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Racismos, muros y odios

Fuentes: Rebelión

 Escalofriante : 2OO cámaras. No son, como mínimo, 400 ojos, los que vigilan la frontera entre Méjico y Estados Unidos. No; Las 200 cámaras son, en realidad, una red de vigilancia nacional de bárbaros a la próspera Lady América, que permite, además, que los propios ciudadanos puedan colaborar en la vigilancia desde sus hogares. Eduardo […]

 Escalofriante : 2OO cámaras. No son, como mínimo, 400 ojos, los que vigilan la frontera entre Méjico y Estados Unidos. No; Las 200 cámaras son, en realidad, una red de vigilancia nacional de bárbaros a la próspera Lady América, que permite, además, que los propios ciudadanos puedan colaborar en la vigilancia desde sus hogares. Eduardo Prieto, en un fantástico artículo publicado en el periódico español El País, el 6 de Agosto del 2009, sentenciaba que si la peculiar manía del siglo 19 fue la historia, al siglo 20 le corresponderá la obsesión por el espacio. Más claro y tajante, imposible, aunque tengo serias dudas para aseverar que la decimonónica obsesión por la historia se haya diluído, y no sólo en esa geografía que denominamos occidente, para simplificar lo diverso, sino también en el resto del planeta.

He escrito, con repetida insistencia, sobre el altísimo poder destructivo del poderío tecno-armamentístico de nuestros estados, pero la fusión entre las nuevas tecnologías de la comunicación y el control geográfico me ilustra, además, la fría sutileza con la que nuestros estados-nación institucionalizan y ponen en práctica, progresivamente, su imaginario racista, incitando a participar, además, al populacho, en el festival de control, caza y captura del otro. No sólo tenemos articulada, a nivel planetario, toda una economía de guerra en tiempos de paz. Una economía articulada por y para la muerte, financiada con capital privado y público. Además se expande, también, a nivel planetario, el control geo-estratégico del espacio geográfico, cuyo sistema, como no, también es retroalimentado con capital público y privado.

Por si no fuera poco, la interpretación de algunos textos legales deja a las claras la falta de empatía de las élites con los motivos, razones y aspiraciones del éxodo de los otros. O dicho de un modo simple : su negativa a compartir «nuestro» espacio vital con aquellos que amenazan «nuestra identidad nacional» y nuestro confortable nido de bienestar. Y para rematar la cuadratura del círculo, ¿qué tal una pingue inversión en propaganda para animar a nuestros conciudadanos a alistarse en el ejército y vigilar desde sus casas al peligroso inmigrante que viene a robar su trabajo y el de sus hijos?. Así, mientras papá hace la guerra contra el enemigo, mamá podrá pasar el tiempo desde su hogar con sus hijos, controlando la llegada de los bárbaros.

Tecnología para el control y el odio. Armas para el control y el odio. Y leyes, sí, también, para pretender justificar el control y el odio. Esto es lo que respiramos día tras día, a un lado y a otro de nuestras fronteras, físicas y mentales.

¿Dónde está la nueva época de libertad que pregonaba la gilipollez bienpensante después de la caída del Muro de Berlín?. Poco después del gallinero mediático que prometía urbi et orbe la llegada de un mundo económicamente más próspero, gracias a los milagros terapeuticos de la expansión de la libre economía de mercado. Poco después del toque de corneta que obligaba, con paternalista arrogancia, olvidarse de los relatos políticos emancipadores, reaparecía de nuevo el miedo con la construcción de más, y más, y más muros. El muro de Cisjordania. La frontera electrificada entre las dos Coreas. Las alambradas de Ceuta y Melilla. El muro que segrega a las favelas de los barrios decentes de Sao Paulo, el muro del Sahara occidental, el muro de Belfast, el muro de Padua, el muro de Chipre, el muro de Egipto, el muro Arabia Saudi-Irak, el muro Irak-Kuwait, el muro Arabia Saudi-Yemen, el muro Iran-Pakistán, el muro India-Birmania, el muro India-Pakistán, el muro Uzbekistán-Kirgizistán, el muro Kazajistán-Uzbekistán, el muro Afganistán-Turkmenistán, el muro Uzbekistán-Tayikistán, el muro Tailandia-Malasia, el muro Brunei-Malasia, el muro Botswana-zimbabue…; en total, 20.824 Km. de muro, exactamente, el equivalente a la mitad del perímetro ecuatorial de la tierra.

