En un borrador de artículo de Richard Leacock (uno de los padres del Cine Directo) que citan María Luisa Ortega y Noemí García en el libro del que hablamos hace algunas semanas, menciona que «se le atribuye a Robert Flaherty la afirmación de que las películas las acabarían haciendo aficionados». Por otra parte, hace poco […]
En un borrador de artículo de Richard Leacock (uno de los padres del Cine Directo) que citan María Luisa Ortega y Noemí García en el libro del que hablamos hace algunas semanas, menciona que «se le atribuye a Robert Flaherty la afirmación de que las películas las acabarían haciendo aficionados».
Por otra parte, hace poco leímos en otro texto una frase del año 1979 que atribuyen a Jean Rouch que dice:
«Mañana será el momento del video colorido autónomo, el vídeo-montaje, la recuperación instantánea de la imagen grabada, es decir, el sueño de Vertov y Flaherty, una cámara tan participante que pasará automáticamente a manos de quienes estaban antes delante de ella. Así, el antropólogo ya no tiene el monopolio de la observación, se observará, grabado, él y su cultura».
No es extraño que estas largas intuiciones de dos cineastas que forzaron el dispositivo cinematográfico de forma eficaz, terminaran intuyendo que el futuro del cine pasaría por su liberación del monopolio con el que lo han desarrollado sus minorías.
Mañana, por suerte, es hoy.
El artículo de Leackok se llama: «El arte de las películas caseras o ‘Al infierno con el profesionalismo de los productores de cine y televisión’ «.Luego, este autor, tratando de buscar el significado de esta expresión de Flaherty define la palabra «profesional» diciendo que: «profesional designa a alguien avalado como experto por una institución. Nuestra industria (cinematográfica documental) está dominada por tales personas, que manejan complicados equipos profesionales con desenvuelta competencia; soldados marchando a la guerra», dice.
Leackok habla en otro artículo donde repasa su experiencia a través de sus trabajos en términos de: «El siguiente paso en mi des-profesionalización fue…». Una historia donde va optando por renunciar a esa carga de la tiranía técnico-ideológica «profesional» en busca de otro tipo de relación fílmica con la realidad.
La sensación de Leacock «soldados marchando a la guerra» nos viene oportuna para describir la actitud del imperialismo audiovisual y sus «profesionales de combate». No nos interesa, una vez más, calificar con una moral de pacotilla a los y las profesionales del cine o la televisión como personas individuales: «uy, qué malos, qué vendidos, etc, etc.» A una guerra se va por infinitas razones y muchas veces en absoluta discrepancia con lo que dicta la obediencia a sus diseñadores. Ese profesionalismo, esa cadena de personas con sus «complicados equipos profesionales», para seguir con la expresión de Leackok, no vamos a medirla con un barómetro de responsabilidades personales solamente. Para subjetivismos de psicología barata ya tenemos bastante con la sociedad tal cual es. Nuestro problema no es ese turbio universo de dónde se originan los mecanismos colonizadores de un sistema imperial. No se trata de descubrir si el origen está en el huevo de algunos maquinadores que quieren comernos monetariamente vivos o la gallina de nuestra ineficacia que no acaba nunca de encontrar cómo inutilizarlos. Nuestro asunto es que su colonialismo paralizante lo tenemos metido dentro y funciona muy bien. No vamos a seguir analizando el imperialismo, queremos de destruirlo, al menos en nosotros y nosotras mismas.
El tópico es que profesional hace alusión al dominio de una tecnología y unos saberes específicos: la tecnología y el saber de los enclaves de producción dominantes. Si trabajas en una televisión, debes manejar su maquinaria y sus procederes. Por eso te pagarán, (no lo que pactes, sino lo que decidan). Si no los sabes manejar, tendrás que aprenderlos. Si no los aprendes, pues te irás a la calle a no ser que seas el primo del director de la televisión o su novia.
Y tarda un becario en enterarse que aquel oficio que eligió con ilusión, en realidad es una máquina de conquista audiovisual que tiene dueños concretos, con número de puerta, familia y water. Que eructan, follan y se ponen los calcetines por la mañana. Nadie trabaja en «el cine» o en la «televisión» como si fueran entidades abstractas. Se trabaja en el cine y en la televisión de fulano y mengano. Y esos tipos y sus colegas, son los dueños de un negocio. Y esos tipos y sus colegas tienen una ideología particular y relativa. Tan particular y relativa como la del asalariado. Y sus decisiones no responden a los «intereses del cine o la televisión», responden a los intereses «de esos tipos y sus colegas» que han concebido así su cine y su televisión y que no están unidos por una amistad sublime sino por «porcentajes de acciones y reparto de beneficios». El día que alguien realiza movimientos que perjudican el negocio, todo se transforma en «el tipo, sus colegas y ése que está perjudicando el negocio». Y el día que alguien cuestiona su ideología directiva, su parrilla de contenido o su sistema de maquila audiovisual, todo se transforma «en el tipo, sus colegas y esos revoltosos que están tocando los cojones».
Esta maquinaria de producción profesional imperial, genera una estética precisa en sus contenidos. Por el poder monetario de su máquina logra más y mejores lugares de exposición. Si te llenan la plaza del pueblo con pinturas de Picasso, eso es una exposición de la pintura de Picasso. Si te la llenan con la misma cantidad de cuadros, cada uno de un pintor o pintora diferente, eso se parece más a una exposición de pintura.
El acostumbramiento al profesionalismo imperial, no nos permite pensar en otro planeta que no sea el de los «soldados marchando a la guerra», el cine que se hace así, la televisión concebida asá. Lo queramos o no, no consumimos solo la representación: contenidos y estética. Consumimos también modos de gestión e ideología empresarial. La representación es todo lo que se pone en juego para construirla.
Ser profesional, entonces, es ser ese «soldado marchando a la guerra». El campo de batalla parece bien definido en el terreno audiovisual. Nuestra vida se desarrolla entre tres posibles territorios de actividad: el profesionalismo imperial (asalariado corporativo de un negocio audiovisual), el militantismo subvencionado (cuando conseguimos algunos fondos para nuestro propio proyecto) y el militantismo no remunerado (activismo financiado por uno mismo).
El problema que encontramos es que no se trata de tres territorios de actividad que ofrezcan tres formas de producción diferentes, sino que el modo imperial de realizar lo audiovisual y lo cinematográfico, ha minado las otras formas de realización del militantismo que pretende subvertir el modo de hacer de aquellos tipos y sus colegas.
Y entonces resulta que en la mayoría de los casos, nuestros proyectos alternativos solo varían de contenidos y están construidos con los formatos imperiales que ha creado el modo único de hacer las cosas. En el fondo, tenemos como una aspiración a ser «profesionales» sin poseer los elementos mínimos de la maquinaria imperial donde se desarrollan y utilizando su misma biblia técnico-ideológica. Queremos que nuestras pelis digan otra cosa pero con su misma nomenclatura de cámara, de narrativa, de concepto estético, su modo de hacer guión, de dirigir o incluso de hacer documentales.
Nuestra subversión audiovisual en muchos casos, más que romper el lenguaje de la dominación parece difundirlo.
¿Es que acaso funcionando como «soldados marchando a la guerra» vamos a dejar de serlo?