El 7 de abril de 2018, Luiz Inácio Lula da Silva fue arrestado en Brasil y llevado a la prisión en Curitiba para comenzar una sentencia por dos años. Fue presidente de Brasil de enero de 2003 a enero de 2011. Era tan popular que cuando dejó el cargo en 2011, tenía una tasa de […]
El 7 de abril de 2018, Luiz Inácio Lula da Silva fue arrestado en Brasil y llevado a la prisión en Curitiba para comenzar una sentencia por dos años. Fue presidente de Brasil de enero de 2003 a enero de 2011. Era tan popular que cuando dejó el cargo en 2011, tenía una tasa de aprobación de 90 por ciento.
Casi de inmediato fue acusado de incurrir en corrupción mientras estaba en su puesto. Él negó los cargos. Sin embargo, fue condenado, y la condena la sostuvo la corte de apelaciones. Ahora sigue apelando su sentencia ante la Suprema Corte.
No obstante, de acuerdo con una interpretación de la ley brasileña, él puede ser encarcelado una vez que la corte de apelaciones afirme su sentencia sin esperar al juicio ante la Suprema Corte. Pero él exigió un habeas corpus, que lo habría podido mantener fuera de la cárcel hasta agotar todas las posibles apelaciones. La demanda fue rechazada en una votación de 6-5. De ahí en adelante, el juez que lo acusó desde el inicio y que ha sido particularmente hostil hacia Lula, Sergio Moro, se movió con rapidez para ponerlo tras de las rejas.
¿Cuál fue la razón para este rudo trato que no se le ha aplicado a otros que enfrentan cargos más graves? Para entender eso, debemos revisar la historia reciente de Brasil y el papel de Lula.
Lula era un líder sindical que fundó un partido obrero, el Partido dos Trabajadores (PT). Éste era el partido de los desclasados y uno que representaba un cambio fundamental en Brasil y en América Latina como un todo.
Lula contendió para presidente en varias elecciones sucesivas. Tal vez le robaron la elección en por lo menos una ocasión. Finalmente ganó en octubre de 2002.
El sistema electoral brasileño conduce a una profusión de partidos, ninguno de los cuales ha sido nunca capaz de ganar una pluralidad mayor que 20 por ciento de los escaños en la legislatura, mucho menos la mayoría. Por tanto, para gobernar, el partido con una pluralidad debe hacer arreglos con otros partidos de inclinaciones bastante diferentes en lo ideológico.
Pese a esta limitación, Lula fue capaz de formar un gobierno y obtener respaldo legislativo para realizar significativas transferencias de recursos al tercio más pobre de la población, lo que explica su popularidad. Fue también capaz de conducir a los estados americanos a forjar nuevas estructuras interestatales que no incluyeran ni a Estados Unidos ni a Canadá.
Las redistribuciones internas y los realineamientos geopolíticos desagradaron muchísimo tanto a EU como a las fuerzas de la derecha brasileña. Una cuestión que hizo difícil para ellos contrarrestar a Lula fue el hecho de que el estado de la economía-mundo en la primera década del siglo XXI era muy favorable a las llamadas nuevas economías emergentes, también conocidas como BRICS (la B siendo de Brasil).
Pero los vientos de la economía-mundo dieron un viraje y, repentinamente, los ingresos para el Estado brasileño (y por supuesto el de muchos países) se hicieron más escasos.
La derecha encontró una renovada abertura en el apretón financiero que siguió. Culparon a la corrupción de las dificultades económicas y alimentaron un impulso judicial al que llamaron lava jato (o autolavado, literalmente lavado a presión en portugués), que evocaba el lavado de dinero, algo que de hecho era algo generalizado.
En 2011, Lula fue sucedido en la presidencia por Dilma Rousseff, una líder más conservadora en el PT brasileño. Cuando algunos miembros del PTB dentro del gabinete fueron condenados por corrupción, la derecha lanzó una jugada para enjuiciar a Dilma. No se le acusó de corrupción a ella pero sí de una inadecuada supervisión de sus subordinados en posiciones de liderazgo.
