Hoy estoy con el ánimo de un día domingo. Siento una profunda alegría sin motivo alguno, que rompe el habitual letargo mental haciéndome respirar una nueva y fragante atmósfera primaveral, como si se hubiese abierto una puerta en alguna parte que no logro precisar. Hoy no tengo ganas de ir a ninguna oficina, cumplir horarios […]
Hoy estoy con el ánimo de un día domingo. Siento una profunda alegría sin motivo alguno, que rompe el habitual letargo mental haciéndome respirar una nueva y fragante atmósfera primaveral, como si se hubiese abierto una puerta en alguna parte que no logro precisar.
Hoy no tengo ganas de ir a ninguna oficina, cumplir horarios ni soportar jefes. Así que los invito a caminar por un parque, bordeando un gran lago por el que pasean pequeñas embarcaciones impulsadas por pedales, en que parejas, amigos, padres e hijos juegan y ríen alegremente.
Sentémonos a la fresca sombra de un gran árbol y conversemos del mundo con una brizna de hierba entre los labios. Mientras contemplamos los pajaritos ir y venir a pequeños e incansables saltos, las ardillas subir y bajar de los árboles, sin separarnos de la vida cotidiana que nos rodea, envuelve y penetra desde todas partes. El chorro de un regador automático nos salpica con una refrescante lluvia de gotas cada vez que pasa a nuestro lado.
Recuerdo ahora una amiga a la que cada vez que íbamos a la playa invitaba a correr sobre la espuma que las olas dejan en la arena como huella de su presencia, a jugar haciendo castillos y todos tipo de formas, cavar pozos y enterrarnos. Ella siempre respondía que no le agradaban esos juegos.
Hasta que un día, quien sabe por qué, me confesó que la verdad era exactamente la contraria. Le gustaban tanto los juegos que se sumergía totalmente en ellos y se olvidaba de la realidad. Por lo cual luego se sentía totalmente desorientada, y regresar a la normalidad resultaba difícil y hasta doloroso. Me reí y le dije que estaba presentando toda la situación al revés.
Hacía muchos años que se había vuelto rutinaria, predecible y aburrida. Eran los momentos en que se entregaba totalmente a los juegos cuando recordaba y recuperaba la realidad, la alegría de sentirse viva. Desorientados están los hábitos caminantes. La confusión es solo la etapa de recordar que estás vivo, despertar del olvido de ti mismo y permitir que las olas se lleven los hábitos, como castillos de arena que puedes volver a construir una y otra vez a tu gusto.
Cuando quiero comprender una realidad mayor, nacional o internacional, he aprendido a compararla con mi vida de todos los días. Así para entender lo que está sucediendo en Venezuela recuerdo cuando conocí a mi compañera. ¿Quién podría explicar qué nos reunió? ¿Y si no sabes que te reunió como saber que te separa?
Todo fue intenso y maravilloso en aquellos días, cada gesto era un descubrimiento. Nunca he olvidado esos días, están grabados en mi memoria con total fuerza de realidad, como si no hubiese pasado ni un instante desde entonces. Las imágenes son luminosas, las emociones poderosas. Recordarlo es darme cuenta de que mi vida habitual se está perdiendo algo.
Pero aquellos momentos fueron pasando y poco a poco fue regresando la normalidad, la difusa vitalidad. Nos fuimos habituando a estar juntos y lo que antes nos encantaba comenzó a convertirse en molesto. Terminamos criticándonos uno al otro y pretendiendo cambiarnos. Hasta que un día nos encontramos preguntándonos, ¿qué hacemos juntos tú y yo?
Exactamente lo mismo sucede con la vida niña. Al principio todo es descubrimiento, magia, maravilla, pero luego van formándose los hábitos, las rutinas, hasta que te vuelves un animalito de corral, doméstico. Y un día te preguntas, ¿donde quedaron mis sueños de juventud? ¿Cómo llegué a esta situación, cómo me convertí en esta persona?
Igual sucede a nivel social. Lo que en un momento es una total novedad que inspira entusiasmo, termina convirtiéndose por la repetición en una rutina interminable y fastidiosa. Y un día te encuentras preguntándote, ¿por qué estamos todos reunidos en esta ciudad? ¿Qué estamos haciendo realmente corriendo todos los días de la casa al trabajo y del trabajo a la casa? ¿Hacia dónde corremos tan apurados, será que algo o alguien nos persigue?
