La filmoteca de Cataluña dedica dos sesiones (de lunes 5 a sábado 10 de septiembre) a Jean Vigo (1905-1934), aunque muchos, bombardeados por las películas que hay en cartelera, se preguntarán quien es Jean Vigo. Es, por ejemplo, uno de los antecedentes que han reivindicado tanto la nouvelle vague como la rive gauche francesas -y […]
La filmoteca de Cataluña dedica dos sesiones (de lunes 5 a sábado 10 de septiembre) a Jean Vigo (1905-1934), aunque muchos, bombardeados por las películas que hay en cartelera, se preguntarán quien es Jean Vigo. Es, por ejemplo, uno de los antecedentes que han reivindicado tanto la nouvelle vague como la rive gauche francesas -y en general todos los que en los años sesenta abanderaron el nuevo cine-, un hombre que hizo cine, pero no vivió profesionalmente del cine. Hizo sólo tres cortometrajes y L’Atalante (1934). Ni que decir tiene que los distribuidores -no muy distintos de los de ahora- dejaron irreconocible su película, y tuvo que ser en la posguerra que un grupo de amigos pudo salvar el original. Sin embargo, la revista Positif le dedicó todo un número -el número 7, de 1953- e hizo que los cinéfilos empezaran a preguntarse quién era este tal Jean Vigo.
Su obra es pequeña, abarcable, aunque substancial. En 1930 hace A propos de Nice, una descarga eléctrica al espectador bien pensante, que hace venir a la memoria los nombres del soviético Dziga Vertov -cuyo hermano era el director de fotografía de la película, Boris Kaufman- y el apátrida Joris Ivens. Desde el plano aéreo de Niza que abre la película, Jean Vigo entró en el cine de las imágenes necesarias. Su imagen de la burguesía de vacaciones es extremadamente mordaz y sarcástica. Pero importa tanto el qué hace como el cómo lo hace. Tiene la habilidad de convertir imágenes cotidianas en auténticos símbolos de clase. Muchos de sus símbolos fueron retomados por cineastas que apreciaban el trabajo de Vigo, como Joan Brossa y Pere Portabella, por ejemplo, en una de las secuencias de Nocturno 29 (1968).
En 1931 rueda Taris ou la natation, en donde consigue imágenes de gran belleza a partir de la iluminación subacuática, una técnica que luego aprovechara en las imágenes submarinas de L’Atalante. Su mediometraje Zéro de conduite (1933), con su rabia irreparable por lo que supone la enseñanza religiosa, fue prohibido en su momento. Y después vino la historia de amor de L’Atalante, destrozada por los distribuidores. Con sólo cuatro películas, es uno de los grandes del cine francés y mundial.
También era un hombre lúcido, y comprometido con su tiempo, mezclado entre los ambientes comunistas y anarquistas de su tiempo. En un texto en ocasión de A propos de Nice, Hacia un cine social, argumentó su célebre definición del documental como «un visto de vista documentado».
Ahora se cumplen cien años del nacimiento de Jean Vigo. Quizá merezca la pena perder dos tardes de septiembre para contemplar sus cuatro cantos irrenunciables a la libertad, ¿no les parece?