Un amigo cineasta que sigue nuestro trabajo de Cine Sin Autor críticamente desde el principio, me comentó en un correo de la semana pasada un asunto que nos permite ahondar un poco más en un tema escabroso. La frase que escribió es la siguiente: «un Nuevo Cine Político es para mí mucho más preciso […]
Un amigo cineasta que sigue nuestro trabajo de Cine Sin Autor críticamente desde el principio, me comentó en un correo de la semana pasada un asunto que nos permite ahondar un poco más en un tema escabroso.
La frase que escribió es la siguiente: «un Nuevo Cine Político es para mí mucho más preciso y profundo que lo de «Popular», que huele a política rancia y sospechoso populismo»…
No deja de ser interesante esta apreciación.
Más allá de que lo Político nos resulta tan rancio y ambiguo como el término popular, creemos que no es una reacción casual.
Lo hemos explicado en otro artículo hace ya algún tiempo. Si vamos a buscar el significado de «popular» en el cementerio de la RAE (a veces es bueno devolverle la vida a los muertos), encontramos este significado: 1. adj. Perteneciente o relativo al pueblo.2. adj. Que es peculiar del pueblo o procede de él.3. adj. Propio de las clases sociales menos favorecidas.4. adj. Que está al alcance de los menos dotados económica o culturalmente. 5. adj. Que es estimado o, al menos, conocido por el público en general. 6. adj. Dicho de una forma de cultura: Considerada por el pueblo propia y constitutiva de su tradición.
Hacemos hincapié en los significados: Que le pertenece. Considerada por el pueblo propia, refiriéndonos a la producción de cine.
Nuestra cultura refinada de cineastas, creadores o incluso de intelectuales, tiene a veces prejuicios muy básicos como cualquier hijo de vecino.
El tema de que lo popular suene a «rancio o a sospechoso populismo», es un jugoso prejuicio.
Vamos a ser prácticos. Para no asustar con «pueblo» que también tiene su carga significante, hablemos en su lugar de «gente común» y definámosla como «aquellas personas no cultivadas intelectual y culturalmente. No cultivadas en el sistema cultural e ideológico de quienes se han considerado a ellos y ellas mismas como cultivados y que han decidido utilizar este juicio como forma de diferenciación social, para dividir personas y saberes».
Los cultivados y los no cultivados, quienes saben de cine y el populacho que no sabe, prejuicio venido del Viejo cine, como de la vieja política, como de la vieja cultura. Del «concepto reaccionario de cultura» como diría Guattari, de la cultura como valor: «un juicio de valor que determina quién tiene cultura y quién no la tiene; o si pertenece a medios cultos o si pertenece a medios incultos».
«Sospechosamente populista» dice el compañero que citamos arriba. Curiosamente, «populista» también quiere decir «perteneciente o relativo al pueblo». Es decir que mi amigo dice que un nuevo cine popular como concepto es «sospechosamente perteneciente o relativo al pueblo». Yo sé que este compañero no piensa esto pero no sé que pasa con las palabras que parece que nos las han inoculado con uno sentidos que hacen que alguien que no piensa así, llega a enunciarlo así: ese cine que estás diseñando es sospechosamente perteneciente al pueblo. La sospecha suponemos que es que pueda llegar a pertenecer al pueblo (a esa gente común que definimos arriba). Vaya. Vaya. Solo decir que estamos fabricando un dispositivo para que la gente común ajena a la producción de cine, o meramente espectadora del cine de minorías, haga su propio cine, se vuelve sospechoso. ¿Sospechoso de qué? Preguntaríamos. Un prejuicio contundente, sí.
Sobre todo en el cine, eso de que lo popular suene a rancio y quede bajo sospecha de populismo, es una deformación de origen. Quizá es que heredamos este desprecio porque el pensamiento cultivado nos ha inyectado un significado preciso: «lo popular es aquello que le damos al pueblo». Ese pueblo rancio no cultivado.
Noel Burch analizando los orígenes del cine francés decía: «durante el primer decenio el cine fue el «teatro de los pobres» que atraía casi exclusivamente al bajo pueblo (artesanos, obreros) de los centros urbanos» .
Luego enumera una serie de razones por las cuales se justifica que las clases acomodadas no acudieran al cine en la Francia que le dio origen: la brevedad de las primeras películas, las diferencias comparativas con el teatro, el ambiente donde se exhibían (circo, music-hall, café concierto, feria) e incluso, escribe, un «célebre incendio del Bazar de la Caridad, en el que pereció un bonito ramillete del Gran Mundo Parisino», eran factores que intimidaban a la burguesía y les impedía vincularse con éstos ambientes del bajo pueblo donde se exhibían las primeras películas. Viejo y conocido tema. Invariable también. Que a las clases acomodadas les acojonen los bajos fondos. Ninguna novedad y toda la actualidad.
