Todo parecía indicar que la historia avanzaba por la senda del progreso, y de pronto ocurrió que el mundo se puso a dar vueltas al revés, modificando un rumbo que parecía inamovible. Demasiado ingenuos, tras habernos pasado media vida teorizando las maldades del capital. Con objeto de situar lo que quiero exponer (y no para […]
Todo parecía indicar que la historia avanzaba por la senda del progreso, y de pronto ocurrió que el mundo se puso a dar vueltas al revés, modificando un rumbo que parecía inamovible. Demasiado ingenuos, tras habernos pasado media vida teorizando las maldades del capital.
Con objeto de situar lo que quiero exponer (y no para contar la típica «batallita»), tengo que decir que pertenezco a una generación marcada, como todas, por los acontecimientos históricos.
Es la generación nacida a mediados del siglo XX, lo que significó para muchos padecer las hambrunas de la post-guerra, europea y española, y la necesidad de trabajar desde niño/a con el consiguiente abandono de la escuela. La explotación medieval del campo, la paternalista de las pequeñas empresas y la brutal de las grandes, curtió (sólo en algunos, no vayamos a generalizar) la rebeldía y la lucha que se cobró no pocas víctimas.
El candil en la casa dejó su lugar a la bombilla; de la hambruna pasamos al frigorífico y de las relaciones laborales semi-feudales a unos derechos laborales, sistema de pensiones, etc. Atrás quedó también la represión política, social y familiar, con todos los matices que haga falta. Y entramos en Europa, creyendo que alcanzaríamos las cotas de libertad y derechos sociales que veíamos por la prensa y la emigración tras el cristal del escaparate.
En resumen, que nuestra biografía, como generación, está marcada por un devenir histórico que, aunque zigzagueante, parecía orientado hacia el progreso en todos los ámbitos de la vida.
Y en estas tuvimos hijos, a los que enseñamos que para disfrutar tranquilamente de los frutos de esta especie de paraíso terrenal, tan sólo era necesario un poco de esfuerzo personal, adquirir la adecuada preparación profesional, y ser una persona más o menos honrada y decente. ¿Para qué complicar la vida a los hijos con organizaciones y luchas, si ya no sería necesario como antaño?
Pero viene el derrumbe de los países socialistas, y el capital decide que ya no hace falta gastar más dinero en tener a los obreros del primer mundo en la burbuja del estado del bienestar en que nos tuvieron (para no caer en la «tentación» del comunismo), y empiezan a recortar derechos a saco. ¿Cómo se iban a imaginar algunas personas de nuestra generación que, después de ayudar a pagar el piso a sus padres, les iba a tocar hacer lo mismo con sus hijos?
Con los derechos sociales que teníamos no resulta fácil asimilar que a la mayoría de los que ahora sois jóvenes, cuando os llegue la edad de jubilación, tendréis que acogeros a programas de beneficencia, si es que para entonces existen, y seguir trabajando, no sólo hasta los 67, sino hasta que no podáis más, si queréis comer algo y dormir bajo techo.
Sabíamos que el capital es insaciable, pero ingenuamente creímos que era indefinido el pacto realizado entre la clase obrera y la burguesía tras las guerras mundiales. Pero no, era temporal y sin derecho a indemnización. Para qué disminuir sus beneficios, si ya no es necesario. Se nos olvidó que toda conquista social, o se mantiene vigilante y con lucha, o se pierde tarde o temprano.
Hemos entrado en la jungla, en la que ya estaban desde siempre las ¾ partes de la humanidad, pero que nosotros sólo conocíamos, muy parcialmente, por las noticias, aunque nos consolábamos pensando que era consecuencia de gobiernos corruptos y personas vagas y mal preparadas. La jungla la tenemos ya aquí, y a las víctimas más visibles de gitanos rumanos, negros subsaharianos o indios sudamericanos, se han incorporado también los jóvenes blanquitos, todavía con cierto nivel de consumo superfluo, pero que no tienen ninguna perspectiva de poder crear su propio hogar, construir una carrera profesional, o imaginar una vejez tranquila y sin hipotecas.
Ese es vuestro/nuestro futuro, que ya es presente, por si no os habíais dado cuenta. Y si no espabiláis/espabilamos, estamos todos jodidos. En Francia los adolescentes se han unido a la lucha de sus padres porque «no quieren vivir peor que ellos».
La lucha es necesaria en todos los ámbitos de la vida: Con uno mismo para no deteriorarse, y en las relaciones familiares, sociales y laborales, para que a uno no le avasallen.
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