Hay algo tramposillo o, si se quiere, mentirosillo en la condena de la llamada posición ni-ni, que con tan robustos argumentos ha promovido, por ejemplo, Bricmont. Es tramposilla o mentirosilla porque obliga a aceptar un reparto binario del mundo y una lógica esquemáticamente negativa. Es además simplificadora y elitista: todas las múltiples fuerzas que operan […]
Hay algo tramposillo o, si se quiere, mentirosillo en la condena de la llamada posición ni-ni, que con tan robustos argumentos ha promovido, por ejemplo, Bricmont. Es tramposilla o mentirosilla porque obliga a aceptar un reparto binario del mundo y una lógica esquemáticamente negativa. Es además simplificadora y elitista: todas las múltiples fuerzas que operan sobre el terreno, con sus pequeños márgenes de autonomía, quedan así subsumidas en una de estas dos: o un imperialismo que habría orquestado un fabuloso montaje y a cuyas órdenes estarían no sólo gobiernos, organizaciones internacionales, intelectuales y mercenarios sino incluso millones de comparsas locales comprados o alienados; o -del otro lado- un núcleo resistente, anti-imperialista, apoyado por una élite insobornable, lúcida, consciente, dura, obligada a defender la verdad contra los ejércitos de la OTAN, los periódicos y la gente.
No creo que en el caso de Siria haya ningún ni-ni en ninguna parte. Están los que, como Bricmont, consideran que hay dos polos enfrentados y piensan que hay que posicionarse sólo contra la intervención (diciendo un más o menos sonoro sí al régimen sirio, mal menor o rompiente del imperialismo dominante); están también los que, como Henri-Levy, consideran que hay dos polos enfrentados y que hay que posicionarse sólo contra el régimen sirio (y dicen un más o menos sonoro sí a la intervención, bien siempre mayor que el mal insuperable de una dictadura sangrienta). Estas dos posiciones, claro, se mantienen desde el exterior de Siria. En el interior, quien mantiene la posición de Bricmont es el régimen, que se apoya en su «anti-imperialismo» para seguir matando a su pueblo. Y quien mantiene la posición de Henri-Levy es una parte de ese pueblo, incapaz de representarse las consecuencias de un bombardeo estadounidense, pero que vive todos los días en carne propia los bombardeos «coloniales» de su propio gobierno. La lógica de Bricmont, por lo demás, lleva a proponer -y al régimen sirio a aceptar- el apoyo, la complicidad, la compañía de la extrema-derecha europea, que es manifiestamente pro-régimen y anti-intervención.
Luego, en el exterior y en el interior, estamos también los que partimos de una lógica afirmativa. No nos pronunciamos «contra» nada sino «a favor de» algunos principios defendidos colectivamente sobre el terreno. Estamos a favor -digamos- de la autodeterminación democrática del pueblo sirio, impulso de la revuelta pacífica inicial tronchada por la ferocidad de la represión. Pero, claro, en un mundo complejo, omnis determinatio est negatio (por decirlo pedantemente con Spinoza): «toda afirmación es negación» o, si se quiere, toda autodeterminación es negación, y la afirmación de la «autodeterminación democrática de Siria» sólo puede hacerse «contra» Bachar Al-Assad y, al mismo tiempo, contra Israel, el imperialismo estadounidense, las potencias del Golfo, Al-Qaeda, Rusia e Irán. Muchos enemigos, se dirá; un rosario de «nis», en efecto, pero que se despliegan ante nuestros ojos, con lógica inflexible de combate, a partir de la defensa de un sí inicial todavía vigente, de un proyecto positivo que choca sobre el terreno contra innumerables negaciones. Esta posición -qué duda cabe- es mucho más «simplificadora» que la de los que asumen la «complejidad» de la situación y concluyen rápidamente que es necesario apoyar a Al-Assad -y hasta considerarlo «bueno»- porque el Satán EEUU viene amagando una intervención contra él desde hace dos años.
