El presidente George W. Bush logró obtener el apoyo legislativo al acuerdo comercial de su país con Centroamérica y República Dominicana, en el que había invertido buena parte de su capital político. Se trata de un pacto de escasa relevancia financiera para la mayor economía del mundo, pero en cambio es un paso adelante en la negociación de la empantanada Area de Libre Comercio de las Américas.
Luego de uno de los más intensos trabajos de cabildeo en el Congreso vistos en Washington, la Cámara de Representantes ratificó finalmente el acuerdo de liberalización comercial de Estados Unidos con cinco países de América Central Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Honduras y Costa Rica y República Dominicana.
El Tratado de Libre Comercio de América Central (CAFTA, por sus siglas en inglés), que ya había sido aprobado por el Senado, pasó en la Cámara por apenas dos votos de diferencia, 217 a 215 en los últimos minutos del jueves 28 de julio. La ratificación se consiguió con el voto del diputado Robin Hayes, republicano de un distrito de Carolina del Norte con fuerte presencia en la industria textil, que había hecho campaña contra el acuerdo. Bajo intensa presión de la Casa Blanca y de su partido, Hayes dio su voto afirmativo a cambio de garantías para la protección de la industria que podrían complicar la ejecución de algunos puntos del acuerdo y de la promesa de dinero para la expansión y mantenimiento de la red ferroviaria de su distrito.
Apenas 15 demócratas apoyaron el acuerdo. Votaron en contra 27 republicanos, todos representantes de distritos económicamente dependientes del sector textil y de la superprotegida e hipersubsidiada industria azucarera. Los productores de azúcar se movilizaron contra el CAFTA con todas sus energías y el claro objetivo de hacer del acuerdo el último en que EU hiciera concesiones de acceso al mercado en las negociaciones internacionales.
«El CAFTA es mucho más que un tratado comercial», festejó Bush el día de la votación en una poco usual visita al Capitolio para buscar la ratificación. «Se trata de un compromiso con las naciones amantes de la libertad para avanzar en la paz y prosperidad del hemisferio.»
El tratado tiene poca relevancia económica para EU, porque involucra a seis minieconomías, pero para los demás países es importante, porque vuelve permanentes varios privilegios de acceso de los que ya disfrutaban gracias a las concesiones unilaterales hechas por Washington. El CAFTA es un evento políticamente significativo, pero por razones distintas a las aludidas por Bush.
Un rechazo habría sido una catástrofe política. El representante de Comercio (USTR), el ex diputado Rob Portman, no disfrazó su alivio. «Francamente, si el acuerdo hubiese sido derrotado mi vida sería mucho más difícil», dijo, refiriéndose a las implicaciones negativas para la credibilidad de EU en las negociaciones de la Ronda de Doha de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y de los acuerdos bilaterales y regionales que están en la agenda estadunidense.
Es debatible que la aprobación del CAFTA haya impulsado la agenda comercial de ese gobierno como afirmaron el Banco Interamericano de Desarrollo y el Consejo de las Américas luego de la ratificación. El enorme gasto de capital político del Ejecutivo y el precio que la oposición demócrata cobrará en las elecciones legislativas de noviembre de 2006 a los diputados republicanos electoralmente vulnerables que apoyaron el CAFTA dejarán a la adminsitración frente a un escenario difícil para seguir su estrategia. La lideresa de la minoría demócrata en la Cámara, Nancy Pelosi, expresó que el CAFTA «es un retroceso para los trajadores centroamericanos y un asesino de empleos en EU».
En los meses siguientes, la Casa Blanca seguirá alentando su interés en las negociaciones regionales, entre ellas el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y otras menores. En un ambiente polarizado por la cuestión del CAFTA, altos funcionarios de la USTR indican que tratarán de escoger cuidadosamente sus batallas y concentrarse en las negociaciones de la Ronda de Doha, que no van bien y necesitan de un milagro para tener un resultado positivo en la reunión ministerial de la OMC en Hong Kong en diciembre.
La aprobación del CAFTA permite a la administración Bush resucitar el ALCA y volver a colocar el asunto a la cabeza de la agenda hemisférica en la Cuarta Cumbre de las Américas, programada para noviembre en Argentina.
Es muy improbable que estas negociaciones, si fuesen retomadas, prosperen antes del fin de la Ronda de Doha. El ambiente proteccionista del Congreso, ilustrado en el debate del CAFTA, es apenas uno de los obstáculos. El escándalo de corrupción que paraliza al gobierno del presidente Lula complica aún más una activa participación de Brasil. El gobierno brasileño, que comparte la presidencia del ALCA con EU, ha mostrado hasta ahora poco interés por el tratado, tanto por razones ideológicas de la cúpula del Ministerio de Relaciones Exteriores, decididamente contrario al ALCA, como por divergencias sustantivas sobre los beneficios de un eventual acuerdo.
Para Peter Hakim, presidente del Diálogo Interamericano, la aprobación del CAFTA trae de vuelta al ALCA, pero con respiración artificial. Las diferencias entre Estados Unidos y Brasil son tan grandes en la agricultura, propiedad intelectual, servicios y otros rubros que hay tan poca buena voluntad para llegar a compromisos y tan poco interés que «no hay posibilidad de una resurrección efectiva del ALCA próximamente».
Atentas a estas dificultades, las autoridades mexicanas invitarán a un grupo de altos funcionarios de los países del ALCA a una reunión a fines de este mes en Puebla, sede del secretariado de las negociaciones. La razón oficial es discutir cuestiones administrativas y logísticas relacionadas con el funcionamiento del secretariado, que ya consumió mas de un millón de dólares del BID, del gobierno de México y del estado de Puebla, ya que las negociaciones están detenidas desde febrero de 2004 y no hay fecha para que reinicien. El objetivo real de Los Pinos es forzar a los países a decidir si quieren el ALCA. En la región todos saben que México no derramará una lágrima si el acuerdo fuese abandonado