En los periódicos corporativos franceses, el punto de vista, sigue Burch, estaba claro: «Al pueblo obrero que ha sufrido durante todo un día, el cinematógrafo le da, por pocas perras, incluso a veces en la cervecería, las formas más imprevistas de la ilusión que necesita». Se trataba de ocupar rentablemente el ocio de estas clases, ocupadas todo el día en su trabajo para la sobrevivencia.
Lo popular es lo que los burgueses, oh, perdón, hoy, las minorías cultivadas que poseen el saber y los medios para hacer y difundir su cultura -su cine- ) le daban como cultura al populacho.
Bien. Tenemos clarísimo lo que es lo popular para las clases cultivadas: aquello que fabrican para los no cultivados y con lo cual rentabilizan su actividad cultural.
El cine de autor hace su quiebre y refugiado en la subjetividad de lo individual y el alejamiento de los parámetros masivos del comercio audiovisual contrapone desde mitad de siglo otro sistema de producción autoral que ofrezca piezas fílmicas diferentes en forma y contenido.
Fenomenal. Preferimos este cine al otro porque basado en una honestidad individual busca otro tipo de aportes. También, no nos engañemos, porque satisface nuestras necesidades de cultivados y sofisticados de clase media intelectual. Sabemos, igualmente, que el cine de autor es minoritario por defecto, monetarizado en su intención de hacerse rentable y que muy poco de este cine ve el pueblo, la gente común.
Lo popular… Lo popular… A ver, por ejemplo ¿qué pasa con la representación, la ficción que no se realiza ni con el modelo de los negociantes de la industria, ni con el de autores y autoras? La ficción que podrían realizar colectivamente esa gente común que definimos.
¿Qué pasa? Que no tenemos ni puñetera idea. Es un territorio inexplorado. No tenemos métodos ni planes de realización para una tarea de esta envergadura. Es un espacio imaginario desconocido. Una zona de oscuridad muy bien anquilosada.
No conocemos ni los contenidos ni la estética que esta «gente común» pueda producir, funcionando en colectivo. Hablamos de un tipo de producción que no se hace. Constituye un territorio desconocido de producción o acontecido solo en situaciones muy específicas y puntuales que no conforman una cultura producida ni de forma sistemática ni con una infraestructura sostenida. La creación artística, intelectual y cultural ya sabemos quien la produce desde siempre.
Devolvamos o resignifiquemos las palabras. Un cine popular es el que es producido de forma permanente por esa gente común llamada pueblo. Una gente común que se apropie de la responsabilidad, los saberes, los medios y los derechos de uso y beneficio para fabricar una cinematografía propia. Nuestro reclamo es remarcar que no encontramos voluntad política, como mentalidad social colectiva, en crear las condiciones para desarrollar cinematografías locales que naturalicen el cine, que lo hagan cercano y habitual. Y nuestra apuesta es tomarnos la justicia por nuestra cuenta y fabrica discretamente esta práctica y la correspondiente teoría de realización que abra estas posibilidades de producir cultura de otra manera.
¿Qué pasaría si se naturalizara de tal forma el saber y hacer cinematográfico entre «la gente común», que, por propia educación panificada y sostenida con medios constantes de producción como los que insinuábamos hablando de una Industria Popular Cinematográfica, hiciera sus películas familiares, barriales, de amigos, del ambiente de trabajo, de la muerte de un ser querido, de una huelga, de los últimos meses de una amiga hospitalizada con cáncer terminal, de una juerga, de un chaval que estudia para salvar un examen, de una historia de amor adolescente. Que hiciera películas, no videos caseros al uso y con los parametros de siempre. Películas.
«Uy, dirán los cultivados, seguro que son supercutres. Si es que no saben nada de cine.
– ¿De qué cine?
– Del nuestro, claro, del cine de siempre.
– Ah, sí, sí.
Basta entrar en internet para ver el delirio exhibicionista que nos invade. Técnicamente se está haciendo pero como atomizados burros individuales. Mientras aumentan los espacios virtuales llamados «redes sociales», se secan los espacios reales de su tejido social. La persona y su máquina conectados a más personas con máquinas en el ciberespacio. No decimos que no sea atractivo o interesante. Pero nos interesa aprovechar esa capacidad tecnológica de producción para volverla capacidad social de creación y reacción en el precarizado entorno real. Sacar la representación de la pantalla para que circule entre los cuerpos y las vidas en sus situaciones.
Un nuevo cine popular es también, entre otras cosas, el aprovechamiento de la capacidad tecnológica actual de producción (que irá en aumento) para hacerla reaccionar con la capacidad social latente de reacción en cualquier colectividad social, de tal manera que genere capacidad organizativa, creación colectiva crítica, terapéutica social de reacción y acción y, en definitiva, realidad política, valiéndonos de la creación de una filmografía local y propia.
¿Rancio un Nuevo Cine Popular? ¡Por favor! Rancio es quedarse pensando en el cine del siglo pasado. Nosotros seguimos el calendario con muchísima urgencia porque nos interesa, sobre todo y políticamente, reaccionar.