Traducido por Caty R.
Si tuviera que resumir la situación económica en dos frases, éstas serían:
«La crisis financiera es el resultado de un proceso que consistió en hacer cada vez más presión sobre las familias y los pueblos para privarlos de sus recursos, consagrar dichos recursos al capital financiero y sustituirlos por el endeudamiento».
La segunda frase sería «Frente a esta crisis el capital continúa privatizando -cada vez más- los beneficios y trata de socializar las pérdidas, de ahí que recurra nuevamente a los Estados».
La mayoría de los comentaristas insisten en que esta situación no puede durar y en que el sistema está al borde de la implosión, pero también hay que tener en cuenta que sus propuestas, a la vez que muestran las fragilidades del sistema, señalan la imposibilidad en la que se encuentra el capitalismo para poner en marcha dichas propuestas. Al leer a los pequeños genios de las finanzas, a los sabios economistas y a nuestra Christine Lagarde (ministra de Economía de Francia, N de T.), no puedo evitar el recuerdo de la célebre fábula de Lafontaine en la que las ratas encontraban el remedio: poner un cascabel al gato. Sí, pero el problema principal era: ¿Quién le pone el cascabel al gato?
Digamos enseguida que hay al menos un punto sobre el que se puede estar de acuerdo, la importancia de la circulación de los activos líquidos y el crédito, especialmente entre las naciones. Efectivamente, se puede considerar que se trata de la sangre de la economía y, en el contexto de la globalización, es imposible ignorarla. De entrada, el problema es que desde que el cacique Nixon perpetró la sustitución del oro por el dólar, nos enfrentamos a una moneda-vampiro que obliga a todo el resto del planeta a pagar el formidable endeudamiento de Estados Unidos; todos los pueblos, incluido el nuestro, se ven obligados a comprar dólares para entrar en el mercado, mientras que Estados Unidos sólo tiene que accionar la plancha de los billetes; y no se priva. Esta estafa se duplica en la de la factura energética del petróleo que, gracias a la rufianesca alianza entre los saudíes y los estadounidenses, hay que pagar en petrodólares.
Esto plantea la cuestión de una primera reforma: ¿cómo salir del dólar para encontrar otro patrón monetario?
Creo que esto lo tiene claro todo el mundo. Pero lo primero es ver cómo todo el sistema institucional financiero se ha organizado en torno a la soberanía del dólar. Hay varios niveles de reformas posibles. Las instituciones de Brettons Wood, establecidas después de la Segunda Guerra Mundial, están totalmente compradas. Resumiendo podemos decir que no habrá una moneda internacional ni las imprescindibles instituciones reguladoras sin una profunda transformación del orden internacional y una reconsideración de la desigualdad de los intercambios y de la soberanía de las naciones.
Y aquí se plantea por primera vez la pregunta: ¿Quién le va a poner el cascabel al gato? Cuando Chávez propone a la OPEP volverse hacia el euro está incitando a los países productores, y más ampliamente a todos los países asfixiados por la factura energética, a entrar en otra lógica. Es por eso por lo que el pujante policentrismo que se está estableciendo es, esencialmente, un cuestionamiento de la soberanía del dólar y del sistema. Por un lado este cuestionamiento constituye una posible sacudida a un sistema de desigualdad y amenaza permanente de la soberanía de los pueblos. Pero por otra parte, si dicho policentrismo no consigue establecer un nuevo orden internacional, la competencia y las amenazas de guerra se harán más grandes.
La paradoja es que en esta crisis surge el conocimiento de la imposibilidad de seguir como antes y sin embargo todas las recomendaciones son contradichas por las disposiciones inmediatas que rechazan, de hecho, lo que sería sensato.
Tomemos otro diagnóstico, el del telón de fondo de todas las disfunciones: estamos en un mundo de expansión de la liquidez que va de crisis en crisis, de burbuja en burbuja, y no se ve la manera de detenerlo.
