Versión actualizada
Irreverencia en la discusión, y disciplina en la acción. Esta orientación política del Comandante Chávez es más que nunca necesaria hoy, cuando la Revolución enfrenta desafíos gigantescos y sigue atravesando el período crítico abierto por la desaparición física de su líder fundamental.
La incertidumbre política originada por la fatalidad, se ha venido agudizando como producto de un escenario económico complejo que, por primera vez en mucho tiempo, amenaza con resquebrajar la base social de la Revolución.
No cabe duda que buena parte de las amenazas que se ciernen sobre la Revolución Bolivariana son de origen externo. Injerencia, sabotaje, propaganda, conspiración… Todos esos factores con los que se nos ha acosado desde que el Comandante Chávez decidió gobernar libre y soberanamente, sin otro imperio que la voluntad del Pueblo, recrudecen hoy que su ausencia nos ha debilitado en muchas formas diferentes.
Sin embargo, considero que en este momento debemos concentrar nuestros esfuerzos en examinar nuestra propia capacidad de generar políticas que nos hagan avanzar fortaleciéndonos, antes que fijar el foco en quienes buscan distraernos y desestabilizarnos.
En primer lugar porque las amenazas externas siempre han existido, y hemos logrado contenerlas y derrotarlas en buena parte gracias a nuestra fortaleza interna. Mientras se nos acusó de dictadores hicimos progresar la democracia, mientras se nos calificó de hambreadores hicimos retroceder la pobreza, mientras se pretendió que nos aislábamos tuvimos mayor relevancia geopolítica que nunca. La Revolución Bolivariana ha sabido derrotar internamente a sus calumniadores externos, haciendo de cada ataque una ocasión para construir una victoria.
En segundo lugar porque el pueblo venezolano, en su inmensa mayoría compuesto de buenos patriotas, está plenamente consciente de que las dificultades que enfrentamos tienen mucho que ver con nosotros mismos y juzga permanentemente, de acuerdo con sus fluctuantes expectativas y aspiraciones, cuan capaz es la Revolución de garantizarle un presente mejor que el ayer y un futuro aún mejor que el presente. Ninguno de estos venezolanos acepta que un gringo pretenda humillarlo, y concuerda con que su gobierno haga respetar la dignidad de la Patria, pero a la hora de atribuir las responsabilidades de los males que nos aquejan, muy pocos vuelcan la mirada hacia el imperio… Este criterio aplica de la misma manera hacia la desestabilización interna. Por más desleal y conspiradora que pueda ser la derecha venezolana, ello no garantiza la indulgencia popular hacia el gobierno, al cual se le exige que mantenga a la conspiración a raya, mientras garantiza políticas públicas efectivas. Nadie en su sano juicio, ni en Venezuela ni en ninguna parte, piensa que el principal responsable de sus problemas pueda ser la oposición…
En tercer lugar, porque la esencia de la Revolución radica en un sueño de transformación nacional hecha realidad día a día; en lo extraordinario hecho cotidianidad; en una puesta en movimiento de toda la sociedad hacia objetivos trascendentales pero con conquistas permanentes y palpables que demuestran que vale la pena seguir avanzando. La Revolución Bolivariana apunta hacia el mañana transformando el ahora. Además, Venezuela es un país de gigantescos recursos e inmensas potencialidades, en el cual la Revolución ha despertado conciencias y elevado el nivel de expectativas, de manera que las exigencias crecientes del pueblo no permiten que la Revolución se contente con reposar sobre sus laureles. Cada logro constituye el piso sobre el cual se debe construir otro logro superior, y no solamente en términos cuantitativos, sino, lo que es más complejo, cualitativos también. Venezuela debe seguir teniendo el mayor sistema público de educación, el más masivo sistema público de salud y el acceso más democrático a las tecnologías, pero debe también construir escuelas y universidades de excelencia, garantizar la mejor calidad de servicio médico, así como la más alta velocidad de conexión a la red, a la par de los mejores estándares internacionales. Una cosa no es pretexto para sacrificar la otra.
