Hay que reconocer que el personaje es intrigante. A menudo se le ha denominado «el abogado del diablo» o «el abogado del terror», expresión esta última que en el 2007 dio título a un aplaudido documental del cineasta francés Barbet Schroeder sobre su persona. Se llama Jacques Vergès y se ha hecho célebre por su […]
Hay que reconocer que el personaje es intrigante. A menudo se le ha denominado «el abogado del diablo» o «el abogado del terror», expresión esta última que en el 2007 dio título a un aplaudido documental del cineasta francés Barbet Schroeder sobre su persona. Se llama Jacques Vergès y se ha hecho célebre por su defensa de casos indefendibles, desde Carlos, el Chacal hasta el nazi Klaus Barbie, el expresidente yugoslavo Slobodan Milosevic (del que fue asesor durante su juicio en La Haya), el exviceprimer ministro iraquí Tarik Aziz (no defendió a Sadam Husein porque una hija del dictador iraquí se opuso) o el exdirigente de los Jemeres Rojos Khieu Samphan.
A sus 84 años recién cumplidos, conserva una gran lucidez. Hijo de padre francés y madre vietnamita, en su juventud luchó en la resistencia francesa. Profundamente anticolonialista, fue el abogado de Djamila Bouhired y los dirigentes del Frente de Liberación Nacional (FLN) argelino. En ese proceso desarrolló, con éxito, lo que denomina la «defensa de la ruptura», que después teorizó en un libro, ahora reeditado en España por Anagrama bajo el título Estrategia judicial en los procesos políticos y que ayer presentó en Barcelona.
Valores antagónicos La estrategia de la ruptura consiste en dar la vuelta al proceso y convertir al acusador en acusado, sin reconocer la autoridad del tribunal para juzgar al acusado: «Ocurre cuando el diálogo no es posible porque los valores del acusado y del juez son antagónicos». Vergès construye su discurso con una lógica aplastante; por eso resulta tan inquietante. Es un mago de la palabra. Cualquier persona sensata suscribiría muchas de las cosas que dice. «Todo el mundo tiene derecho a la defensa; lo contrario sería un linchamiento». «Hipócrates dijo que no curaba enfermedades, sino enfermos. Yo, cuando defiendo a un terrorista, no estoy a favor de los crímenes; defiendo a una persona». El problema es que, con sus argumentos, se puede acabar justificando lo injustificable. Trató de convertir el proceso de Klaus Barbie en un juicio contra Francia en un momento en el que el Estado francés declinaba cualquier insinuación de complicidad en la deportación de los judíos. Pero ¿acaso exime eso a Barbie? ¿O acaso el terrorismo de Estado, a todas luces existente y condenable, justificaría que quedaran impunes los otros terrorismos? «¿Qué es el terrorismo? Cuando un avión bombardea una ciudad, ¿es terrorismo? –se pregunta–. Podremos hablar de esas cosas sin hipocresía el día que se juzgue a quienes lanzaron las bombas de Hiroshima y Nagasaki y a quienes lo ordenaron, a quienes bombardearon Dresde o a quienes atacaron Irak con una sarta de mentiras. A partir de entonces sí que podremos erigirnos en jueces». Cita a Nietzsche para decir que «la moral tiene sus antípodas». Se queja de que se le pregunte por su defensa de genocidas y no por la cárcel de Abú Graib. «Hoy hablamos de terrorismo, pero permitimos que aviones de EEUU transporten a presos para ser torturados en cárceles secretas en Polonia y Rumanía, en Europa», dice. Pero, de nuevo, esta lógica puede llevar a la aberración. Lo abominable de Abú Graib o de las cárceles secretas de la CIA ¿haría menos condenables, por ejemplo, los atentados del 11-M en Madrid? «No conozco el tema. No sé cuál era la situación de España respecto a algunos países árabes; me gustaría saber si en España se trasladaba a personas para ser torturadas a otros países o en Guantánamo. Pero si mañana alguien pone una bomba en Polonia, donde se tortura a presos por unos cuantos dólares, no lo condenaré. Un atentado tendría allí un atenuante».
Siguiendo este discurso, para Vergès «hay una región en el mundo donde se cometen los mayores crímenes: el Occidente cristiano, donde supuestamente se defienden los derechos humanos y la democracia y que da lecciones al Universo. Es un gran hipocresía». ¿La justicia internacional? «Como ser humano deseo una justicia internacional, pero como adulto no me lo creo, porque no me creo que sea posible que un vencido pueda juzgar a un vencedor». La gran incógnita, en la biografía de Vergès, es su misteriosa desaparición durante ocho años, entre 1970 y 1978. Él sigue alimentando el misterio. Se niega, «por razones personales», a revelar dónde estuvo o qué hizo.