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Recesión y fundamentalismos económicos: lecciones para las nuevas generaciones de economistas

Fuentes: Rebelión

Hace  poco más de un año,  Masood Ahmed, portavoz oficial del Fondo Monetario internacional (FMI) afirmaba que era improbable que la economía de los Estados Unidos entrara en recesión económica, y menos aún que la crisis de las hipotecas subprime se trasladara a la economía real de ese país,  ello debido al alto nivel de […]

Hace  poco más de un año,  Masood Ahmed, portavoz oficial del Fondo Monetario internacional (FMI) afirmaba que era improbable que la economía de los Estados Unidos entrara en recesión económica, y menos aún que la crisis de las hipotecas subprime se trasladara a la economía real de ese país,  ello debido al alto nivel de beneficios de las empresas y a las medidas de estímulo monetario y fiscal previstas.  En esa oportunidad Ahmed señaló como «más probable» un periodo de crecimiento económico de EEUU «por debajo de su potencial», tal y como predijo el Fondo en sus previsiones de octubre.i

De manera paradójica, el mismo funcionario se vio obligado a  anunciar 10 meses después que las previsiones  del crecimiento mundial del FMI para 2009 se habían ajustado hacia la baja (menos del 3%) y que de acuerdos a estas nuevas previsiones se pronosticaba para el año 2009 una recesión mundial. En marzo de 2009 el FMI ha ajustado nuevamente sus pronósticos: el PIB mundial disminuirá entre el 0.5% y el 1.0% en 2009, lo que no solo significa que estamos en presencia de  una recesión global sino que representa el primer retroceso en el crecimiento mundial en los últimos cincuenta años. En palabras del Director Gerente del FMI, Dominique Staruss-Kanh, la situación mundial que se perfila en los próximos semestres es extremadamente difícil e inquietante, ya que «es una realidad que la financiación en los países pobres se irá, lo que afectará dramáticamente al paro, cuyo aumento estará en las raíces de disturbios sociales, que podrían llegar a amenazar la democracia y, en algunos casos, acabar en guerras».ii

Este ya sombrío panorama ha sido  obscurecido aún más por las recientes declaraciones del presidente del Banco Mundial, que ha advertido que la caída en el PIB mundial será de entre 1% y 2%, al mismo tiempo que señaló que esta contracción pone en peligro la vida de entre 200.000 y 300.000 niños y empuja a la pobreza a más de 100 millones de personas. Otro alto cargo del Banco Mundial,  Ngozi Okonjo-Iweala, una de los tres directores gerentes de la entidad,  ha vaticinado que puede acercarse una oleada de disturbios sociales y crisis en los países más pobres si los líderes del G-20 no acuden en su ayuda. iii

Difíciles y penosas declaraciones para tan altos funcionarios de una institución que hace tan solo un año insistía en la teoría  de la «tormenta perfecta» para explicar la serie de desafortunados acontecimientos económicos que precedieron  a la actual recesión económica, y que realizaba constantes  llamados de atención a los gobiernos para no intervenir en los mercados,  como el mejor camino para el restablecimiento de los desequilibrios económicos y sociales.  Solo basta recordar las declaraciones en mayo de 2008 de otro de  sus directores gerentes, el ex  Ministro de Haciendo de El Salvador, Juan José Daboud  que respecto a la crisis alimentaria mundial  afirmaba que «La velocidad a la que se han encarecido los alimentos es alarmante, cien millones de personas corren el riesgo de caer en la pobreza en los próximos dos años ….., pero los mercados globales de alimentos en general están trabajando bien y no hay necesidad de intervención oficial mientras tengan la capacidad de arreglarse solos….. Es mejor tener un mercado imperfecto que un burócrata perfecto».iv

¿Cómo es posible que instituciones como el FMI y el Banco Mundial no hayan podido predecir esta recesión económica mundial pese a sus constantes monitoreos y análisis de la economía mundial y de las economías nacionales? ¿Habrá sido un problema de incapacidad de los y las economistas responsables de este análisis? ¿Habrá sido un problema de falta de información o de calidad de la misma?¿De qué estamos hablando exactamente?

Paul Krugman cuenta como en medio del estallido de la crisis financiera de Estados Unidos, un grupo de destacados economistas y de autoridades financieras  se preguntaban insistentemente  ¿por qué no la vimos venir? A lo que él respondió: «¿Qué quieren decir con «vimos», hombres blancos?».v La ingeniosa respuesta del Premio Nóbel de Economía 2008 nos recuerda una valiosa lección que en alguna medida todos y todas en esta profesión hemos experimentado (o experimentaremos) en algún  momento de nuestras vidas, y que parafraseando a Upton Sinclair podríamos expresar de la siguiente manera: «Es difícil que un economista comprenda algo, cuando su salario depende de que no lo comprenda».

En esta lección se encuentra en nuestra opinión una explicación más plausible de la incapacidad de los y las economistas que laboran en entidades internacionales y/o  regionales o nacionales  de anticipar, interpretar y/o proponer soluciones a la crisis capitalista que se expande actualmente como una inmensa partida de dominó desde los países capitalistas desarrollados al resto del mundo. Expansión que no por casualidad está teniendo lugar utilizando como correas de transmisión precisamente los mismos mecanismos financieros y de  libre comercio e inversión,  que estos/as  economistas contribuyeron a cimentar mediante un conjunto de ideas  y de  reformas económicas basadas en el Consenso de Washington, que fueron impuestas a la sociedad como una especie de fundamentalismo económico, frente al cual toda idea o propuesta en sentido contrario, pasaba de inmediato a ser catalogada como prehistórica o peligrosa.  En fin no se  trata de que no «vieran» acercarse la crisis, es que no podían (o no querían) verla acercarse.

El  patético espectáculo que protagonizan actualmente los y las economistas formados y/o convertidos al fundamentalismo neoliberal,  cuyos salarios u horarios profesionales han dependido hasta ahora de no comprender el funcionamiento esencial y contradictorio del sistema capitalismo, debe ser un urgente llamado de atención para quienes en este momento trascendental de la historia nacional y mundial aspiran efectivamente  a marcar una diferencia frente a los últimos veinte años de la historia económica reciente.

Una nueva forma de hacer política económica presupone una nueva forma de pensar la economía, y eso implica una crítica radical a los supuestos e hipótesis a partir de los cuales se erigió el dominio del fundamentalismo neoliberal. Estamos consientes que muchos de estos preceptos serán difíciles de superar, porque como todo fundamentalismo,  el neoliberalismo ha tenido la capacidad de construir un andamiaje ideológico,  político, mediático  e institucional para resistir las críticas. Sin embargo, una nueva etapa de la historia económica de América Latina no puede construirse sobre dogmas tales como el que plantea que «la apertura externa mejora la competitividad de las empresas nacionales», o el que recomienda «estimular la inversión de empresas transnacionales para generar empleos decentes»; menos aún el que insiste como si se tratara de un credo en que «los costos de desdolarizar una  economía son mayores que el costo de mantenerla dolarizada». Las más destacadas y brillantes mentes de economistas están condenadas a opacarse sí persisten en abordar las problemáticas económicas actuales desde los ya fracasados dogmas neoliberales y/o sí optan por situarse en la posición de aquellos cuyo salario depende  de no comprender la realidad.
 
Se necesitan nuevos marcos teóricos fuera del pensamiento neoliberal;  más aún, es preciso trascender a  enfoques teóricos situados fuera del limitado espectro que ofrece el pensamiento neoclásico. La razón es sencilla, aunque no necesariamente evidente: los problemas actuales a los que nos enfrentamos como economistas, no son problemas de asignación eficiente de factores ni tampoco  de aseguramiento de equilibrios económicos. Estamos frente a una crisis sistémica, es decir, ante una crisis que amenaza  la continuidad del proceso de producción social, en tanto pone en  peligro la reproducción de los principales factores que aseguran la continuidad de este proceso: el capital, el trabajo humano y la naturaleza.

Enfrentamos evidentemente una recesión económica que está destruyendo masivamente medios de producción (capital)  y  está generado de forma creciente  incapacidad en la clase trabajadora de adquirir los bienes y servicios para  la reproducción de su fuerza de trabajo, esto es su propia existencia material. Pero también asistimos a una crisis ambiental y a una crisis alimentaria  de graves dimensiones, que han puesto  en  riesgo  no solo la reproducción de la vida humana, sino de toda forma de vida sobre el planeta que compartimos.

En este contexto, nunca como hoy se plantea con urgencia la necesidad de utilizar nuevos enfoques teóricos,  que sean  críticas  a cualquier ortodoxia o pensamiento único,  pero sobre todo con capacidad de interpretar y solucionar los problemas de reproducción de los factores que inevitablemente y recurrentemente generan las tendencias de la acumulación capitalista. Esta es la   responsabilidad de la teoría económica y de la generación de economistas que deberá asumir la tarea  de contribuir a la construcción del nuevo orden económico al que aspiran  las mayorías populares  de América Latina  y al que históricamente le  han aportado tan  enormes dosis de sacrificio y entusiasmo. Hoy más que nunca se necesitan odres nuevos para contener el vino nuevo que está por cosecharse.