con colegas de distintas edades, mayores y menores que yo.

Dicho esto, mi escritura no surge dentro de un marco generacional específico ni es esa la manera como he llegado a la literatura, aunque tampoco rechazaría que me reclamen de uno o de otro grupo, porque siempre hay rasgos que se comparten. Con los del ochenta, la afinidad más importante es la desconfianza hacia el lenguaje poético decididamente comprometido políticamente, pero yo no pasé por el período “posmo” que abrazaron muchos de ellos (según yo los percibía). El tema social y urbano de mi primer poemario, muy cercano a la crónica, no estaba de moda en poesía y, sobre todo, no entre las mujeres a finales de los noventa (en este sentido estuve más conectada con la lectura de las narradoras y los cronistas del 70). Para ubicarnos temporalmente, todavía no estaban en el panorama las aportaciones de Guillermo Rebollo Gil o José Raúl González “Gallego”. Mi primer libro sale en 1997 casi a la misma vez que “Mal(h)ab(l)ar, la muestra de nueva poesía que publicó Mayra Santos Febres en el periódico Diálogo. Allí reconocí unas tonalidades que me resultaban familiares, aunque, otra vez, yo no conocía al grupo ni a su editora. Todo cuanto he escrito parte de una búsqueda interna e intensa de una o unas poéticas a las que llego sin acogerme a un manifiesto ni incorporarme a un consorcio literario.

– WRS- ¿Cómo ha integrado vuestro trabajo creativo-investigativo a su quehacer de escritora?

– RVO- En ambas actividades me impulsa la curiosidad, no un conocimiento que crea poseer de antemano y que me predisponga a leer o escribir los textos desde cierta perspectiva teórica. No soy doctora en literatura ni crítica literaria y esta desventaja aparente es mi ventaja metodológica, porque la investigación de campo suple mi relativa ignorancia acerca de ciertas escuelas de interpretación textual y la creatividad está integrada en todo el proceso de redacción. Sentar cátedra o ubicar obras en relación con la historia literaria es importante, pero les toca a especialistas en teoría y crítica literaria, no a mí. Yo pregunto y comparto lo que de una lectura se quedó conmigo, lo que me retó, lastimó y transformó. Qué peso tiene escribir así no lo sé con exactitud, pero se me presenta como una forma de comentar un texto sin convertirlo en combustible fósil o cadáver disecado, dejando algo para los demás. Y procuro evitar abusos como: “fulano y fulana son lo mejor de la literatura puertorriqueña actual” y frases por el estilo que, francamente, pertenecen a la esfera del mercadeo y la publicidad.

Para las entrevistas a poetas, la lectura en crudo de sus poemas antecede la investigación. Generalmente, me salto los prólogos para que no me arruinen la novedad de ese primer encuentro con una poética que, cuanto más ajena sea a mí y a lo que conozco, más me puede fascinar. Ese no saber de antemano donde me estoy metiendo cuando abro un libro es un acto muy placentero al que no quiero renunciar. Después, voy al prólogo y a las referencias.

Al escribir poesía empiezo con cierta idea que ya empezó a cuajarse en mi mente, pero no la dirijo del todo, para que lo inesperado e impensable entre en mis textos, porque ser editora profesional impone muchas artimañas de organización, estructura y lenguaje que podrían asfixiar la libertad creativa. A veces, el exceso de revisión restringe el aire que debe fluir entre una línea y otra del poema. Ese tipo de intervención siempre ocurre en los últimos borradores. Generalmente, la investigación para mis poemarios es una averiguación etimológica, o sobre la historia de algún símbolo, porque me interesa conocer los sentidos y usos que vienen acumulando las palabras. El escogido dependerá de cuán diáfana o cuán turbia quiera presentar la idea: si quiero abrirla a múltiples interpretaciones escogeré la palabra que más capas de sentido haya acumulado; si quiero cerrar la interpretación a algo muy puntual, escogeré la palabra que menos se preste a polisemia. Sé que la interpretación dependerá de lo que mis lectores sepan o se den a la tarea de saber, pero esto no me preocupa, porque hay niveles de lectura y me odiaría a mí misma si cayera en lo llano por subestimar a quien me lee o tratar de complacer.

– WRS – Ha logrado mantener una línea de creación-investigación enfocada en la literatura en y desde Puerto Rico. ¿Cómo concibes la recepción a vuestro trabajo creativo-investigativo dentro de Puerto Rico y fuera, y la de sus pares?