Ésta era una excusa muy frágil. Como Boaventura de Sousa Santos lo puso: la única política impecablemente honesta en Brasil era acusada de corrupción por los votos de los más corruptos funcionarios de la tierra.
La razón para que la derecha se involucrara en esta farsa fue que el vicepresidente -que sucedería a Dilma tras su enjuiciamiento- era Michel Temer, quien había puesto a Dilma en la plataforma que era parte de una coalición electoral.
Temer asumió el cargo de inmediato y rechazó la idea de unas prontas elecciones que casi con toda seguridad habría perdido. En cambio, una de las primeras cosas que emprendió fue arreglar que los cargos sustanciales contra sí mismo por corrupción fueran retirados.
El motivo para enjuiciar a Dilma parece claro. Se trataba de evitar que Lula contendiera en la próxima elección para presidente. El punto de vista de consenso es que Lula habría vuelto a ganar. La única manera de pararlo era acusarlo a él de corrupción. La fuerza del PT estaba vinculada cercanamente al carisma de Lula. Cualquier otro candidato hubiera sido incapaz de obtener el respaldo en todas partes que Lula habría obtenido.
Una vez que Lula fue amenazado con el inmediato encarcelamiento, las dos principales fuerzas populares expresaron su fuerte oposición a lo que afirmaron era un golpe de Estado. Una de tales fuerzas fue la Central Única de Trabajadores (CUT), que alguna vez encabezó Lula, y el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), la organización rural más grande de Brasil.
El dirigente del MST, João Pedro Stedile, explicó las razones de su respaldo. El MST había tenido muchos desacuerdos con Lula y se había desencantado con su rechazo a romper con las políticas neoliberales. Pero aquellos que intentaban evitar que Lula contendiera eran en verdad antagonistas de todas las cosas positivas que Lula había logrado e instaurarían severas medidas retrógradas.
El MST y la CUT organizaron significativas movilizaciones contra el encarcelamiento, pero enfrentados con la amenaza de la intervención de las fuerzas armadas (y la posible restauración de un régimen militar), Lula decidió presentarse a su arresto. Él está ahora encarcelado.
La cuestión ahora es si este golpe de Estado de la derecha puede tener éxito. Esto ya no depende de Lula personalmente. La historia puede absolverlo pero la lucha actual en Brasil y en América Latina como un todo depende de la organización política en la base.
El gobierno de Temer proseguirá con fiereza sus políticas neoliberales. Y sin duda Temer se presentará como candidato para las elecciones. Temer no tiene vergüenza ni conoce límites por lo que arriesga ir demasiado lejos muy aprisa.
Una de las principales características estructurales del moderno sistema-mundo en el que nos encontramos es la gran volatilidad de la economía-mundo. Si llegara a hundirse más de lo que está al presente, puede muy bien haber un repunte del sentimiento popular hacia el régimen. Si comenzara a incluir a grandes segmentos de los estratos profesionales, sería bastante posible una alianza con los desclasados.
Aun entonces no será fácil cambiar las realidades políticas de Brasil. Es probable que el ejército esté pronto a evitar que un gobierno de izquierda llegue al poder. Sin embargo, no debemos desesperar. El ejército ya fue derrotado una vez antes y fue expulsado del poder. Puede ocurrir de nuevo.
En resumen, el panorama para Brasil y América Latina como un todo es altamente incierto. Dado su tamaño y su historia, Brasil es una zona clave en la lucha a mediano plazo, en favor de un resultado progresista en la contienda entre la izquierda y la derecha globales que resuelva en su favor la crisis estructural.
Brasil amerita nuestra cercana atención colectiva y nuestra activa participación solidaria.
Traducción: Ramón Vera-Herrera, para La Jornada.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2018/05/11/opinion/017a1pol