Quienes consideramos que Venezuela necesita de una oposición -y que el propio chavismo la necesitan o nos cansaremos de insistir en el tema. Yo no pierdo oportunidad de hacerlo. En cada escenario lo planteo, porque estoy consciente de que este proceso no entrará en una etapa de normalización mientras no cuente con una oposición seria, […]
Quienes consideramos que Venezuela necesita de una oposición -y que el propio chavismo la necesitan o nos cansaremos de insistir en el tema. Yo no pierdo oportunidad de hacerlo. En cada escenario lo planteo, porque estoy consciente de que este proceso no entrará en una etapa de normalización mientras no cuente con una oposición seria, y, sobre todo, confiable. No de una «oposición de su majestad» ni mucho menos. Al contrario, se trata de una oposición crítica, profundamente cuestionadora, pero que respete reglas de juego, que no se salga del marco constitucional. Una oposición que se presente ante el país como alternativa confiable. Como fuerza capaz de competir en el terreno democrático: las elecciones.
Hasta ahora no ha sido posible alcanzar ese objetivo. Se presenta la oportunidad y la dirección opositora la desaprovecha. La despilfarra con la ligereza de esos herederos pródigos que botan con rapidez la fortuna de los padres. Oposición que no sienta cabeza. Que en lugar de elaborar un proyecto de país, de presentar un mensaje creíble conectado a la realidad, de trabajar en el seno del pueblo, lo que hace es refugiarse en el odio, plegarse a los medios y estar a la caza de cualquier oportunidad para conspirar, así no puede tener éxito.
Estará condenada, como hasta ahora, a reincidir en el error, a fracasar en cualquier episodio en que participe.
Muchos nos hicimos la ilusión de que las cosas cambiarían.
Que luego del resultado electoral del 2D, cuando la oposición pudo constatar que electoralmente es posible obtener victorias, y que el CNE, el gobierno y el chavismo las respetaban, uno imaginó que ese sector entraría en razón. Se colocaría a derecho y se dedicaría a trabajar con seriedad para los comicios regionales y municipales del 23 de noviembre. Pero no fue así. El éxito del 2D envaneció a la oposición. La extrapolación voluntarista de lo sucedido en esa fecha la llevó a hacer cálculos alegres. A trasladar, mecánicamente, un evento con determinadas características a otro en un contexto diferente. A sumar mangos con cambures.
Pero lo más inquietante es que la oposición en vez de afianzarse en valores críticos actualizados, en la voluntad de no repetir pasados errores, incurre en las mismas actitudes que la llevaron al fracaso. Por un lado se olvida de la calle. Por otro, delegó en los dueños de medios lo esencial de la actividad política -mientras que el chavismo hace lo contrario-. A esto hay que añadir que a medida que el tiempo transcurre, las ilusiones que se forjó la oposición de un resultado favorable en noviembre, se esfuman. Lo que determina que los sectores duros, nostálgicos de pasadas aventuras, se fortalezcan. Hoy la oposición vuelve a girar en torno al dilema de participar electoralmente con talante democrático o hacerlo con una carta oculta bajo la manga. Lo demuestra su actitud ante la denuncia de un plan conspirativo, sospechosamente banalizado.
Otro aspecto es que, de nuevo, la dirigencia partidista opositora declinó en los dueños de medios el liderazgo: mensaje, movilización, selección de candidatos. Lo mismo que pasó durante los años 2002-2003, cuando los propietarios de los medios privados más importantes condujeron los acontecimientos, provocando que partidos y organizaciones gremiales se embarcaran en la aventura.
Resta señalar que hoy la oposición está aún más vinculada a factores foráneos. Reafirma su condición consular, dependiente, digitalizada desde afuera, lo que le hace un daño terrible.
¿Es la oposición venezolana un caso perdido? ¿Está el país condenado a no tener oposición? Sin duda que habrá gente que considere positivo que el país no tenga una oposición con prontuario. Yo no. Lamento que sea así, y aguardo el momento en que cambie la situación.