Ahora bien, la complejísima coyuntura económica por la que estamos atravesando, y los efectos políticos disruptivos que ésta ha generado, constituyen un obstáculo considerable para que la Revolución siga garantizando ese avance interno que ha hecho su fortaleza en la década pasada. Tenemos que poner todo en obra para conservar, o más bien recuperar, nuestra capacidad de transformar el presente, y no permitir que una regresión coyuntural en las condiciones materiales de vida de nuestros compatriotas, junto con la duda sobre la capacidad del nuevo liderazgo de la Revolución para conducir los destinos del país, se lleve esta obra gigantesca que tanto ha costado construir.
Pero para lograr ese cometido hará falta paradójicamente examinar con severidad nuestra estrategia, a la luz de circunstancias que han cambiado tan profundamente en un espacio tan corto de tiempo, que no nos ha permitido procesarlas adecuadamente. Y esa discusión debe ser abierta y profunda, permitiendo que se expresen sosegadamente las diferentes sensibilidades que conforman el movimiento revolucionario y bolivariano, sin que ello tenga que afectar su unidad ni su cohesión. Una vez más, de eso se trata lo de la irreverencia y la disciplina.
Por mi parte, pondré el énfasis en tres puntos fundamentales sobre los cuales deberíamos operar, más que una inflexión, un cambio de rumbo estratégico en el más corto plazo posible:
1. En lo político, fortalecer el liderazgo del Presidente Nicolás Maduro
Digámoslo de entrada, aquí no se trata de inventar un debate inexistente acerca de si un supuesto madurismo vendría ahora a remplazar al chavismo. Por una parte, el chavismo es nuestra filiación histórica común y, por otra, tal cosa como el madurismo no existe ni existirá, por lo menos no como ideología propia. Esto pareciera ser algo obvio, pero vale la pena subrayarlo para no perder el tiempo en discusiones estériles.
Sin embargo, no hay nada menos chavista que aquello del liderazgo colectivo. Uno de los legados incontestables que nos dejó el Comandante Hugo Chávez en cuanto al ejercicio de la política, es que el liderazgo personal en las complejas circunstancias de nuestra Revolución es necesario, debe ejercerse y debe ser reconocido. Ciertamente, el liderazgo no se decreta, y debe construirse, consolidarse y hasta debe tener algo de naturalidad y mucha legitimidad, pero lo cierto es que el chavismo necesita de un liderazgo personal sólido. Y finalmente ese liderazgo debe ejercerse (esta obviedad merece también ser resaltada) de cuerpo presente. Tener un líder histórico y una fuente suprema de inspiración no basta; hace falta quien lidere la batalla día tras día en este bajo mundo, y ejerza la jefatura política. Por tomar a modo de comparación un ejemplo algo extremo, podríamos decir que el liderazgo material del Presidente Nicolás Maduro no remplaza al liderazgo espiritual del Comandante Chávez, de la misma manera que el liderazgo de un Papa en la Iglesia Católica no remplaza la guía espiritual del Señor…
Por lo pronto, lo que es incontestable es que el propio Comandante Chávez designó a Nicolás Maduro como jefe político del chavismo, y que la mayoría de los venezolanos (y obviamente de los chavistas militantes) lo elegimos democráticamente como nuestro Presidente.
No apostarlo todo, sincera y efectivamente, a la consolidación del liderazgo de Nicolás Maduro sería un craso error, pues la fortuna del chavismo va de la mano con la de Nicolás Maduro, y está absolutamente claro que nuestra única opción es la victoria. En caso de derrota, no habrá una segunda oportunidad.
Y si me preguntaran en qué constituye esto un cambio de rumbo estratégico, respondería que hasta ahora a Nicolás Maduro se le ha reconocido en su función de Presidente de la República, pero no como jefe político del chavismo, con el derecho y el deber de imprimirle su visión personal a la construcción de la Revolución, trascendiendo la simple función de conservador del legado del Comandante. Volveré a este punto más adelante.
El liderazgo del Presidente debe tener dos columnas igualmente importantes.
