¿Qué vamos a hacer a partir del 7 de diciembre de 2015? No creo que haya otra pregunta más relevante y más interesante para el futuro inmediato de la política venezolana. Y hacérsela no implica en lo absoluto asumir que los dados del 6 de diciembre estén echados de antemano, pues al igual que los […]
¿Qué vamos a hacer a partir del 7 de diciembre de 2015? No creo que haya otra pregunta más relevante y más interesante para el futuro inmediato de la política venezolana. Y hacérsela no implica en lo absoluto asumir que los dados del 6 de diciembre estén echados de antemano, pues al igual que los 19 procesos electorales que ha habido desde que comenzamos a reconstruir la democracia venezolana en 1999, las próximas elecciones legislativas constituyen una batalla de confrontación de modelos e ideas que habrá que ganar voto por voto, día tras día hasta la jornada electoral misma. Y por supuesto que yo votaré por las candidatas y los candidatos de la Revolución con la firme esperanza de que emerja una mayoría chavista en la Asamblea Nacional, para que el pueblo venezolano pueda seguir teniendo la posibilidad de construir una sociedad democrática. Pero eso es, una vez más, algo que está por verse y que, en ésta ocasión más que en todas las anteriores, dista mucho de estar garantizado de antemano.
Pero si bien los resultados de unas elecciones sancionan un balance, el saldo de una gestión pasada, no es menos cierto que también endosan una visión, una promesa, de futuro. Y no cabe duda que la pregunta que los venezolanos se formularán cuando estén frente a la máquina electoral será ¿qué quiero yo para Venezuela a partir del 7 de diciembre?
Y esta pregunta será tanto existencial (qué modelo de sociedad) como coyuntural (qué política quiero para resolver mis problemas). Porque las peculiares condiciones de la política venezolana hacen que la Revolución se juegue la vida (o casi) a cada proceso electoral. Cada elección de dimensión nacional se convierte en una suerte de plebiscito de renovación del mandato aprobado el 15 de diciembre de 1999 por el pueblo venezolano de transformar a fondo la sociedad y las estructuras del Estado gracias a la nueva Constitución. El proceso constituyente forma parte de la Revolución, y la Revolución es chavista, de forma tal que una elección que en el fondo debería arbitrar temas de la coyuntura política se transforma en algo existencial. Para bien o para mal, lo que está en juego es realmente la existencia de la Revolución, y eso le confiere una dimensión dramática al acto electoral.
Por otra parte, y muy a pesar de la espada de Damocles existencial que pende sobre nosotros, esta elección se nos presenta con una larga agenda de temas de coyuntura para arbitrar. Nuestro país lleva ya más de dos años inmerso en un ciclo económico bastante surrealista, que ha hecho aflorar muchas de las contradicciones que atraviesan a nuestra sociedad. La no menos surrealista de estas contradicciones es que, tras más de una década de socialización de la renta petrolera por vía de transferencias a la mayoría de la población, bien sea de manera directa (sueldos, jubilaciones, becas) o indirecta (salud, educación, viviendas, vehículos, productos subsidiados, cupos de CADIVI), la referencia fundamental del bienestar material continua siendo el valor monetario equivalente de los activos o la fuerza de trabajo con la que cuentan los venezolanos, en dólares de los Estados Unidos. La economía venezolana sigue siendo fundamentalmente privada, los mecanismos de intercambio siguen siendo fundamentalmente mercantiles, de manera que todo se compra y todo se vende. La contracción de los ingresos petroleros del país, que ha agravado durante estos dos años el ciclo recesivo que ya despuntaba hacia finales del año 2012, ha exacerbado ese reflejo mercantil incrementando su componente especulativo. Al hacerse escasos los dólares de la renta, y en consecuencia los bienes y servicios disponibles, lo que antes se compraba y se vendía ahora se compra y se vende más caro, y lo que antes era un beneficio por sí sólo ha adquirido un valor monetario impresionante. Un apartamento de la Misión Vivienda, un vehículo Chery, una computadora Canaima, un cupo de CADIVI, un kilo de leche en polvo, una pastilla contra la tensión alta son buscados, aparte de por su utilidad intrínseca, por el alto valor monetario que adquieren una vez que son colocados en el mercado. Y ahí radica el núcleo de la contradicción: en Venezuela, con la suficiente cantidad de dinero, se puede acceder a casi todo. Y eso explica por qué una buena parte de la población, desde los estratos más bajos hasta los más altos de la sociedad, dedica lo fundamental de su tiempo a maximizar su ganancia monetaria, preferiblemente dolarizada, en muchos casos incluso transformando un derecho o un beneficio social en una mercancía, mercantilizando, por así decirlo, la economía social.
