Reír. Al menos, si no soltar carcajada, como de gallina espantada en el corral de moda (fashion) estos días, sí esbozar en la comisura de la boca rictus de sonrisa, o quizá de asombro, al ver la foto en que se dan la mano los dos altos dignatarios que de un modo o de otro […]
Reír. Al menos, si no soltar carcajada, como de gallina espantada en el corral de moda (fashion) estos días, sí esbozar en la comisura de la boca rictus de sonrisa, o quizá de asombro, al ver la foto en que se dan la mano los dos altos dignatarios que de un modo o de otro gobiernan o manejan el mundo: George Bush y Su Santidad Joseph Ratzinger, que Dios guarde. Foto que escandalizará sólo a los teólogos de la liberación y a los negros católicos de la Nigricia, que huyen expulsados de sus países de origen expoliados por las multinacionales estadounidenses. Y qué. Nadie se indigna al ver las dos manos machihembradas casi, que podrían, si quisieran, acabar con el polvorín del Oriente Medio, el hambre y la miseria. Sólo se cogen las manos como amigos.
Reír cuando el Estado del Vaticano escribe que «el automóvil es objeto de ostentación y vanidad para suscitar envidia», redacta las «Orientaciones para la pastoral de la carretera» y propone un Decálogo del conductor, a semejanza de los Diez Mandamientos, contemplando la instalación de capillas en nudos de autopistas, centros cristianos de atención al viajero, «no está de más que el viajero haga la señal de la cruz antes de comenzar el viaje», y rezar el rosario durante el mismo. La memoria envejecida guarda el fogoso verbo del padre Peyton (estadounidense por cierto) que, cuando mandaba el general, nos visitó y acuñó lo de «familia que reza el rosario, familia unida». O la guerra cerrada y sin cuartel voceada con acompañamiento de trompetas y tambores contra la ley de «educación cívica» promulgada por el Estado eespañol.
Reír, o sonreír, al contemplar el espectáculo de circo si no de velatorio cuando leemos, con tristeza, amargura o asco, cómo se echan a suertes concejales y alcaldías y donde se dijo «tú decides» hoy se desdicen con «lo mandó Madrid» y les sirve de excusa la invención tramposa «es por la gobernabilidad». Ayer mismo todavía colgaban de las farolas rostros rasurados, dentadura de anuncio de pasta dentífrica y cuanto en ellos prometían casi al instante olvidado, el político promete pero no cumple. Tampoco cabe apelación, la ley es la ley. Y ahora en Navarra ya no se grita que «vienen los vascos», pues ya estaban de siempre aquí, aunque casi como en alquiler, ni hay escándalo por la llegada, en invasión silenciosa, de «los de Madrid», como vinieron el 17 de marzo, entonces con estruendo y apoteosis de banderas, en remedo del 18 de julio. Libro al alcalde de Sartaguda, fiel a sí y a los principios, otro alcalde de Móstoles, honesto y valiente, merecedor de imitación por italianos o franceses. No cedió, gracias, muchas gracias.
Llorar. Lágrimas de sal y vinagre por Guantánamo, silencio, boca cerrada, los derechos humanos pisoteados por quienes dicen ser sus defensores, Gaza y Cisjordania convertidas en cárcel, campo de exterminio, genocidio cometido por los del «holocausto», consentido por quienes se dicen herederos de la Ilustración y de los derechos que siglos costó conquistar y miren en qué quedó. El imperio que limpió de indios (no tenían alma, eran animales dañinos) las grandes llanuras ha seguido, impune, go away, go away, prendiendo fuegos y guerras sobre la faz de la tierra. Irak, Afganistán, Líbano, Palestina, Sudán, Somalia, y qué. Los intereses americanos salvaguardados, los pozos de petróleo botín de guerra, «Dios y la historia os contemplan», dijo el almirante Deway a sus roug riders, en Cuba
Los primeros ministros de esos países que dicen querer hacer de Europa una nación se juntan para exaltar su nacionalismo y al mismo tiempo ignoran a los negros que el pesquero Madre de Loreto recogió en alta mar, agarrados a una red de captura de atunes. Nadie abogó por ellos, eran de piel oscura. El capitán vio a un recogido que al parecer se percató, por la posición del sol, de que el barquito cambiaba de rumbo, en regreso a Libia, receló, y ya convencido, se puso a llorar. Lloró el capitán, al sentirse no asistido por las autoridades que ignoraron las leyes del mar. Luego, aquella tropa de gente rescatada y abandonada otra vez acompañó en el llanto al capitán y a la tripulación. Los altos dignatarios europeos, entretenidos con sus cosas, abandonan a negros y hambrientos. Qué perversión de quienes en su mano está corregir lo mal trazado.
Al acabar, me asalta la duda de si he seguido orden , y donde puse «reír» debiera haber puesto «llorar» o viceversa, para el caso lo mismo, que más bien parece un recitar los papeles que se nos asignó desde hace siglos en la representación de esta comedia interpretada por idiotas (Shakespeare). Pero aunque no nos falte voluntad, el mundo seguirá matándose y en pocos años nadie se acordará de nosotros, los muertos no serán iraquíes, ni afganos, ni palestinos, los vendedores de armas, tampoco yanquis, otros igual de impuros, y en nombre de no sé qué, ofrecerán a precio de oro cacharros para destruir esta cosa tan noble, infame, generosa, digna, indigna, soñadora, triste, desesperanzada que es el hombre. Y nosotros no sé dónde estaremos, si estamos en algún sitio, pero no podremos verlo ni contarlo.
Hace ya tiempo encontré a dos muchachos acalorados en trance de buscar explicación a los muchos males que aquejan a lo que se llama «sociedad». Divergentes eran sus pareceres, y más aún la manera de tratarlos, así que, sin pedir vela, intercedí para amansar su excitación, a sabiendas de que no iba a traerlos a mansedumbre. Se me ocurrió, en mi espontánea intervención, dar consejo a quien no lo «ha menester» y cortar por lo sano aquella pelea de gallos diciéndoles: «estáis malgastando inútilmente saliva y tiempo, pues en este mundo en que vivimos, sólo hay dos posturas, reír o llorar, así que elegir, la que más os guste». Eso es, reír o llorar. Pues por dondequiera que se mire y empiece en el relato de la historia de nuestros días vale esa regla. Y no digo de la de antes, por menos conocida y más amañada, contada a través de los libros que escribieron siempre quienes vencieron en la contienda, por lo común gente docta y enseñada para convencer, que viene a decir desfiguración de hechos y creencias. Entro en materia con el mal regusto de boca que deja lo cotidiano, visto, oído o leído en «los medios», otro vehículo de manipulación, otro catecismo, que nos suministra el «pienso», como el mozo de cuadra atendía al ganado de carga y tiro.