¿Para que construimos casas como hormigas sin jamás detenernos? ¿Para qué queremos dos o tres casas cuando no tenemos tiempo ni de recordar quienes somos? Pero ya no recordamos como fue que empezó todo esto. Unos meses atrás el Señor Chávez lanzó una idea sorprendente, un reto para que todos pensemos y discutamos el socialismo del siglo XXI.
Es algo inédito en un mundo donde eso es tarea de pensadores y políticos, así como Dios es tema de los curas y el dinero de los banqueros. Pero parece que alguien después de mucho tiempo se acordó de que sin receptor es inútil emitir y que para gobernar cada cuatro, cinco o seis años necesitan convencer al electorado y ganarse de algún modo sus votos.
A mi se me complica mucho pensar en términos de capitalismo, socialismo, comunismo. Porque es pensar en y con el pensamiento de otros. Otros que como nosotros se sintieron insatisfechos con las épocas y circunstancias que les tocó vivir. Otros que interpretaron los motivos de tal insatisfacción y concibieron, imaginaron posibles soluciones a las que llamaron de un modo u otro, agregándole simplemente un «ismo» al final.
Después de mucho observar y pensar, debajo de las aparentes diversidades y complejidades lo único que veo es gente que vendemos nuestro tiempo y capacidades para satisfacer las necesidades. En el mejor de los casos trabajamos todo el año para merecer vacaciones mientras contamos los días que faltan para escapar por un rato de la insoportable rutina.
Cuando les pregunto a los demás me dicen que uno se casa y tiene niños que tienen que estudiar y acceder a mejor calidad de vida. Yo vuelvo a preguntar, ¿para qué? Y la respuesta es la misma, para tener un buen trabajo, auto, vacaciones, poder ir a los espectáculos y tomarse unas buenas vacaciones, casarse y tener hijos. Al final hartos de mis preguntas me dicen que bueno, estamos aquí y hay que comer, tener un techo, pagar las cuentas, etc.
Así que sacando los adornos la conclusión vuelve a ser la misma, trabajamos para satisfacer nuestras necesidades pero lo hemos hecho tan rutinario, aburrido y complejo que ya olvidamos cual era la finalidad. A veces creo que si alguien hubiese intentado crear un modo de fastidiarnos la vida no lo hubiese logrado tan bien como nosotros mismos.
El tema pues es simple, tenemos necesidades que satisfacer y tenemos la capacidad de recordar lo que hacemos y aprender de ello, de proyectarlo a futuro, prevenir acontecimientos. Pero lo hemos hecho con tan poca habilidad que en lugar de facilitarnos las cosas, de liberarnos unos a otros del yugo, nos hemos esclavizado más y más y terminamos canalizando la enorme frustración que eso nos produce agrediéndonos y matándonos unos a otros.
¿Qué les parece mi «sírvase ud. mismo» de capital, común y social-ismos? Yo doy mi enhorabuena a la propuesta de nuestro presidente de que pensemos, discutamos y construyamos el socialismo del siglo XXI sin complejos ni miedos. Pero propongo ir más allá. Propongo que pensemos por qué hemos organizado la vida en rutinas tan complicadas y aburridas, que más bien parecen hechas para robots o zombis que para seres humanos vivientes. Parecen más una venganza que una actividad inteligente y creativa. Sugiero que observemos con nuevos ojos nuestras vidas y reflexionemos si realmente queremos vivir así.
Porque si bien es un imperativo cuando menos una sociedad en que todos podamos satisfacer adecuadamente nuestras necesidades, lo siguiente es cómo, de qué modo queremos satisfacerlas. Pero resulta que eso siempre se da por sabido.
A mi me parece maravilloso que nos cuestionemos colectivamente una sociedad que todos, una generación tras otra hemos heredado. El solo hecho de que eso se proponga ya me parece una revolución. ¿Puede haber mayor propuesta libertaria que cuestionar la estructura completa de nuestra sociedad y la posibilidad de transformarla a nuestra medida?
