¿Es verdad lo que escribe Raúl Zibechi en «El escenario post Lula»? ¿»El debate de fondo es cómo será el escenario post Lula»?, ¿»sea como fuere, su gobierno ya terminó»?, ¿»la crisis terminal del PT y de Lula» es una realidad? Creo que la importancia de Brasil para América Latina y el avance de los […]
¿Es verdad lo que escribe Raúl Zibechi en «El escenario post Lula»? ¿»El debate de fondo es cómo será el escenario post Lula»?, ¿»sea como fuere, su gobierno ya terminó»?, ¿»la crisis terminal del PT y de Lula» es una realidad? Creo que la importancia de Brasil para América Latina y el avance de los movimientos sociales, comenzando por el Movimiento de los Sin Tierra, deberían requerir análisis menos impresionistas, más cautos, menos superficiales.
Antes de que alguien se lance a acusarme de oportunismo, cretinismo parlamentario y otras yerbas, me apresuro a reconocer que las acusaciones contra la dirección del Partido dos Trabalhadores (PT) y el gobierno de Lula son graves y ciertas, y a decir en mi descargo que, a diferencia de otros, no tengo ninguna desilusión con respecto a ambas direcciones simplemente porque nunca tuve ilusiones, como lo prueban mis artículos. De modo que no me cuento entre los que gritan «¡traición!», se rasgan las vestiduras y declaran muerto al PT al sentirse defraudados porque las vacas ni vuelan ni gorjean (aunque sean útiles para los campesinos).
«El debate de fondo» es otro: la lucha de clases no se disputa solamente entre los trabajadores y los capitalistas nacionales y extranjeros, sino también en el terreno del gobierno y de los partidos populares mismos, y la lucha ideológica que no se libra deja intactas las visiones conservadoras del mundo y de la política. El PT nació de la confluencia de tendencias socialcristianas (entre ellas, las comunidades de base), dependentistas, nacionalistas sociales, comunistas pro chinos y pro soviéticos, trotskistas de diferentes posiciones y pertenencias, reformistas oportunistas y ultraizquierdistas delirantes. Un movimiento sindical obrero en auge en 1970, que derribó a la dictadura y abrió el camino a la democratización del país, fue el aglutinante ideológico -con una política distribucionista y en pro de la justicia social- y fue también la base organizativa del Partido de los Trabajadores.
Este, como la Central Unitaria de los Trabajadores (CUT), nació de los sacrificios y de la abnegación de un movimiento de masas, y desde hace más de un cuarto de siglo el PT y los movimientos sociales a él ligados, como el MST o los sindicatos, son el eje político y organizativo de los sectores populares y de la izquierda. Aunque en el seno del PT militasen tendencias (minoritarias) revolucionarias, socialistas, el PT, sin embargo, nunca fue socialista ni revolucionario y su dirección estuvo siempre en manos del grupo de sindicalistas y ex sindicalistas «de centro», o sea que buscan reformar el sistema capitalista. Ese grupo toma todas las decisiones. Lo importante del PT y de la CUT es que organizaron sobre una base de clase, aunque no socialista, a las amplias masas obreras, campesinas y populares que en el pasado sólo habían conocido pequeños partidos y sectas, y, en su mayoría, habían seguido al nacionalismo de Vargas-Goulart-Brizzola.
Además, Brasil es un conjunto de regiones muy diferenciadas y el PT tiene trayectoria y fuerza en algunas -donde antes de él hubo una izquierda o un nacionalismo combativo-, pero no en todas. Mientras en Rio Grande do Sul, por ejemplo, se apoya en una posición ética, trata de organizar sus bases y a los trabajadores y forma cuadros (entre otros, los dirigentes del MST), no sucede lo mismo en el resto del país. Por último, el PT tiene 800 mil afiliados en un país de 150 millones de habitantes pero, al ganar el gobierno, convirtió a una gran mayoría de sus cuadros en funcionarios, burocratizándose, y realizó alianzas electorales con los viejos partidos de los capitalistas o terratenientes, fomentando el pragmatismo sin principios.
Pero como quienes lo votaron no esperaban el socialismo sino mejoras sociales y democráticas y, además, esos sectores ven la relación de fuerzas en las regiones donde viven, la decepción de los trabajadores, obreros y campesinos ante las políticas de las direcciones sindicales, del PT y del gobierno, ni tiene la misma magnitud ni el mismo ritmo de quienes -honestamente- rompieron por la izquierda con la senadora Heloísa y el conjunto de tendencias heterogéneas que dieron origen al PSOL, o de los intelectuales que creen en los atajos y no ven que la construcción de una dirección anticapitalista es un proceso largo y complejo.
En efecto, nadie en su sano juicio tira por la borda un instrumento de lucha que costó sangre y más de 25 años construir… a no ser que tenga -lo que no es el caso- un instrumento mejor, o haya llegado, cosa que no es así, a conclusiones políticas superiores. Por eso Lula, en medio de todos los escándalos, aumenta su popularidad en las encuestas. Porque los brasileños «de a pie» ven que quienes nunca tuvieron ética y son aliados de Washington, los que llevaron al suicidio a Getulio Vargas, los privatizadores y ladrones, los que nunca aceptaron al «sapo barbudo» -como llamaban al ex campesino y ex obrero que llegó a presidente-, son quienes dirigen la campaña contra Lula y el PT y, por tanto, tal como los que se movilizaron por López Obrador en México, hacen frente contra el enemigo de clase y, sin ignorar las limitaciones y los vicios o la corrupción de los Bejarano locales, apoyan a quien ven como un centro de resistencia si no como mártir. A pesar de todas las barbaridades y escándalos de Perón, el peronismo no «entró en fase terminal» y hubo gente que murió en su nombre luchando contra la derecha…
Quien toma como argumento su propia impaciencia, es infantil. La ultraizquierda corre siempre el riesgo de ser cómplice de la ultraderecha si no es capaz de ver qué pasa en las masas populares.¿Quién puede asegurar, ni siquiera en Washington, que Lula y el PT están en «estado terminal»? ¿Es responsable apostarle al post Lula en vez de ver qué se puede hacer contra la derecha?