El Periodismo en Brasil es una estupida propaganda del sistema. Casi todo lo que se ve en la TV o se lee en los diarios y revistas semanales poco tiene que ver con la vida de las gentes. Las fuentes son las oficiales y raros son los que se aventuran por las rutas vecinales, polvorientas, […]
El Periodismo en Brasil es una estupida propaganda del sistema. Casi todo lo que se ve en la TV o se lee en los diarios y revistas semanales poco tiene que ver con la vida de las gentes. Las fuentes son las oficiales y raros son los que se aventuran por las rutas vecinales, polvorientas, de la vida real. Mejor es quedarse en el gabinete, en las salas alfombradas, con aire acondicionado, a sorber cafecito y oír, reverente, la voz del poder. Eso da mucho más lucro. Puede hacer con que un periodista caiga en las gracias de los que mandan. Eso significa recursos adicionales y fama. ¿Quién no quiere?
El ser humano normal sueña con eso. Trabajar en la Globo, aparecer en cadena nacional, ser reconocido en el supermercado. Y, de paso, todavía tener una buena caja de ahorros para los tiempos difíciles. Para eso, sólo vale una regla: no pelearse con el poder. Servilismo, servidumbre. ¿Calentarse pa’ qué? Bobadas de quien no tiene una familia para alimentar.
Pues el periodista iraquí Muntader al-Zeidi hizo lo improbable.. Él no escribió nota alguna, no se perdió en anotaciones, no usó una cámara escondida, no fue al frente de batalla, no se zambulló en documentos, siquiera narró la vida desgraciada de sus compatriotas, acosados por la ganancia estadounidense. Él apenas tiró un zapato contra el rey. En una situación absolutamente normótica, cuando los periodistas se aglomeran para hacer preguntas idiotas a un energúmeno completo como el presidente estadounidense, sin que absolutamente sea ventilada cualquier posibilidad de un cuestionamiento complicado para el poder, el hombre, periodista, explotó.
No era terroristas, ni hombre-bomba, ni nada. Sólo una persona, cansada de servir a aquel que no era otra cosa que un gánster de tercera clase. Pero qué, por tanto tiempo en las cumbres de la gloria, comandando el ejército más poderoso de la tierra, tenía que ser temido. Y así, no siendo suficiente haber destruido toda la cultura de Irak, matado su gente, destruido su autoestima, masacrado su honor, todavía se dio el lujo de ir a decir «goodbye». Tripudiaba, pisoteaba, humillaba un poco más a aquel pueblo que hasta hoy, pasados cinco años, todavía muere por el simple hecho de ser lo que es.
El periodista no escuchó los dos lados, no contó historias, no chequeó informaciones. Así mismo merece ganar todos los premios del mundo. ¿Y por qué? Porque en un tiempo en que lo normal es servir al poder él dijo: ¡No! Sin armas, pero sin miedo, él usó lo más prosaico que podía usar, el zapato.. Y, en un acto de digna rabia lo tiró contra el muñeco estadounidense, que tal y cual un estúpido, se reía sin entender la grandeza del gesto. El joven iraquí que a los gritos de «perro», intento alcanzar al presidente del país más armado de la tierra, será eterno al protagonizar una hora histórica. En el lugar improbable, entre los serviciales, él se levanto y tiró el zapato. Un gesto pueril, modesto, loco, pero que redimió a parte de la humanidad.
No sin razón, por todo el mundo su gesto ingenuo está siendo saludado como la maravilla de las maravillas. Porque en el planeta de los esclavos de Jo hubo uno que decidió salirse de la madriguera del periodismo cortesano y decirle al mundo la palabra presa: «¡perro!», que pensándolo bien, es una ofensa contra esos lindos animales. Vete al infierno George Bush, porque, como ya decía Ali Primera «hermano de mi patria usted no es».
Fue bonito, fue redentor, pero, y ¿ahora? ¿Será diferente con Obama? ¿Es diferente de los demás carniceros? ¿Traerá paz al mundo? ¿Acabará com Guantánamo? ¿Terminará la tortura? ¿Dejará de ingerir sobre la vida de las gentes en los países que tienen riquezas para que ellos las roben? ¡Dudo muchísimo!
El bravo periodista de Irak enfrentó la ira de los dioses y está recibiendo aplausos de todos los rincones del mundo. Óptimo, eso es bueno. Pero, quisiera yo que los coleguitas de todo el mundo principiasen a realizar lo insólito, tal cual el iraquí, no tirando zapatos, pero narrando la vida, la vida misma, esa que se escurre por los dedos de la historia y que no encuentra espacio para expresarse.
Sí, fue orgiástico ver el zapato volando. Tal vez fuese todo lo que aquel hombre pudiese hacer. Pero nosotros, aquí en esta tierra, podemos más que un zapato en el aire. Nosotros podemos contar de la vida, de la podredumbre del poder, de la dominación. Nosotros podemos narrar el horror del cotidiano y más, nosotros podemos anunciar la buena nueva. Otras formas hay de vivir en el mundo. Buenas y bonitas. Los tiradores de zapatos son bienvenidos, sí, pero ha llegado la hora de los Jeremías insistiendo contra el sentido común: «todavía han de nacer flores en este lugar». Viva el periodista iraquí que tiro los zapatos, pero vivan también los locos que, a despecho de todo, meten la mierda del capital en el ventilador. Ellos no aparecen en cadena nacional, pero están allí, insistiendo y luchando. ¡Hay más zapatos volando por ahí de lo que puede soñar nuestra vana filosofía!
Traducción: Raúl Fitipaldi, de América Latina Palavra Viva.
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