Detrás de la idea-fuerza de una renta básica subyace la noción de dignidad, que es la base de la ciudadanía. La dignidad, el no plegarnos a determinadas cosas, es lo que nos hace iguales de derecho ante los demás, lo que nos permite no estar por encima ni por debajo del resto de nuestros conciudadanos. […]
Detrás de la idea-fuerza de una renta básica subyace la noción de dignidad, que es la base de la ciudadanía. La dignidad, el no plegarnos a determinadas cosas, es lo que nos hace iguales de derecho ante los demás, lo que nos permite no estar por encima ni por debajo del resto de nuestros conciudadanos. Sin dignidad no hay fraternidad, que es como los revolucionarios franceses llamaban a la solidaridad entre los iguales. La dignidad es lo contrario de la esclavitud, y empieza justo en el instante en que hemos vencido a la necesidad. Si tienes hambre, acabarás teniéndote que someter por un plato de lentejas. La dignidad tiene, por tanto, un sustrato material. Cuando la miseria entra por la puerta, antes o después la dignidad tendrá que salir por la ventana.
Las reformas que el gobierno español está imponiendo aprovechando el tsunami de la crisis tienen como uno de sus objetivos declarados lo que han denominado una devaluación interna de la sociedad española, es decir, una reducción masiva de las remuneraciones de la clase obrera, un empeoramiento radical de las condiciones de trabajo para garantizar el crecimiento constante de las ganancias de los capitalistas. El paro masivo, favorecido por los recortes sociales, la contrarreforma laboral y la desinversión pública, es la base de la conversión de las relaciones laborales en un potente chantaje empresarial. Ante la amenaza de la pobreza y la exclusión social, que ya afecta al 28% de la población española según Eurostat, los trabajadores y trabajadoras aceptan cobrar cada vez menos y echar cada vez más horas porque hay muchísima gente en paro esperando hacerse con el puesto de trabajo. Los subsidios y ayudas a los desempleados cubren cada día a menos gente, y las rentas mínimas de inserción se están convirtiendo en un laberinto burocrático plagado de retrasos y humillaciones que hace más y más difícil que la gente en proceso de desesperación personal y familiar pueda acceder a esas pírricas pagas de pobres. Al tiempo, crecen los desahucios, que afectan también significativamente a las viviendas de alquiler social, suben el agua y la luz, y se las cortan a las familias que no pueden pagar. Además, se ponen cada vez más trabas a la cobertura sanitaria universal y a las ayudas para libros de texto y material escolar, a las becas… por no hablar de la práctica desaparición de los fondos destinados a las personas dependientes. El resultado es un crecimiento significativo de la pobreza con exclusión social que explica y complementa el descenso impresionante de los salarios reales que, según datos del INE facilitados por UGT1, acumula un 10% en los años 2012 y 2013. Desde 2010, los salarios han perdido cerca de cinco puntos en el reparto del Producto Interno Bruto (PIB) español. En 2010, los trabajadores por cuenta ajena se llevaban a casa el 48,9% por ciento de toda la riqueza producida en España; en mayo de 2013, su cuota de participación en el PIB estaba en el 44,7%, y la de los beneficios brutos del capital privado alcanzaba ya el 46,3%.
¿De qué ciudadanía, de qué igualdad ante la ley, de qué democracia estamos hablando cuando hay hambre y necesidades muy, muy básicas sin cubrir? ¿De qué libertad estamos hablando cuando para las mayorías la única alternativa es el paro o el sometimiento a unas condiciones de trabajo que tienen mucho de esclavitud? Es en este panorama cuando la noción de renta básica deja de ser una quimera teórica de universitarios y se convierte en una reivindicación fundamental de la lucha de la clase trabajadora. Por ejemplo: para quienes llevan un año o un año y medio esperando respuesta a la solicitud de una renta mínima de inserción y saben que en un 70% de los casos la Administración buscará una excusa para denegarla3, una renta básica universal e incondicional es la diferencia entre una vida decente y la miseria en la que se han visto atrapados durante ya demasiado tiempo.
