La emergencia económica, que hoy atraviesa Venezuela, ha reconfigurado el campo político. Esta reconfiguración se expresa de múltiples formas: ramplonas diatribas políticas entre grupos que instrumentalizan el malestar económico con fines electorales; atricheramiento de grupos políticos mientras se recompone la economía; profundización de la fragmentación y dispersión de grupos y corrientes populares cada vez más […]
La emergencia económica, que hoy atraviesa Venezuela, ha reconfigurado el campo político. Esta reconfiguración se expresa de múltiples formas: ramplonas diatribas políticas entre grupos que instrumentalizan el malestar económico con fines electorales; atricheramiento de grupos políticos mientras se recompone la economía; profundización de la fragmentación y dispersión de grupos y corrientes populares cada vez más refractarios al Estado, y la estampida de la mayoría social de la política. Estas son algunas de las formas invisibles de despolitización que provoca el malestar económico.
Sin embargo, lo más emblemático de esta reconfiguración es la opacidad del conflicto de clases. Existe una tendencia a imponer un desdibujamiento de la polarización política que siempre caracterizó a la gestión chavista de los conflictos. Pareciera que las dificultades en el acceso a ciertos bienes prioritarios, a «todos» nos hace comunes, construyendo falsos bloques de afinidad entre clases en cuya mezcolanza se confunden los polos de poder en tensión en una sociedad que, pese al cambio de múltiples reglas de re-distribución de riquezas que operó la Revolución, aún sigue atravesada por desigualdades.
En el medio de esta despolarización política-económica-social, existe un claro riesgo de que termine imponiéndose un nuevo marco de interpretación sobre el conflicto de intereses de la sociedad. Un riesgo que se expresa en esta idea: la gente de a pie (de cualquier extracción social) que no consigue los alimentos, conformada como sujeto político contra el gobierno (chivo expiatorio de la crisis). Lo preocupante de imponerse este marco de interpretación político es que, al tornar invisibles a los grandes concentradores de riqueza y poderes fácticos del país (que tienen responsabilidad en la crisis), se pretenda legitimar la tesis del fracaso del modelo socialista en tanto se reubica a su operador (el gobierno) como el culpable del origen del conflicto.
La trayectoria política del país de las últimas décadas se evalúa en códigos económicos razón por la cual el argumental de la oposición al gobierno se centre en fracaso del modelo económico del chavismo. No obstante, en las calles, el debate no se da en términos estructurales sino que aparece fragmentado entre la descripción desconsolada de las consecuencias de la crisis (altos precios, escasez de productos básicos, depreciación real de los salarios) y la opinión interesada sobre indicadores macroeconómicos dispersos (intencionadamente desprovistos de marco estratégico de interpretación). Todo con una única intención: desprestigiar al Socialismo.
He aquí la disputa que definirá lo por-venir. Una economía que cambia y transforma el campo de lo político. Los problemas políticos parecieran desaparecer del interés general para dar lugar a los problemas económicos.
El debate económico presume de despolitizado, pero ¿acaso los problemas económicos no son políticos? Lo realmente peligroso de una discusión económica confinada a asuntos técnicos, de fórmulas y ajustes estandarizados, que ni consideran a las mayorías ni contemplan los intereses ocultos de los acumuladores de riqueza, es que deja fuera del foco al verdadero conflicto de intereses que opera por debajo de la economía.
Sin embargo, el chavismo nunca despolitizó la economía. Todo lo contrario. Defender el Socialismo hoy supone reubicar el debate político en Venezuela en clave económica chavista. Los nuevos focos del debate político obligan a construir dispositivos para hacer comprensible, verosímil, el conflicto de clases en el país en torno a la composición estructural de la distribución de riqueza: dónde está o dónde se produce la riqueza, quién la produce, quién se la queda, cómo y para qué se usa. El chavismo se caracterizó siempre por saber hacer pedagogía de su propio pensamiento económico. Lo hizo comprensible dejando claro cuáles y cómo se presentaban las tensiones de clase en la sociedad venezolana, siendo ese el horizonte ideológico sobre el cual construyó el sentido común de su economía.
La sociedad está exigida de conocer la realidad de los intereses de actores económicos y políticos que no responden directamente al interés mayoritario de la población. Esto supone hacer entendible un marco de interpretación político que le de sentido popular a los instrumentos del análisis económico. Es necesario dejar claro que el problema económico en Venezuela seguirá en la misma medida que el paradigma político-económico que lo rige no se explique, no se entienda y ante el cual el pueblo no tenga nada que decir, no tenga cómo interpelarlo y antagonizarlo, y por ende cómo producir herramientas para luchar y transformarlo. Entonces, lo que resulta fundamental aquí es preguntarse cómo se comprendió y asimiló el pensamiento económico de Hugo Chávez; y cómo y por qué hoy ese paradigma deja de comprenderse.
El principal desafío del chavismo en clave hegemónica es lograr que toda la sociedad se sienta en capacidad de preguntarse ¿para qué le sirve comprender la economía? Y sobre todo que despierte su interés por luchar, militar, decidir e intervenir sobre una economía al servicio de tod@s. El timón político tiende a este cause, y eso es lo que hoy terminamos agradeciendo a la emergencia económica, el permitirnos parir una economía por-venir, justa y eficaz, hecha por tod@s.
Fuente: http://www.celag.org/venezuela-reconfiguraciones-politicas-de-una-economia-por-venir/