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Lo que va de 1929 a 2008

Registro de despropósitos de los «expertos» para merecido descrédito de la teoría económica ortodoxa

Fuentes: Sin Permiso

«¿Por qué se equivocaron tanto los expertos? En general, se equivocaron porque la teoría económica es una disciplina científicamente subdesarrollada, desvergonzadamente dominada por la pura ideología. La escuela imperante de pensamiento económico durante la Gran Depresión era, y sigue siéndolo a día de hoy, la escuela «neoclásica» o marginalista. Pero en el mundo «neoclásico» no existen cosas parecidas a las crisis. No habita en el mundo real en que vivimos, sino en un mundo sin clases sociales, compuesto de «consumidores» y «productores»; un mundo armonioso, modelado por lo general con instrumentos procedentes de la física matemática. En ese mundo no hay historia; no hay pasado, no hay presente, no hay futuro. En ese mundo nunca sucede nada importante, y desde luego ningún acontecimiento catastrófico. Ese mundo marginalista irreal, insípido y a-histórico debería haber sido abandonado hace mucho tiempo, particularmente después de la Gran Depresión. Sin embargo, su apariencia de elegancia matemática, ligada a su integrista y descarada defensa del capitalismo, o del «libre mercado», según prefieren sus partidarios, lo ha mantenido con vida.»

Una reciente invitación a hablar sobre «la causa o las causas de la actual crisis financiera», me llevó a meditar sobre otro asunto: la causa o las causas de la Gran Depresión. Hasta el día de hoy, no hay ningún consenso entre los economistas en lo tocante a las causas de la grave depresión que duró desde 1920 hasta 1939. ¿Fue el desplome del mercado de valores en 1929 lo que trajo consigo la Gran Depresión? ¿Fueron el consiguiente pánico bancario y la contracción monetaria? ¿Fue acaso la reducción del crédito internacional y las políticas proteccionistas practicadas por los EEUU -como la Ley Smooth-Hawley- lo que causó la Gran Depresión? ¿O acaso fue causada la «gran contracción», como solía llamarla Milton Friedman (1), por las medidas de la Reserva Federal, que permitieron un descenso de la oferta de dinero, en parte para preservar el patrón oro? Todas esas explicaciones son, ni que decir tiene, ad hoc.

Lo cierto es que los «cerebros» económicos de los años 20, los pretendidos «expertos», ni lograron pronosticar el desastre venidero, ni, una vez desatado, consiguieron predecir correctamente su magnitud y su duración. En su libro de 1984, Hablan los expertos: el compendio definitivo de la ignorancia con sello de autoridad [The Experts Speak: The Definitive Compendium of Authoritative Misinformation], Christopher Cerf yVictor Navasky mencionan muchas predicciones y comentarios de «expertos» económicos durante la Gran Depresión. (2) Entre ellos, los que siguen. El 17 de Octubre de 1929, siete días antes del crac bursátil del Martes Negro, Irving Fisher, el gurú de la teoría económica ortodoxa, profesor de economía en la Universidad de Yale, escribía: «Las acciones han alcanzado lo que se diría es un nivel de cotización permanentemente alto». Fisher, el «experto económico», no se detuvo aquí. Luego del crac, el 14 de Noviembre de 1929, escribía: «El final del bajón del mercado de valores … no se hará probablemente esperar, a lo sumo, unos pocos días más». Un año después del crac, y nueve años antes del fin de la depresión, Fisher todavía se avilantaba a predecir: «Al menos de cara al futuro, las perspectivas son brillantes». En 1933, la inversión neta ya era negativa, la producción de bienes y servicios había caído un tercio, la tasa de desempleo había subido un 24%, los salarios y los precios monetarios habían caído un tercio, cerca del 40% de todos los bancos habían colapsado y las acciones habían perdido el 90% de su valor. Tal era el «brillante» futuro augurado por el eminente profesor de teoría económica.

Fisher, sin embargo, no fue el único «experto» suministrador de ignorancia con sello de autoridad. El consejero presidencial y «experto» en mercados de valores Bernard Baruch hizo la siguiente predicción el 15 de Noviembre de 1929: «La tormenta financiera amainó definitivamente». Análogamente, el presidente del Banco Continental de llinois en Chicago, Arthur Reynolds, predijo el 24 de Octubre de 1929 que «el crac no tendrá mucho efecto en el mundo de los negocios». Y para no quedarse corto ante esos «expertos», Thomas C. Shotwell escribió un «Análisis de Wall Street» para el World Almanac de 1929 en el que se podia leer: «El mercado está siguiendo leyes económicas naturals y no hay razón para que la propsperidad y el Mercado no continúen durante años a este mismo nivel, o incluso a un nivel todavía más elevado». Los expertos del gobierno no se quedaron muy a la zaga. El Departamento estadounidense de Trabajo predijo en Diciembre de 1929 que el siguiente año sería «un año espléndido para el empleo».

