Petrocaribe parece haber llenado de dudas a los tanques pensantes de Washington. Con los precios que ya tiene el petróleo (alrededor de 60 dólares el barril) y los que podría alcanzar este mismo año (cerca de los 100 USD el barril), la decisión de Chávez de compartir las enormes riquezas de Venezuela con sus vecinos […]
Petrocaribe parece haber llenado de dudas a los tanques pensantes de Washington. Con los precios que ya tiene el petróleo (alrededor de 60 dólares el barril) y los que podría alcanzar este mismo año (cerca de los 100 USD el barril), la decisión de Chávez de compartir las enormes riquezas de Venezuela con sus vecinos de menos recursos, los intriga y desconcierta.
Tipo Petrocaribe -que compensa las asimetrías económicas en favor del más débil- no se reporta la existencia de alianzas anteriores. Quizás por eso, un analista de BBC Mundo debió remitirse a las declaraciones de Alí Rodríguez Araque:
«No partimos de posibilidades, sino que tenemos la realidad como punto de referencia: ese feliz intercambio entre Cuba y Venezuela…», dijo el canciller venezolano, en clara alusión al acuerdo entre los dos países, que dio nacimiento a la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), como el único antecedente válido para entender el nuevo proyecto integrador.
El analista de BBC acepta el referente, pero no escapa de los preconceptos al tratar de explicarlo. Según el autor: «la estrecha relación entre Caracas y La Habana tiene su origen en lo que parece ser el afecto personal que se profesan Chávez y Castro».
El inconveniente está en que ese argumento resulta insuficiente para explicar las dimensiones regionales del ALBA, ni siquiera las zonales de Petrocaribe. Entonces, el autor apela a un tanque pensante del Consejo de Asuntos Hemisféricos con sede en Washington. Para Hampden Macbeth todo es cuestión de «mutua necesidad: Chávez necesita la experiencia cubana en salud y educación para sus misiones y Cuba necesita el petróleo para apuntalar su economía».
Pero esta otra teoría, tan simple como la de los afectos personales, tampoco alcanza para explicar que la colaboración se extienda al Caribe, o que en perspectiva esté concebida para las dos Américas (y no solo la Nuestra, como aclaró Chávez en persona, durante una conferencia magistral sobre el ALBA en abril pasado en La Habana).
Diálogo Interamericano, también con sede en Washington, va más lejos. Según una de sus directivos citada por BBC: «Cuba y Venezuela han abierto un frente alternativo en América Latina, ante la opinión en algunos países, quizás mayoritaria, que tanto el neoliberalismo económico como la democracia representativa no han resultado en una mejoría para la mayoría de los latinoamericanos».
Cuida mucho las palabras la experta de Diálogo. ¿Es solo la «opinión en algunos países» o es una crítica y dolorosa verdad de que son precisamente el sistema político y el juego económico, impuestos desde Washington y casi siempre avalados por esas propias instituciones, las fuerzas que han situado a las abrumadoras mayorías latinoamericanas frente a incertidumbres abismales?
Nadie espera, por supuesto que estos expertos se «tiren a fondo» en el asunto de las asimetrías y las crisis actuales o futuras de Latinoamérica y el Caribe, pero no es difícil advertir que, cuando se trata de Cuba y Venezuela, adicionalmente, sus misiones parecen reducirse a poner cuño, descalificar, envenenar, desde la atalaya del «experto».
Por eso las mediastintas que sobran en la evaluación del panorama socioeconómico regional, se tornan afirmaciones categóricas, cuando la vicepresidenta de Diálogo dice de Chávez que, «su estrategia de retener el poder no sería la que es sin la asistencia del aparato político cubano.»
He ahí otra grosera simplificación de los hechos, que silencia interesadamente las razones por las que a Chávez supuestamente le interesaría retener el poder. ¿Qué le impide reconocer que solo en los últimos seis años y por primera vez en la historia de Venezuela, el poder no ha sido fin sino medio, y no se ha usado para enriquecer a una casta sino para llevar los beneficios de la abundante renta petrolera hasta las mayorías hambrientas que nunca antes accedieron a ellas?
Si bien se citan las «misiones», no se las explica, no se dice que han permitido la alfabetización de 1 400 000 personas y cubierto de médicos, estomatólogos, técnicos de salud, y atención de primera clase a los superpoblados cerros caraqueños y otros confines de la miseria donde se cobijaron por más de 50 años los desheredados de la fortuna de ese país tan rico con un pueblo tan pobre, que fue ala Venezuela de copeyanos y adecos alternándose en el poder.