 RVO –Sé que al interior de nuestro medio editorial se reconoce mi trabajo, sobre todo en la Universidad de Puerto Rico. También, la acogida del público a Alapoesía robustece mi perfil profesional. En el trabajo literario, sin embargo, es más difícil saber hasta dónde llega la lectoría. Puerto Rico tiene unos poetas grandiosos que son desconocidos o poco valorados, incluso entre nosotros, por gente que se considera culta. Saber un nombre de memoria o vincularlo con un poema o una época no es suficiente. ¿Tendré o merezco tener mejor suerte?

Voy, como la mayoría de mis colegas, abriéndome paso poco a poco. Aquí todos tenemos que hacer de todo porque no hay un sistema editorial integral que nos releve de las tareas extraliterarias relacionadas con la divulgación de una obra. Una cosa es escribir y otra gestionarse, y esta es la parte menos simpática y la más injusta, porque se puede ser mejor gestionando que creando, o, por el contrario, tener una buena obra, pero no las aptitudes ni las relaciones necesarias para colocarla.

En mi caso particular, la publicación en revistas digitales y blogs me ha permitido empezar a romper el insularismo y llegar a lugares tan improbables como Alaska, China o Australia sin salir de casa. Pero la exportación de la literatura puertorriqueña no existe de manera sistemática y cuando se da, obedece a un gran esfuerzo individual o, en el peor de los casos, a carambolas que caen en manos de unas pocas personas que administran las oportunidades según su criterio personal o grupal, por la falta de agencia oficial y pública. Esto no se dice, porque no gana muchos “me gusta”, pero así es como se organiza la mayor parte del reparto de ferias, congresos, becas y antologías, de una manera cada vez más privatizada o corporativa. Y esto sucede, en parte, porque la distribución regional y continental del catálogo puertorriqueño es una asignatura que hasta ahora no se ha podido emprender de manera consecuente (que me corrijan si me equivoco). Lógicamente, lo que no se conoce puede ser representado con el sesgo que las personas o grupos apoderados quieran darle. Así que es complicado hablar de la recepción de la literatura puertorriqueña en o fuera de Puerto Rico.

Otra carencia en nuestro entorno editorial que afecta la recepción, no de mi obra, sino de cualquier obra puertorriqueña, es que aquí ya no existe un periodismo de masas que acoja de manera permanente la crítica literaria. la entrevista y los reportajes a escritores. La mayor parte de la crítica literaria se ha quedado enclaustrada, literalmente, en las facultades académicas. Afortunadamente, no dejan de surgir revistas digitales de literatura y poesía, casi todas dirigidas por poetas y últimamente he visto cierta dedicación al tema en otros medios, pero el periodismo puertorriqueño, repito, el de masas, hace tiempo abandonó la literatura. Nuestros periodistas están absorbidos por el llamado hardnews, que aquí es ir detrás de la Policía, de los legisladores y del ejecutivo.Con la notable excepción del “En Rojo” de Claridad, El Post-Antillano80grados y pocos más, el periodismo cultural ha desaparecido y lo que se presenta como cultura es farándula.

Esto, en un país con serios problemas educativos, es grave. Porque se dice que en Puerto Rico nadie lee, pero dejar el campo literario sin trabajar garantiza que, en efecto, cada vez lea menos gente y lean peor. Decidí hacer Alapoesía para demostrar que hay un público para este tipo de contenido “minoritario” y que podemos atraer personas que antes no se hubieran expuesto a la literatura. El periodismo especializado articula un lenguaje que media entre lo académico y lo cotidiano y es capaz de alcanzar tanto a un público poco acostumbrado como a uno enterado. Pero esto es una gota de agua. Solamente sumando distintas iniciativas podremos llegar a tener un verdadero ecosistema literario y editorial que nos sostenga como conjunto. No todo debe consistir en fundar editoriales, sino en crear las estructuras que apoyen ese trabajo editorial; y en vez de duplicar o competir con lo que otra persona o grupo ya está haciendo, conviene enlazar acciones; que cada actividad se mantenga y evolucione a través del tiempo, para que llegado el momento del relevo, que va a llegar, no haya un vacío y dejemos mejor situada la literatura puertorriqueña para los demás, tanto dentro como fuera del país. Entonces podremos hablar de la recepción.

– WRS – Sé que vos es de Puerto Rico. ¿Se considera una escritora puertorriqueña o no? O, más bien, una escritora, sea esta puertorriqueña o no. ¿Por qué? José Luis González se sentía ser un universitario mexicano. ¿Cómo se siente vos?