La primera ya la hemos evocado, y es la histórica, cuyo punto culminante es la sublime alocución del Comandante Chávez el 8 de diciembre de 2012 designando a Nicolás Maduro como su sucesor. No me extenderé en este punto evidente, más que para subrayar el valor de los símbolos y las palabras para Chávez. Al hablar de su convicción «plena como la luna llena, absoluta, total», el Comandante no buscó simplemente hacer una figura de lenguaje en un momento tan grave. Conociendo el peso gigantesco de su palabra, Chávez indicó taxativamente y reiteradamente quien debía ser el jefe cuando llegara la hora de su partida. Hasta en eso ejerció un acto típicamente chavista de autoridad. Chávez jamás habló de una situación transitoria, ni de un cuerpo colegiado, ni de nada por el estilo, y su silencio al respecto es tan contundente como lo que sí dijo. En fin, creo profundamente que Chávez designó a Maduro para que, como él lo hizo, ejerciera su jefatura, y que en consecuencia el chavismo debe obrar para que ese liderazgo se consolide, pues en ello se juega el futuro la Revolución.
La segunda, es de naturaleza personal. Maduro no puede ser solamente el «hijo de Chávez» o el garante del legado. Tiene que imprimirle su visión personal a la conducción de la Revolución. Por una razón tan obvia como que Chávez y Maduro son dos hombres muy diferentes, y no solamente en lo que se refiere a la estatura política, como es evidente. A diferencia de Chávez, Maduro es un civil, y tiene un carácter profundamente urbano, por oposición a la ruralidad de Chávez. Tal vez por su formación de sindicalista tiene una visión muy pragmática de la política, en cierta manera menos ideológica o doctrinaria que la de Chávez. Eso no quiere decir de ninguna manera que sus convicciones sean menos firmes, sino que tiene un estilo más flexible a la hora de abordar los problemas. Todo esto va en concordancia, de hecho, con que Maduro no es el padre ideológico de una corriente de pensamiento, como sí lo es Chávez, sino que se trata del jefe político de esa corriente y está en la obligación de adaptarla a las circunstancias. El Comandante Chávez encarnó un modo de liderazgo titánico, demiúrgico, necesario para hacer renacer a la Patria de sus cenizas. Hoy, tras 15 años de Revolución Bolivariana, estamos en otro momento histórico al cual corresponde un liderazgo flexible capaz de sacar al barco de la tormenta y en cuya destreza seamos capaces de depositar nuestra confianza para dejarlo maniobrar según su mejor criterio. Ese hombre es sin duda alguna Nicolás Maduro.
¿Y quién puede negar que el pragmatismo es una virtud extremadamente necesaria en las circunstancias complejas que vivimos? ¿Cuál sería el papel de un líder si no el de imprimir su visión personal a la política y aglutinar la voluntad mayoritaria alrededor de esa visión?
En fin, estoy convencido que la mejor forma de que el Presidente Maduro siga el ejemplo de Chávez, no es tratando de imitarlo, sino ejerciendo el liderazgo como lo ejercía Chávez, con sus características propias, muy necesarias para la etapa de la Revolución que vivimos. El Maduro pragmático nos hace mucha falta. Al escogerlo como su sucesor, Chávez demostró una vez más que era mucho más visionario que todos nosotros.
2. En lo económico, fijar objetivos estratégicos y alcanzarlos con pragmatismo
El período turbulento que atraviesa la Revolución, tiene en buena parte causas económicas. Ciertamente, la Revolución ha sido la mayor ola de democratización política en la historia republicana venezolana, pero lo que le ha dado su extraordinaria originalidad ha sido su obra de democratización económica y social, a contracorriente de la tendencia global al incremento de las desigualdades. La Revolución Bolivariana se hizo indetenible tan pronto como logró generar ese movimiento ascendente, que generó por primera vez en la historia confianza y seguridad en las clases populares venezolanas. La despreocupación por el mañana, y la confianza de que el futuro será mejor que el presente, para uno mismo y para sus hijos, es uno de los cimientos más sólidos sobre los cuales construir un proyecto profundamente republicano. En la mayoría de las sociedades, la participación política tiende a intensificarse conforme se sube en la escala socio-económica. Eso se explica porque la política es un lujo para quienes viven en la angustia de la supervivencia y preocupados por el mañana. La Revolución Bolivariana conjuró esa maldición y masificó la participación política al hacer retroceder la inmensa incertidumbre económica y social en la que vivíamos la mayoría de los venezolanos.