Si de verdad se quiere llegar hasta la raíz del nuevo proyecto integracionista, ningún analista serio ignoraría el contenido de las misiones ni los cambios profundos que ellas han generado en la sociedad venezolana. Pero el pragmatismo acorta la vista y los prejuicios limitan la observación. De lo contrario, advertirían que la generosidad siempre ha sido incompatible con la mezquina ambición de poder.
¿Y Cuba, qué busca Cuba?
Ambos expertos coinciden en tratar de explicar los motivos cubanos a la sombra de la vieja teoría de la dependencia. Según ellos, dependemos ahora del petróleo venezolano como antes del soviético. Solo que ese análisis borra toda la década (hasta 1999) de resistencia y recuperación, por la que Cuba transitó en solitario antes de la llegada de Chávez al poder.
Decididamente, el Consejo de Asuntos Hemisféricos y Diálogo Interamericano están incapacitados para evaluar la trascendencia del fenómeno que estremece a la región, ese que deslumbró a José Saramago en su reciente viaje por América Latina y lo hizo anotar con asombro que «algo está pasando» en esta parte del mundo, observación que, puesta frente a la de los tanques pensantes de Washington, marca la exacta distancia entre la mirada sensible y el análisis plagado de prejuicios.
Por supuesto que ninguna evaluación salida de los círculos intelectuales leales a Washington reconocerá generosidad o sentido de responsabilidad detrás de los dinámicos procesos integracionistas que promueve Chávez.
No solo porque no los comparten, sino porque no los comprenden. Tal como los generales romanos -formados en la «ética del imperio», que hizo de la conquista y el sometimiento de otros pueblos un derecho natural – despreciaron, persiguieron y condenaron a los primeros cristianos que, generosos y humildes, practicaban la ética inversa.
La paradoja está en que supuestamente, después de la llamada conversión de Constantino, se impuso en Occidente la ética cristiana, o al menos eso dicen todos los que van a misa los domingos para hacer profesión de fe en valores universales como la justicia y la generosidad de quienes más tienen con quienes tienen menos o no tienen nada.
¿En qué momento entonces de la historia (o la prehistoria) humana la generosidad se convirtió en un acto sospechoso para la cristiandad de Occidente? ¿O el problema es esta generosidad en concreto, ésta de Venezuela, que como la que ha practicado Cuba durante 46 años, provoca dudas porque se trata de un acto soberano de Estado y no la limosna presumida de un capitalista ahíto de dinero?
A la primera pregunta tendrían que responder los historiadores que tan bien conocen de las traiciones que ha sufrido la original ética cristiana desde la cruxificción hasta nuestros días.
A la segunda me atrevo a responder humildemente. Sí, esta generosidad de los que teniendo poco deciden compartir lo poco o lo mucho que la naturaleza o los esfuerzos propios les dieron, es muy incómoda para aquellos que se han apoderado hasta de lo que no les pertenece y aun así demandan más como si ninguna posesión les resulta suficiente.
Por otro lado, la generosidad de Chávez es, efectivamente, un acto inédito en la historia más reciente. Pero en el pasado no lo fue. ¿Acaso no dieron más, no dieron sus propias vidas los que con Bolívar cabalgaron por toda América tras el ideal de independencia y formación de una gran nación que casi dos siglos después es todavía un sueño?
¿No se han ido en el último medio siglo cientos de miles de cubanos hasta mundo desconocidos para salvar de la muerte, la insalubridad, la ignorancia, a otros pueblos tan o más pobres y compartir con ellos un capital humano que es en definitiva nuestra única riqueza?
Debe molestar mucho a quienes, desde un injusto poder económico levantado a puro chorro del petróleo venezolano o del talento y los recursos robados a nuestros pueblos, ni siquiera cumplen su compromiso de donar el mísero 0,7 por ciento de sus multimillonarios PIB para aliviar la pobreza de otros pueblos.
Petrocaribe como Petrosur, Telesur, el ALBA en definitiva, no son más que pruebas de cuánto puede cambiar al mundo un gesto generoso.
Pero también son denuncias contra la ética contraria: la de la especulación financiera que infla precios solo pagables por los poderosos y la de los emperadores expertos en autoatentados y mentiras que desatan guerras para apoderarse de recursos energéticos ajenos.
Concedamos a la mediocre filosofía de los que no creen en la generosidad porque sí, porque a la humanidad le hace tanta falta como la justicia, que hay algo detrás de la generosidad de Chávez. Hay algo sí: hay un mundo nuevo naciendo. Y hay también un montón de peligros que lo acechan, como ya se puede advertir en la maledicencia de los expertos.