La crítica de los inexistentes ni-ni se basa en el síndrome del espectador del hipódromo: no estamos sobre la pista, no somos ni caballos ni jinetes, nos limitamos a apostar y dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo, entre carrera y carrera, a criticar a los otros espectadores. Pero dentro de Siria hay una corriente laica y democrática, también de izquierdas, que, porque defiende el proyecto positivo de la autodeterminación democrática del pueblo sirio, dice un No rotundo, al mismo tiempo, a la dictadura assadiana y a la intervención (y de paso se manifiesta contra el yihadismo e incluso combate militarmente contra Al-Qaeda, como los kurdos y algunas brigadas del ELS). Que esa corriente democrática, la que comenzó la revolución en marzo de 2011, haya visto desplazado su protagonismo se debe al menos a tres factores: la brutalidad del régimen, que ha matado, encarcelado o desterrado a varias generaciones de activistas democráticos con la colaboración de Rusia e Irán; la financiación criminal, por parte de Arabia Saudí y, en menor medida, Qatar y Turquía, de los sangrientos grupos yihadistas, que están aprovechando, de manera casi «leninista», la ocasión que se les brinda; y el abandono, indiferencia o rechazo de la izquierda internacional. A esos tres hay que añadir un cuarto: unos medios de comunicación, tanto comerciales como alternativos, que ocultan sistemáticamente la lucha aún viva de los sectores de izquierdas, laicos y democráticos.
Confieso con ingenuidad que se me antoja extraña la dificultad de ciertos sectores anti-imperialistas para comprender a la izquierda siria que se opone al régimen. Por ejemplo, a todos nos debe importar mucho esclarecer el criminal uso de armas químicas en los suburbios de Damasco y tratar de llevar a los responsables ante un tribunal. Pero esa cuestión es marginal en el debate sobre la intervención. Los que estamos a favor de la autodeterminación democrática del pueblo sirio, por las razones antes enunciadas, no podemos fiarnos de la moralidad de ninguna de las partes implicadas: aunque el informe de la ONU nos merece más crédito que el de las «asociaciones de DDHH» del régimen, creemos a Obama capaz de mentir y a Al-Qaeda capaz de usar gas sarín. Nuestra posición contra la intervención no depende del esclarecimiento del crimen: incluso si se demostrase fehacientemente la autoría del régimen, nosotros estaríamos, en cualquier caso, en contra de la intervención militar de EEUU.
Curiosamente, el empeño de un sector de la izquierda anti-imperialista, indiferente hasta ahora frente a los crímenes del régimen, en demostrar que Bachar Al-Assad no ha sido el responsable (a veces con pruebas muy endebles, cuando no abiertamente manipuladas), y en denunciar el ataque químico como un puro montaje propagandístico al servicio de la intervención, implica dos principios peligrosos. El primero es la convicción de que el régimen sirio es incapaz de semejante tropelía; así planteada, la oposición a la intervención se convierte en un apoyo positivo a Bachar Al-Assad como «humanista, socialista y anti-imperialista». El segundo es paradójico. Porque estos sectores anti-imperialistas insisten tanto en asociar el uso de armas químicas a la intervención que inducen a pensar que, si quedase probada la responsabilidad del régimen, esa intervención sería legítima y habría que apoyarla. Es como si hiciesen un esfuerzo gigantesco, a veces falaz, en negar la autoría del régimen para no verse obligados a pedir la intervención. Dedicados tan sólo a «desmontar» las pruebas contra Al-Assad y acumular las pruebas contra los «rebeldes», se ven así atrapados en una doble contradicción: la de considerar «buena» la dictadura y la de considerar legítima la intervención (si fuera una dictadura).
En todo caso, habría que preguntar a este sector anti-imperialista: si se demostrase sin margen de error o dudas la responsabilidad del régimen en los crímenes de Ghouta, ¿aprobarían la intervención? ¿Harían algo? ¿Condenarían al menos al régimen de Assad y se solidarizarían con sus víctimas? Estad tranquilos: eso no va a ocurrir jamás. Nunca podrá probarse que ha sido Al-Assad porque Al-Assad es «bueno», es de los «nuestros», es un «socialista humanista anti-imperialista». Toda «nuestra» rigurosa investigación (¡como si tuviéramos medios para otra cosa que difundir susurros y rumores!) parte de la inocencia de Assad y la culpabilidad del imperialismo.
No es nuestro caso. Nosotros, la izquierda opuesta al régimen, porque estamos a favor de la autodeterminación democrática del pueblo sirio, partimos de la presunta culpabilidad de las dos partes (¡o de cinco o de diez!) y, con independencia de quién haya cometido el crimen, lo condenamos con asco y con horror, nos solidarizamos con sus víctimas y seguimos estando en contra de una intervención militar estadounidense.