Me dirán que será muy difícil ponerse de acuerdo y que tal vez no tengamos los recursos ni las herramientas necesarias o suficientes. Pero en primer lugar siempre todo planteo comenzó por ese mismo punto, entre unos pocos locos o soñadores. Luego las herramientas siempre se inventan, diseñan y construyen acorde a la tarea que se desea realizar.
Y en tercer lugar, ¿por qué habríamos de estar todos de acuerdo? ¿Por qué tenemos siempre que pensar y movernos como un rebaño o monolito? ¿No estamos proponiendo justamente la pluripolaridad, la diversidad de culturas, el respeto de las minorías?
¿No es la descentralización justamente uno de los temas que está sobre el tapete junto con desconcentrar las monstruosas junglas de cemento rodeadas de villas miseria que hemos construido o se han ido formando aleatoriamente?
¿Acaso no tenemos todo un enorme y pródigo país vacío y estamos todos concentrados en dos ciudades? La discusión puede ser colectiva, las conclusiones pueden ser diferentes pequeñas pruebas piloto, en que se intentan en los hechos variadas visiones creativas.
En Venezuela ya vivimos, ya está en marcha una primera fase de cambio donde hemos caído en cuenta que necesitamos reformas profundas de las instituciones, tan solo para lograr una sociedad en la que todos podamos satisfacer nuestras necesidades. Porque las que disponíamos ni siquiera eso posibilitaban.
Ahora hay muchas explicaciones de porque y cómo sucedió este cambio. Pero la verdad es que como el amor simplemente sucedió, y aunque juguemos a saber para no sentirnos mal por haber discutido impotentemente por decenas y centurias, nos sorprendió a todos. No fue ni por asomo algo relacionado con nuestra intención y voluntad, ni siquiera algo que presentimos o sospechamos. Un día nos despertamos y todo había cambiado, para no dejar ya de hacerlo.
E igual que en las parejas ya comenzamos a pelearnos, a criticarnos, a echarnos las culpas unos a otros y a querer cambiarnos. Para superar esta segunda fase de creciente e inevitable cambio, será necesario que nos cuestionemos nuestra forma de vida en mayor profundidad.
Que nos demos cuenta que todo eso con que tan identificados estamos y tanto defendemos solo son formas de organización heredadas. Que podemos superarlas con mucho y vivir todos una mayor calidad de vida si en lugar de culparnos y confrontarnos nos aplicamos a concebirla. Lo cual por si solo ya cambiaría la atmósfera de letargo y hastío en que vivimos, llenándonos de vitalidad y entusiasmo ante los enormes horizontes de posibilidades que se abrirían.
He utilizado muchas veces el ejemplo de los grupos humanos que discutiendo sobre quien causaba las pestes y plagas que diezmaban a la humanidad, terminaban matándose unos a otros. Hasta que apareció Pasteur y simplemente descubrió las vacunas, evidenciando todo aquél absurdo.
Lo mismo sucedió cuando sentíamos el deseo de volar y se nos decía que si Dios hubiese querido que voláramos nos hubiera dado alas. Hoy sin ir más lejos, la concepción de vivir en el campo o en la ciudad es obsoleta, estamos en capacidad de reunir lo mejor de ambas.
Y lo mismo puede decirse de la concepción de estudiar veinte años para capacitarse a satisfacer las necesidades en una sociedad de complejas tecnologías. Hoy los conocimientos se transforman tan aceleradamente que ya es evidente que la vida toda ha de convertirse en continua y simultánea realimentación de experimentación y aprendizaje.
Por lo cual también me parece que tenemos que cuestionarnos si deseamos seguir siendo esclavos de la tecnología y sus máquinas, es decir, aceptar cualquier tecnología y organizarnos maquinal, mecánicamente. O si entre las posibilidades que se van presentando, preferimos elegir la dirección de investigación y tecnologías que deseamos aplicar a nuestras vidas.
¿Queremos tecnología destructiva que ponga en peligro nuestra existencia? ¿O deseamos investigar tecnologías que posibiliten cuerpos más armónicos y mayores tiempos de vida? ¿Nuestra prioridad es ir a la luna y conquistar otras naciones a cualquier precio y con cualquier excusa? ¿O queremos ver a nuestros hijos crecer sanos en una sociedad de justicia y paz?
