Desde el punto de vista criminológico la muerte de Yasir Arafat debe considerarse un asesinato político, hasta que su defunción no haya sido certificada como una muerte por causa natural, mediante una autopsia de autoridades médicas competentes e independientes internacionales. El corpus de evidencia circunstancial que sustenta la hipótesis de un crimen político abarca cuatro […]
Desde el punto de vista criminológico la muerte de Yasir Arafat debe considerarse un asesinato político, hasta que su defunción no haya sido certificada como una muerte por causa natural, mediante una autopsia de autoridades médicas competentes e independientes internacionales.
El corpus de evidencia circunstancial que sustenta la hipótesis de un crimen político abarca cuatro elementos principales: 1. El motivo que generó el delito; 2. Evidencia de la energía (voluntad) criminal para llevarlo a cabo; 3. Antecedentes del dominio y de la posesión de los sofisticados recursos necesarios para realizarlo; 4. Ausencia de una explicación pública satisfactoria sobre las causas de defunción de Arafat por parte de las autoridades médicas francesas.
1. ¿A quién beneficia la muerte de Arafat?
Toda investigación de un crimen inicia con la clásica interrogante procesal del derecho romano, popularizada por Cicerón, ¿cui bono? Es decir, ¿quién se beneficia con el delito ejecutado? La respuesta en el caso de Arafat, avalada por múltiples evidencias autoinculpatorias de los potenciales responsables, es obvia: los autores y operadores del megaproyecto de modernización neocolonial del Medio Oriente, Sharon y la camarilla «neoconservador» de Bush, quienes tuvieron un interés directo en «remover el obstáculo a la paz», que, para ellos era el Presidente palestino.
2. ¿Existía la energía criminal para cometer el delito?
La voluntad (energía criminal) de utilizar el asesinato político como medio de política exterior, no solo ha sido documentada por sucesivos gobiernos israelíes mediante múltiples ejecuciones extrajudiciales (asesinatos) y desapariciones forzadas en diversos países, sino ha sido formulada, en el caso de Arafat, coram publico (públicamente) y ex officio (oficialmente) por las máximas autoridades del gobierno de Sharon. Sharon lleva a cabo una guerra de conquista colonial en Palestina como él mismo, en un raro momento de honestidad, ha confesado públicamente, diciendo: «A ustedes posiblemente no les guste la palabra, pero lo que está sucediendo es una ocupación. Sujetar (holding) 3,5 millones de Palestinos es malo para Israel, los Palestinos y la economía de Israel.»
Para «sujetar» a 3,5 millones de palestinos en los territorios ocupados del West Bank y Gaza, y otros 1,3 millones de árabes dentro de Israel, Sharon ha utilizado todo el arsenal del terrorismo de Estado y violado cuanto convenio internacional exista sobre la protección de la población civil en situaciones de guerra, incluyendo la declaración abierta del asesinato político de un Premio Nóbel de la Paz y presidente democráticamente electo, de otro país: Yasir Arafat. Después de tres años de debates confidenciales en los círculos gobernantes, en los cuales el ministro de Defensa, Shaul Mofaz; el jefe del servicio de seguridad interna Shin Bet, Avi Dichter; el jefe del Estado Mayor israelí, general Moshe Yaalon y el Ministro de Relaciones Exteriores, Silvan Shalom, entre otros, argumentaron a favor de «remover…el obstáculo a la paz», el presidente palestino Yasir Arafat, el gabinete de seguridad israelí hizo público dicho plan en la primera semana de septiembre del 2003. Al generarse un debate público sobre tal proyecto el viceprimer ministro israelí Ehud Olmert reafirmó en una entrevista radiofónica en Israel que el asesinato del Presidente Arafat es considerado un método «legitimo». La cuestión es de qué manera se acaba con Arafat dijo el segundo hombre del Estado israelí: «La expulsión es una opción. El asesinato es otra posibilidad». El problema de que si Israel aplica la opción de la eliminación de Arafat, «no es un asunto de moral», explicó el íntimo de Sharon y candidato a futuro presidente, «sino de saber si es práctico o no».
