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¿Qué es el «Hastalapollamiento crítico» o «hastío del esclavo»?

Fuentes: Rebelión

El HPC o HE es principalmente un estado de ánimo transitorio, aunque puede acabar convirtiéndose en una condición moral permanente (minando con ello toda esperanza de reversión) si le acompañan otras dos patologías frecuentemente asociadas como son el ciclopajillismo pornofílico y la misantropía moderada, sumadas ambas, además, a un estado de creciente depauperización (o dicho […]

El HPC o HE es principalmente un estado de ánimo transitorio, aunque puede acabar convirtiéndose en una condición moral permanente (minando con ello toda esperanza de reversión) si le acompañan otras dos patologías frecuentemente asociadas como son el ciclopajillismo pornofílico y la misantropía moderada, sumadas ambas, además, a un estado de creciente depauperización (o dicho de otra manera, la pérdida paulatina de todo poder asertivo, adquisitivo y sexual). Es susceptible de su padecimiento todo individuo adulto que haya estado alguna vez sujeto a régimen de explotación laboral común, si bien se debe reconocer que presenta una etiología harto compleja, en la que cabe encontrar desde déficits cognitivos de base genética hasta niveles larvarios de subapollamiento neo-punk. La autoridad competente querría, pese a todo, situar la enfermedad en un limbo idiopático que cerrara el acceso a su estricta raíz social, por lo que se convierte casi en un deber moral y en una urgencia médica para los propios afectados elaborar su diagnóstico e idear su tratamiento. Es lo que nos proponemos aquí.

El enfermo de hastalapollamiento en fase crítica, que, como en toda enfermedad del alma suele atravesar una primera fase episódica donde nadie advierte la morbidez del proceso, exhibe de manera inequívoca los siguientes síntomas:

1) Extrañamiento de su condición temporal

El sujeto hastalapollado deviene completamente extraño a una experiencia autónoma del tiempo. Al haber sido desahuciado de toda instancia de presente es completamente insensible al devenir. Lo que podríamos denominar «su tiempo», sólo le es devuelto como un estricto valor mercantil por el que ha de pujar en régimen de competencia agonística con sus coetáneos. De modo que su propia estancia mundana es difusa, espectral y, en último término, siempre vacante, destejida de toda proyección como de toda posibilidad de narración, vaciada de potencia. El afectado de hastalapollamiento deja de ser propiamente mortal, en un sentido noble de la expresión, para no ser más que un moribundo, pura exposición a la vida, sin eco ni respuesta. Toda su actividad, cuando alguna vez acontece, es siempre sobrevenida a ciegas y repentinamente hurtada sin justificación. No responde ya, por tanto, al paradigma del obrero explotado y alienado, para el que una militancia de baja intensidad, la sindicación y, principalmente, el mantenimiento con plenas garantías de su condición de explotado, solían bastar para conseguir una civilizada atenuación de los síntomas, aportándole una frágil ilusión de autonomía. El hastalapollado es ya meramente la ilusión de esta ilusión, el vano sueño de llegar a habitar alguna vez la pesadilla burguesa. Algo más terrorífico aún que la propia esclavitud, a saber, el deseo de la misma.

2) Capitidisminución de todo placer intensivo

El hastalapollamiento prolongado o en fase mórbida incapacita, a su vez, para toda forma de alegría y goce humano de orden superior. Expulsado del infinito del consumo, el enfermo hastalapollado sigue compartiendo, no obstante, con él, su misma anemia espiritual, habitando su propio fantasma y repitiendo maquinalmente todas las rutinas de obediencia satisfecha en las que ha sido disciplinado. Sigue adorando, incluso a su pesar, al dios que lo niega eternamente y buscando sin descanso el modo de expiar su culpa. Por el contrario, solo atisbar la posibilidad de un goce libérrimo y cortocicuitado de toda instancia de dominio, virtualidad ésta para la que, además, se han cumplido hoy sobradamente las otrora denominadas condiciones objetivas, es para él la viva imagen del mal, la violencia o el caos, el camino más corto a su definitiva perdición. Sigue prefiriendo, con todo, esta muerte aplazada al sueño perverso de la liberación.

3) Cíclica alternancia de servilismo e instinto criminal como principales resortes conductuales

El hastalapollado quiere la muerte del amo y tiene miedo a morir. Tiene hambre e insobornable ansia de rebelión. Es obediente e insumiso, al mismo tiempo y en el mismo sentido. No hay, por tanto, solución dialéctica posible a su impasse relacional. De hecho no se puede hablar propiamente de la existencia de lazo ni de relación alguna, con nada ni con nadie. El hastalapollado odia y morirá matando al mismo al que sirve y obedece, sin ningún tipo de compensación, ni de superación metamórfica, ni de realización por el trabajo. La Historia humana, por tanto, como cualesquiera otros relatos de emancipación y pacífica concordia que se pudieran sostener, se detiene en él. Su instinto criminal es un efectivo non plus ultra a cualquier idea de progreso y lo mismo que su tiempo, su propia tragedia, en el fondo, ni si quiera le pertenece.

Es desconocido por el momento el número de sujetos hastalapollados que puedan existir y reconocerse en esta todavía muy imprecisa sintomatología, aunque se barrunta la posible latencia de la enfermedad en la práctica totalidad de las poblaciones de los estados demoliberales actuales. Aunque es difícil decirlo aún, puede ser cuestión de tiempo que asistimos a su pandémica eclosión.

Junto a este cuadro anímico, son también índices externos y asaz comunes de hastalapollamiento el sudor de la frente, la exhalación sobreabundante, el ceño fruncido, el laconismo, las horas de televisión, el aplazamiento sine die de toda pulsión libidinal, la búsqueda de empleo, la tiesura, la falta de drogas, la crónica desconfianza y hasta la aparentemente inofensiva adicción al azúcar.

Los más pesimistas afirman que el hastalapollamiento en grado crítico puede llevar, si nada la remedia, a desesperar definitivamente de esta cada vez más inhumana humanidad, a revelar su mentira y a precipitar su muerte como la de un maléfico ideal. Un escenario que, para todos los (que estamos) hasta-la-polla-dos, acaso no sea sino el verdadero principio de nuestra recuperación. Probémoslo entonces.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.