Hoy, el fantasma de la regresión social nos acecha, y es imperativo exorcizarlo. Y lo peor es que no nos acecha porque el gobierno bolivariano haya renunciado a sus políticas sociales, que siguen plenamente vigentes. Paradójicamente, son los grandes desequilibrios macroeconómicos los que conspiran contra los esfuerzos sociales que hace el gobierno revolucionario, haciéndolo destruir con la mano derecha, por así decirlo, lo que va construyendo con la mano izquierda.
Y a eso me refiero cuando hablo de actuar con pragmatismo, porque no se trata de cambiar grandes orientaciones políticas, sino de tomar las acciones coyunturales apropiadas para alcanzar efectivamente los objetivos planteados políticamente.
La Revolución debe buscar por todos los medios generar estabilidad, y tiene que conseguir la ruta más directa para lograrlo, porque el tiempo conspira contra ella. Los desórdenes macroeconómicos a los cuales está sometida la sociedad venezolana tienen efectos rápidos y considerables en las condiciones de vida de los venezolanos. Hacer las cosas más o menos bien, en cantidad insuficiente o un mes tarde, tiene efectos muy importantes. El mejor ejemplo de ello es la inflación, cuyos estragos es imposible desandar. Por más inspecciones y ofensivas económicas que lancemos, si el resultado a fin de mes es 5% de inflación, el pueblo y el gobierno somos quienes perdemos. Porque el pase de factura es inmediato, y porque recuperar nivel de vida es mucho más lento y laborioso que perderlo. En cuestión de meses podemos perder lo que hemos construido en años, y que nos tomará años recuperar una vez que logremos invertir la tendencia. Y se trata exactamente de eso. De invertir la tendencia y rápido. Generando crecimiento, regresando la inflación a niveles manejables, racionalizando una política monetaria y cambiaria más parecida al funcionamiento de un casino que al de un Banco Central, y haciendo el esfuerzo de manejar la economía tal y como es hoy, y no como quisiéramos que fuera en un mundo que aún no existe. Porque la economía capitalista, que es la del mundo en el cual vivimos, debe ser piloteada de manera tal que no conspire contra los objetivos inmediatos de la Revolución (incrementar el bienestar material, democratizar la vivienda, la salud y la educación, etc), en un país donde el gigantesco peso económico del Estado es el que condiciona el comportamiento de todos los demás actores. Con estabilidad macroeconómica, altos precios del petróleo y políticas sociales de impacto, francamente no hace falta mucho más para progresar a pasos agigantados hacia una sociedad más avanzada. Un poco de pragmatismo y de eficiencia son suficientes.
La heterodoxia macroeconómica es necesaria para gobernar desde la izquierda: tener una estrategia audaz de inversión de las reservas internacionales, no sacrificar el crecimiento por anular la inflación, recurrir al déficit fiscal para sostener la actividad económica cuando es necesario, etc. Pero eso no quiere decir que se pueda hacer cualquiera de estas cosas sin límite, a nombre del anticapitalismo. Acabar con las reservas es peor que acumularlas en exceso, tener inflación de dos dígitos sin crecimiento es altamente regresivo socialmente, y fabricar moneda sin límite es simplemente destruir su valor. Conducir con racionalidad la política económica no es sinónimo de neoliberalismo, así como practicar la heterodoxia hasta la irracionalidad no es sinónimo de socialismo.
Hoy nuestro modelo social de avanzada está amenazado por el agotamiento de los recursos disponibles de la renta petrolera para darle sustento material. Sin mayor creación de riquezas, no podremos sostener el ritmo de avances sociales que requiere la Revolución. Ante esa perspectiva, dos grandes posibilidades se ofrecen a nosotros: Por una parte, producir más renta extrayendo más petróleo, y por la otra, generar nuevas riquezas produciendo otros bienes y servicios. Una aproximación pragmática consiste en buscar las vías más expeditas para alcanzar estos objetivos sin echar nuestros principios por la borda, pero también siendo realistas acerca de lo que es posible hacer aquí y ahora.
