La victoria de Lula plantea una vez más la cuestión del proyecto que intentará poner en marcha en su próximo mandato. Según lo declarara en la entrevista publicada ayer en este diario, Lula confía en que ahora sí podrá llevar adelante una política redistributiva. ¿Podrá? Más allá de sus buenas intenciones es evidente que la […]
La victoria de Lula plantea una vez más la cuestión del proyecto que intentará poner en marcha en su próximo mandato. Según lo declarara en la entrevista publicada ayer en este diario, Lula confía en que ahora sí podrá llevar adelante una política redistributiva. ¿Podrá?
Más allá de sus buenas intenciones es evidente que la probabilidad de lanzar con éxito dicha iniciativa -que necesariamente trasciende la cuestión salarial y que requiere atacar a la extraordinaria regresividad de la propiedad de la tierra y la estructura tributaria del Brasil- es muy baja. No es imposible; pero si no logró hacerlo durante su primer mandato, y muy especialmente en sus comienzos, cuando contaba con un inmenso apoyo popular, ¿por qué habría de lograrlo ahora?
Si algo ocurrió en la estructura económico-social del Brasil a causa de las políticas ortodoxas impulsadas por Lula fue el fortalecimiento de los sectores más concentrados del capital, principalmente el financiero, pero también el industrial, el comercial y el agrario, este último de la mano de la profunda penetración del agribusiness en el campo brasileño. Análogos procesos de concentración del poder se registraron, ante la complacencia oficial, en el estratégico terreno de los medios de comunicación de masas, íntimamente ligados a los dueños del capital. En otras palabras, el frente anti-reformista, por no decir reaccionario, es hoy más fuerte que ayer. Por otra parte Lula ya no dispone de un instrumento político como el PT, profundamente desprestigiado y sin la capacidad de convocatoria de otros tiempos, y para colmo los grandes movimientos sociales del Brasil fueron desmovilizados a causa del desencanto producido por las políticas oficiales. Tampoco cuenta con una mayoría en el Congreso, lo cual lo va a obligar a efectuar interminables concesiones a la derecha que tradicionalmente controla esa institución. Recuérdese que un personaje tan poco presentable como Fernando Collor de Melo volvió a los primeros planos de la vida parlamentaria en alianza con Lula, y lo mismo ocurrió con José Sarney, fiel representante de las oligarquías feudales del Nordeste.
¿Es razonable pensar que con tales aliados se podrá avanzar en la reforma agraria, o en la redistribución de ingresos? Si el PT no hubiese caído en el descrédito en que cayó, y los movimientos hubieran conservado su capacidad de acción, podrían haber sido convocados por Lula para ganar desde las calles lo que una oligarquía partidaria reaccionaria le negará desde el congreso. Pero ahora no cuenta con tales armas.
Es cierto, la historia a veces produce sorpresas, pero muy de tarde en tarde. Ojalá nos equivoquemos, pero conviene no ilusionarse. Lo más probable es que, a pesar de sus intenciones, el rumbo neoliberal que caracterizó su primer mandato se profundice en el segundo.