El coordinador del Observatorio de Renta Básica de Attac responde en este artículo al editorial del periódico Expansión en el que se califica de irracional la renta básica.
Coincidiendo con la celebración de la mesa redonda convocada por el Observatorio de Renta Básica de Attac Madrid para comentar la creación en el Parlamento de una subcomisión encargada de estudiar esta materia, el periódico Expansión se ocupó del asunto con cierta amplitud. Su edición de15 de junio dedica varias páginas informativas al mismo, amén de un par de artículos de opinión poco favorables. Este periódico deja patente su abierta hostilidad a la idea del ingreso garantizado de ciudadanía, al que dedica un editorial que, encabezado por el título La irracionalidad de la renta básica, ilustra bien el enfoque con que el mundo de los negocios contempla una propuesta de carácter social.
El profesor John K. Galbraith, uno de los defensores del ingreso garantizado, recuerda que ningún texto jurídico en la historia de Estados Unidos fue tan enconadamente atacado por los portavoces del mundo de los negocios como el proyecto de Ley de Seguridad Social de 1935, estableciendo un plan federal de pensiones. Quien se tome la molestia de rastrear en las hemerotecas encontrará que fueron escritos augurios de este tenor: «Con el seguro de desempleo nadie trabajaría; con el seguro de vejez, nadie ahorraría, y el resultado final sería la decadencia moral, la bancarrota financiera y el derrumbe de la República».
Haciendo honor a esa tradición, es normal que la prensa especializada en defender los intereses económicos, lance ahora un ataque despiadado contra la propuesta de la renta básica, ya que ésta comienza a abrirse paso en la agenda política. Pero me temo que van a tener que afinar mucho más sus argumentos, pues, para demostrar su tesis, el editorial recurre, entre otros tópicos, a formular una cuestión de tanto rigor científico como la siguiente: ¿qué pasaría si todos los españoles optaran por no trabajar al conformarse con la renta básica? Cuestión que el editorialista resuelve de manera palmaria pronosticando que: «Se produciría el absurdo de que no habría forma de producir los recursos para financiarla».
Si estas autoridades de la lógica me lo permiten, me gustaría sugerir otras posibilidades. Por ejemplo, que si todo el mundo se conformara con el parco ingreso mínimo, habría millones de personas que no podrían afrontar el pago de sus hipotecas de vivienda, de manera que las entidades bancarias procederían a embargarlas y deshauciar a sus habitantes. Con lo que gran parte de la población que hoy vive en un hogar pasaría a estar empadronada en la categoría de los «sin techo». Claro que, por otro lado, España se convertiría en un país modélico en la reducción de gases de efecto invernadero, dado el espectacular y forzado descenso que se produciría en el consumo de energía con fines domésticos.
¿Qué pasaría si todos los españoles decidieran veranear en Torrevieja del Mar del 1 al 30 de agosto? O calzarse únicamente con alpargatas blancas o…. Pues de esta índole, entre pintoresca y absurda, es la cuestión aventurada en el mentado editorial y, sobre todo, el lúgubre horizonte que describe. Los problemas no se desprenden de la conclusión, sino de la premisa, y si ésta es absurda, entonces irremisiblemente conducirá al absurdo. Cosa de la que debieran tomar buena nota quienes aspiran a sentar cátedra desde la que impartir racionalidad a los demás. Cualquier fantasía será lícita siempre que demuestre la probabilidad estadística de que tal suceso pueda ocurrir.
Ludwig Boltzmann reformuló los principios termodinámicos de Clausius y Carnot sobre una base estadística. Una de las paradojas que se desprendían de la misma era la de que, aunque altamente improbable, no sería totalmente imposible que las moléculas desordenadas por un proceso de los considerados irreversibles, volvieran a juntarse aleatoriamente. Expresado en un lenguaje accesible a un editorialista de prensa salmón, que los fragmentos de vidrio de un vaso roto volvieran espontáneamente a reconstituir la forma original del vaso siguiendo la misma lógica por la que una baraja pone cuatro ases en la mano del afortunado jugador de poker. Una divertida fantasía para pasar un rato con discusiones de salón. Sin embargo, como señaló Arthur Eddington, la probabilidad estadística de que las moléculas desordenadas en un proceso vuelvan a agruparse es mucho menor que la que tendría «un ejército de monos provistos de máquinas de escribir para acabar escribiendo todos los libros del Museo Británico».
En el mundo del primate oeconomicus la suposición de que nadie trabajaría con la renta básica es muy poco realista. En efecto, el ingreso garantizado proporcionaría un mínimo vital para asegurar el derecho de existencia de cada individuo, pero parece poco probable que una persona que obtenga un ingreso situado en el límite del umbral de pobreza se conforme con las escasas oportunidades de consumo que tal renta permite. En la actualidad son muchos los trabajadores bien remunerados que efectúan horas extraordinarias si se les presenta la ocación. Incluso percibiendo salarios medios y altos, el «efecto llamada» del consumo así como una serie de factores sociales y culturales asociados al dinero no apaciguan el auri sacra fames. Entre ellos la prensa económica, que contribuye de manera decisiva a mantener tanto el apetito de lucro como el afán de negocio. Por tanto, suponer que la renta básica provocaría una retirada masiva del mercado de trabajo parece infundada. Por lo pronto, en Alaska existe ya un ingreso de este tipo y no hay noticias de que la molicie se haya generalizado entre sus habitantes.
