Como se esperaba, la cumbre del G20 en Washington demostró ser un auténtico fracaso. No se resolvió ninguno de los problemas que han llevado a la economía global al borde del desastre y ninguno de los protagonistas principales que jugaron con el sistema a través de sus títulos tóxicos fue responsabilizado. En lugar de ello, […]
Como se esperaba, la cumbre del G20 en Washington demostró ser un auténtico fracaso. No se resolvió ninguno de los problemas que han llevado a la economía global al borde del desastre y ninguno de los protagonistas principales que jugaron con el sistema a través de sus títulos tóxicos fue responsabilizado. En lugar de ello, los dignatarios presentes se empecinaron en un vacío «Documento sobre los mercados financieros» que no logró absolutamente nada. La única cláusula que merece ser destacada en todo el documento es una acusación de dos párrafos a los Estados Unidos como autor de la crisis financiera. Al menos acertaron en eso.
Aquí tienen un extracto del texto:
«Los orígenes de la actual crisis: durante un período de fuerte crecimiento global, de aumento de los flujos de capital y de prolongada estabilidad al principio de esta década, los agentes del mercado buscaron mayores rendimientos sin un adecuado cálculo de los riesgos y fracasaron a a la hora de actuar con la debida diligencia. Al mismo tiempo, laxos criterios en el suministro de servicios financieros, prácticas demenciales de gestión del riesgo, productos financieros cada vez más complejos y opacos, así como el consiguiente excesivo apalancamiento combinado, crearon vulnerabilidades en el sistema. Los responsables políticos, reguladores y supervisores en algunos países avanzados no han apreciado y afrontado de forma adecuada los riesgos crecientes en los mercados financieros, ni han marcado el paso de la innovación financiera, ni han tenido en cuenta las ramificaciones sistémicas de las acciones reguladoras nacionales.
«Importantes factores subyacentes a la actual situación han sido, entre otros, inconsistentes e insuficientes políticas macroeconómicas coordinadas y reformas estructurales inadecuadas, que desestabilizaron la macroeconomía a escala global. Dichas pautas, juntas, contribuyeron a generar excesos y al final acabaron en una grave disfunción del mercado»
¡Bingo! El contagio empezó en Wall Street y allí es donde recae la culpa. Fue el resultado de la imprudente política de la FED de mantener los tipos bajos, y de la falta de supervisión gubernamental. Ello permitió a los agentes del mercado crear grandes cantidades de capital apalancado a través de apuestas especulativas sobre instrumentos de deuda descapitalizados.
El hundimiento consiguiente del valor de todos los activos de cualquier clase ha creado un gigantesco agujero de varios billones de dólares en el sistema financiero global que ha precipitado violentas oscilaciones en las bolsas, reducido el crédito, dislocado las divisas y aumentado el desempleo y la inflación. Casi todos los males económicos tienen su origen en la legislación promovida por responsables clave de la administración de Clinton y Bush. (Muchos de los cuales ocuparon cargos en la Casa Blanca de Obama). Las conclusiones del G-20 culpan a quien deben: a la Reserva Federal y a Wall Street.
Pero eso no es ninguna novedad. No hay razón para recordar el pasado, a menos que haya un interés específico en llevar a los culpables ante la justicia, o a menos que los líderes reunidos se tomen en serio establecer normas para un nuevo régimen económico. Pero no es el caso, razón por la cual la charla fue tan solo otro festival de politiquería falta de cualquier reforma seria.
Fue interesante, sin embargo, escuchar a Bush en un poco habitual e improvisado momento admitiendo que las decisiones extremas tomadas por la FED y el Tesoro norteamericano (teniendo en cuenta que Bear Stearns quebró hace 17 meses) tenían como objetivo evitar lo que él llamó «una depresión mayor que la gran depresión». Tratándose de Bush, es todo un reconocimiento; es también una vindicación de lo que CounterPunch ha estado diciendo en esta web durante más de dos años. Y a pesar de que Bush rehusó cualquier responsabilidad personal enlas políticas que llevaron a la crisis, parece evidente que tiene algún rudimentario instinto que le hace ser consciente de su gravedad. Es un inicio. Tal y como famosamente dijo a la prensa: «Este mamón puede irse a pique».