Es verdad que siempre hay quien predice «siete de las dos pasadas recesiones», como reza el chiste. La Gran Depresión no fue una excepción. El New York Times del pasado 12 de Octubre de 2008, que reproducía varias de las citas antes mencionadas, añadía: «Evidentemente, no todo el mundo era tan optimista». De acuerdo con el NYT, «Roger Babson, un conocido hombre de negocios y editor de estadísticas económicas y financieras», dio una voz de alerta en un discurso pronunciado el 5 de Septiembre de 1929 ante una conferencia empresarial: «Hay más prestatarios y especuladores hoy que nunca en nuestra historia. Tarde o temprano vendrá un crac, y puede ser terrorífico. Sabiamente proceden los inversores que salen ahora de deudas y venden». Pero como el propio NYT señala, un año antes, el mismo Babson había dicho que «la elección de Hoover y un Congreso con mayoría republicana tendrían que resultar en la continuación de la prosperidad en 1929».

¿Por qué se equivocaron tanto los expertos? En general, se equivocaron porque la teoría económica es una disciplina científicamente subdesarrollada, desvergonzadamente dominada por la pura ideología. La escuela imperante de pensamiento económico durante la Gran Depresión era, y sigue siéndolo a día de hoy, la escuela «neoclásica» o marginalista. Pero en el mundo «neoclásico» no existen cosas parecidas a las crisis. No habita en el mundo real en que vivimos, sino en un mundo sin clases sociales, compuesto de «consumidores» y «productores»; un mundo armonioso, modelado por lo general con instrumentos procedentes de la física matemática. En ese mundo no hay historia; no hay pasado, no hay presente, no hay futuro. En ese mundo nunca sucede nada importante, y desde luego ningún acontecimiento catastrófico. Ese mundo marginalista irreal, insípido y a-histórico debería haber sido abandonado hace mucho tiempo, particularmente después de la Gran Depresión. Sin embargo, su apariencia de elegancia matemática, ligada a su integrista y descarada defensa del capitalismo, o del «libre mercado», según prefieren sus partidarios, lo ha mantenido con vida. Huelga decir que desde los días de la Gran Depresión la teoría neoclásica ha sido enmendada aquí y allí con algunas ideas tomadas del aristócrata británico John Maynard Keynes, ideas que trataban de enriquecer con ciertas dosis de realidad a una teoría de todo punto irreal. Pero el resultado de la llamada «síntesis neoclásica» o «neokeynesianismo» no es más que una amalgama de ideas dispersas, confusas e incoherentes que sirven como pasto a los estudiantes de teoría económica bajo la rúbrica de «micro» y «macroeconomía».

Esa triste situación no fomenta precisamente el análisis inteligente del pasado o del presente. Tampoco permite pronosticar el futuro, señaladamente las crisis. Como observaba críticamente un artículo firmado en 1988 por varios economistas ortodoxos y publicado en el periódico económico ortodoxo por antonomasia: «Ni los actuales especialistas en pronósticos, ni los analistas contemporáneos de series temporales habrían podido predecir las imponentes caídas de producción que siguieron al crac [de 1929]». (3) En otras palabras, no había nada en la caja de herramientas de la teoría económica de la época de la Gran Depresión, ni hay nada en la versión moderna de la teoría económica ortodoxa, que nos permita entender la naturaleza de los desplomes económicos graves y predecirlos. Sin embargo, proliferan las explicaciones de las «causas» de las crisis.

