El conocido mito de Pandora sirve para ilustrar el importante reto histórico al que se está enfrentando el Reino Unido, pues un obsequio similar a aquel que recibió la bien dotada de mano de Zeus es el que Theresa May heredó en 2016 del ex primer ministro David Cameron. Ni que decir tiene que Theresa […]
El conocido mito de Pandora sirve para ilustrar el importante reto histórico al que se está enfrentando el Reino Unido, pues un obsequio similar a aquel que recibió la bien dotada de mano de Zeus es el que Theresa May heredó en 2016 del ex primer ministro David Cameron.
Ni que decir tiene que Theresa May no es Pandora ni, obviamente, David Cameron es Zeus (en todo caso, Epimeteo). Cuestión distinta es que el brexit se termine materializando en una especie de versión contemporánea del famoso mito, para infortunio de todos aquellos ciudadanos europeos (británicos o no) que son firmes defensores del proceso de integración.
El Acuerdo de retirada: ¿el principio del fin?
Un contenido optimismo afloró en Bruselas el día que Theresa May decidió volver a Londres con el Acuerdo de Retirada bajo el brazo. Este era el resultado de duros meses de trabajo y negociaciones que bien pudieron irse al traste, a última hora, con ocasión del órdago lanzado por el presidente Sánchez a expensas de la cuestión de Gibraltar . Pero lo cierto es que, pese al suspense final, el primer escollo para lograr el tan ansiado (para ambas partes) brexit blando pudo salvarse .
El testigo le llegó entonces a la cámara baja del Parlamento británico ( Cámara de los Comunes ), donde el pasado 9 de enero el Acuerdo fue rechazado sin paliativos por una amplísima mayoría de diputados (432 en contra y 202 a favor) de variado origen e ideología, entre los cuales se encontraban un buen número de parlamentarios conservadores (partido político al que pertenece la primera ministra y en el que reina una clara división entre los partidarios de un brexit negociado y una salida dura de la Unión).
Ante tan sonada derrota se esperaba, como la propia May había prometido, la presentación a la postre, y ante la misma Cámara de un Plan B. Una alternativa susceptible de desatascar la situación o, al menos, resolverla temporalmente, habida cuenta de que la fecha límite prevista para que el brexit se materialice (con o sin acuerdo) se cumple el próximo 29 de marzo de 2019.
El problema es que el tan ansiado Plan B ha resultado ser un no plan, una especie de ardid cosmético, más propio de un trilero que de una primera ministra británica. Una negligente y desidiosa maniobra que, de momento, les/nos sitúa al borde del abismo. Esto es, a las puertas de un no acuerdo o retirada salvaje.
Este hecho obliga a reflexionar sobre los posibles escenarios ante los que nos podríamos encontrar como consecuencia de esta especie de ruleta rusa en versión británica. Pero, antes de llegar a ese punto, sería interesante cuando menos resaltar los principales escollos con los que el Acuerdo se ha topado.
Dos son los problemas técnico-jurídicos principales. Tras ellos, un tercero de índole mayor que debe destacarse y en el que sin duda hunde sus raíces tanto el brexit como la nefasta gestión que de él están realizando las autoridades del Reino Unido.
Ese tercer problema no es otro que la consabida falta de consenso. Desde la convocatoria y la celebración del infausto referéndum , hasta la manera de negociar el recién rechazado Acuerdo de retirada. Nada de lo ocurrido, desde entonces hasta ahora, ha contado con el consenso necesario. La falta o ausencia de ese acuerdo general sigue contaminando y lastrando el debate entre los miembros de la élite política británica y ha abierto una fractura sin precedentes en la población.
El modelo de relación futura: Noruega o Canadá
Una parte importante de los diputados de la Cámara de los Comunes -entre ellos un buen número de diputados pertenecientes a su mismo partido- consideran que el Acuerdo alcanzado por May no beneficia en nada o en muy poco al Reino Unido, pues, entre otras cuestiones, no establece de manera clara y detallada, tal y como se le prometió a la Cámara, cómo se va a articular la futura relación con la Unión Europea. Si esa relación va a ir, como el Acuerdo inicial parecía apuntar, más en la línea del modelo noruego ( propuesta Chequers ], o si, por el contrario sería más conveniente optar por el modelo canadiense acicalado con ciertas mejoras.
