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Rajoy contra Robin Hood

Fuentes: Rebelión

Imagino la cara de repugnancia e incredulidad con que Mariano Rajoy vería en su juventud las películas de Robin Hood. La idea de un héroe popular dedicado a robar a los ricos para dárselo a los pobres supone la ejemplificación del modelo político contrario al que Rajoy encarna. Cuando digo Rajoy no crean que es […]

Imagino la cara de repugnancia e incredulidad con que Mariano Rajoy vería en su juventud las películas de Robin Hood. La idea de un héroe popular dedicado a robar a los ricos para dárselo a los pobres supone la ejemplificación del modelo político contrario al que Rajoy encarna. Cuando digo Rajoy no crean que es una inquina personal, que igual me daría escribir Dolores de Cospedal, la impresentable Esperanza Aguirre, Durao Barroso, Angela Merkel y muchos otros defensores de este neoliberalismo que no necesariamente se cobija bajo siglas de la derecha. El capitalismo se ha quitado, en Europa, la máscara con que había tapado su verdadero rostro desde finales del siglo XIX, y al fin podemos volver a observar sus siniestros rasgos. Y, efectivamente, esos rasgos narran la epopeya opuesta a la propuesta por Robin Hood: de lo que se trata, de lo que se ha tratado siempre, es de robar a los pobres para dárselo a los ricos. Esa es la más estricta definición del capitalismo.

El capitalismo nace del expolio colonial desarrollado por Europa a lo largo y ancho del planeta entre los siglos XVI y XIX. Ese expolio sirvió para, a mediados del XX, crear una isla de bienestar en Europa y algunos países más. La mayoría de la ciudadanía de estos países, aunque también explotada, alcanzó un muy digno nivel de vida, gozando de las migajas del pastel que los poderosos se encajaban entre pecho y espalda. Digo migajas no porque el nivel de vida que hemos llevado en Occidente buena parte de la población me parezca exiguo, creo que hemos gozado, al menos bastantes de nosotros, de un nivel de confort muy razonable, lo digo en comparación con lo acumulado por los gestores del sistema. Ahora, la codicia de esos gestores, en un movimiento suicida para generaciones venideras, pero, a lo que se ve, tremendamente provechoso para ellos, les lleva a buscar nuevos yacimientos de explotación, que han encontrado en lo que hasta ahora había sido patrimonio de todos y que ahora pretenden apropiarse. Los ricos siempre han robado a los pobres, lo que ocurre es que esos a los que ahora hay que robar, ahora, somos nosotros. Suena como el poema de Brecht, ahora vienen a por nosotros, y ya veremos si no es tarde.

Con la tremenda lucidez que le caracteriza, a mediados del XIX Karl Marx definía a los gobiernos como instrumentos de los consejos de administración de las empresas. No hay mejor descripción de la actual situación. Nuestros gobiernos, éste y el anterior, aunque éste al borde del orgasmo ideológico, no son sino meros instrumentos de los poderes económicos internacionales y antes que permitir la disminución del tren de vida de los poderosos, se aplican a acogotar a la inmensa mayoría de la población. Y aun nuestra Rudi, a la que hasta hace poco tenía en una cierta consideración, se atreve a hablar de bien común. ¡Estos sí son cínicos y no Diógenes!

El capitalismo es un sistema profundamente ideológico, construido sobre falsa conciencia. Su práctica, como hemos dicho, resulta diáfana: robar a los pobres para enriquecer a los ricos. Aunque nos sintamos identificados con ese héroe que roba a los ricos para dárselo a los pobres, en realidad, con nuestros votos, con nuestras prácticas, consolidamos un sistema que representa exactamente lo contrario. Lo contrario, también, de lo que el capitalismo teorizó sobre sí mismo en sus orígenes. Recordemos que tanto John Locke como Adam Smith justifican la propiedad como efecto del trabajo de los individuos. Quien más trabaja, más propiedad posee, de ahí las diferencia sociales. Si algo niega la práctica capitalista es que haya alguna relación entre trabajo y propiedad, pues el trabajador no posee el fruto de su trabajo. Ese fruto pertenece a quien no lo ha producido. Sin embargo, nos quieren hacer creer que los creadores de riqueza son lo que ahora, de manera tan cursi, llaman los , los empresarios. La única fuente de riqueza es el trabajador, la trabajadora, que con su esfuerzo activa la economía, produce una riqueza que inmediatamente le será enajenada.

El capitalismo roba a los pobres para dárselo a los ricos. Pero nadie vaya a pensar que estoy llamando delincuentes a quienes, nuestros gobernantes, se convierten en cooperadores necesarios, y entusiastas, de ese expolio. No delinquen, pues esa es la esencia del sistema en el que nos desenvolvemos. Expoliar a los empobrecidos es la ley del sistema. Solo con una mirada ética que transcendiera el sistema se les podría llamar ladrones. Ahí está la cuestión. Si seguimos jugando el mismo juego, ellos y ellas han puesto las reglas. Hay que cambiar el juego y sus reglas.

Quizá me haya puesto un poco pesado, excesivamente filosófico. Como es verano, les recomendaré dos novelas, de esas que enganchan de la primera a la última línea y que, a pesar de su distancia cronológica, describen a la perfección lo que nos está sucediendo. Quizá porque, efectivamente, estamos retrocediendo a marchas forzadas. Emile Zola, con su Germinal, es lectura adecuada para quienes hayan seguido con interés la epopeya de nuestros mineros en su camino hacia Madrid y hacia la dignidad. Las uvas de la ira, de Steinbeck, removerá el alma de aquellos que sigan pensando que, en tiempos de crisis, como en todos los tiempos, por otra parte, la solidaridad es la única salida humana. Espero que las disfruten. Como la extraordinaria que nos ha dejado Rajoy, la del 18 de Julio. Genio y figura.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.