Tramposilla y mentirosilla, la crítica del ninismo, es sobre todo elitista. Aplicando estas categorías teológicas binarias en las que quedaría absorbida toda la complejidad real, se hace abstracción sencillamente de las poblaciones, meros comparsas en el ajedrez global. ¿Por qué -se preguntan muchos- salió tanta gente a la calle contra la intervención en Iraq y ahora no sale nadie? La pregunta misma presupone que hoy hay mucha gente a favor de la intervención en Siria. Pero no es así. La diferencia es que hoy hay mucha gente en las calles del mundo árabe; hay mucha gente desde hace dos años y medio en todos los países (ahora están saliendo en Sudán) y ha habido y hay mucha gente en las calles de Siria. La pregunta es más bien: ¿por qué en Europa y América Latina ha habido tan pocas manifestaciones a favor de las revueltas y revoluciones árabes? ¿Por qué los mismos que no dejan de llamar a la revolución mundial se distancian de ella o la rechazan cuando finalmente se produce en la región más «reprimida» y maltratada del mundo? ¿Es que somos solamente No y nunca Sí? Las movilizaciones contra la guerra de Iraq no impidieron la criminal invasión estadounidense y las movilizaciones en favor del despertar de la región árabe no hubieran impedido la contrarrevolución en marcha, pero si no podemos hacer otra cosa que gritar, ¿no hubiera sido bueno, decente, bonito, unificador, gritarles un poco de solidaridad a los sirios masacrados por el dictador? Confesemos que si en Iraq EEUU hubiese utilizado una revolución verdadera, en lugar de unas falsas armas de destrucción masiva, para justificar la invasión, habríamos protestado lo mismo, pero nos lo hubieran puesto mucho más difícil. En el mundo árabe y en Siria en particular un sector anti-imperialista ha invocado razones superiores para abandonar no sólo los principios sino a los pueblos; y ahora regañan a la gente -y a la izquierda- que no responde a sus convocatorias, nostálgicos de los buenos tiempos en los que no había gente en las calles del mundo árabe pero sí muchos occidentales impotentes gritando No en las calles de Madrid.
A los anti-imperialistas, puesto que no tenemos poder ni información ni ya casi principios, nos gusta tener razón. Si muy poca gente ha salido a la calle contra la amagada intervención de Obama es paradójicamente porque nadie quiere la intervención. No la quiere EEUU ni Rusia ni la mayor parte de los gobiernos europeos, por no hablar de China, Irán y Brasil; no la quieren las poblaciones en ningún lugar del mundo. ¿Quién la quiere? Aparte la poca representativa Coalición de la Oposición Siria, algunos países del Golfo e Israel y algunas víctimas directas del dictador, se diría que sólo la desean realmente el régimen sirio y los anti-imperialistas que lo defienden. El régimen porque forma parte de su huida hacia adelante; los anti-imperialistas porque de ese modo tendrán al menos razón. Ellos -que hasta ahora no han contado un solo cadáver- amontonarán las víctimas de los bombardeos estadounidenses ante nuestros ojos y arrojarán al mundo con furibunda satisfacción: «¡ya lo decía yo!».
Y cuando se tiene sólo razón pero no los medios para persuadir a los pueblos, el síndrome del espectador del hipódromo impone criticar a los otros espectadores. O mejor dicho: criminalizarlos. Como hacía el Estado español con el «entorno» de ETA y con la misma lógica epidémica, uno nunca condena lo suficiente a la OTAN o a los EEUU, fuente de todo mal, y si se insiste en no emplear todos los instantes de la propia vida en condenar sola y exclusivamente a la OTAN y los EEUU, porque al mismo tiempo se combate contra otras «fuentes de mal» y se defiende otro proyecto «positivo y colectivo», y ello aunque se haga siempre desde medios marginales y ningún político y ningún periódico influyente se hayan apoyado jamás en nuestras frases, entonces uno deviene «aliado objetivo» de los EEUU y de la CIA y justificador de los bombardeos, en una extensión del «entorno de la OTAN» que alcanza al 98% del universo, incluidos los sirios que se limitan a sucumbir a los barriles de dinamita de Bachar Al-Assad y a las familias que los lloran. Algunos dedicamos en otro tiempo muchas páginas a explicar por qué estábamos a favor de la autodeterminación del pueblo vasco y en contra de ETA y temimos a veces -como les ocurrió a tantos compañeros y amigos vascos- que el Estado español interviniera contra nosotros en nombre de la repugnante doctrina antijurídica y dictatorial según la cual nunca se está suficientemente en contra de ETA si se está a favor de la autodeterminación. Los anti-imperialistas que defienden a Bachar Al-Assad no pueden meternos en la cárcel, pero los que defendemos desde el exterior la autodeterminación del pueblo sirio sí que sentimos a veces «la sombra del Estado» que alarga un piolet sobre nuestras nucas y nos asesta, a la espera del momento, el pinchazo virtual de muchas puñaladas traperas.
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