Desde que los mercados financieros se convirtieron parcialmente en un campo minado, las bolsas de mercancías aparecen como un refugio atractivo. Así como, tras el estallido de la burbuja punto.com en 200-01, el capital se refugió en los valores inmobiliarios y en los derivados financieros, ahora, tras el estallido de la burbuja inmobiliaria y de […]
Desde que los mercados financieros se convirtieron parcialmente en un campo minado, las bolsas de mercancías aparecen como un refugio atractivo. Así como, tras el estallido de la burbuja punto.com en 200-01, el capital se refugió en los valores inmobiliarios y en los derivados financieros, ahora, tras el estallido de la burbuja inmobiliaria y de la burbuja de los derivados, sigue desplazándose a toda velocidad. Se mueve hacia las bolsas de mercancías a término, en donde, con contratos de futuros sobre títulos en papel de materias primas (petróleo, gas, metales, productos agrícolas) se puede ganar dinero rápidamente y sin esfuerzo. A diferencia de lo que ocurre en las bolsas de acciones, en las bolsas de mercancías a término no hay intereses ni dividendos. Quien en ellas invierte dinero, apuesta a ganancias sobre el cambio de curso, es decir, a aumentos de precio rápidos y vigorosos de las «mercancías ficticias» titularizadas en papel. La colosal afluencia de capital ha desencadenado allí en poquísimo tiempo una verdadera explosión de los precios. Desde comienzos de año, la economía mundial cabalga sobre una nueva burbuja especulativa.
Los inversores financieros, que han colocado miles y miles de millones en el comercio de mercancías de papel, son responsables de la vertiginosa subida de precios de las materias primas. Huelga decir que los bolsistas rechazan eso indignados: no la especulación en las bolsas a término o el comercio no regulado fuera de las bolsas serían los culpables de la explosión de precios, sino -elijan ustedes- los chinos, los hindúes o el conjunto de los países BRIC (Brasil, Rusia, India, China), cuando no el «pico» que supuestamente habría alcanzado ya la producción de petróleo. Es verdad, desde luego, que los países en el umbral del desarrollo crecen desde hace años a un ritmo récord, pero la vertiginosa subida de precios en las opciones de títulos de mercancías, seguida muy de cerca por las correspondientes subidas de precios del petróleo real, del gas real, del arroz real, de la soja real y del trigo real, data por lo menos del último trimestre de 2007. Desde entonces, según datos del Banco Internacional de Compensación, se observa un claro retroceso del volumen del comercio de derivados, mientras que el volumen de los papeles-mercancía sube rápidamente a escala planetaria. Eso vale, por lo pronto, para los títulos agrícolas, seguidos de los de los productos energéticos. Por cierto que en ese boom pesaron con fuerza las bolsas chinas de mercancías a término: con incrementos de volumen de más del 100% en pocos meses.
El comercio con materias primas y alimentos titularizados en papel tiene una propiedad que lo hace irresistible para los especuladores. Se necesita harto menos capital propio que en los mercados de acciones. Hasta las estrictas reglas de la comisión de control instituida por el gobierno norteamericano, la CFTC (Commodity Futures Trading Commission), permiten a cualquier especulador comprar un contrato para petróleo crudo sin tener que desembolsar en efectivo más que el 6% del valor de ese contrato. Lo que significa que, para adquirir un barril de crudo en la bolsa petrolífera de Nueva York (NYMEX), sólo necesito unos 10 dólares. Eso atrae a los especuladores en masa. No es por casualidad que todos los grandes inversores -grandes bancos, sobre todo bancos de inversiones, fondos de pensiones, empresas aseguradoras o fondos hedge- estén ahora entrando en tromba en las bolsas de mercancías a término y en el comercio especulativo con títulos en papel de petróleo y otras materias primas. Los mayores jugadores y mayores disparadores de precios en la NYMEX, en la IPE (la International Petroleum Exchange de Londres) y en la ICE (Intercontinental Exchange) son firmas que llevan la batuta en Wall Street, como Goldman Sachs, Morgan Stanley, JP Morgan Chase, o el Bank of America, la Société Générale francesa y la Deutsche Bank alemana. A todas esas empresas hay que agradecer que, entretanto, simples inversores privados, como el clásico pequeño accionista, se estén subiendo al carro del boom de la especulación con las materias primas. No la OPEC, sino Wall Street domina ahora el negocio del petróleo.
Ya en 2006, el Senado de los EEUU estaba oficialmente en claro respecto al hecho de que los inversores financieros habían arrebatado la jefatura a las cuatro grandes empresas petrolíferas angloamericanas y a la OPEC. Hasta el 60% de las recientes subidas de precios del petróleo hay que agradecérselas a esos inversores, y entre un 20 y un 30 por ciento a la caída del dólar, de la que tratan de resarcirse los productores y los comerciantes de petróleo. Apenas tiene que ver el drástico incremento de precios con costes de producción crecientes o con una demanda real en aumento. La demanda mundial de crudo ha subido desde 2004 poco más de un 1,2% anual; en cambio, el precio del crudo, más de un 250%. En enero de 2008 rebasó por vez primera la marca de los 100 dólares, luego perforó la barrera del sonido de los 130 dólares por barril. Los costes de producción de un barril de crudo no montan hoy, aun en las condiciones más adversas -la extracción de crudo de las arenas betuminosas de Alaska-, más de 30 dólares por barril.
En los EEUU, el país con mayor consumo de petróleo del planeta (cerca de 20,7 millones de barriles diarios), la demanda de petróleo baja desde hace meses, y -dada la recesión que no deja de extenderse- seguirá verosímilmente bajando. En China, que consume un tercio del petróleo consumido por los EEUU, las importaciones de petróleo vienen creciendo más bien moderadamente desde 2000, en menos de un 0,5% de la producción mundial cada año.
En muchos lugares se descubren ahora nuevos campos petrolíferos. La Arabia Saudita, el mayor productor petrolífero del mundo, tiene previsto un importante aumento de sus suministros (hasta un tercio de su actual producción) y quiere aumentar en un 40% las inversiones en plantas productoras. Con unos precios crecidos, se vuelve rentable hasta la explotación de reservas petrolíferas tenidas hasta ahora por demasiado costosas. Brasilia, por ejemplo, entrará muy pronto en la categoría de los diez mayores productores petrolíferos, gracias a unos recientes hallazgos de petróleo en sus costas. No es pues, admisible, la tesis de que el precio del petróleo refleja una nueva escasez petrolífera global.
¿Y la alta política? Al cierre de su cumbre en Osaka, los ministros de finanzas del G-8 cayeron en la original cuenta de que había que empezar a investigar el papel desempeñado por la especulación internacional en el vertiginoso aumento de los precios del petróleo. El FMI y la IEA (Agencia Internacional de Energía) tienen que presentar un informe al respecto antes de octubre. Hasta entonces, siguen los llamamientos a los países productores para que hagan algo. Los ministros de finanzas reunidos parecían como desamparados, y diríase que tan incapaces de comprender el mundo del capitalismo realmente existente como el usuario corriente y moliente atónito ante el surtidor de su gasolinera. Que la energía y la alimentación de la población mundial son cosas demasiado importantes para dejarlas en manos de los especuladores, no parece cosa que los fundamentalistas de mercado que nos gobiernan puedan comprender de buenas a primeras.
Michael Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam e investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad.