El periodismo actual se maneja con las mismas claves de hace un siglo y las preguntas de los periodistas, generalmente, terminan siendo las mismas cuando se trata de entrevistar a un escritor -a la postre, periodista de oficio- tan entrevistado como lo fue Gabriel García Márquez. Es por ello que intentó, vanamente, evitar las entrevistas […]
El periodismo actual se maneja con las mismas claves de hace un siglo y las preguntas de los periodistas, generalmente, terminan siendo las mismas cuando se trata de entrevistar a un escritor -a la postre, periodista de oficio- tan entrevistado como lo fue Gabriel García Márquez. Es por ello que intentó, vanamente, evitar las entrevistas después de haber publicado Cien años de soledad.
Especialmente cuando le ofrecían la falsa promesa de hacerle una entrevista diferente a todas la anteriores que le habían realizado, no era más que la excusa vanidosa del reportero para tener una declaración exclusiva. «En dos de cada tres casos, el resultado es el mismo: no resulta una entrevista distinta, porque las preguntas son las de siempre. Incluso la última: ‘¿Quisiera decirme una pregunta que nunca le hayan hecho y quisiera contestar?’. La respuesta es siempre la más desoladora: ‘Ninguna».
A pesar de los interrogatorios que tanto le disgustaba, concedió una entrevista mensual en promedio hasta el momento que publicó «¿Una entrevista? No, gracias«, en 1981. Aún no recibía el Premio Nobel, pero dejó en claro una receta para los periodistas con la esperanza de que «llegue por fin el entrevistador de su vida. Siempre como en el amor», pero sin grabadora.
La escuela de periodismo a la que asistió fueron las salas de redacción, pero sobre todo, la conversación, sentir el pulso de lo que va a ser desentrañado entre teclas frente a la hoja en blanco, «con los recursos mágicos de la ficción».
«No hay una sola línea de mis libros que no corresponda a una experiencia de la realidad», respondió en 1977 y nunca desmintió a su padre cuando éste fue interrogado por el periodista de El Universal -en víspera al recibimiento del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 1972-, sobre de dónde provenía la creatividad de su hijo laureado. Gabriel Eligio García respondió que se debía al aceite de bacalao que tomó en la niñez.
Una vez que publicó El otoño del patriarca (1975), novela que cierra la trilogía de los dictadores latinoamericanos pactada en secreto, según ensayistas literarios, con el escritor Augusto Roa Bastos, con Yo el Supremo (1974), y que empezara Miguel Angel Asturias con El señor Presidente (1946), decide retomar el periodismo en 1980 y escribe sus dos primeras notas sobre «El fantasma del Premio Nobel». Dos años después, recibió la noticia de que el premio sueco de literatura se lo habían concedido y prometió que haría todo lo que estuviera en su alcance para que también lo recibiera Graham Greene.
La crónica y el reportaje eran las aguas en las que García Márquez se sentía a plenitud, porque las asociaba a la literatura. Se refugiaba en el periodismo para mantener el brazo caliente de la literatura y sus notas aparecieron hasta 1984, que luego fueron recogidas en un libro (Notas de prensa 1980-84), como buena parte de sus reportajes (Relato de un náufrago, De viaje por los países socialistas, Por la libre, entre otros). Tres años antes salió a la luz pública la crónica sobre la muerte de Santiago Nasar.
EL PESO DE GABO
Los escritores -y en esto se incluye a los poetas y a todo artista, bien sea en el campo de la plástica o del cine- marcan su estilo a toda una generación una vez que consiguen el reconocimiento de los lectores. Fue el caso de García Márquez con las historias que contenían «realismo mágico» o «real maravilloso». Los términos antes expuestos quedan para debate de los críticos y ensayistas literarios.
El escritor colombiano Santiago Gamboa y toda su generación leyeron Cien años de soledad como un clásico de la literatura. «Sin embargo, los escritores de hace dos o tres décadas, sentían la respiración de García Márquez por encima del hombro cuando escribían. Era muy angustiante para ellos tener a ese enorme mundo, pesadísimo, casi total y tener que escribir otras historias compartiendo el mismo mundo».
El tiempo de distancia entre una generación de escritores y otra, no deja de influir en la literatura de generaciones posteriores: «Indudablemente que las hay, pero no en la escritura, sino como modelo de lo que es capaz de hacer un escritor. Hace poco estuve en Siria, en un congreso sobre literatura [de eso hace una década], y escritores sirios hablaban de la influencia que él había ejercido en su obra. Eso es un escritor que crea un mundo y es el ejemplo que hay que seguir de él».
Cuenta Gamboa que en 1998, en Bogotá, preguntó a García Márquez «si nunca había sentido la tentación de escribir una novela negra. ‘Ya la escribí -me dijo -, es Crónica de una muerte anunciada’. […] ‘Lo que sucede es que yo no quise que el lector empezara por el final para ver si se cometía el crimen o no -continuó diciendo-, así que decidí ponerlo en la frase inicial del libro’. Era la primera vez que veía a García Márquez. Yo había aprendido a amar la literatura por haber leído, entre otras cosas, sus novelas. Estaba muy emocionado escuchándolo. ‘De este modo -agregó- la gente descansa de la intriga y puede dedicarse a leer con calma qué fue lo que pasó».
EL IMPULSO DE LA SOLEDAD
Fue en el umbral de las décadas de los 40 y 50 cuando comenzó a gestar la novela «La casa», proyecto que maduraría durante 19 años y que escribiría frenéticamente durante 18 meses en México. Finalmente recibiría por título Cien años de soledad, después de que su esposa Mercedes Barcha hipotecara casi todos los utensilios del hogar.
Apenas comenzó a circular entre los lectores la historia de los Buendía -primero argentinos, gracias a la edición de Sudamericana, luego latinoamericanos y demás del mundo-, sacudió la lectura de sus cuentos anteriores –Los funerales de la Mamá Grande (1962)- y las novelas La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961) y La mala hora (1962).
En ese momento la soledad pasó de ser una invocación a una necesidad del autor, puesto que la fama lo había arrastrado a una vorágine de eventos nada literarios, pero que de alguna manera estaban relacionado con el éxito editorial que había buscado a través de la literatura.
«Lo único cierto para mí, son las canciones de los Rolling Stones, la Revolución Cubana y cuatro amigos», retoma una entrevista su hermano menor Eligio García Márquez para la crónica «Círculo de tiza».
«-Y si no hubieras sido escritor -le preguntan-, ¿qué habrías querido ser?
«Entonces, sin siquiera pensarlo, respondió:
«-El otro día, entre dos trenes, me refugié de una tormenta de nieve en un bar de Zúrich. Todo estaba en penumbra, un hombre tocaba piano en la sombra, y los pocos clientes que había eran parejas de enamorados. Esa tarde supe que si no fuera escritor, hubiera querido ser el hombre que tocaba el piano sin que nadie le viera la cara, sólo para que los enamorados se quisieran más.»
PERIODISMO, CINE, LITERATURA, AMIGOS Y VICEVERSA
Fueron amigos circunstanciales aquellos que lo acompañaron en la sala de redacción de la revista Momento, cuando fue reportero en Venezuela entre finales de 1957 y principios de 1959. Las historias de «La casa» que contaba a viva voz entre pautas periodísticas o mientras descansaba del tecleo, a sus colegas les resultaban graciosas e inverosímiles hasta que aparecieron publicadas.
Por esa época en que vivió en Caracas, es que regresó para recibir el Gallegos. «[…] estoy aquí, amigos, sencillamente por mi antiguo y empecinado afecto hacia esta tierra en que una vez fui joven, indocumentado y feliz, y como un acto de cariño y solidaridad con mis amigos de Venezuela, amigos generosos, cojonudos y mamadores de gallo hasta la muerte».
Dos años antes, el 3 de mayo de 1970 en el Ateneo de Caracas, frente a un público ávido por conocer cómo comenzó a escribir, García Márquez relató una idea que le estaba «dando vueltas en la cabeza hace ya varios años».
El cuento que relató es conocido como «Algo muy grave va a suceder en este pueblo» que luego se transformó en guión cinematográfico y se llevó a la pantalla grande bajo el título de Presagio, dirigida por Luis Alcoriza en 1974. Nunca apareció publicado como cuento.
Periodismo y literatura eran las fronteras que siempre cruzaba. Así como algunas notas periodísticas llegaron a ser cuentos y novelas; reportajes y crónicas son leídas como si fueran ficción. De este cruce tampoco escapa el cine, que realizó en doble vía: buena parte de su literatura terminaron en películas y el guión La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y de su abuela desalmada, al pensar que no podría llevarlo al cine después de varios intentos frustrados, decidió convertirlo en cuento o novela. El escritor dice que es novela, ciertos críticos y ensayistas la consideran un cuento. Lo cierto es que la historia, como ya lo había confesado García Márquez, la tomó de la realidad
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