– RVO – Esta pregunta me sorprende, porque no puedo imaginarme separada de mi nacionalidad, aunque no siempre escriba sobre mi país. Puerto Rico es un ente histórico, político, afectivo y simbólico que marca mucho mi personalidad. Recuerdo una conferencia magistral en la UPR, “La felicidad, ja, ja, ja, ja y la Universidad”, en la que Ana Lydia Vega comentaba sobre la obsesión de los escritores puertorriqueños por la salvación nacional. Salí de allí muy aliviada, porque en los ochenta todavía el escribir de manera comprometida o no con la independencia y las luchas sociales era un tema que podía garantizar la exclusión o inclusión en ciertos círculos literarios y a mi edad (no había cumplido los 20 años), yo tenía claros mis ideales y mi identidad puertorriqueña, pero no necesariamente quería vincularlos con la literatura.

Ya que menciona a José Luis González, él tuvo unas razones ideológicas muy concretas para radicarse en México y hacerse mexicano, mas no por eso su literatura dejará de ser puertorriqueña. …Al igual que un mexicano mexicanísimo como Octavio Paz es universal, o Jorge Luis Borges, un argentino muy argentino, forma parte del patrimonio de la humanidad.

Pero si resultara que mi fenotipo literario no encajare con las definiciones al uso acerca de la puertorriqueñidad o de la literatura puertorriqueña, esto no tendría que ver con cómo yo me siento, sino con la forma como se sienten y leen los demás. En una ocasión, por ejemplo, un amigo extranjero me criticó porque no hablo como escribo, o viceversa. No hubo manera de hacerle comprender que el manejar el idioma de una manera formal en mis poemas es mi elección, al igual que es una elección mía el permitirme la informalidad sabrosa del habla puertorriqueña al conversar, porque me encantan nuestros refranes y nuestra jerga y porque para mí el habla es gregaria y la asocio con la familiaridad, con la comunicación que tengo que mantener con mi círculo inmediato, que no es literario, mientras que al escribir estoy sola con el lenguaje y con la biblioteca mental. Creo que se puede ser una escritora puertorriqueña, boricua, riopedrense, trujillana y universitaria sin aparentarlo o aparentarlo sin serlo. Prefiero serlo, antes que aparentarlo. Unirme a la más amplia familia hispanoamericana, o al mundo y al pluriverso si pudiera, es una aspiración humana que no cancelaría mi identidad de boricua en la luna.

– WRS – ¿Cómo integra vuestra identidad étnica en vuestro trabajo creativo-investigativo?

– RVO –En mi primer libro, En el fondo del Caño, que es una crónica poética sobre los orígenes de mi familia en la barriada Las Monjas de Hato Rey, traté un poco sobre esto, pero luego no profundicé. Tengo que reconocer que durante mi infancia me creí el discurso oficial del Instituto de Cultura Puertorriqueña acerca de la armonía entre las tres razas, y hasta me atreví a escribir que mi abuelo paterno era el jíbaro de Manuel Alonso y también el que construyó el ataúd de Melodía (porque era cierto que mi abuelo improvisaba ataúdes para los niños que morían en la barriada), pero en el pasillo de mi escuelita elemental pública, durante los años setenta, las cosas no iban de esa manera. Ser de piel blanca no había sido un mérito ni un demérito para mí, ni tuve conciencia de mi aspecto hasta que llegué a aquel plantel escolar en una urbanización clase media, de nombre y estilo arquitectónico ostensiblemente hispanófilo: “El Señorial”. Allí, yo era una de las pocas niñas que bajaban del barrio rural pobre y de colores mixtos de Carraízo Alto en un carro destartalado. Entonces, el tono de mi piel molestaba y atraía comentarios no solicitados, no de mis dos o tres compañeros visiblemente negros, sino de otros y otras que estaban en las tonalidades intermedias y venían de las urbanizaciones aledañas. La puertorriqueñidad se me negó varias veces en las representaciones teatrales por exceso de blancura, y aunque hoy suene gracioso, yo no me reía. Esto no compara, por supuesto, con la violencia y las desventajas que históricamente han pasado y pasan las personas visiblemente negras, pero no deja de ser violento, porque es imposible que una persona entre los cinco y los ocho años pueda asumir el insulto y la exclusión por su aspecto físico como algo merecido. Visto con el beneficio de la edad, aquel trato era la prueba del resabio social de una cuenta histórica por saldar.