Instrumento de unidad
Un conocido periódico de Internet4 recientemente dio a entender que la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) por una renta básica a escala estatal divide a la izquierda. Sin embargo, los promotores, el Movimiento contra el Paro y la Precariedad-Por una Renta Básica ¡YA!, tenemos claro que estamos ante una reivindicación esencial para los intereses de las clases populares que tiene vocación de unir luchas y generar un gran movimiento en las calles y en la sociedad en general. Es una de las líneas clave para una contraofensiva contra la aplicación de la terapia neoliberal a una sociedad en estado de shock. La renta básica rompe la condición previa del guión de los capitalistas especializados en forrarse a cuenta del desastre, porque pone un suelo estable, fuerte, en la negociación de las retribuciones. Impugna desde el principio ese juego que nos imponen en el que el desempleo es el palo y los salarios de mierda en condiciones de esclavitud, la zanahoria.
La ILP estatal presentada en el Congreso de los Diputados el pasado miércoles, 15 de enero, propone una aplicación de la renta básica en dos fases. La primera constituiría lo que podríamos denominar el enfoque pragmático, urgente, sindical, de la aplicación de la renta básica, y consistiría en que quienes no tienen ninguna cobertura cobren lo que la UE entiende que constituye el umbral de la pobreza, 645,33 euros. Asimismo, se igualarían a esa cantidad todas las pensiones y subsidios de cuantía inferior. En las condiciones actuales, esto sería posible con un incremento de gasto público perfectamente asumible sin tocar las bases del sistema económico y social. La financiación de la renta básica de la primera fase no debe salir del gasto en Sanidad o Educación, no es una propuesta liberal para sustituir los servicios públicos por una paga, porque entonces no hablaríamos de renta básica, sino de subsidio-miseria incompatible con una vida digna. La propuesta implica sencillamente terminar con la fiscalidad regresiva, el fraude y el saqueo de lo público, y con la burocracia vergonzante de los actuales subsidios de pobres. Cobrando los impuestos como es debido y unificando el sistema de subsidios, hay dinero más que suficientemente, como ha demostrado sobradamente la Red de la Renta Básica5. Se resolvería en gran medida el problema de la dependencia, se remuneraría en parte el trabajo invisible de los cuidados en las familias y cobraría aliento el movimiento obrero, que sentiría bajo los pies un colchón de dignidad desde el que afrontar la pugna por salarios y derechos. Sin grandes aspavientos, se revertiría la tendencia a reducir la parte del pastel que le toca a la clase trabajadora. En suma, aplicar la primera fase de la Ley por la Renta Básica es frenar en seco el torbellino neoliberal y comenzar a proteger a las personas desde la Administración como es debido.
La segunda fase corresponde a un enfoque con un carácter neta y necesariamente revolucionario. Aplicar la idea de una renta básica universal e incondicional a todos los habitantes del Estado implica cambios profundos en la organización económica de la sociedad. No hay que echar muchos cálculos para darse cuenta de que estamos hablando de la distribución de aproximadamente un tercio del PIB español actual, si es que tal derecho efectivamente se concibiera como una paga universal, independiente de la renta de los perceptores y de cualquier otra consideración. En la actualidad, la parte del PIB que se destina a impuestos apenas ronda el 10%, y ya resulta muy escasa la participación estatal directa en la economía, porque se han privatizado la banca, las industrias y casi todas las empresas de servicios del Estado. Para redistribuir como renta básica la tercera parte del PIB y mantener o aumentar el gasto en servicios públicos, el Estado tendría que hacerse con el control directo de cerca de la mitad del PIB, lo cual implicaría probablemente que una parte considerable de la economía tendría que pasar a ser de titularidad pública, incluida la banca. Sin duda, estamos hablando de un cambio profundo cuando hablamos de derecho a una renta básica universal e incondicional, porque colocamos como prioridad social la redistribución de la riqueza sobre la base de garantizar la dignidad y la libertad de todos los ciudadanos y ciudadanas. Y para ello se hará necesario que la colectividad, la ciudadanía, empiece de una vez a gobernar la Economía.
Sobre la libertad, el trabajo y la vagancia
Dice el economista Juan Torres6 que no necesitamos para nada esta renta básica universal, incondicional y generalizada porque se opone al presunto principio marxista de «a cada cual según sus necesidades, cada cual según sus posibilidades» y plantea, además, que es injusta, porque plantea que un ciudadano en una sociedad justa no debería poder elegir no trabajar. Su alternativa: el pleno empleo y el reparto del trabajo, un buen sistema de pensiones, servicios públicos y pagas para las situaciones extremas. La propuesta de la renta básica choca con frecuencia con este tipo de pensamiento anquilosado en una concepción del trabajo y de la transformación social que olvida demasiadas cosas.