Los consejos se multiplican en torno al enfermo, pero todos tropiezan con la misma pregunta: «¿Cómo se puede reformar el capital financiero?». Yo añadiría: «¿Es reformable?» Lo que es seguro es que si hubiera una verdadera oposición, una alternativa política, ésta debería impulsar la puesta en marcha de algunas propuestas. Cuando Sarkozy, por ejemplo, propone suministrar capital para salvar los empleos de la empresa Arcelor, la oposición no debería conformarse con decir -que es verdad- que lo que está haciendo es subvencionar a Mittal, sino que debería afirmar la necesidad de nacionalizar la siderurgia… Pero, ¿quién se atreve a poner el cascabel al capital? De la misma forma, cuando Sarkozy propone crear un gran banco francés Société Générale-BNP se alborota el gallinero del CAC 40 (índice de la Bolsa de París, N. de T.). Sin embargo sería necesario avanzar en este sentido, aunque más bien hacia la nacionalización democrática de un banco francés bajo control público, de los asalariados y usuarios. Pero en todos los casos la izquierda sólo sabe clamar visceralmente contra el «sarkozysmo» e incluso podría recaer en el asunto de que el Estado no tiene que intervenir en la economía… ¡Ver para creer!
Pero volvamos a la disfunción global de la expansión de la liquidez. Nos hablan a menudo del nuevo papel y la nueva fuerza de los países emergentes, de la masa de liquidez que poseen. Es interesante ver que las soluciones preconizadas, al menos dos de ellas, son muy interesantes: es necesario, nos dicen, que los países emergentes dejen de ahorrar y gasten en el bienestar de sus poblaciones; la segunda concierne al debate sobre los fondos soberanos. Si observamos las propuestas y los comportamientos reales no podemos dejar de sorprendernos por el hecho de que, cada vez más, las soluciones que se contemplan se acercan al socialismo, pero no se pueden resolver porque hay que mantener la soberanía del capital financiero. No incidiré en la cuestión de los fondos soberanos, que ya he analizado mucho con anterioridad, s implemente diré que es necesario encontrar algo que afloje un poco la presión y dichos fondos soberanos tienen el mérito inmenso de funcionar de una forma un poco más ralentizada y un poco menos usurera que los fondos especulativos. Los fondos soberanos no exigen, a priori, que se envíe al paro a los trabajadores para que suban las acciones; son un pequeño factor de equilibrio, aunque se trate de un parche para una economía inmersa en una profunda crisis sistémica. Porque, efectivamente, los Estados por sí mismos pueden controlar mejor el potro desbocado del capital financiero, pero estos Estados generalmente funcionan según la lógica de dicho capital. Por lo tanto es mejor, pero no es la solución.
Pero las recomendaciones van más lejos, se trata de promover el desarrollo de la protección social…
Tomemos la necesidad de frenar la masa de liquidez en expansión equilibrando los países deficitarios y los países acreedores. Actualmente estamos en una situación que, según los financieros más expertos en los beneficios del capitalismo, se está volviendo imposible: Estados Unidos y la Unión Europea (lo que llamamos el Norte) tienen un déficit externo mientras que los países emergentes y petroleros ostentan un excedente externo gigantesco. Se propone «una cooperación internacional» para reducir los índices de ahorro en los países emergentes exportadores de materias primas y asistimos a una situación que creíamos impensable : el Banco Mundial ruega a China que ponga en marcha el gasto público en materia de salud, educación o infraestructuras públicas; en resumen, que establezca un sistema de protección social que se está desmontando en el Norte.
Y al mismo tiempo que se recomienda a los países emergentes que se ocupen de las «necesidades» de su población, se trata de elevar el índice de ahorro en los países «cigarras» presionando sobre «los déficit públicos» y aplicando una política monetaria más restrictiva. Pero tengamos en cuenta que nunca se toca el capital financiero, por lo que seguimos siempre en el sentido de la liquidez en expansión y la presión sobre las rentas reales.
De hecho, la búsqueda de soluciones choca con el rechazo a tocar el capital financiero y sus beneficios y a la negativa de presionar las rentas de los más pobres, o los menos ricos, tanto como la idea de prever otro tipo de distribución e inversión, especialmente en ámbitos no mercantiles como la salud o la educación; en nuestros países capitalistas, en cambio, se trata siempre de privatizar más esos gastos. Y además dar como respuesta inmediata a la crisis el fomento del endeudamiento para aumentar la mercantilización de la economía.