Me parece que los tiempos han cambiado rápidamente y no nos hemos dado cuenta ni siquiera de ello. Hemos presenciado una revolución económica y cultural sin reconocer que el conocimiento y la tecnología convertían en obsoletos muchos de nuestros hábitos y creencias. Hemos entrado en una época de poderosa acción transformadora de la realidad que globaliza al mundo, pero seguimos pensando en términos de adaptarnos a circunstancias heredadas y maquillar la realidad. El pensamiento en este momento ha de ser antes que nada una herramienta de dirección de la acción para salvaguardar nuestro hábitat y vidas.
Ha de concebir el modo de desarticular el poder que está en manos de unos pocos locos con la capacidad para terminar con todo. Ha de conseguir el desarme total para permitirnos vivir sin esa guillotina siempre suspendida sobre nuestros cuellos. Hemos de reconocer que en este momento tomar el control de la dirección de la tecnología es lo más importante de todo.
Simultáneamente ha de lograr de una vez por todas que todos los seres humanos nazcan con el derecho a satisfacer todas sus necesidades sin condiciones ni postergaciones. Si no reconocemos y nos aplicamos a esa prioridad entonces no tiene función ni sentido seguir pensando. Porque seremos impotentes para cambiar el curso de los hechos que sabemos conducen al despeñadero, y seguir pensando en ello sería solo un acto de masoquismo.
Pero más allá de todo ello contamos con la tecnología, sabemos que estamos ya en capacidad de producir todo lo necesario con una tercera parte de la población disponible. Por tanto todos nuestros modos de acceder a la satisfacción de las necesidades están ya obsoletos.
O reducimos los horarios de trabajo a un tercio de lo que son, o empezamos a inventar profesiones creativas para el disfrute y la expansión del alma. ¿Por qué habríamos de seguir arrastrando una mentalidad de sufrimiento y esfuerzo cuando ya no es necesario hacerlo?
De hecho yo creo que ya deberíamos comenzar a cultivar otras cualidades de la conciencia. Porque hasta ahora hemos estado hipnotizados con el mundo y sus necesidades. ¿Pero que haremos una vez que eso esté resuelto?
Si no hacemos nada al respecto quedará un tropismo, una inercia, un poderoso sistema de tensiones lanzado infantilmente hacia el mundo cual enorme seno para satisfacer nuestras necesidades. No comprenderemos que ya hemos llegado a una etapa adulta en que debemos colaborar con el medioambiente que muestra señas de deterioro, devastación.
Seguiremos viviendo en la memoria de aquella etapa cuando aquella etapa ya no existe más. Eso me hace acordar a las historias de los fantasmas que cuentan, ya no tienen un cuerpo, pero siguen rondando los lugares y afectos habituales queriendo satisfacer sus hábitos cuando ya no tienen como ni con qué hacerlo.
Igual me pasó a mi cuando me fui a vivir en la sabana, en la frontera con Brasil. Allí no tenía electricidad ni agua, no tenía ni vecinos. Pero dentro mío seguía el ruido mental, los hábitos, los sistemas de tensión de las ciudades, y muchas veces me sentía tentado de salir corriendo. Estaba enviciado, era un adicto a todo eso y exigía un gran esfuerzo mantener el equilibrio.
Me costó como dos largos años llegar mentalmente a la sabana, disfrutar el silencio, sentir en mi piel la caricia de la caída de agua en que me bañaba, sentir que mi alma se elevaba junto con el sol al amanecer en lugar de sentirme una cosa emocionalmente estática.
El ejemplo de lo que está sucediendo con los medios de comunicación es ilustrativo. Nos bombardean todo el día realimentando la vieja atmósfera de temor, tergiversando todos los acontecimientos a placer para programar las reacciones masivas que desean desencadenar socialmente.
¿Como hacemos para contrarrestar una información que opera bajo umbrales racionales y va dirigida directamente a reaccionar lo irracional, a despertar nuestros fantasmas y remover nuestros muertos de sus tumbas para introducirlos subrepticiamente en el escenario cotidiano?
Todos los temas por los que hemos paseado a lo largo del artículo tienen un núcleo común. Por siglos y milenios hemos desarrollado una sola dirección e interés atencional, referido a la satisfacción de nuestras necesidades. Geografías, climas y paisajes más allá de lo estético, son básicamente lugares que proveen la satisfacción de nuestras necesidades.
