A menudo descubrimos el Mediterráneo. Así les está ocurriendo en estos momentos a los mandatarios internacionales, cuando repiten la frase, acuñada, creo, por Sarkozy, de que es necesario refundar el capitalismo. Esa refundación se realizó mucho tiempo atrás, lo que pasa es que nos habíamos olvidado de ella y nos habían arrastrado de nuevo a […]
A menudo descubrimos el Mediterráneo. Así les está ocurriendo en estos momentos a los mandatarios internacionales, cuando repiten la frase, acuñada, creo, por Sarkozy, de que es necesario refundar el capitalismo. Esa refundación se realizó mucho tiempo atrás, lo que pasa es que nos habíamos olvidado de ella y nos habían arrastrado de nuevo a los orígenes.
Siempre me ha sorprendido la caradura de algunos neoliberales -y estos últimos años casi todo el mundo actuaba como tal- que apuntan en su haber el fracaso del comunismo y aseguran que el único sistema viable era el capitalismo, entendido éste, claro está, con sus parámetros: libertad absoluta de capital, mercados y dinero, olvidando o queriendo olvidar que ese sistema, tal como lo conciben, había muerto mucho antes, en la crisis de 1929.
En otros tiempos era habitual en los manuales de economía distinguir tres sistemas económicos: el de planificación centralizada, propio de los países socialistas, el capitalista o de libertad absoluta de mercado y el de economía mixta. El tercero es una mezcla de los dos anteriores, porque, si bien en general acepta el mercado, niega su autorregulación, con lo que asume la necesidad de una intervención fuerte y decidida de los poderes públicos en la economía; si bien aprueba la propiedad privada, admite la conveniencia de que el Estado mantenga el dominio, el control e incluso la propiedad de sectores estratégicos y con un fuerte impacto en el bienestar de la sociedad o de sectores en los que la competencia sea imposible. Jurídicamente se le ha llamado Estado social y así figura en la carta magna de la mayoría de los países occidentales.
Este último es el único que, hoy por hoy, resulta viable y al único también que cabe atribuirle la victoria sobre el comunismo. Sin embargo, con un gran oportunismo, una vez que fracasó el socialismo real, los partidarios del capitalismo a secas se adjudicaron el triunfo y han pretendido, y en buena medida lo han conseguido, que las llamadas economías mixtas retrocediesen hacia el modelo que había fracasado ya con anterioridad. Los resultados están a la vista, y si hoy no se produce una catástrofe económica como la de 1929 será tan sólo porque los neoliberales no han conseguido por completo sus propósitos y porque se van a abandonar todos los dogmas que el pensamiento único había venido manteniendo.
No hay que refundar el capitalismo, únicamente se necesita retornar a ese sistema intermedio que nunca se debió abandonar. Me temo que la refundación del capitalismo de la que hablan los mandatarios internacionales no es más que una cortina de humo para ocultar y al mismo tiempo justificar los miles de millones de euros que les va a costar a los contribuyentes de todos los países este festival de libertad económica en el que algunos se han refocilado. Constituye simplemente un conjunto de parches que no van a solucionar los problemas de fondo y que desde luego no impedirán que dentro de unos cuantos años vuelva a producirse otra crisis como la actual.
La declarada intención de la Administración Bush de adoptar en el futuro medidas correctoras queda en evidencia cuando, tras la pretensión de gastar 250.000 millones de dólares de los contribuyentes en adquirir acciones de los bancos, renuncian a que el Estado intervenga en la gestión, manteniendo el principio de que toda intervención estatal es mala excepto para insuflar dinero con el que tapar los agujeros creados por los «buenos gestores». Lo más extraño de la cuestión es que éste sea precisamente el planteamiento de los gobernantes. Es como si dijesen: «No se fíen de nosotros que somos sectarios y corruptos y además malos gestores e incompetentes. Confíen en los banqueros y en los grandes empresarios, que aunque hagan estas pifias de vez en cuando son honestos y diligentes».
Pocas expresiones de mayor cinismo que la manifestada por la presidenta de la Comunidad de Madrid en el anuncio de la privatización del Canal de Isabel II, esgrimiendo como razón la conveniencia de que los madrileños participasen en la gestión del agua. Es decir, que ella no se considera representante de los madrileños y piensa que están mejor representados por las pocas personas y grupos económicos que adquieran las acciones. Es la misma filosofía que subyacía en los gobiernos de Aznar cuando, tras las privatizaciones, manifestaban que habían devuelto las empresas a la sociedad. ¿Cómo confiar en nuestros sistemas democráticos y en los gobernantes si son ellos mismos los que se descalifican?
Todo el programa propuesto por los mandatarios internacionales para refundar el capitalismo se reduce a limitar las retribuciones de los directivos y de los administradores y potenciar el Fondo Monetario Internacional (FMI). Lo primero está bien, pero resulta una ingenuidad pensar que es suficiente para conseguir que el sistema funcione adecuadamente y que la avaricia y el lucro privado no primen sobre los intereses generales. En cuanto al FMI, no deja de ser curioso que se ofrezca como solución colocar al zorro al cuidado del gallinero. El FMI ha sido el máximo defensor de ese sistema que nos ha conducido a la ruina. Su postura ha sido tan sectaria que se ha quedado sin trabajo porque la mayoría de los países emergentes han huido de él como de la peste, convencidos de que sus consejos -que en el caso de haberles concedido préstamos eran imposiciones-, lejos de ayudarles, les conducían al desastre.