A pesar de los llamamientos a favor de reformas que tengan sentido, la cumbre sólo refuerza el status quo; el mismo antiguo sistema financiero dirigido por los EEUU. De hecho, parece que hay un consenso creciente sobre la necesidad de que sea el FMI el que encabece los programas que den liquidez a los países en desarrollo que están siendo machacados por la crisis. Es un importante paso atrás. Devuelve al FMI -auténtico puño de hierro del Tesoro norteamericano- su antigua gloria, posibilitándole volver a usar sus créditos extorsionadores empujando a naciones con problemas hacia el ajuste estructural, la privatización y los sueldos de esclavo. Las reuniones están dando oxígeno a las fallidas políticas neoliberales, que deberían haber sido canceladas para siempre.
La declaración del G-20 invoca el mismo ritual absurdo favorable al crecimiento y el libre mercado. Favorecer el crecimiento significa bajos intereses al crédito, permitiendo a los especuladores del mercado beneficiarse del flujo seguro de capital barato mientras los trabajadores quedan bloqueados intentando equilibrar sus finanzas en base a salarios estancados y a un dólar que se deprecia. Es una manera de asegurarse que el tablero de juego será siempre favorable a Wall Street. Defender el crecimiento no significa reforzar la actividad productiva o la fabricación de bienes que los consumidores quieran comprar; significa expandir el crédito a través de contratos derivados y otras inversiones apalancadas para maximizar beneficios partiendo de dinero tomado en préstamo. El objetivo a largo plazo es poner al sector financiero por encima de los sectores productivos de la economía real. Es un programa destinado a mantener la hegemonía del dólar y Wall Street sobre las finanzas globales.
La declaración del G20 también rechaza el proteccionismo que defiende los intereses del trabajo y las industrias nacionales claves. Una vez más, ello sólo ilustra el flagrante sesgo pro-Wall Street de estas reuniones, en las que ninguno de los líderes representó los intereses del trabajo o de los sindicatos. El trabajador se puede ir al infierno.
El grupo pidió más estímulos gubernamentales para minimizar los efectos del enfriamiento de los mercados crediticios, del desempleo y de la deflación. También pidieron mayor «transparencia y responsabilidad», a pesar de que probablemente no tendrá ninguna consecuencia. Wall Street no está en disposición de perder su gallina de los huevos de oro. Sus operaciones fuera de balance, sus activos de Nivel 3 «market to fantasy», su comercio «dark pool» y sus opacos y enrevesados métodos de contabilidad. Todo ello es lo que gusta a los alquimistas, lo que permite a «gurús» de la inversión con poco talento y aún menos escrúpulos convertir instrumentos de deuda exóticos en oro puro. Esperan mucho debate y acción por parte de Paulson en relación a la transparencia, mientras no revelan prácticamente nada sobre sus oscuras actividades.
Como no podía ser de otra manera, aparecieron las brillantes sandeces sobre el «control de la innovación financiera», preservación del «dinamismo» del mercado y lucha a favor de una «menor pobreza». Alguno de los líderes incluso pidieron, con semblante serio, la creación de un «colegio de supervisores» para los reguladores bancarios y límites a los sueldos de los ejecutivos para «evitar que tomen riesgos excesivos». Sorprende que las naciones en desarrollo, muchas de las cuales han sido víctimas de las políticas duras del FMI, hayan permitido que dichos disparates se incluyan en la copia final. Es como un extracto de las memorias de Milton Friedman. Nadie alojado en las suites del centro de Manhattan va a demorar pago alguno ni a perder una hora de sueño por la «reducción de la pobreza». Estos chicos son trileros cuya vida laboral consiste en meter la mano en los bolsillos de inversores inconscientes.