Religiones, culturas y economías están subterráneamente teñidas por nuestros temores, deseos, necesidad de asegurar la continuidad de la satisfacción de nuestras necesidades a futuro, y los sistemas de tensión fijos y crecientes que ello genera en nosotros. El resultado de tal actividad está evidenciado por la situación del mundo que contemplamos.
Es justamente esa atmósfera global o teñido climático, emocional, que la presente situación del mundo genera en nosotros, lo que los medios de comunicación exacerban, estimulan, realimentan virtual y continuamente con las herramientas que la tecnología ha hecho disponibles. De reconocer tales circunstancias surgen algunas alternativas claras.
¿Qué les parecería por un momento dejar de pensar eruditamente sobre la reencarnación de los cangrejos, sobre si la gente merece o no comer, si tiene o no un alma, si las limitaciones son herencia natural o patología social, si las resolverá la derecha o la izquierda que ahora ya tienden al centro no se de qué?
¿Qué tal si por un momento desatendemos lo grandes y prioritarios temas de si serán superiores las mujeres o los hombres, los blancos o los negros, los católicos o mahometanos, y nos enfocamos en las enormes posibilidades que nos ha puesto en las manos la tecnología para construir una nueva sociedad en que todo aquello quede de una vez por todas superado?
El conocimiento acumulado y la tecnología, la capacidad de transformar nuestro paisaje aceleradamente han revolucionado el mundo. A un ritmo que supera incluso la capacidad del ecosistema para reciclar o regenerar las materias primas que consumimos.
Repitamos que hoy estamos en capacidad de producir todo lo necesario y aún lo inútil, para toda la especie humana con solo un tercio de la capacidad de trabajo disponible. Por lo cual todos los viejos cuestionamientos e instituciones han sido desbordados por la fuerza de los hechos y convertidos en anacrónicos, obsoletos e inoperantes.
Estamos viviendo dentro de una gran ola de cambio, de aceleración del ritmo evolutivo habitual, es decir, nos estamos revolucionando económicamente a un ritmo que se acelera. Pero la inercia de nuestras miradas culturales es aún como viejos dinosaurios que miran hacia atrás. Son nuestros hábitos y creencias, nuestra memoria y recuerdos quienes miran.
Necesitamos ahora revolucionar nuestras culturas, nuestros pensamientos, nuestras miradas, para ajustarlas al ritmo de los hechos que afectan directamente a los cuerpos. Necesitamos una nueva visión, un nuevo modelo que direccione ese maravilloso poder tecnológico de que disponemos para construir finalmente esa sociedad justa que siempre hemos anhelado.
Esa poderosa y alegre visión reuniría y canalizaría todas nuestras capacidades y energías en una dirección superadora del pasado, convirtiendo todo el temor, escepticismo, apatía y violencia en creativo y constructivo entusiasmo. Dejando atrás toda esa densa atmósfera prehistórica que aún respiramos y nos mantiene hipnotizados en un paisaje ya inexistente.
Este nuevo paisaje o imágenes que nos guiarán a futuro, esta fe, alegría, entusiasmo que despertarán, será el modo de contrarrestar, neutralizar, dejar atrás esos estados de sugestividad gracias a los cuales los medios manejan nuestras energías irracionales, nuestras emociones y sensaciones.
Porque la vida toda está regida, direccionada por dos simples pero poderosas emociones. El temor, que genera fuerzas conservadoras. Sumamente necesarias y útiles a la hora de preservar el cuerpo de peligros, o de grabar en memoria las experiencias que generan dolor y placer para no volver a comenzar siempre desde el primer día. Gracias a ello tenemos una historia.
Y el amor que impulsa incansablemente a liberarse de todo determinismo, a superar toda limitación, a trascender justamente todo temor. Por ello hay momentos en que el amor impulsa a futuro mientras que el temor opera cual inercia que retiene y resiste, convirtiéndose en involutivo y generando ambivalencia, confusión, contradicción, sufrimiento, violencia mental.
Y es por eso amigos que hay momentos como este en que comienza a oscurecer, en que se necesita una sensibilidad y atención despiertas para orientarse. Para reconocer el camino que nos lleve fuera de este laberinto de árboles, agua y mosquitos, en que las sombras han convertido lo que era disfrute estético de las formas que la luz permitía diferenciar.