Acabo de leer un artículo de Joao Pedro Stédile, en Argenpress, que me ha dejado con hondas preocupaciones sobre el destino del Brasil en su actual etapa. Tras un largo período de crisis de su modelo económico la clase dominante brasileña aceptó un papel subalterno del capital internacional y pasó a implementar las políticas neoliberales, […]
Acabo de leer un artículo de Joao Pedro Stédile, en Argenpress, que me ha dejado con hondas preocupaciones sobre el destino del Brasil en su actual etapa.
Tras un largo período de crisis de su modelo económico la clase dominante brasileña aceptó un papel subalterno del capital internacional y pasó a implementar las políticas neoliberales, afirma Stédile, y continúa sosteniendo que las políticas neoliberales desnacionalizaron la economía, debilitaron el poder del Estado y dieron libertad total al capital internacional. Pero esa subordinación no condujo a un nuevo ciclo de desarrollo. Ninguna de las nuevas formas de acumulación de capital en la esfera financiera genera riqueza nacional, ni empleo, ni trabajo, ni distribución de renta.
Lula ascendió al poder con la promesa de que terminaría con el hambre. El capitalismo internacional había entrado en una fase de total hegemonía del capital financiero, mezclado con los grandes grupos monopólicos, que dominan el comercio, la industria y los servicios. El pueblo brasileño entendió que con su voto había rechazado el modelo neoliberal, causante de la miseria nacional. Las elites aceptaron una alianza con el nuevo régimen con el fin de influir en el rumbo del neoliberalismo. Pasado casi la mitad del mandato, el resultado está ahí, se sigue una política económica neoliberal, controlada por la clase dominante brasileña. Lula no ha propiciado la instauración de un nuevo sistema, ni siquiera ha esbozado la posibilidad de un cambio radical.
El Brasil moderno emerge de dos figuras patriarcales Luis Carlos Prestes y Getulio Vargas. El primero, luchador comunista, encabezó una larga marcha guerrillera y un infructuoso intento de dominar el más populoso país latinoamericano en la década del veinte. El segundo, fue una figura contradictoria que se debatió entre el reformismo y la represión.
Este nuevo capítulo de Lula en la historia brasileña recuerda al de aquél demagogo brillante que dominó la escena en los años treinta y cuarenta, Getulio Vargas, quien mantuvo una imagen de fuerte impronta en los brasileños. Hijo de un general tuvo una crianza pampera y aprendió los hábitos de la vida ranchera. De fuerte carácter halagó la sensibilidad popular y se convirtió en un caudillo de inmensa popularidad.
En 1930, comenzó la erosión del predominio de los terratenientes. El Estado Novo, de 1937 a 1945, marcó el nacimiento de un sistema que favorecía el auge de la industria nacional para sustituir las importaciones. Fue Getulio Vargas quien creó el monopolio estatal del petróleo con la creación de Petrobras. La defensa reformista de los intereses de la clase obrera fueron dos características de su gobierno. Las leyes de beneficio social le hicieron inmensamente popular. Su doctrina del «travalhismo», y el nacionalismo populista de su mandato, suscitaron un apoyo delirante de las masas.
Combatió a la oligarquía y refrenó a los comunistas, amplió la intervención del estado en la economía y llenó las cárceles de opositores políticos. Creo una especie de populismo corporativista que tenía rasgos del fascismo, pero supo someter a los fascistas locales. Los militares derrocaron a Getulio en 1950, con el beneplácito de Estados Unidos, pero el caudillo resurgió de sus cenizas siendo electo de nuevo en 1954. Pretendió realizar una reforma agraria y fue derrocado de nuevo.
En su política exterior se entregó a Estados Unidos y terminó suicidándose, tras dejar una carta donde acusaba al imperialismo y la oligarquía nativa (a las que llamó «las fuerzas oscuras»), de obstaculizar su obra de gobierno. Considerado en perspectiva Getulio Vargas nunca colmó las verdaderas esperanzas populares y terminó decepcionando a sus seguidores por falta de decisión para emprender soluciones radicales.
Una defraudación más va a dejar un grave impacto en la conciencia de los brasileños que depositaron un enorme caudal de expectativas en el actual presidente. El triunfo de Lula en Brasil abrió un sendero de esperanza. Algunos compararon aquella victoria con la de Salvador Allende en Chile en 1970. Lula empleó un lenguaje muy tajante y hasta extremista, amenazando con romper la estructura capitalista de la sociedad brasileña. Ahora se ha corrido hacia el centro, mostrando una moderación que pudiera apaciguar la ansiedad bursátil y la fuga de capitales. Falta por ver hasta dónde va a llegar en el camino de los compromisos y las concesiones.