Universidades que adhirieron a programas sociales aún tienen dificultades para entender contexto social de estudiantes
(Créditos: archivo personal de la autora, tomada de Brasil de Fato)
Cuando ingresó en la carrera de Economía en la Pontificia Universidad Católica (PUC-Sao Paulo), por cuotas en 2012, Gabriela Mendes Chaves ya estaba acostumbrada a la triple jornada que desempeñaba. Incluso durante la secundaria, además de los estudios regulares, ella hacia un curso en la Facultad de Economía, Administración y Contabilidad de la Universidad de São Paulo (USP) los sábados y además trabajaba.
Desde el comienzo de las clases, Gabriela percibió además que, el trabajo doméstico, una realidad para ella, no era común para los cerca de 40 hombres y nueve mujeres que eran sus colegas de aula: «Esa cuestión del trabajo doméstico y la triple jornada impregna siempre la vida. En el trabajo, en la facultad o en otros espacios hay una exigencia de que tengamos el mismo desempeño, teniendo responsabilidades y funciones diferentes», dice al recordar que apenas ella y otro hombre eran negros en su clase.
Pasados 14 años de la implementación de cuotas raciales en la Universidad de Brasilia (UnB), la primera en adoptar el sistema, las instituciones además tienen dificultades para entender las especificidades de los alumnos que ingresan por ese medio.
Rose de Paula, estudiante de Políticas Públicas en la Universidad Federal de ABC (UFABC), ingresó en la institución por medio de cuotas. Ella afirma que muchos profesores además miran esa política como privilegio concedido a algunos estudiantes. Para ella, sin embargo, la medida es un «ajuste», un «desagravio», «como si fuera una indemnización simbólica de todo lo que nos fue quitado», dice.
A los 30 años y madre de dos hijos, Rose sólo tuvo oportunidad de entrar a la universidad después que surgieran las políticas inclusivas. Ella recuerda una ocasión en que discutió con uno de sus profesores durante un debate sobre cuotas. Rose cuestionó si había base de comparación entre la estructura ofrecida al profesor blanco y de clase media alta, con la que los negros obtuvieron a lo largo de la historia: «Mientras sus antepasados estaban construyendo un futuro mejor para él, los míos también estaban construyendo ese mismo futuro mejor para él, como esclavos y sin posibilidades de preparar de forma alguna el terreno para los suyos».
Esa diferencia histórica, explica Rose, hasta hoy divide oportunidades entre blancos y negros, pobres y ricos y hombres y mujeres.
Los alumnos negros además se encuentran con otra complicación: el hecho de que muchos de ellos viven en las periferias de las grandes ciudades o lejos de las instituciones de educación, demandando un gran tiempo de desplazamiento.
Ese es el caso de Rose que se demoraba una hora y media entre el barrio de Jabaquara, en la región Sur de la ciudad de São Paulo, y la UFABC, en el municipio de São Bernardo do Campo. Gabriela, empleaba casi tres horas. Ella vivía en la ciudad de Taboão da Serra y estudiaba en la PUC, localizada en el barrio Perdizes, en la región central de la capital paulista.
Aparte del desplazamiento, mantenerse financieramente en la universidad es otro desafío. Breno Rosa, que pasó este año el examen para la carrera de Periodismo en la Universidad Federal de Mato Grosso y se prepara para salir de São Paulo rumbo al centro oeste del país, sabe que va a tener que conciliar estudio y empleo. El joven negro pasó por medio del SISU, el Sistema de Selección Unificada, creado en 2010 por el entonces ministro de Educación del gobierno Lula, Fernando Haddad.
Breno Rosa explica que sin el SISU no tendría como ingresar en la universidad. «Para jóvenes negros de baja renta, esos programas son muy benéficos. Sin ellos, el ingreso a la universidad pública sería mucho más difícil», dice.
Datos del Censo de Educación Superior del Ministerio de Educación revelan que, entre 2012, año de sanción de la Ley de Cuotas, y 2015, la participación de negros en la educación superior pasó de 2,6% a 5,3%. En el caso de indígenas, saltó de 10.282 matrículas a 32.147, en el mismo período.
Los alumnos oriundos de escuela pública que accedieron a educación superior pasaron a representar 64,3% del total de matrículas en 2015. Tres años antes, ese número era 39,6%.
Traducción: Pilar Troya, para Brasil de Fato.