La mayoría de las encuestas publicadas indican que el Presidente Chávez ganaría las próximas elecciones. Sin embargo, estas cifras no pueden ser tomadas como un hecho definitivo. Durante una campaña electoral, tendencias que lucen sólidas son modificadas por la reiteración de algunas fallas, evaluadas como tales por la mayoría de los electores, o la ocurrencia […]
La mayoría de las encuestas publicadas indican que el Presidente Chávez ganaría las próximas elecciones. Sin embargo, estas cifras no pueden ser tomadas como un hecho definitivo. Durante una campaña electoral, tendencias que lucen sólidas son modificadas por la reiteración de algunas fallas, evaluadas como tales por la mayoría de los electores, o la ocurrencia de sucesos extraordinarios de alto impacto sobre la opinión pública.
Desde nuestro punto de vista, cualquiera sea el resultado, será ajustado. Esta creencia nos induce una visión en la cual, escenarios que por comodidad llamaremos moderados, predominan como cursos de acción adoptados por el triunfador.
A partir de ese enfoque, si efectivamente se concretaran las tendencias que en este momento se asuman, veríamos a un Chávez reelecto. La pregunta que nos hacemos es, ¿Cuál sería la dirección de este nuevo gobierno del comandante?
Creemos que el modelo político-económico hasta ahora puesto en práctica por el proceso, es insostenible luego de un resultado electoral apretado. Ello llevaría a una de dos cosas: a la búsqueda de consensos o a resolver las indefiniciones a través de situaciones dramáticas.
Por supuesto, acá hay para todos los gustos: Desde quienes anhelan salir de Chávez de cuajo, hasta los que apuestan por una mayor radicalidad de la Revolución. En ambas versiones el desenlace es tremendamente negativo para el país. Una Nación bajo la dirección de un Pinochet o con un sistema a imagen y semejanza del cubano, no entra en las expectativas del grueso de nuestros compatriotas. Mejor pensado, claro, desde nuestro punto de vista, es más probable un Pinochet que el «Asalto al Poder».
Desde la perspectiva económica el gobierno está lleno de buenas intenciones. Ha sido consecuente con la idea de arribar a un modelo social con inclusión y justicia. Para ello ha apostado a una altísima participación del Estado como actor económico, alcanzando magros resultados. Las empresas públicas continúan siendo un barril sin fondo, tal y como siempre lo han sido, agravado ahora con la carencia de una alta y media gerencia con competencias y compromisos con el proyecto que se viene desarrollando. El espectáculo no puede ser más deprimente, por un lado se aprueban grandes sumas de dinero para ellas y por el otro, su situación desmejora ostensiblemente, al punto de no encontrar ni explicación y mucho menos justificación.
Mientras tanto, áreas vitales para la gente que se debe gobernar, es decir, educación, salud, servicios básicos, se resienten porque la plata no alcanza. Es una situación difícil de explicar y de entender. Ni siquiera el mayor de los fanáticos lo hace.
Esto evidencia que el modelo adoptado requiere ajustes. Quizás sea necesario construir un nuevo arco de fuerzas que pueda enrumbar al país por la senda del progreso. Por supuesto, está claro que debe tratarse de un desarrollo que no apele al goteo lento y a largo plazo de unos beneficios a ser disfrutados por minorías. Eso tampoco lo soportaría el pueblo. La muestra más evidente de ello es el amplio apoyo que recibe el Presidente luego de 13 años de estar gobernando democráticamente. No existe otra experiencia semejante en América Latina, tratándose de una experiencia orientada a la izquierda.
Pero, que así sea, no puede llevarnos a insistir en unas orientaciones que no está dando resultados y que, lejos de ganarle amigos al proceso revolucionario, se los quita. Continuar en eso sería aplicar la lógica del sapo, no solo cuando reiteradamente se golpea contra una pared, sino, cuando saltando, el mismo se ensarta.
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