Entre otras causas, las estropicios financieros de 2008 han sido atribuidos a las obligaciones hipotecariamente respaldadas, particularmente a las vinculadas con hipotecas sub prime; a la burbuja inmobiliaria, que fue a peor por culpa del préstamo predatorio, temerario en la estimación de riesgos y laxo en los criterios de concesión; a los instrumentos financieros exóticos o derivados, supuestamente diseñados por algún niño prodigio de las matemáticas o de la física en Wall Street, por ejemplo, los créditos de cobertura mutua; a los acontecimientos del 11 de Septiembre de 2001, la posterior invasión norteamericana de Irak y la consiguiente subida del precio del petróleo; a la exuberancia irracional en el mercado de valores, seguida de un mercado bajista; a la continuada reducción de las tasas de descuento por parte de la Reserva Federal y a sus tasas directrices en 2001-2003, yerros del presidente de la Fed, Alan Greenspan, que declaró recientemente sentirse en un «estado de estupefacción e incredulidad» al descubrir que «el interés propio de las instituciones de crédito» podía ser compatible con una «desprotección del valor patrimonial» (4); a la desregulación del sector bancario, particularmente a la Ley de Modernización de los Servicios Financieros de 1999 o Gramm-Leach-Biley Act; a los problemas de liquidez en general; a la falta de confianza en el sistema financiero y el mercado crediticio, etc.,

Aunque cualquiera de esas explicaciones «causales», o alguna combinación de varias de ellas, podría resultar plausible y merecer una exploración más fondo, hay que observar que son todas explicaciones dadas luego de los hechos. Ninguno de los economistas que proliferan hoy en los medios de comunicación explicando las causas de los estropicios de 2008 fue capaz de predecir la crisis un año o dos antes. Es verdad que siempre hay un Roger Babson o un Dr. Muerte que predice siete de las pasadas dos recesiones. Pero entre miles de economistas, las probabilidades son que uno o dos acierten a pronosticar algo de cuando en cuando. Sin olvidar, claro está, a quienes desvergonzadamente se avilantaron a predecir cosas tales como «La Gran Depresión de los años 90». Puede que ganaran fama y fortuna en 1990, pero ahora las copias usadas de sus libros se venden en amazon.com por un centavo.

Los pánicos financieros y los desplomes económicos graves no son nada nuevo en la economía capitalista. La historia del sistema económico, desde al menos la época de la economía política clásica, muestra que las crisis monetarias y los «atracones» se repiten con relativa frecuencia. Lo que resulta esperable. Una economía en la que los bienes se producen no para su uso, sino para sacar beneficios, está abocada a los excesos y los atracones, entonces y ahora. Además, en un sistema económico en el que la conducta consumista se considera una virtud y en el que se acepta como un bien la codicia, es de esperar la incesante creación de nuevos y exóticos instrumentos financieros que permitan estafarse unos a otros en Wall Street -como antes en Lombard Street- . También son de esperar los persistentes e ingeniosos intentos de los prestamistas y de los industriales para evitar nuevas regulaciones y eludir las existentes. Además, en una economía en la que el sustento de las masas depende de los caprichos y los deseos de los capitanes de la industria y de las finanzas, hay que esperar que se recurra a esas mismas masas para que acudan en «rescate» de los magnates cuando éstos se hallan en aprietos. Tales medidas, como dijo el presidente Bush en su discurso económico del 14 de Octubre de 2008, «no están concebidas para hacerse con el control del libre mercado, sino para preservarlo». Todo eso es de esperar. Lo que no es de esperar es la capacidad para predecir exactamente cuándo esta bestia dormida se despertará para dar sus característicos zarpazos y sacudidas. No disponemos de un edificio teórico que nos permita pronósticos de ese tipo. Quienes con la mayor confianza proceden a explicar las causas de las crisis, como quienes, post mortem, explicaban con certidumbre dignas de mejor causa las causas de la Gran Depresión, son probablemente quienes menos entienden la naturaleza de la bestia.

En lo que a mí hace, felizmente, la entrevista que tenían que hacerme sobre «la o las causas de la actual crisis financiera» tuvo que ser aplazada por «dificultades técnicas». Mis respuestas no habrían sido, con toda probabilidad, las que el entrevistador esperaba escuchar.

NOTAS: [1] «The Role of Monetary Policy,» Milton Friedman, The American Economic Review, Vol. 58, No. 1 (Marzo, 1968), pp. 1-17. [2] Una version ampliada y actualizada del libro apareció en 1998. [3] «Forecasting the Depression: Harvard versus Yale,» Kathryn M. Dominguez, Ray C. Fair and Matthew D. Shapiro, The American Economic Review, Vol. 78, No. 4 (Septiembre, 1988), pp. 595-612. [4] «Greenspan Concedes Flaws In Deregulatory Approach,» The New York Times, 24 de Octubre, 2008.

Sasan Fayazmanesh es profesor de economía en la Universidad del Estado de California en Fresno.