Que esto sea producto de la guerra económica desatada por la burguesía contra la Revolución como lo argumenta el gobierno bolivariano, o del agotamiento del modelo de desarrollo consubstancial al chavismo como lo pretende la derecha, no cambia mucho al resultado objetivo y a las consecuencias concretas con las cuales todos, indistintamente de nuestra manera de pensar, tenemos que correr. Con esto no quiero decir que el diagnóstico sea irrelevante. Por el contrario, la interpretación de un problema siempre condiciona la respuesta que se le pueda dar y orienta el tipo de solución que se pueda proponer. Pero precisamente, hasta ahora el discurso político dominante acerca de nuestra extraña situación económica, se ha concentrado fundamentalmente en el diagnóstico, diciendo poco o nada acerca de las posibles vías de solución. En otras palabras, si asumimos que hay una guerra económica de la burguesía contra la Revolución, pues yo quisiera que la ganáramos y pronto. En lo personal, soy más adepto de la «Blietzkrieg» que de la guerra de trincheras, y ni hablar de la Guerra de Cien Años… Y por eso uno de los elementos centrales de nuestro discurso de cara a las elecciones legislativas del 6 de diciembre, aparte de la necesaria defensa de la Revolución, siempre amenazada por un eventual revés electoral, debe ser una respuesta razonada, coherente y creíble acerca de cómo superar la situación actual, ganar la guerra, y dedicarnos a seguir construyendo el futuro.
Sigamos informando al pueblo venezolano de lo que la derecha no dice pero sin duda alguna haría para enfrentar la situación económica si tuviera el poder. Dejémosle claro a las clases medias que la derecha en el poder sólo les puede garantizar el sueño de un hipotético enriquecimiento y la realidad de un más que probable empobrecimiento. Que en una economía dolarizada, por ejemplo, hay que producir (producir de verdad, sin subsidio cambiario) 40.000 dólares para adquirir un vehículo familiar, en un país donde el ingreso anual promedio per capita es levemente superior a una cuarta parte de ese monto.
Pero expliquemos también cuál es nuestra propuesta para impedir que siga avanzando la dolarización de facto que se ha venido produciendo en ciertos segmentos del mercado venezolano (viviendas y vehículos, por ejemplo). Ganaríamos mucho en demostrar que somos capaces de modificar nuestra política económica, que hoy en día hace un amplio consenso social en su contra. Pero tendríamos que demostrar que adaptar nuestra política económica no implica la destrucción de nuestros derechos ni de las conquistas de la Revolución. En el entendido de que no califican para conquistas revolucionarias subsidiarle la gasolina al dueño de un vehículo de 8 cilindros, ni expender productos alimenticios o de salud subsidiados en tiendas de conveniencia situadas en urbanizaciones ricas, ni otorgarle dólares a la décima parte del valor de mercado a empresarios importadores de cualquier cosa, ni subsidiar el turismo en el exterior de la clase media venezolana. Expliquemos también que nuestra solución no radica en prohibir los carros de 8 cilindros, sino en exigirle a sus dueños que paguen la gasolina que consumen a precio internacional, ni en erradicar la leche en polvo de las zonas privilegiadas, sino en no subsidiarla ahí, ni en impedir el acceso a las divisas por los empresarios privados, sino en abrirle el acceso a ellas en condiciones de mercado, ni en impedir los viajes al exterior, sino en facturarlos a su costo internacional real.
En suma, hagamos que la Revolución siga concentrando lo esencial de sus energías en crear las condiciones materiales para que todos los venezolanos podamos vivir una vida digna independientemente de nuestros orígenes, pero con políticas que no fomenten los reflejos especulativos y el mercantilismo. Un marco de políticas, además, que nos permita cada día ser más autónomos, generando con nuestro trabajo y creatividad las riquezas que disfrutemos y compartamos. Y eso requiere obligatoriamente dominar la inflación y generar un mínimo de estabilidad y previsibilidad económica, junto con reglas efectivamente orientadas a fomentar el espíritu emprendedor, sin tantos controles inútiles e inefectivos.
Construir el plan para el día después del 6 de diciembre es, en buena parte, lo que nos puede garantizar que haya Revolución para muchos años después del 2015.
@temirporras
Fuente: http://www.notiminuto.com/noticia/el-dia-despues/
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