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¿Qué hacer?

Fuentes: Carta Maior

I. Los hechos

Una vez más, las páginas criminales invadieron las noticias políticas y las balaceras paramilitares golpearon al gobierno de Jair Bolsonaro. El domingo 9 de febrero, Adriano da Nóbrega, ex-policía y uno de los capos del grupo paramilitar Escritório do Crime (“Oficina del Crimen”), fue asesinado por la Policía Militar de Bahía, en flagrante desprecio por todos los protocolos en casos similares.

Aunque, en este Brasil de hoy, cabe preguntar ¿cuáles son los protocolos?

En la agresión a los estudiantes escolares en la Zona Oeste de São Paulo, la Policía Militar de ese estado tampoco obedeció a los PROTOCOLOS, o quizás la existencia de ellos sea una LEYENDA. En la favela de Paraisópolis, también en São Paulo, otra vez se olvidaron de los PROTOCOLOS. Y ¿qué pasa con el disparo contra Cid Gomes, senador y exgobernador de Ceará? Aunque su actitud no fue la más apropiada, nada justifica lo que le sucedió a Cid, que es parlamentario y líder de un importante partido político, el PDT (Partido Democrático Laborista), que quedó tercero en las elecciones de 2018 – justamente con el hermano de Cid, Ciro Gomes.

Estos episodios demuestran que la institucionalidad ya no es capaz de controlar las fuerzas policiales, y que los grupos paramilitares, que están infiltrados en esas policías, también están por detrás de la muerte de Adriano – antes uno de sus líderes, y ahora una persona indeseable, debido a lo que sabía sobre la relación entre el senador Flávio Bolsonaro, hijo del mandatario, ciertos esquemas de corrupción en Río de Janeiro. Y aunque no hay evidencia definitiva sobre la participación de la familia Bolsonaro en este crimen, la fiscalía de Río de Janeiro dice que hay cierto nivel de participación.

A ver:

En 2019, Adriano fue apuntado como jefe de la milicia de Escritório do Crime y pasó a ser investigado por vínculos con el asesinato de la concejala Marielle Franco (PSOL-RJ) y su conductor Anderson Gomes.

En 2005, había sido homenajeado por Flávio Bolsonaro, entonces diputado estadual en Río de Janeiro, con la medalla Tiradentes, el más grande honor otorgado por la Asamblea Legislativa de ese estado. Jair Bolsonaro, entonces diputado federal, también lo defendió en Congreso, en Brasilia, cuando este era amenazado de prisión por ja Justicia de Rio, por responsabilidad en un homicidio. Además, Adriano tenía a su madre y su esposa registradas como empleadas en la oficina de Flávio, aunque nadie nunca las vio trabajando allá – ese tipo de conducta en conocido en Brasil como “rachadinha”.

Es esta figura la que fue asesinada en una operación de la Policía Militar de Bahía, tras un año buscándolo, en una operación que involucró trabajo de inteligencia y cooperación con Río de Janeiro, según lo informado por la prensa. De esa forma, los Bolsonaro obtuvieron el silencio eterno del testigo que más les amenazaba.

En Brasil se dice “quema de archivo”, cuando se elimina una persona que le puede hacer demasiado daño. Obviamente, no pasó mucho tiempo para que el crimen fuera considerado así por la opinión pública del país.

En su Twitter, el sábado 15 de febrero, el gobernador de Bahia, Rui Costa (BA) afirmó que su gobierno “no mantiene lazos de amistad ni rinde homenaje a los bandidos ni buscados por la Justicia. Bahia lucha y nunca tolerará a las milicias o bandidos. En Bahia, trabajamos duro para prevalecer la Ley y el Estado de Derecho”.

El martes 18 de febrero, y con la ayuda de la prensa aliada, Flávio Bolsonaro trató de imponer su versión de los hechos y cuestionar la pericia al cuerpo de Nóbrega, al publicar en las redes sociales un video que muestre un cadáver que, según él, sería del paramilitar asesinado. La versión fue rápidamente negada por el Secretario de Seguridad Pública de Bahia, Maurício Barbosa, quien declaró que “las imágenes no fueron tomadas en las instalaciones oficiales del Instituto Médico Legal. Entonces, tenemos una clara convicción de que eso (la estrategia de Flávio) busca imponer falsos cuestionamiento a un trabajo que todavía no se ha completado”.

La cuestión central es que, pasado ya un año de desastres en el país, el gobierno de Jair Bolsonaro ha aumentado su aprobación, como lo demuestran tres encuestas de diferentes institutos realizadas en diciembre, enero y febrero.

II. Los datos

Basta con analizar las cifras:

En diciembre de 2019, la encuesta de Datafolha registró un aumento de un punto porcentual en la aprobación (suma de buenos y grandes) del gobierno de Bolsonaro, que pasó de un 29% en agosto a un 30% en diciembre. Esta encuesta también incluyó el ranking de aprobación de los ministros: Sérgio Moro (Justicia) con un 53% de aprobación, Damares Alves (Familia y Derechos Humanos) con un 43%; Paulo Guedes (Economía) con un 39%; Abraham Weintraub (Educación) con un 34%; y Ernesto Araújo (Relaciones Exteriores) con un 33%.

