La victoria electoral alcanzada por el presidente ruso Vladimir Putin con el 76,68 % de los votos, ha sido una clara señal del apoyo que tiene dentro de la población y un fuerte mensaje a las naciones capitalistas occidentales de que Moscú continuará siendo una pieza clave en la lucha por un mundo multipolar. Pese […]
La victoria electoral alcanzada por el presidente ruso Vladimir Putin con el 76,68 % de los votos, ha sido una clara señal del apoyo que tiene dentro de la población y un fuerte mensaje a las naciones capitalistas occidentales de que Moscú continuará siendo una pieza clave en la lucha por un mundo multipolar.
Pese a los grandes desafíos que enfrentó la Federación Rusa en los últimos años con la baja del precio del petróleo (su principal fuente de ingreso), las arbitrarias sanciones económicas y políticas que le impusieron Estados Unidos y la Unión Europea, así como la fuerte campaña de los medios de comunicación occidentales contra el gigante euroasiático, ese país se ha fortalecido tanto nacional como internacionalmente.
Recordemos que Rusia se convirtió en un verdadero caos tras la desaparición de la Unión Soviética en 1991 donde la crisis política, económica y social imperó por doquier porque los dos sucesivos presidentes estaban llevando al país hacia la órbita de Estados Unidos. La euforia en Washington resultaba inconmensurable.
Pero desde que Putin apareció hace 20 años en la vida política de Rusia la situación comenzó a cambiar radicalmente y hoy la nación se levanta como una barrera contra las políticas imperiales y neoliberales que Estados Unidos y sus aliados intentan imponer a nivel mundial.
Esta ha sido la base fundamental para que desde marzo de 2014 Occidente adoptara sanciones económicas-financieras con el intento de debilitar los cimientos de una nación que los enfrentase en el ámbito político-militar a nivel internacional.
No cabe la menor duda de que las ilegales sanciones han dificultado un mayor desarrollo económico de Rusia al causar la huida de capitales, bajar el volumen de las inversiones e impedir a bancos tener acceso a créditos foráneos, pero a la par permitieron a Moscú hallar nuevos mercados e impulsar sus producciones internas.
Desde marzo de 2014, con el afán de debilitar a Rusia, las naciones occidentales encabezadas por Washington le han impuesto varios paquetes de medidas debido a que Putin no se dejó arrebatar la estratégica península de Crimea.
Washington había diseñado, en meses anteriores, un plan para derrocar al Gobierno ucraniano de Víctor Yanukovich y en su lugar instaló un régimen ultraderechista para cercar al gigante euroasiático, al que observa como un fuerte obstáculo, junto a China, para preservar un mundo unipolar que logró tras el derrocamiento de la Unión Soviética.
Las numerosas sanciones se dirigieron a perjudicar a la industria petrolera, las finanzas y a la defensa del país, así como a restringir el acceso a nuevas tecnologías en cualquier rama de la economía, las ciencias o las militares.
Pero ante esas medidas, Moscú respondió con sabiduría al trabajar internamente para impulsar el desarrollo de sus empresas sin abandonar los servicios sociales de la población, además de fortalecer sus fuerzas militares en caso de cualquier agresión.
En 2018 Rusia aparece como la duodécima economía más grande del mundo con alrededor de 1,3 billones de dólares de Producto Interno Bruto (PIB); segundo exportador de petróleo (detrás de Arabia Saudita) y el primero de gas natural; tercer productor de oro, solo superado por China y Australia.
En 2017 su economía progresó entre 1,4 y 1,8 % gracias a una cuidadosa política financiera y logró superar los años de crisis sin grandes pérdidas.
Los sectores industriales aumentaron 2,5 % el pasado año en comparación con 2016, lo que demuestra no solo lo estable de su economía sino también su rápido crecimiento.
La producción de trigo llegó a 135,4 millones de toneladas en 2017, mientras en 2000 fue de 65 millones de toneladas, o sea, se ha duplicado en los últimos 17 años.
Si en 2000 la pobreza alcanzaba al 33 % de la población, en 2017 se redujo al 13,5 %. Casi tres y media veces menor de la existente en Estados Unidos.
En declaraciones después de conocerse los contundentes datos de las elecciones, Putin afirmó que su Gobierno hasta 2024 se enfocará en primer lugar en la agenda interna, para asegurar el crecimiento de la economía con fuerte ímpetu en la innovación.
En ese sentido laborará por desarrollar los sectores de la salud y la educación, la producción industrial, la infraestructura y otras tareas cruciales para elevar el nivel de vida de los ciudadanos. El plan de Desarrollo de Rusia hasta 2024 incluye colocar a la nación entre las cinco principales economías del mundo.
Además, reducir la pobreza a la mitad de la actualidad; aumentar la esperanza de vida hasta los 78 años en 2024 y hasta 80 en 2030, garantizar el crecimiento estable de los ingresos de la población, crear un ambiente adecuado para que surjan empresas emergentes, facilitar una infraestructura cómoda, ofrecer beneficios fiscales e impulsar la exportación de productos no primarios.
Entre los retos aparecen la lucha contra la corrupción, diversificar y ampliar las producciones industriales para no ser dependiente de la exportación de petróleo y minerales, impulsar la productividad del trabajo entre las empresas medianas y grandes para que la economía crezca a un ritmo no inferior al 5 % anual.
Innegablemente Rusia, con Vladimir Putin a la cabeza, se ha convertido en uno de los factores principales de la geopolítica y del mantenimiento de la paz mundial, en contraposición a los aires imperiales procedentes del Norte.
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