De todos modos, según mi experiencia, el poder adquisitivo, el lugar de origen o residencia, el nivel educativo, la afiliación política o religiosa, el idioma y el género aclaran u oscurecen la percepción de los colores. Mi padre, por ejemplo, un blanco de ojos verdes, pobre como sus padres y sus abuelos, todavía llama “blanquitos” a los ricos o aspirantes a ricos, del color que sean. En mi escuela no me llamaban “blanquita”, porque sabían que no lo era, sino de otra manera, y en la diferencia entre aquellas palabras caben muy cómodos los esqueletos de Marx y de Fanón, porque la violencia horizontal en nuestro lenguaje emparenta con la historia colonial en un nivel sicológico muy profundo.

Es innegable que el prejuicio y discrimen racial existen en Puerto Rico. Y hay que educarse, porque la persona adulta tiene la capacidad de decidir si seguir reproduciendo el ciclo o cortar con él. Yo no siento que mis abuelos, ni mis padres ni yo nacimos o nos criamos con la llamada mochila del privilegio blanco colgada de la espalda (en lo económico y social, absolutamente no; pero en lo cultural probablemente sí). Varios de mis antepasados remotos aparecen en el Registro de Esclavos, unos en situación de esclavitud y otros como dueños. Entonces, ¿qué se hace con esto? ¿Se pueden separar ahora aquellos genes de estos glóbulos? ¿Qué fuerza gobierna mis actos y pensamientos: mi conciencia, o qué porcentaje de mi ADN? ¿Soy más o menos puertorriqueña, mejor o peor persona según el tono de piel que me tocó? Sobre estas paradojas, más las del coloniaje, indago en “Simulacro mundi”.

WRS – Y la identidad de género, ¿cómo la integra?

RVO –El ser mujer me inclina a estar atenta a lo que mis compañeras escriben y a apoyarlas en sus procesos, porque los actos de solidaridad entre mujeres son una palanca muy poderosa para darnos a respetar. Hasta ahora, no he visto a un hombre literato que sea el secretario o gestor de una gran escritora, mientras que en la historia literaria abundan los casos de varones cuya obra jamás se hubiera dado a conocer sin la asistencia diligente de una señora, escritora o no, remunerada o no, pareja suya o no, que le sirvió de lectora, mensajera, copista, traductora, editora, antóloga, agente literaria, publicista, etc…

WRS –¿Y su ideología política?

RVO – La ideología política siempre me resulta problemática. No deposito mi confianza en un partido ni en utopías temerarias basadas en narrativas sociales de “buenos” y “malos”, porque el ser humano es mucho más complejo que un sistema de pensamiento. Casi siempre las ideas resultan ser mejores que las personas que se comprometen con ellas. Igual que la poesía es mejor que los poetas. Para colmo, la publicidad y las redes sociales se han hecho cargo de adjudicar quien va de héroe y quién de villano y por cuánto tiempo. Se da mucha importancia a las declaraciones, pero si los actos son injustos, la palabra está maldita. Escucho y observo mucho, comento poco. Y la solidaridad selectiva me repele porque le noto la costura.

Esto no quiere decir que soy apática o indiferente. Tengo convicciones fuertes sobre el Puerto Rico donde quisiera vivir: uno que decida su futuro de una manera pacífica, pero asertiva y determinada, incluso si lo que se decide va contra mi deseo. Escribí Salmo a la saliva de John Doe porque de alguna manera la locura en el poemario de Matos Paoli no es suya, sino mía y, si me permiten, de todos nosotros, que en apariencia todavía gozamos de ciertas libertades y estamos cuerdos, pero hemos cometido la locura de perpetuar la picaresca en la que se ha convertido nuestra vida pública y estamos encerrados como país en un estado de adolescencia.

…Debe existir algo entre el menosprecio y la exaltación que no nos engañe, y nos permita ubicarnos en la historia de una manera justa. Ese algo no es el nacionalismo cultural, que se convierte en folklore de coquí abanderado Made in Somewhere sentado sobre su retrete cantando “La Borinqueña” dulce. El comportamiento electoral de la mayoría votante no da mucho espacio a la esperanza. Es desconcertante el nivel de apoyo que conservan los dos partidos mayoritarios. Pienso que la corrupción sistémica se apoya en ese voto aguantón que los políticos leen como una señal de sumisión absoluta y eso, más que peligroso, a estas alturas es colectivamente suicida. Pero tampoco debería ser, no quiero que sea, un rompe y rasga destructor, por mucho que la indignación y la rabia colectiva acumulada así lo sugieran.