Lo que realmente es necesario en lugar de todo este divertimento sin sentido es un estricto cumplimiento de un listado básico de normas. Las normas de las instituciones financieras han sido articuladas por bastantes analistas del mercado como Kart Denninger (Market Ticket) en su «Genesis Plan»:
1. Obligar a que todos los activos fuera de balance vuelvan al balance, y obligar a sacar los modelos de valoración e identificación de activos individuales fuera del Nivel 3 e incluirlos en el 10Qs y el 10Ks. Ejecutar dicho requerimiento empezando con el período de evaluación del 3Q 2008 que empieza el año que viene. (Por ejemplo, todos los activos deben ser contabilizados en los balances bancarios).
2. Forzar a todos los derivados del mercado extra bursátil a ser negociados en un mercado regulado similar al que se usa en las «listed options» o los mercados de valores. Ello desactivaría definitivamente la bomba de relojería que suponen los mercados de derivados. Dar a los agentes del mercado 90 días para hacer dichos cambios. Cualquiera que no estuviera en la lista en 90 días sería declarado nulo; dejar a los agentes del mercado demandarse entre ellos si no son capaces de demostrar la adecuación de su capital. (Ello crea un mercado público que permite a los reguladores saber si los contratos sobre derivados están suficientemente capitalizados o no).
3. Obligar a que el apalancamiento de todas estas instituciones tenga una ratio no superior a 12:1. La SEC (Agencia de supervisión del mercado de valores) descendió intencionadamente los límites del apalancamiento entre el broker y el negociador en 2004; antes de ello el límite era 12:1. Cada compañía quebrada ha doblado por lo menos el apalancamiento establecido en dicho límite. Ejecutar dicha medida con un límite temporal de seis meses y requerir una reducción de un sexto del exceso mensualmente. (Los cinco mayores bancos de inversión reconocieron una valor en activos agregado de 4$ billones antes que Bear Stearns quebrara. Muchos, por no decir la mayoría, de esos activos sin valor se encuentran ahora en el balance de la FED asumidos por los contribuyentes americanos. Demasiado apalancamiento sencillamente significa que el contribuyente paga la diferencia cuando el banco quiebra).
Aquí está el quid de la cuestión. Cumple las normas o vas a la cárcel.
Por supuesto que [la irresponsablemente abrogada ley] Glass Steagall deberá ser recuperada en una forma a la altura de los tiempos, para separar a la banca comercial de la banca de inversión. Las agencias de «rating» como Moody’s y S&P deberán ser desprovistas de cualquier conflicto de interés. No pueden ser pagadas por las mismas instituciones financieras que les encargan los análisis de «rating»; eso es un punto muerto. La cuestión más importante es devolver la confianza a los mercados a través de la transparencia. En estos momentos, el bloque de Obama está acumulando la misma colección de arpías de Wall Street que presionaron [bajo Clinto] para revocar la ley Glass Steagall, lo que permitió que los derivados pudieran negociarse fuera de un mercado público. Creen que pueden mantener el mismo régimen financiero con tan solo un lavado de cara usando la credibilidad de Obama para disimular sus actividades. Por eso es fundamental para las naciones con mayores reservas de capital que se establezca un modelo independiente para dar respiro a los países en desarrollo afectados por la crisis financiera. Si no es así, el FMI (es decir, el Tesoro americano) continuará enredándolos en su telaraña de deuda.
El mundo no necesita un nuevo Bretton Woods o un nuevo orden mundial. Necesita una visión competente de las finanzas globales. Una visión dispuesta poner fin a la tiranía del dólar, a la política de las superpotencias y a la política económica del «pídele dinero a tu vecino». Un sistema que refuerce la soberanía nacional, la cooperación y el derecho internacional. Eso es sobre lo que debería estar discutiendo el G-20, en lugar de perder el tiempo intentando sostener un sistema que está podrido por dentro.
Mike Whitney es un analista político independiente que vive en el estado de Washington y colabora regularmente con la revista norteamericana CounterPunch.
Traducción para www.sinpermiso.info: Ernest Urtasun Domènech