En primer lugar, la renta básica se establece en el umbral de la pobreza porque es, efectivamente, muy básica, y lo previsible, sin duda, es que la inmensa mayoría de los ciudadanos y ciudadanas prefieran optar por un trabajo dignamente remunerado. Por que haya renta básica no se dejará de trabajar; sólo se dejará de hacerlo en condiciones inaceptables. La renta básica simplemente garantiza el derecho a decidir, es decir, la independencia personal, requisito ineludible de la dignidad y la ciudadanía. Y en una sociedad con el desarrollo técnico actual, su puesta en práctica puede impulsar cambios hacia un sistema económico democrático en el que el trabajo deje de ser absurdamente extenuante y prime la austeridad productiva y el ahorro de recursos.
En segundo lugar, la renta básica posibilita la remuneración en general de una parte sustancial de los trabajos que hoy hacemos casi todo el mundo y que son imprescindibles para la reproducción de la fuerza de trabajo y la productividad en las empresas, así como para que la sociedad en la que vivimos sea menos infernal. Los cuidados en el entorno familiar, la atención a las personas dependientes, los trabajos voluntarios de solidaridad e impulso político y cultural, las artes y la poesía, el trabajo en colaboración a través de la red para producir software libre… hay toda una constelación de ocupaciones que en el capitalismo asalvajado que padecemos están condenadas a la invisibilidad y la marginación por su carácter no remunerado, porque precisamente no se las considera trabajo. La renta básica generalizada las naturaliza y las hace posibles, porque implícitamente se reconoce que la sociedad en su conjunto facilita los medios económicos mínimos para que puedan desarrollarse libre y plenamente. Se trata de romper prejuicios: no sólo es trabajo el trabajo asalariado, y es posible una sociedad en la que sea la ciudadanía, y no una clase social dominante, la que decida en qué se emplean el tiempo y las energías.
En tercer lugar, la renta básica no impide la justicia en las remuneraciones, sólo establece un suelo ciudadano para que lo que se generalice sea la dignidad, y no una igualdad mal entendida. Tampoco impide que se puedan mejorar las remuneraciones de los trabajos de cuidados en el entorno familiar tradicionalmente desempeñados por las mujeres; sólo garantiza que las mujeres son libres porque no dependen económicamente de nadie, es decir, garantiza su condición de personas con dignidad, su condición de ciudadanas a las que nadie tiene por qué someter. La renta básica es un factor positivo, por tanto, para el cambio social y cultural necesario para superar el patriarcado, todo lo contrario de lo que sugiere Juan Torres en el artículo citado.
Por último, sería muy conveniente que el movimiento obrero, sin perder de vista la agudeza de Karl Marx pensando los entresijos del capitalismo, pusiera la vista en la obra de su yerno, Paul Lafargue, autor del inolvidable ensayo «El derecho a la pereza». El sentido común de la clase trabajadora apunta a que el trabajo dignifica, pero en realidad el lugar de la dignidad, tal como supieron ver los antiguos liberales como John Locke o Thomas Jefferson, está en otra parte: en la independencia personal, es decir, en poseer los medios de subsistencia que impidan que nos tengamos que someter a la voluntad de otra persona. Generalizar esta condición, misión fundamental de la renta básica, facilita que ciertamente una parte de la ciudadanía decida no hacer nada de provecho. La idea de partida es que donde comen dos, comen tres, más en una sociedad que se caracteriza por una extraordinaria capacidad de sobreproducción. La vagancia sólo se convertiría en un problema si se generalizara hasta el punto de que dificultara la subsistencia digna de todos. Ese caso improbable obligaría a la sociedad a cambiar las leyes, pero lo haría desde las condiciones de dignidad generalizada que permitirían una toma de decisiones verdaderamente democrática.
NOTAS
1. http://www.ugt.es/actualidad/2013/octubre/b09102013.html
2. http://www.eldiario.es/andalucia/cuarto-beneficios-septimo-sueldos-bajos_0_145235607.html
3. Como cuentan los activistas de la Oficina de Derechos Sociales (ODS) de Fuencarral (Madrid): http://rentaminimadeinsercion.blogspot.com.es/2013/10/es-un-derecho-laconsejeria-de-asuntos.html
4. http://www.eldiario.es/economia/renta-basica-solucion-desigualdad_0_137186590.html
5. http://www.redrentabasica.org/
6. http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/12/05/andalucia/1386274193_418617.html
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