Para solventar nuestros más agudos y urgentes problemas de liquidez, parece más razonable apostarle a recuperar lo que ha caído nuestra producción petrolera tradicional -con algunos recursos bien dirigidos-, que esperar a que las megainversiones de la Faja multipliquen nuestra producción actual por dos o tres. Al precio de hoy, una producción adicional de 500 mil barriles día, generaría ingresos anuales adicionales por 16 mil millones de dólares, es decir, en 12 meses, el total de la deuda comercial que hemos acumulado en varios años. Sin duda suena menos épico que la Faja, pero bastante más factible en el corto plazo.
Todavía recuerdo la lección magistral de política que le propinó el Presidente Pepe Mujica a uno de nuestros anteriores Ministros de Agricultura y Tierras, al decirle que mientras él se estaba ocupando de construir el socialismo en el campo, los venezolanos nos estábamos alimentando de cereales importados producidos por empresas transnacionales. Ante esa cruel realidad, Pepe añadió que él preferiría consumir cereales (y alimentos en general) producidos por un capitalista venezolano en Venezuela, que generara riqueza en el país y le ahorrara divisas a la nación, antes que depender de las importaciones. Eso no será el socialismo, pero en el marco de las posibilidades que tenemos aquí y ahora, es indudablemente mejor que importar comida producida por los gigantes del agronegocio.
3. En lo social, construir una mayoría amplia para transformar en profundidad
Es evidente que el chavismo debe reconstruir su mayoría política para volver a ser la fuerza hegemónica que necesita y merece ser. 50% más un voto es ciertamente suficiente para ser un gobierno legítimo, pero no para desencadenar una marcha indetenible hacia el socialismo…
Para transformar nuestra sociedad en paz y con libertad, nuestra Revolución debe contar con el apoyo, tácito o manifiesto, de la inmensa mayoría de nuestros compatriotas. Esto no quiere decir que tengan que estar inscritos en el PSUV, sino que nuestras instituciones y nuestras políticas deben estar en sintonía con las aspiraciones de la inmensa mayoría de la población.
Para ello, el chavismo tiene que volver a ser aplastantemente dominante en las clases populares (los grupos socio-económicos D y E) que han sido históricamente su sustento, pero también sólidamente mayoritario en las clases medias (el grupo C) que la propia Revolución ha ensanchado. Las clases populares son aliadas naturales de la Revolución, en la medida en que ésta les garantiza políticas y derechos sociales que las hagan salir definitivamente de la pobreza y les abran nuevos horizontes para gozar de una vida plena y placentera. Hacer que millones de personas salgan de la pobreza quiere decir, por deducción lógica, que la clase media (en su expresión más modesta inicialmente) crece en proporción correspondiente. Este hecho extraordinario, del cual tendríamos que enorgullecernos ruidosamente, a veces pareciera generarnos incomodidad, como si nos hubiéramos terminado creyendo la caricatura miserabilista que ha construido la derecha sobre nosotros. Aquella que pretende que el chavismo busca una nivelación hacia abajo de las clases sociales, y sueña con destruir a las clases medias por ser la materialización de la pequeña burguesía.
Constituir una sólida clase media, concebida como un vasto grupo social central, altamente educado y disfrutando de un nivel de vida avanzado cualitativa y cuantitativamente, es y debe seguir siendo el objetivo más concreto de la Revolución Bolivariana. Alcanzarlo en el marco de una sociedad justa y solidaria, organizada alrededor del colectivo humano y no del dinero, es y debe ser su objetivo superior.
Pero para alcanzar ese horizonte sublime hay que sumar, y mucho, procurando que cada acción del gobierno revolucionario, en cualquiera de sus niveles, esté orientada a incorporar cada día más compatriotas a esa gran masa necesaria. A la par de asegurar la efectividad y pertinencia de nuestras políticas en todos los ámbitos, deberíamos también asegurarnos de desarticular todo lo que conspira contra la constitución de esa gran mayoría.