A raíz de la ratificación pública del magnicidio como política de Estado, Siria promovió una iniciativa en el Consejo de Seguridad de la ONU, que demandaba que Israel cesara sus amenazas en contra de Arafat. Previsiblemente, el heraldo de la guerra contra el terrorismo internacional, el gobierno de George Bush, la vetó. Posteriormente, la moción fue aprobada abrumadoramente por 133 Estados en la Asamblea General de la ONU, con quince abstenciones y cuatro votos en contra. Los votos en contra fueron emitidos por cuatro gigantes de la democracia moderna: Israel, Micronesia, Islas Marshall y Estados Unidos. La reacción del gobierno de Sharon fue en consonancia con su política colonial y la de sus cinco antecesores, Shamir, Rabin, Peres, Netanyahu y Barak. Es decir, en consonancia con la decisión, de no devolver los territorios ilegalmente ocupados, de no desmantelar los asentamientos ilegales judíos y de no permitir, bajo ningún concepto, el establecimiento de un Estado soberano palestino. En palabras del Ministerio israelí de Asuntos Exteriores: «Esa resolución es tan irrelevante como el resto de resoluciones que son aprobadas en ese organismo (la Asamblea General) por mayoría automática». Parece que, finalmente, el gobierno israelí encontró la solución al problema Arafat. Entendió que tanto la expulsión como el asesinato público tendrían un costo político demasiado alto, pero que, si se combinaban las dos opciones de Olmert, la remoción del «obstáculo a la paz» no generaría crítica alguna en la opinión pública mundial. Esto, obviamente, es lo que sucedió.
3. Antecedentes del procedere del presunto magnicidio
El intento más documentado de asesinato político con sofisticados agentes de guerra biológica-química por parte del gobierno de Israel, es el fallido atentado contra Khalid Mashaal, dirigente de Hamas, el 25 septiembre de 1997, en la capital jordana Amman, por parte del servicio secreto israelí (Mossad).
En este atentado, autorizado por el Primer Ministro Netanyahu, dos agentes del Mossad con pasaportes canadienses falsificados, a nombre de Shawn Kendall y Barry Beads, ingresaron a Jordania y atacaron a Mashaal por la espalda cuando entró en su oficina, inyectándole una sustancia tóxica en su oído izquierdo. Fue ingresado a un hospital con problemas de respiración, sin que los médicos supieran diagnosticar la causa.
La presión de Jordania y de la opinión pública mundial obligó a Netanyahu a enviar un médico con el antidoto al veneno a Amman, lo que le salvó la vida a Mashaal, tal como reportó la misma prensa israelí.
Ese atentado perturbó brevemente las relaciones diplomáticas con Canadá, porque en 1981, agentes del Mossad habían sido detenidos con pasaportes canadienses falsificados y el gobierno israelí se había comprometido con el de Canada, de no volver a permitir al Mossad su uso.
Durante el fallido intento de asesinato político, Ariel Sharon —entonces Ministro de Infraestructura— jugó un papel importante en las negociaciones de liberación de los dos agentes detenidos en Amman. El 16 de marzo de 1998 declaró en el Canal 2 de la Televisión israelí que el gobierno no había abandonado la misión original, pero que no se iba a ejecutar en Jordania : «Deberían saber que vamos a liquidar a Mashaal. Les digo que no lo haremos en su país».
4. Inferencia ex silentio
El último elemento que sustenta la hipótesis de una presunta muerte no natural, es aportado por el silencio de las autoridades médicas francesas en torno a las causas de la defunción de Arafat.
Es poco creíble que en un hospital de primer nivel del Primer Mundo, especializado en enfermedades del sistema sanguíneo, no se haya logrado detectar la causa de la muerte de Arafat. El silencio respectivo de las autoridades francesas que han tratado el asunto como uno de sus arcana imperii (secretos de Estado), constituye, por lo tanto y en sí mismo, un elemento putativo de un posible crimen.
Para la democracia mundial es fundamental que se le practique al líder palestino una autopsia impecable en su metodología e independencia para conocer la verdad histórica sobre su repentina muerte en circunstancias poco claras.
Para la próxima generación de palestinos esa verdad histórica ya no tendrá importancia, porque el fundador de la Patria palestina se convertirá a pasos gigantesco en el mito fundador de su pueblo.
Su misteriosa muerte en un hospital militar francés sólo contribuirá a esa leyenda, tan esencial para el futuro del pueblo palestino, como su lucha en vida.