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La rebelión del ministro Palocci

¿Quién manda realmente?

Fuentes: Editorial de Liberación

Pese a que en muchos lugares del mundo las políticas neoliberales hacen agua por todos lados y generan frecuentes crisis económicas que hacen trizas los países, aún en algunos nuevos procesos con intención de cambio político como sucede hoy en América del Sur, la dictadura del capital financiero y el mercado sigue marcando el rumbo […]

Pese a que en muchos lugares del mundo las políticas neoliberales hacen agua por todos lados y generan frecuentes crisis económicas que hacen trizas los países, aún en algunos nuevos procesos con intención de cambio político como sucede hoy en América del Sur, la dictadura del capital financiero y el mercado sigue marcando el rumbo a seguir. Por eso no es de extrañar de que los ministros de Economía tengan más poder en algunos que los propios presidentes y parlamentos.

Elegidos estos funcionarios públicos para asegurar «un cambio responsable» sin inquietar a Estados Unidos, al Banco Mundial, al Fondo Monetario y a otras instituciones financieras y bancarias (que son las que verdaderamente han diseñado y controlan de que se sigan aplicando esencialmente políticas neoliberales) adquieren éstos un poder tal que determinan al fin y cabo que el prometido cambio quede sólo en una operación de marketing electoral.

Les preocupa quedar mal con el extranjero, como no sea cumplir con los «compromisos asumidos» frente al BM, el FMI, el BID de seguir pagando la deuda externa y restringiendo los recursos a invertir en trabajo, alimentación, educación, salud, de sus conciudadanos más desposeídos, y en otras cosas menores que según -su insensibilidad de tecnócratas- pueden seguir esperando hasta las calendas griegas.

Apoyados por los grandes medios y de una retórica de «técnicos convincentes» estos ministros del »cambio posible» confunden y aletargan al ciudadano medio con el «no se puede». A tal punto que se respaldan unos a otros y está de moda argumentar que si «Brasil que es grande y poderoso y sigue pagando los intereses de la deuda externa nosotros que somos más pequeños tampoco podemos hacer algo diferente».

Esta semana al presidente Inacio Lula da Silva se le «rebeló» su ministro de Hacienda Antonio Palocci. Un personaje que ha sido del agrado de los poderosos de Brasil y los círculos financieros internacionales, al tiempo de que se granjeó la oposición de los sectores de izquierda y de los más pobres. Porque lo responsabilizan de seguir una política que, pese al crecimiento de la economía, no ha permitido destinar aún recursos significativos para poder sacar a millones de brasileños de la pobreza extrema.

Según informó la prensa, el ministro habría condicionado su permanencia en el gabinete a condición de que Lula le aprobara un «fuerte ajuste fiscal» (léase esmirriado presupuesto público) y «todo el poder» para decidir en materia del rumbo económico del país. Así mismo le habría reclamado al presidente Lula que detuviera los ataques hacia él de algunos colegas en el gabinete.

¿Qué pretende el rebelde Palocci? Nada más ni nada menos que cumplir con lo que le dicta Rodrigo Rato, director gerente del FMI, aquello de que «es indispensable ampliar la meta de superávit» para pagar los intereses de la deuda. El ministro considera que un «ahorro» de 4,25 % del producto bruto interno es «insuficiente» y exige elevar ese nivel a por lo menos 5 % al terminar el año. Si bien Lula no piensa introducir grandes cambios a la política económica, concuerda con otros ministros de que es necesario abrir ya los cofres públicos para invertirlos en el presupuesto interno. Según la prensa brasileña de 9 mil millones de dólares que entrarían, Palocci quiere entregar sólo 4.500 millones para el gasto público.

Un caso similar al del ministro brasileño, es el de Danilo Astori, actual responsable de Economía en el gobierno progresista de Tabaré Vázquez en Uruguay. Si bien Astori no se ha rebelado aún como su colega, ya tuvo meses atrás un roce con el mismo presidente y otros ministros a raíz de los recursos que se destinarían a la educación. En esa ocasión, con argumentos similares Astori sostuvo de que lo que se había prometido para ese rubro durante la campaña electoral no «era posible». Consecuente el ministro no quiere desmontar el Uruguay financiero heredado del neoliberalismo salvaje, sólo parece pretender corregir su anarquía, hacerlo funcionar mejor bajo el capitalismo de siempre, ni siquiera con formas mixtas como en algún momento de la historia lo supo hacer la burguesía liberal.

Más allá de lo circunstancial, el hecho es que aún persiste una voluntad política de no romper con el círculo infernal impuesto desde afuera. De contemporizar con el monstruo del mercado y con los dueños del circo. Con el agravante de que los ministros de Economía de hecho también están diseñando la política exterior en otros terrenos, manteniendo una «soberanía restringida» que impide a los países subyugados avanzar en políticas alternativas a las hegemónicas. Los tecnócratas con la manija en la mano mandan y los políticos no se animan a decidir porque han aceptado que «ellos -los técnicos- saben más y en Washington les tienen confianza».

Y mientras estos «sabios y cuerdos» gobiernan, los cambios que le prometieron a la gente cuando le pedían el voto siguen postergados hasta la próxima elección.