A fines de enero, una encuesta de CNT-MDA señaló un crecimiento en la evaluación positiva del gobierno de Bolsonaro de un 29,4% en agosto de 2019 a un 34,5% en enero de 2020. A su vez la popularidad de Bolsonaro aumentó de un 41% aprobación a mitad del último semestre de 2019 a un 47,8% en el mes pasado. Mientras tanto, su desaprobación cayó de un 53,7% a un 47%.

El pasado jueves 13 de febrero, la revista Veja, publicación símbolo de la derecha más rabiosa de Brasil, publicó una encuesta revelando que un 50% de los brasileños aprueba la forma como el presidente gobierna a Brasil, en comparación con un 44% que lo desaprueba. En agosto, la tasa fue de un 44% de aprobación, menos que el 46% de desaprobación.

Pese a la poca credibilidad de Veja, la verdad es que esos datos coinciden con el crecimiento de la aprobación de Bolsonaro, registrados en las demás encuestas.

El hecho es que, por primera vez desde la redemocratización, un líder de extrema derecha tiene un 50% de aprobación popular. Una tasa alta, considerando los escándalos que involucran a la familia y al gobierno de Bolsonaro, aunque muy por debajo de la aprobación del 82% otorgada en 1971 al entonces dictador Emílio Garrastazu Médici.

En aquel entonces, en el apogeo de la euforia del “milagro brasileño”, el país tenía un crecimiento de un 11,9%, triplicando su deuda externa y aumentando brutalmente la concentración de los ingresos.

Es importante señalar que Lula superó a Médici, convirtiéndose en el presidente más popular en la historia de Brasil, con un 87% de aprobación al final de su segundo mandato, en 2010. Dilma, a su vez, llegó a registrar un 79% de popularidad en marzo de 2013.

III. La prensa

Sí, la prensa está cubriendo los escándalos que han surgido, y que involucran a la familia Bolsonaro, como el caso de Adriano da Nóbrega, Fabrício Queiróz y otros. También los que tocan a miembros del gobierno, como el de Fábio Wajngarten, secretario de la Secretaría de Comunicaciones, quien ha sido pillado otorgando plata pública a emisoras de televisión públicas y agencias de publicidad que son clientes de su propia empresa – de la cual no se desligó al asumir el cargo público.

Sí, la prensa, con la poderosa Globo al frente, también ha estado realizado grandes esfuerzos para separar la figura del ministro Paulo Guedes de la figura del presidente Bolsonaro, como si la agenda económica fuera menos autoritaria que las otras agendas del gobierno actual.

Por cierto, los gráficos de medición de los titulares de los periódicos muestran esa diferencia en el tratamiento:

IV. La cuestión

¿Cómo ha aumentado Bolsonaro sus índices de aprobación después de los trágicos cambios en la Seguridad Social? Sin contar la reducción de los derechos laborales, la venta de Petrobras, el 11,9% de desempleo en 2019 y el 41% informalidad. Además del trabajo precarizado y uberizado según el excelente reportaje “La vida en bicicleta” que publicamos en Carta Maior.

No estamos cuestionando la validez de las encuestas de opinión, comportamiento común a los bolsonaristas cuando se los contradice. Tampoco pretendemos dar a entender que la prensa trata al gobierno actual de la misma manera que a los gobiernos del PT (Partido de los Trabajadores, de Lula y Dilma). Seguramente están lejos de eso.

Lo que proponemos es solamente una reflexión, que va más allá de las respuestas simples.

Ya no es posible atribuir un 50% de soporte simplemente a la polarización y al antipetismo.

Lo que estamos viendo, además de la batalla política – que ellos ganaron, rompiendo las reglas, pero ganaron – es la consolidación de un movimiento cultural liderado por una extrema derecha reaccionaria, que se proclama erróneamente conservadora.

Si fuera conservador, el bolsonarismo jamás entregarían la soberanía nacional, como viene haciendo. En ese sentido, logra ser incluso peor que el integralismo, un movimiento de extrema derecha que surgió en Brasil en los Años 30 del siglo pasado, inspirados por el fascismo italiano y el catolicismo de extrema derecha, y que persiguió a judíos y comunistas, denunciando a los órganos de seguridad del entonces presidente Getúlio Vargas, mientras defendían hipócritamente “la unión de todas la razas y todos los pueblos” en sus marchas.

Y vale la pena recordar: las primeras víctimas de los discursos acalorados de Hitler y Goebbels fueron los comunistas, los socialistas y los sindicatos. Fue a partir de los cadáveres de la izquierda que los nazis obtuvieron el apoyo de la burguesía alemana, indispensable para gobernar la miserable Alemania de Weimar.

La Historia siempre nos enseña.

Sigamos juntos.

Traducción: Victor Farinelli

Fuente: https://www.cartamaior.com.br/?/Editoria/Cartas-do-Editor/%BFQue-hacer-/50/46572