Ya no sé qué cosa sea ser puertorriqueña, sino perseverar y trabajar y tejer redes de apoyo al margen del poder organizado, creando espacios alternos en la cultura sin ser piedra de tropiezo en el camino de los demás. Unos versos de Tato Laviera explican mi sentimiento sobre esto: even in silence we are still/in the commonwealth stage of our lives,/ so let’s touch hands, friends and foes,/ and stay together to hear each other’s/sounds just for one moment, let’s stay/ tucked together, and maybe then, less/ options, maybe then, hope./ (La carreta made a U turn).

WRS – ¿Cómo se integra vuestro trabajo creativo-investigativo a su experiencia de vida tras su paso por la Universidad de Puerto Rico? ¿Cómo integras esas experiencias de vida en su propio quehacer de escritora en Puerto Rico hoy?

RVO – Sin la UPR, sería otra persona. Desde los 16 años, todo cuanto he hecho profesionalmente tiene una relación con la universidad, primero como estudiante, luego como graduada en periodismo y empleada no docente en su editorial, donde he tenido el privilegio de asistir a una cátedra abierta a través de los libros que he editado y las personas que he conocido. Este oficio me ha enseñado a leer de manera autónoma y a desarrollar una disciplina y una ética de trabajo y estudio. Las técnicas de investigación que ejerzo cuando edito un libro no son muy distintas de las que empleo cuando escribo o cuando entrevisto.

WRS – ¿Qué diferencia observas, al transcurrir del tiempo, con la recepción del público a vuestro trabajo creativo-investigativo y a la temática del mismo? ¿Cómo ha variado?

RVO –Llego a un público que nunca he soñado masivo, pero sí atento, que me sigue de una presentación a la otra. La persona que saca tiempo para venir a escucharme llega ya con la decisión de leer mi libro o lo ha leído. Cuando alguien a quien yo no conozco ni me conoce me dedica espacio y tiempo (esta entrevista con usted, por ejemplo, u otra que me dedicó Mario Alegre Barrios), sé que la recepción ha aumentado.

Parece un chiste, pero tengo más premios acumulados que reseñas a mis libros y estoy en poquísimas antologías. Esto es algo que puedo entender, más o menos, por las razones editoriales que ya expliqué y porque ese es otro tipo de premio, que está muy relacionado con la amistad, el mutualismo, la colegiatura, las cátedras y la auto promoción. Como soy editora y periodista de corazón, noto la asimetría, pero no acuso recibo del mensaje a nivel personal (ya es mucho que lo diga aquí), porque yo funciono exactamente al revés y así me gusta ser: seguiré dedicando mi tiempo a la literatura de gente que no son mis amigas o que no me leen. Ser reseñada o antologada por los amigos (socios, en latín) se agradece, sobre todo si son personas preparadas, porque su apoyo es real y efectivo, pero profesionalmente no debería ser esa la norma en el aparato literario, si queremos evitar el incesto intelectual y la autoindulgencia. Afortunadamente, se está gestando algo con mi poesía que llega así, desde fuera de mi círculo inmediato, y esto me entusiasma.

WRS – ¿Qué otros proyectos creativos tienes recientes y pendientes?

RVO – A la presentación de Salmo… sigue Kámalas bajo Editorial EDP University. Kámala es la palabra en sánscrito para la flor del loto (ninguna relación con la vicepresidenta de los EE.UU.). Se trata de una poesía en apariencia pura, que hunde sus raíces en la turbidez de lo humano, similar a esta flor, cuya forma estilizada y calidad translúcida es lo único visible sobre el agua, mientras que su sostén enrevesado queda oculto a la mirada. Los poemas buscan mostrar ambas cosas.

Después viene mi segundo título en narrativa infantil, Abrabeso, ¿A dónde vas?, un libro álbum con audio cuya edición subvencionan el Programa de Apoyo a las Artes del Instituto de Cultura Puertorriqueña y el National Endowment for the Arts. Una parte de los ejemplares se destinará a Cadena Radio Universidad de Puerto Rico en apoyo de su Festival de Radio Amigos. La ilustradora es Mechi Zérbola, con quien ya trabajé en mi libro de cuentos Marejadas. Entre todas estas cosas tengo que hacer espacio para un descanso por motivos de salud, pero a futuro, espero publicar mi primera novela para las edades de ocho a once años, que ya está escrita y completar “Simulacro mundi”.

Entrevista realizada en febrero de 2023. 

Wilkins Román Samot, Doctor de la Universidad de Salamanca, donde realizó estudios avanzados en Antropología Social y Derecho Constitucional.

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