Presumir que la introducción de un ingreso «mínimo» induciría a la gente a abandonar sus trabajos para vivir en un tonel, al estilo de Diógenes el Cínico, es tan poco realista como pensar que el mundo de los negocios pueda plantearse entre sus objetivos el de acabar con la pobreza. En efecto, el progreso de la solidaridad no sólo no figura entre las prioridades de las esferas mercantil y financieras sino que éstas están llamadas, por instinto, a oponerse a las medidas solidarias. De manera que no es racionalidad, sino ideología lo que late tras esos vaticinios pesimistas que aparecen de manera recurrente siempre que se plantea una medida de progreso social. Luego, los medios afines se encargan de amplificar con truculencia expresiva esos falsos pronósticos, quizá porque cuando pretenden alcanzar racionalidad, no consultan lo que dice Wittgenstein en su Tractatus logico-philosophicus: «Todo lo que se puede decir se puede decir claramente; y de lo que no se puede hablar hay que callarse».
La propuesta de renta básica levanta suspicacias, y sus acerados críticos afirman que hay otras formas de acabar con la pobreza. Pero el argumento se vuelve de inmediato en contra suya, pues, entonces, es lícito preguntarles por qué, si conocen el remedio, no han desplegado ya todos los medios, incluida la exigencia a los poderes políticos, para su aplicación. Las opiniones son libres, es cierto, más los hechos son tercos: actualmente hay en España más de ocho millones de personas situadas por debajo del umbral de pobreza.
En 2005, la pensión mínima de un jubilado de 60 años con cónyuge a cargo es de 489,72 €. Puesto que con ella deben vivir dos personas, resulta una renta per cápita de 244,86 € situada por debajo del umbral de pobreza. La implantación de una renta básica como derecho individual de toda persona mayor de 60 años -derecho reconocido en Canadá o en Holanda- sacaría de los sótanos sociales de la pobreza a varios millones de personas. Hay, por otra parte, alrededor de dos millones de desempleados, es decir, gente que no trabaja de forma asalariada. Y no se puede culpar de ello al desincentivo al empleo que supone la hoy inexistente renta básica. El problema radica, entre otros factores, en la automatización de los sistemas productivos y, sobre todo, en las deslocalización de plantas fabriles llevada a cabo siguiendo la estela de la globalización entendida al modo neoliberal.
El filósofo y sociólogo Jürgen Habermas señala la necesidad de acometer políticas sociales destinadas a paliar los estragos producidos por la globalización económica. «Su objetivo debe ser cubrir la falla temporal para los perdedores a corto plazo por medio de inversiones en capital humano y transferencias temporales, y proporcionar a los perdedores a largo plazo compensaciones definitivas, por ejemplo, bajo la forma de un plan de renta básica o de un impuesto sobre la renta negativo». Modalidad esta última que fue sugerida también por Milton Friedman, un economista poco sospechoso de profesar filosofías utópicas.
Si hay algo que podría calificarse de verdaderamente irracional no es una propuesta, sino un hecho comprobado por las estadísticas oficiales: que, junto a la pobreza severa reinante en el mundo, haya también millones de pobres en aquellos países que, como el Reino de España, disponen de un PIB lo suficientemente elevado como para colocarnos en el octavo puesto del escalafón económico mundial. Esto merece una profunda reflexión política, pues, tal vez haya que dejar de actuar con vistas a ofrecer ese «socorro de los pobres» que Luis Vives, precursor de la Beneficiencia, propugnaba en la ciudad de Brujas, en 1526. En las condiciones actuales, parece más realista atender a la observación de Albert Camus en el sentido de que «El hombre rebelde es el hombre informado».
En los países desarrollados, la propia dinámica del sistema permite el acceso a Internet incluso a quienes se hallan situados por debajo del umbral de pobreza. De manera que si algún día, quizá no demasiado lejano, los pobres bien informados decidieran sublevarse -por vías políticas, entiéndase bien- en los países ricos, el conflicto tendría unos costes sensiblemente más elevados que la administración ex ante de un antídoto contra la rebelión en forma de un ingreso de existencia garantizado. La grave avería sufrida por el proceso de integración europeo ante el «no» al Tratado de Constitución de la Unión Europea podría ser un anticipo de ese lucro cesante. Mientras tanto, el Observatorio de Renta Básica de Attac Madrid, seguirá en su decidido empeño de procurar aportar toda la información pertinente sobre la materia.