A todos los artistas y escritores que se han puesto del lado de los condenados de la Tierra.
Al momento de escribir estas líneas, a principios de febrero del año 2023, todas las personas que estamos con vida en todo el planeta, interconectados en esta “aldea global”, vivimos en un mundo donde cada cuatro segundos muere de hambre un ser humano.
Por supuesto, este dato no penetra en la conciencia de la mayoría de los moradores interconectados de la aldea, idiotizados como están por la sobresaturación continua de imágenes, videos y demás artilugios virtuales, banales y narcotizantes de las pantallas que ahora permean toda nuestra existencia contemporánea.
Los algoritmos que gobiernan las redes se aseguran de mantener fuera de vista todo indicio de que el Gran Mundo Feliz en que habitamos tenga grietas en el sistema. Todos sabemos que se encargan de mostrarles a los usuarios imágenes y videos que vayan a ser de su interés o su agrado, para mantenerlos cliqueando, dando likes, comentando y compartiendo los contenidos.
Y es por eso que, datos como el hecho de que cada cuatro segundos muere de hambre una persona, no figuran entre los posts más comentados ni las historias más vistas: porque una noticia de esa naturaleza perturba seriamente a la ideología felicista que debe imperar en todo momento en el paisaje virtual del Gran Mundo Feliz.
Sin embargo, hay que llamar a las cosas por su nombre. Pues, decir que cada cuatro segundos muere de hambre una persona en el mundo, es realmente admitir que la civilización capitalista planetaria en que vivimos mata a un ser humano de hambre cada cuatro segundos. De repente, la “aldea global” comienza a parecerse más bien a un infierno cósmico, del cual la única salida es una insurrección mundial de todos los condenados de la Tierra.
Esta es una de las principales contradicciones sociales y económicas del sistema en que vivimos: Cada vez más hay una sobreproducción de alimentos, pero cada vez más aumenta el número de seres humanos desechables para el sistema, cuya única opción es someterse a la esclavitud asalariada, o —en su defecto— reventar del hambre.
En este infierno cósmico al que nos somete la dictadura del Capital, dedicarse a escribir novelitas rosa o libros de autoayuda constituye un crimen de lesa humanidad. El escritor tiene una responsabilidad histórica de ejercer una crítica despiadada de todo lo existente; de dedicar su obra a la denuncia de las deplorables condiciones de existencia de los más grandes segmentos de la humanidad en todo el planeta; de criticar implacablemente las injusticias sociales, así como las ideologías y las hipocresías culturales que las sostienen.
El escritor tiene una singular ventaja con respecto al resto de los habitantes de la aldea cósmica infernal. Y es que se encuentra —hasta cierto punto— más emancipado que el resto del ruido de fondo generado por la sociedad del espectáculo virtualizado. Esto le confiere la capacidad y el deber de elaborar su obra con mayor lentitud, cuidado y esmero, a un ritmo que es ya casi desconocido por los y las ciudadanas del imperio global del consumo y el entretenimiento teledirigidos.
Dadas estas condiciones, el escritor y la escritora deben plantear sus interrogantes, provocaciones e inquisiciones a una sociedad cansada e indiferente al dolor y al sufrimiento humanos, armados de una vaga esperanza de que su mensaje sea escuchado por unos pocos valientes espíritus que se atreven a mirar más allá de la maléfica pantalla que recubre los cerebros de los humanoides teledirigidos y asfixia toda posibilidad de conciencia crítica que restara en el alma humana.
La lucha del escritor crítico en la sociedad de la sobresaturación idiotizante de la pantalla no es nada fácil, pero no por eso debe él o ella desistir de su misión. Sin esa lucha, no podrá decirse jamás que hubo personas que intentaron todo lo posible —aún fueran meros gritos inútiles en el desierto— por salvar a la humanidad y por intentar propiciar el levantamiento imprescindible de los hijos de Machepa.
*Gabriel Andrés Baquero es un filósofo y escritor dominicano.
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