Uno de los tópicos que lideraría cualquier lista top ten de topicazos es la idea de que los empresarios son quienes crean empleo. El corolario de este axioma de sabiduría convencional es la justificación de las rebajas fiscales y la menor contribución de quienes más tienen a las arcas públicas. Por supuesto, bajo la […]
Uno de los tópicos que lideraría cualquier lista top ten de topicazos es la idea de que los empresarios son quienes crean empleo. El corolario de este axioma de sabiduría convencional es la justificación de las rebajas fiscales y la menor contribución de quienes más tienen a las arcas públicas.
Por supuesto, bajo la palabra empresario se hallan realidades muy distintas. Para empezar, a finales de 2010, de los 3.25 millones de empresas activas en España, 1.79 millones carecían de asalariados. Es decir, el 55% de los empresarios son simplemente trabajadores a cargo de su propia empresa.
Durante la crisis, esa mayoría empresarial se habría beneficiado de un mayor y mejor acceso al crédito de haber existido banca pública en nuestro país. Es más, las ventas de sus empresas y de las pymes habrían sido superiores en una España que no liderara la desigualdad en la Unión Europea de los Quince y que, por lo tanto, con mayores salarios, dispusiera de mayor demanda interna.
Sin embargo, la minoría empresarial más rica y mejor organizada ha impuesto políticas antiempresariales, tales como la privatización completa de las actividades financieras y la merma de los salarios reales. Esto último ha dañado a las pequeñas empresas porque ha contraído la demanda y generado más desempleo.
La cuestión es que hay empresariado que crea empleo y empresariado que lo destruye. Pero es que, yendo más lejos, lo que realmente incrementa el empleo es el crecimiento de la riqueza, que se deriva del esfuerzo de los trabajadores. Es la gente trabajadora la que genera la riqueza que permite aumentar los puestos de trabajo. Lo que ocurre es que la exaltación constante y exclusiva del empresario, como creador de empleo, tiende a minimizar el papel de los trabajadores y a justificar la mayor desigualdad en el reparto de la tarta.
Podemos concebir una economía sin empresarios, pero no sin trabajadores. Y con esto no pretendo cuestionar el papel positivo que juegan en la economía tantísimos empresarios, sino reivindicar el papel de la ciudadanía trabajadora. Pero también hay que señalar a esa minoría empresarial riquísima que, gracias a decisiones políticas, se adueña del esfuerzo colectivo cuando se privatizan empresas públicas como Telefónica. Y es que no es aceptable que sus beneficios de 2010 fueran muy superiores a todo el presupuesto de Canarias y que, en tal contexto, plantearan miles de despidos.
La ciudadanía ha perdido empresas creadas con dinero público en los sectores de la telefonía, la banca o la energía, que generan unos beneficios tan enormes que, según estén en manos públicas o privadas, hablaremos de mayor o menor bienestar del país. Por ello, hay empresarios que crean riqueza y empresarios que, simplemente, acaparan la riqueza creada.
Nuestra cultura política tiene que reivindicar el papel de los trabajadores en la creación de riqueza y en el mayor reparto de ésta. Asimismo, tenemos que reivindicar lo público como riqueza colectiva al servicio de la colectividad y el papel del Estado en la creación de empleo. No es aceptable que nuestros representantes políticos nieguen el protagonismo de las administraciones públicas en la creación de empleo en un país en el que uno de cada seis puestos de trabajo ha sido creado por el Estado. En Suecia y Finlandia uno de cada cuatro empleos han sido creados por el Estado y, en Dinamarca, uno de cada tres.
Si no tenemos claro el papel de los trabajadores y las instituciones democráticas en la creación de riqueza y empleo, recibiremos una parte menor de la riqueza y tendremos menos empleo y de peor calidad. Es más, la mentalidad mitificadora del empresario como generador casi exclusivo de empleos y riqueza tiende a convertir a la ciudadanía trabajadora en simples súbditos de los poderes económicos.
Si, dentro de treinta años, hiciera falta la mitad de horas de trabajo para producir lo mismo que hoy, podríamos aumentar el desempleo y los beneficios empresariales, o trabajar menos horas, incrementar el empleo y reducir los beneficios empresariales. Hasta hoy este dilema se ha evitado en buena medida mediante el crecimiento económico y la expansión de nuevos sectores. Sin embargo, los límites ecológicos del planeta -y, en particular, la futura escasez de materias primas energéticas y de otro tipo-, auguran un porvenir con muy escaso crecimiento económico. Por ello, habrá que basarse más en la redistribución y menos en el crecimiento. Esto requerirá un cambio importante de mentalidad y entender muy bien quiénes son los grandes generadores de riqueza y empleo.
Ramón Trujillo, coordinador de Izquierda Unida en Tenerife.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.