La realidad es la cifra multimillonaria de niños que en el mundo siguen obligados a trabajar duramente para subsistir. El eufemismo, los intentos oficiales de enmascarar esa verdad. La vergüenza, el sentimiento que debemos experimentar los adultos ante la prolongada impotencia para barrer con esa lacra llamada ‘trabajo de niños’.En octubre de 1973 la documentada […]
La realidad es la cifra multimillonaria de niños que en el mundo siguen obligados a trabajar duramente para subsistir. El eufemismo, los intentos oficiales de enmascarar esa verdad. La vergüenza, el sentimiento que debemos experimentar los adultos ante la prolongada impotencia para barrer con esa lacra llamada ‘trabajo de niños’.
En octubre de 1973 la documentada revista UNESCO se escandalizaba al publicar: ‘…aunque parezca increíble, todavía existen en el mundo más de 40 millones de menores de 14 años que trabajan, según un informe de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT)’.
Treinta y tres años después, informes oficiales de la OIT y la FAO estiman en 218 millones los niños trabajadores, mayoritariamente en países del Tercer Mundo. De ellos, 126 millones en edades entre cinco y 17 años ejercen labores peligrosas.
Según otras fuentes, buena parte de esa estadística abarca a menores que siguen siendo sometidos a condiciones de esclavitud y prostitución.
Por supuesto, el concepto Trabajo de niños abarca facetas y características diversas. Algunas relacionan edades con necesidades de supervivencia familiar, en afán de justificar la temprana incorporación de infantes a labores productivas y de prestación de servicios.
Es como un atenuado enfoque romántico-pastoril, que nos presenta a niños emprendedores, ayudantes de sus padres en tareas agrícolas, y en puestos ambulantes para ventas de comidas, periódicos, revistas, chicles, caramelos, cigarrillos y golosinas.
Ese es el panorama que en mayor medida –aunque no únicamente– está a la vista en ciudades y campiñas de Latinoamérica y otras latitudes tercermundistas, salvo en la República de Cuba, donde hace más de cuatro decenios la Revolución socialista erradicó el trabajo infantil.
Existen otras imágenes más crudas que muestran los rostros de la miseria inducida por el sistema anacrónico prevaleciente en las sociedades regidas por el neoliberalismo, las que exhiben a menores entre cinco y 15 años de edad empleados en jornadas entre ocho y 14 horas diarias.
Bajo estrictas condiciones de capitalismo brutal esos niños tienen que recolectar espinosas pencas de sisal, cortar caña, alimentar hornos, fundir metales, arrear rebaños, lavar minerales en aguas infectadas, bucear en vertedero públicos, tejer interminables alfombras o ensartar millones de cuentas de vidrio.
A través de la historia moderna, muchísimas personas han dedicado abundante tiempo en foros internacionales a debatir el tema del trabajo infantil, e incluso a dictar resoluciones encaminadas a poner orden en el asunto, pero la gran verdad es que persiste el flagelo que troncha las posibilidades de estudio y de vida a buena parte de la humanidad.
En verdad el trabajo infantil bajo condiciones de explotación no cesará mientras persistan estructuras de poder basadas en la injusticia social como método para el enriquecimiento de unos y el progresivo empobrecimiento de casi todos.
‘¿Nos consideramos civilizados? ¿Merecemos ser llamados humanidad cuando tomamos a niños, niñas y adolescentes y abusamos de ellos para obtener beneficios y poder?’, pregunta Kailash Satyarthi, presidente de la Marcha Global contra el Trabajo Infantil. Y se responde a sí mismo: ‘Acabar con el trabajo infantil debe ser la prioridad superior de la comunidad internacional’.
Las cifras duelen el alma: en América Latina uno de cada cinco niños entre 5 y 14 años, ‘debe’ trabajar; en Africa y Asia los fríos números son aún peores: uno de cada tres y, uno de cada dos niños trabaja, respectivamente, bajo formas de explotación y esclavitud sin límites.
Expertos insisten en que el modelo necesita de este ejército de pequeños para aumentar sus ganancias y utilidades. La mano de obra infantil es más barata y sumisa: la inmensa mayoría de los niños desconoce sus derechos y para los empresarios locales y grandes multinacionales, es más fácil explotarlos.
La FAO afirma que hoy el 70 por ciento de los niños trabajadores labora en la agricultura, muchas veces en condiciones de peligro y en horarios prolongados, expuestos a plaguicidas y otras condiciones de insalubridad, también presentes en la minería y la construcción, dos de las otras ramas que ocupan a más infantes a escala mundial.
Expertos de la FAO y la OIT reconocen la vulnerabilidad de los menores de edad debido a su falta de experiencia o capacitación y porque su cuerpo todavía está en desarrollo e insisten en que debe prohibírseles sobre todo trabajar en preparación de plaguicidas o el uso de determinadas maquinarias de alto riesgo.
No pocos especialistas reconocen que el desafío de eliminar el trabajo infantil es especialmente difícil en Africa, donde la agricultura es la actividad económica predominante, y factores como la pobreza e inseguridad alimentaria persistente, la instrucción deficiente y el VIH/SIDA se suman al problema.
Todos los años se celebra el 12 de junio el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, que en 2007 se dedicará a la agricultura, a fin de crear conciencia en todo el mundo sobre este tema.
Sin desmeritar esa iniciativa, en realidad la humanidad debería de celebrar una jornada permanente contra las formas capitalistas de opresión y explotación en el mundo, porque la vida de todos los días ha probado hace mucho tiempo que es en ellas donde radica el virus social generador de ese mal crónico del trabajo de niños en condiciones de explotación.