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Que no haya silencio en la derrota (I)

Fuentes: Rebelión

Es claro que ningún análisis rápido o superficial de lo que ocurrió el domingo 6 de diciembre de 2015 puede abordar en profundidad todo lo que significan los desastrosos resultados. De modo que con este artículo iniciamos una serie, ya que el tratamiento de los temas que nos preocupan no puede ser agotado en un […]

Es claro que ningún análisis rápido o superficial de lo que ocurrió el domingo 6 de diciembre de 2015 puede abordar en profundidad todo lo que significan los desastrosos resultados. De modo que con este artículo iniciamos una serie, ya que el tratamiento de los temas que nos preocupan no puede ser agotado en un solo análisis.

Lo primero es no endulzar el amargo trago. El lunes 7 compartimos el dramático planteamiento de la realidad que hiciera Miguel Pérez Pirela en el excelente editorial de su programa «Cayendo y corriendo». Ya no hay espacio para los maquillajes ni los edulcorantes. Tenemos la sospecha de que cuando el CNE anunció que la MUD había obtenido 99 diputados, ya se sabía que en realidad lograba más de 100. Acaso nos hicieron como en esas tiendas gringas que venden todo a 99 centavos para no decir que cuesta un dólar. Bien, en realidad serían astucias de la política que no tienen nada de criticables: se llama amortiguar el impacto del violento choque. Hoy ya se conoce la dimensión de la caída: la derecha alcanzó la mayoría calificada de la Asamblea Nacional y sacó una amplia ventaja de más de dos millones de votos en los números nacionales.

Hemos sufrido un golpe seco y estamos en conteo de protección. No obstante, le decíamos a un compatriota que un buen boxeador se levanta después del knock down y vuelve a la pelea. Claro, difícilmente podrá ganarla si, por una parte, no tiene la capacidad de moverse en el ring hábilmente para «pasar» el golpe y si no hace cambios fundamentales en su estrategia de combate. Ahora es que sabremos cuán bueno y capaz -o no- es el boxeador del chavismo.

La Revolución ha sufrido además un durísimo golpe moral. Hacíamos de tripas corazón el lunes para mostrarnos optimistas, positivos y hasta risueños, hasta donde pudimos, para tratar de dar ánimos a nuestra gente, devastada por la humillante derrota. Recordé, íntimamente, la avasallante goleada que le dio Alemania a Brasil en una de las semifinales del más reciente Mundial de fútbol. Nos dieron hasta con el tobo; si no lo reconocemos así, el análisis crítico comenzaría mal.

Una de las cosas que resultó más dolorosa para el chavismo es que se le convenció de que íbamos a ganar. Aun recordamos la engañosa cifra que se ostentaba en VTV el día sábado 5, según la cual habíamos registrado más de 8 millones de compatriotas en el 1 x 10, una falsedad que hizo más mal que bien. A nosotros la derrota no nos sorprendió tanto, ya que habíamos contemplado todos los escenarios, Lo dijimos en un análisis del 17 de noviembre pasado: «Muchos piensan, con buenas razones, que el chavismo logrará otra vez la mayoría parlamentaria. Nosotros también, pero no apostaríamos nuestra cabeza a ello, no nos confiamos, debemos insistir en que nada está escrito y que una victoria revolucionaria, en la complicada situación que vive el país, tiene que ser luchada palmo a palmo hasta el último voto que se emita ese primer domingo de diciembre«.

Por otro lado, nuestra conciencia está tranquila, ya que nos hemos cansado de ser críticos leales en la filas del chavismo. No ahora, cuando comenzarán a aparecer «críticos» por todos lados. Ya lo decíamos en el mencionado análisis del 17 de noviembre: «Hay cosas que debemos decir ahora mismo, porque si nos fuera tan solo relativamente bien en las elecciones, o absolutamente mal, muchos que ahora callan querrán aparecer como agudos y hasta ácidos críticos, oportunistas y desleales hay en todas partes. Además, probablemente se iniciaría un reparto de culpas, algunos, acaso muchos, comenzarían a echarle las culpas a los demás. Si el presidente habla de «renovación» suponemos que lo apunta independientemente del resultado electoral, al menos esperamos que sea así. El descontento tiene muchas causas y todas tienen que ver, de algún modo, con cierto estancamiento e incluso retroceso del espíritu original revolucionario, del ímpetu transformador, de la rebeldía chavista. No tiene nada de raro que el ejercicio del gobierno genere algún grado de anquilosamiento, suele suceder«.

Pero este espíritu crítico lo enarbolamos desde hace tiempo, gracias a Dios. Pocos días después de que perdimos el referéndum de la reforma constitucional, en marzo de 2008, escribimos un artículo donde señalábamos (y repetíamos) críticas que ya habíamos hecho. El artículo se titulaba «¡Te lo dije, Chávez!» y rezaba, entre otras cosas, «… no caigamos en la tentación de edulcorar lo que ha ocurrido: hemos sufrido una sonora derrota, la oposición ha frenado nuestra Reforma y hemos perdido, de manera insólita y en apenas un año, tres millones de votos, equivalentes a 14 puntos porcentuales. De manera que aquí se impone hoy más que nunca una reflexión profunda, porque la Revolución está en peligro… mi conciencia está tranquila, porque cuántas veces advertí los grandes peligros que surgían del estilo burocrático, verticalista, adulador y acrítico que se practica desde el Estado venezolano, así como de los garrafales horrores comunicacionales que hemos venido cometiendo«. Claro, en aquel artículo dijimos que «he venido arando en el mar, porque pocos me han oído. No importa, seguiré hablando y siendo una piedra en el zapato, porque esa es, en este momento más que nunca, mi responsabilidad«.

La verdad es que, en muchos sentidos, hemos seguido arando en el mar desde entonces, y lo seguiremos haciendo tercamente, porque tal vez alguna vez nuestros líderes se abran de verdad a las voces críticas, y no solo de la boca para afuera cuando las cosas van mal. Fue uno de los conceptos inteligentes que Pérez Pirela en el referido programa, en el sentido de que el liderazgo del Gobierno y del partido deben tener confianza en la crítica y no poner bajo sospecha al que crítica.

Y también, en el mismo artículo citado: «…aquí ha llegado la hora de llamar las cosas por su nombre, de manera descarnada, antes de que la ausencia de la autocrítica leal, honesta pero también franca y sin cortapisas, nos distraiga del anuncio de catástrofe futura que el gran mensaje enviado por el pueblo nos ha enrostrado: o cambiamos de verdad o esto se va ir al demonio más temprano que tarde. No es la hora de los aduladores de oficio, es la hora de los revolucionarios críticos«. Todavía habría que decir unas cuantas cosas sobre este tema en particular, pero está bueno por hoy.

Atentos, camaradas, que durante toda esta semana seguiremos analizando lo que ocurrió el domingo, sus causas y sus probables consecuencias. Les prometemos que estará interesante, porque como decía un periodista «de cuyo nombre no quiero acordarme»: no ocultaremos nada.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.