Si seguimos así, quien sabe, algún día podremos dar la vuelta al mundo, como willy fogg. Eso sí, saltando de muro en muro… y en menos de ochenta días.

Rememorando y rebuscando entre mis viejas carpetas y artículos, encuentro fotos que me sacuden como flashbacks en la memoria. Encuentro aquella foto en la que los manifestantes de una refinería de Lindsey, sin rubor alguno, escribían «Put British workers First», ante la posible contratación de 400 trabajadores, Italianos y Portugueses, para llevar a cabo un proyecto subcontratado por la petrolera Total a otra compañía, la italiana IREM. Encuentro el reverdecimiento de la extrema-derecha en Estados Unidos después de la elección de Obama. Una extrema-derecha que, inteligentemente, recluta a veteranos de guerra por sus altas cualificaciones para el combate y su falta de perspectivas cuando retornan a la vida civil. Encuentro, también el reverdecimiento, en Hungría, de la derecha más ultra de Europa, Jobbik, que cuenta con tres europarlamentarios y un brazo paramilitar con más de 1300 miembros, y que llegaron a tener un 15% de votantes dentro de un altísimo porcentaje de abstención -un 64%- en las urnas de las elecciones Europeas de Junio del 2009. Su brazo paramilitar, la Magyar Gárda -Guardia Húngara-, fundada en 2007, antes de ser prohibida por la Justicia en Julio por incitar al odio -hecho que ha servido a Jobbik para convertirles en mártires-, solía patrullar por barrios mayoritariamente gitanos asustando a sus habitantes con un aspecto marcial y eslóganes racistas. Sus ataques con cócteles molotov y armas de fuego ya han causado muertos y heridos entre la comunidad gitana.

Encuentro, también, aquella ley de seguridad de Berlusconi que convertía en delito la inmigración clandestina, y que legalizaba las rondas ciudadanas para colaborar con la policía para localizar y negar cualquier tipo de gestión administrativa a inmigrantes sin permiso de residencia, incluso el registro de sus recien nacidos. Encuentro, también, aquella marcha en la que miles de inmigrantes pedían Amnistía Laboral en Londres, reclamando una regularización masiva. Marcha que, por cierto, se inspiró en la regularización aprobada en España en 2005, y que tenía como lema «De extranjeros a ciudadanos», además de ser apoyada por más de un centenar de asociaciones sociales, políticas y religiosas. Encuentro, también, un artículo relacionado con los estallidos de violencia étnica en la provincia de Xinjiang, en el Oeste de China, dos meses después de que alrededor de 200 personas murieran en los graves disturbios provocados por la tensión entre los chinos de etnia han y uigures. Encuentro, también, artículos sobre la manifestación, en París, contra la ley que contemplaba la posibilidad de hacer pruebas de ADN a los inmigrantes que socilitaban la reagrupación familiar a la administración francesa. Encuentro, también, el artículo que informaba sobre el polémico Archivo edvige, y que permitía a la administración francesa registrar información personal referida al origen étnico, condición sexual, ideología religiosa… etc de los ciudadanos franceses. Encuentro las condenas de la ONU a Italia por devolver a la fuerza a libia a inmigrantes sin papeles. Encuentro el barrido violento de la policía francesa al mayor campamento de inmigrantes en Calais. Encuentro reportajes sobre el estallido de violencia y discurso xenófobo en Salt, un pueblo de Girona con altos índices de paro e inmigracióm masiva, y que anticipa lo que se irá gestando en breve en otros puntos de España.

Podría seguir así hasta el infinito, pero me paro en lo que ya todos intuíamos que estaba al caer, la puesta en práctica del racismo verbal e institucional contra la comunidad gitana, que alcanza su máxima visceralidad en Francia e Italia, y que está calentando como una olla a presión el parlamento Europeo.

La pregunta que me asalta, día sí, y día tambien, cada vez que me levanto, es la siguiente : ¿porqué en los medios de comunicación oficiales apenas se menta la palabra racismo?. ¿Y porqué en las altas academias de humanidades y ciencias sociales tampoco?.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.