Las actuaciones que se han puesto en marcha como respuesta a la crisis, las medidas de Bush y la reducción de los tipos de interés del FED (Fondo Europeo de Desarrollo, N. de T.), van en este sentido. Igual que la política de Sarkozy. Se trata de proseguir el endeudamiento para mayor gloria del capital financiero. No se plantea el restablecimiento de la justicia en materia salarial, sino la incitación al consumo, como en el caso del «bouclier fiscal» (ventajas fiscales, especialmente para las clases acomodadas, N. de T.). Y así viene a continuación lo que denuncian los economistas más ortodoxos: la expansión desenfrenada de una liquidez que irá «de burbuja en burbuja». Los economistas suplican que al menos se ralentice para que el espacio entre las burbujas se reduzca. Los más dogmáticos, como Trichet (Director del Banco Central Europeo, N. de T.), que están dispuestos a llegar hasta la asfixia total de los asalariados de nuestros países, señalan con razón que cuando los tipos de interés de los préstamos de liquidez son inferiores al índice de crecimiento, las dificultades de reembolso no se tienen en cuenta y se incita a todo el mundo al endeudamiento. Pero el verdadero problema es la presión sobre los salarios, sobre las rentas reales de la economía efectiva, que se sacrifican a este cáncer financiero que se sigue manteniendo. Por lo tanto, Trichet no tiene la culpa de considerar que la reducción de los tipos de interés es una prima a la nueva burbuja, pero esta «ortodoxia» se vuelve loca cuando vemos al mismo personaje protestar, incluso, contra la idea de un salario mínimo garantizado.
Porque el desequilibrio es estructural e internacional, pero también tiene una dimensión institucional que nos hace descubrir la locura económica de la Société Générale.
Esto es el capitalismo financiero, una función del capitalismo destinada a garantizar el crédito, el pago, la compra y la venta de una tesorería que se volvió autónoma y que genera enormes beneficios sin comparación con lo que produce la economía real. Las finanzas pueden llegar a un 20% de beneficios mientras que ninguna economía del mundo produce semejante rentabilidad. Podríamos analizar el problema desde diversos ángulos, uno de los más esenciales es que actualmente los gastos financieros tienen más peso en las empresas que los salarios; y sin embargo se sigue considerando que el aspecto financiero es primordial.
Pero la principal demostración del asunto de la Societé Générale es el profundo cambio del sector bancario. Como señala Aglietta (1): «Transferir el riesgo hasta el ahorrador final se ha convertido en el alfa y omega de los profesionales de las finanzas, desde los bancos, que se embolsan comisiones y venden el riesgo de los créditos después de convertirlos en títulos financieros, hasta los fondos de pensiones llamados ‘de cuota fija’, que rechazan los compromisos sociales y se alinean con los comportamientos ‘cortoplacistas’ de los fondos de inversiones especulativas».
La famosa opacidad de la que no dejan de lamentarse nuestros gobernantes forma parte del sistema; y aquí también nos encontramos con la cuestión de quién le pone el cascabel al gato, quién va a imponer la transparencia cuando todo el sistema prosperó a base de estafas y nuestros gobernantes son simples empleados del sistema financiero. El banco, al que nos vemos obligados a confiar nuestros salarios y que nos garantiza crédito y saldo, se ha convertido en un agente de los mercados financieros. Nuestros gobernantes, ya sean de derecha o de izquierda, comprados o demasiado tontos para pensar de otra forma, no ponen en entredicho el sistema, están convencidos de que el capitalismo, a pesar de todo, es el mejor sistema. No tienen ni siquiera el valor o las ganas de explicar la naturaleza de la terrible crisis a la que nos enfrentamos.
Mientras que los bancos, los mercados, los inversionistas institucionales, las agencias de calificación, la organización de la supervisión, los bancos centrales y las políticas monetarias, olviden que hay que transformarlo todo y para eso no es suficiente con un simple parche, nos parece imposible que se opere dicha transformación.
Por esta razón estoy convencida de que sólo la intervención del pueblo con las luchas obstinadas y testarudas para exigir sus derechos, tanto para su país como para su hogar, son las únicas que conseguirán que las cosas cambien radicalmente. Sólo el pueblo es capaz de poner el cascabel al gato por medio de dos exigencias: la de la soberanía y la de la justicia social inmediata. Y creo que tenemos el deber de desenmascarar la naturaleza del gigantesco engaño del que estamos siendo víctimas.
(1) Michel Aglietta, Alternatives economiques, número 75, primer trimestre de 2008.
Original en francés: http://socio13.wordpress.com
Danielle Bleitrach, es socióloga, profesora universitaria jubilada y autora de numerosos libros y artículos sobre la clase obrera, el mundo del trabajo y los problemas del desarrollo en el marco de la globalización.
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y la fuente.