Este primer dilema es harto difícil de resolver a estas alturas del proceso.
Primero, porque el modelo por el que se van a regir las futuras relaciones entre el Reino Unido y la UE es un capítulo de la negociación aparte que, conforme al TUE, sólo se abrirá una vez el Reino Unido formalice su retirada. No admite anticipos.
Segundo, porque ni los propios conservadores han logrado ponerse de acuerdo sobre la conveniencia de un modelo u otro. En cualquier caso, se debe advertir que el Acuerdo sometido al escrutinio de la Cámara contiene una imprecisa declaración política que deja entreabiertas ambas puertas.
La cuestión irlandesa
Si la elección del modelo de cooperación que debe regir las relaciones futuras con la UE ha dado lugar a interesantes debates y enfrentamientos, la cuestión irlandesa se perfila, sin duda, como el escollo técnico-jurídico más costoso, complejo y relevante del Acuerdo. El problema de la salvaguardia o backstop puede convertirse en el dilema más grave al que el brexit se enfrenta.
Conforme al Acuerdo negociado, esta condición o compromiso implica asumir que la salida del Reino Unido de la UE no conllevará el levantamiento de obstáculo fronterizo alguno entre las dos Irlandas, esto es, se deberá seguir manteniendo una frontera abierta tal y como se estableció en los Acuerdos de Viernes Santo con los que, recordemos, se puso fin al largo periodo de violencia en el Ulster entre católicos (partidarios a la unión con Irlanda) y protestantes (deseosos de mantener su condición de británicos).
El backstop -que sólo se activaría en caso de no lograrse un acuerdo comercial que solvente la cuestión de la frontera irlandesa- implica que, una vez formalizada la retirada y mientras no se encuentre una solución mejor para la totalidad de la isla, Reino Unido y la UE compartirán un territorio aduanero único, para evitar aranceles, cuotas o controles en los productos que circulen entre Irlanda e Irlanda del Norte. En Irlanda del Norte, además, se aplicarían algunas normas europeas, como la legislación sobre el IVA y los impuestos especiales, y las relativas a mercancías y a controles veterinarios.
Los unionistas norirlandeses (socios de gobierno de May) y algunos otros comunes, no están conformes con esta solución -a priori temporal- pues implicaría:
– El mantenimiento de un régimen jurídico, económico y comercial diferenciado, distinto al que regiría en el resto del territorio británico;
– Que una parte del Reino Unido continuara sometida a la normativa y control europeos;
– O -el mayor temor para los unionistas irlandeses- que este mecanismo sirva de excusa para lograr la reunificación irlandesa y la consecuente pérdida de la condición británica.
– Y todo ello pese a que -al igual que ocurrió en Escocia- la opción de permanecer en la Unión Europea fue la más votada en esa parte de la isla (440.000 votos en contra del brexit por 349.000 a favor).
A todo lo apuntado con respecto a esta cuestión, habría que añadir que el Gobierno de Dublín tendría derecho de veto sobre el acuerdo del brexit si se optase por alguna fórmula menos garantista.
¿Y ahora qué? Posibles salidas o soluciones
Como la esperanza es lo último que queda (esa es, al menos, una de las moralejas del mito de Pandora), detengámonos en las posibles salidas o soluciones con las que se podría desatascar el proceso y así evitar el tan temido brexit duro o sin acuerdo .
La mayor parte de estas opciones pasan necesariamente por la solicitud de una prórroga justificada a Bruselas (Art. 50 TUE) que no podría extenderse mucho (3 o 4 meses a lo sumo) ante la inminencia de las próximas elecciones al Parlamento Europeo.
Las opciones serían:
– La celebración de un segundo referéndum para revocar el brexit ( opción descartada por May );
– Seguir insistiendo con el Acuerdo concluido (opción con poco recorrido visto el amplio rechazo de los comunes);
– Renegociar el Acuerdo con la UE ( opción que los líderes europeos han descartado, por el momento );
– O la celebración de nuevas elecciones para elegir una nueva Cámara y un nuevo primer ministro capaces, por encima de todo, de lograr el anhelado y necesario consenso.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation
Fernando Lozano Contreras, profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales, Universidad de Alcalá
Fuente: https://blogs.publico.es/otrasmiradas/17912/brexit-que-puede-ocurrir/