No existe ninguna razón objetiva, por ejemplo, para que un porcentaje importante de la población venezolana, especialmente en las clases medias y medias altas, esté fanatizado y radicalizado en contra de la Revolución. Que todos no nos apoyen es comprensible, pero que muchos estén dispuestos a cualquier locura para acabar con nosotros, no. Los acontecimientos del 2014, y la violencia desatada en las áreas urbanas de clase media contra el Estado y todo lo que la Revolución representa, es una interpelación política acerca de la sociedad en la que queremos vivir. Ciertamente la justicia y la ley deben de prevalecer, pero más allá de eso, es una necesidad desarticular políticamente la frustración que genera esa violencia, pues la Venezuela que la Revolución se ha planteado construir no puede incluir a las guarimbas y a la violencia política como un elemento permanente. No se trata de gobernar para una minoría, y menos una violenta, sino de exigirnos a nosotros mismos no dar ningún pretexto a la radicalización de quienes nos adversan. La falta de tal o cual producto no es una razón legítima para practicar el terrorismo político, pero el hecho es que algo tenemos que estar haciendo mal para que sea un calvario conseguir champú o leche en un país rico como el nuestro, y de eso se nutre la conspiración y la violencia. Desenmascarar a los violentos, pero darles pretextos para generar violencia es, una vez más, deshacer con una mano lo que se hace con la otra.
Los grandes desafíos que enfrenta la Patria nos emplazan a formular respuestas que deben tener carácter estratégico, pero cuya implementación necesita hacerse efectiva en el corto plazo. El breve espacio de tiempo que ha transcurrido desde que se inició la crisis histórica generada por la desaparición del Comandante Chávez, empieza a hacerse largo si queremos preservar la capacidad política de la Revolución de transformar en profundidad la realidad, sin contar con el liderazgo trascendental que él representaba.
El chavismo necesita un líder, y el Presidente Nicolás Maduro, como lo avizoró el Comandante Chávez, reúne las condiciones para ejercer ese liderazgo en circunstancias muy diferentes, donde la acción política debe impregnarse de pragmatismo y lograr la mayor cantidad de avances efectivos en el más breve plazo. El chavismo debe asumir la consolidación de este liderazgo como algo fundamental, y permitir que se manifieste con sus características propias.
La estabilización económica del país requiere que ese liderazgo pragmático se ejerza a plenitud, y al mismo tiempo constituye una condición de su consolidación a más largo plazo. La sociedad venezolana está sometida a tensiones económicas tales que son capaces de contrarrestar los esfuerzos de la Revolución por garantizar el progreso y la justicia social. Es necesario conjurar la perspectiva de la regresión social, y eso necesita una racionalización de nuestra heterodoxia macroeconómica, siguiendo el principio de que un medicamento es efectivo contra una enfermedad, solo si es administrado en dosis adecuadas. Además, nuestra política económica debe fijarse, con pragmatismo, objetivos concretos de crecimiento, inflación, tipo de cambio, etc, que permitan crear las riquezas que darán sustento material al modelo de progreso que es la razón de ser de la Revolución.
Ese modelo debe orientarse a reconstituir una gran base social de apoyo, una clase central acomodada que tenga un interés objetivo y compartido en el progreso colectivo de la sociedad. La Revolución debe fijarse como objetivo consolidar esa gran base social de apoyo para poder seguir impulsando transformaciones profundas en nuestra sociedad, que tienen ya menos que ver con saldar deudas del pasado, y cada vez más con el futuro que construiremos juntos. Para ello, la Revolución debe recuperar un apoyo masivo en su base social popular, adaptar su estrategia a la emergencia de nuevas clases medias producto de su política de desarrollo y justicia social, así como desarticular gracias a su efectividad la violencia política y la antipolítica que incuba en importantes sectores medios de la sociedad.
Tal vez así, emprendamos la Revolución en la Revolución a la que ha llamado el Presidente Maduro.
http://temirporras.blogspot.com/2014/06/que-hacer-en-esta-etapa-de-la-revolucion.html
* Temir Porras Ponceleón estudió Ciencias Políticas e Historia en la Universidad de La Soborna y en la École nationale d’administration. En la República Bolivariana de Venezuela fue Director de Política Internacional, viceministro de Asuntos Estudiantiles, vicecanciller de Europa, vicecanciller de Asia, Medio Oriente y Oceanía, secretario ejecutivo del Fondo Nacional para el Desarrollo Nacional y presidente del Banco de Desarrollo Económico y Social de Venezuela.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.