Situación 1: Ocurrió pocos días antes de las elecciones parlamentarias, durante la emergencia provocada por las fuertes lluvias sobre Caracas. Parroquia Antímano. El gobierno nacional acude en auxilio de las víctimas. VTV llega hasta el lugar. Algún funcionario hace evaluación de los daños: familias en riesgo, etc. Le toca hablar a los afectados. Es una […]
Situación 1: Ocurrió pocos días antes de las elecciones parlamentarias, durante la emergencia provocada por las fuertes lluvias sobre Caracas. Parroquia Antímano. El gobierno nacional acude en auxilio de las víctimas. VTV llega hasta el lugar. Algún funcionario hace evaluación de los daños: familias en riesgo, etc. Le toca hablar a los afectados. Es una mujer de treinta y tantos años. Su rostro está horadado por el cansancio, que reflejan sobre todo sus ojos. Pero permanece firme, ayudando a los suyos. Ella simboliza a la comunidad organizada. En circunstancias tan adversas, es mucho lo que tiene que decir. Micrófono en mano, transmisión en vivo, el periodista quiere conocer su opinión sobre las gestiones que viene realizando el gobierno en el lugar de los hechos. La mujer le responde, palabras más, palabras menos, que está de acuerdo, pero reclama que la comunidad venía alertando… El periodista interrumpe la exposición. Insiste: quiere saber qué opina la mujer sobre la gestión de gobierno. Ésta ensaya una segunda respuesta, algo confundida. Desea, sobre todo, relatar la tragedia que han vivido, explicar cuáles son los problemas de la comunidad, pero la oportunidad no llega. El periodista insiste por tercera vez. Entre resignada y molesta, la mujer termina cediendo: se limita a agradecerle a Chávez por no dejarlos solos.
Situación 2: La mañana del lunes 18 de octubre, el hermano jesuita José María Korta inicia una huelga de hambre en pleno centro de Caracas, a pocos metros de la Asamblea Nacional. Entre otros puntos, demanda la «libertad inmediata para Sabino Romero Izarra y demás presos yukpas recluidos en la Cárcel Nacional de Trujillo». En comunicado público, expresa sus sentimientos de «gran admiración» por las «expresiones orales» del Presidente Chávez «respecto a su política indigenista». Pero advierte: «Hacen falta políticas públicas indígenas ‘desde abajo’… como mecanismo de apropiación del derecho por parte del sujeto social. Es necesaria la desestatización de lo indígena. El derecho a la demarcación no es otra cosa que el derecho a la tierra y todavía, después de once años de Gobierno Revolucionario, no se ha podido concretar». Inexplicablemente, los medios públicos guardan silencio. (¿Salvo algunas excepciones? No tengo conocimiento de ellas). En contraste, varios medios privados cubren la noticia. Sólo un par de ejemplos: el jueves 21 de octubre, el programa Radar de los Barrios (que transmite Globovisión) incluye un segmento en que el conductor del programa (devenido en improbable aliado de la lucha indígena) confraterniza con el hermano Korta. El mismo día, el diario El Nacional (a cuyos dueños les importa un pepino la suerte de los yukpas) reseña la noticia en primera plana.
Pudieran citarse varias situaciones análogas, pero las circunstancias exigen concisión. Además, ambas son suficientes para ilustrar lo que podría denominarse la gestionalización de la política comunicacional. A grandes rasgos, ésta se expresa de dos formas:
1) en la primera situación, el esfuerzo está concentrado, exclusivamente, en «demostrar» el esfuerzo que sin duda realiza el gobierno bolivariano para atender una emergencia social. Sin embargo, el pueblo organizado no aparece como sujeto político, que trabaja junto con el gobierno, sino como objeto de la asistencia oficial. Los medios públicos dan voz al pueblo, pero esta voz se ve forzada a «traducir» la línea oficial, se ve obligada a adecuarse a ella, cuando debería ser a la inversa: a través de los medios públicos debería expresarse la línea popular, sus demandas, sus problemas y sus propuestas;
2) en la segunda situación, desaparece la voz popular. Los sujetos políticos populares son, simplemente, invisibilizados. La lógica sería más o menos la siguiente: darle voz a la protesta popular supondría dejar en evidencia los errores de la gestión del gobierno bolivariano. Equivaldría, por tanto, a darle armas al enemigo, que ha hecho de la crítica de la gestión el puntal de su discurso. En casos extremos, se visibiliza a los actores de la protesta, pero criminalizándolos: infiltrados, anarcoides, etc. Mediante la sanción moral, se intenta deslegitimar las causas de la protesta.
En la primera situación, nuestros medios públicos han desperdiciado una extraordinaria oportunidad para que el pueblo se exprese sin cortapisas. El pueblo chavista de Antímano ya no debe luchar sólo contra los estragos de la lluvia, sino además sobreponerse a la frustración que produce la imposibilidad de decir todo lo que tiene que decir. De la frustración al hastío hay un solo paso. El hastío, que significa desmovilización y desinterés por la política, es también una forma de protesta.
La segunda situación expresa más bien una absoluta falta de sentido de la oportunidad. Las implicaciones de ésta son más graves, sus efectos políticos más duraderos: bajo el pretexto de no darle armas al enemigo, terminamos cediéndole el campo de batalla. El terreno que conceden nuestros medios públicos es ocupado por los oportunistas y demagogos. Cierto: el pueblo no habla a través de los medios antichavistas, son las elites las que pretenden hablar a través de él. Las mismas que durante todos estos años han emprendido una feroz campaña de criminalización del chavismo popular. El mensaje siempre es el mismo: «El poder popular de que habla el gobierno es pura paja«. Pero la clave es ésta: a un cierto apaciguamiento de la línea orientada a la criminalización del chavismo, va unido un interés creciente por visibilizar las demandas populares. Ésta es una variante del giro táctico del discurso opositor desde 2007, pero esto es algo que ya he intentado desarrollar en otros artículos, y no es mi intención insistir en el punto, sino en lo siguiente: el oportunismo de los medios antchavistas es la consecuencia inevitable de nuestra falta de sentido de la oportunidad. Mientras el antichavismo «dialoga» (repolariza) con el chavismo popular, los medios públicos le retiran la voz.
Frente a este cuadro, ¿cómo repolitizar los medios públicos? En adelante algunos aportes para la discusión:
1.- Lo primero que habría que terminar de entender es que no se trata de un problema de gestión, sino de un asunto político. Talento sobra en nuestros medios públicos, lo que falta es ponerlo al servicio de una política comunicacional orientada a la radicalización democrática de la sociedad venezolana. No se trata de cargos, ni de puestos (otra expresión más de la burocratización de la política que golpea a la revolución bolivariana), sino de política. Se trata de entender que hemos perdido demasiado tiempo en mezquindades y ruindades, postergando la discusión sobre los medios públicos que necesita la revolución bolivariana; apelando a la descalificación, y en algunos casos incluso a la criminalización (es el caso de la lucha de los trabajadores de Ávila TV), con la intención no sólo de eludir la discusión política, sino de preservar cuotas de poder. Ya basta de mirarnos el ombligo, es tiempo de volver a la calle.
2.- Si de «logros» se trata, no hay logro más importante que la participación popular. Insisto: el mayor aporte del chavismo a la sociedad venezolana fue la incorporación de las masas populares a la lucha política. Nuestros medios públicos deben funcionar como cajas de resonancia de las luchas populares. Lo contrario es traicionar el legado del chavismo originario. Esto supone, por supuesto que sí, hacer visible la relación conflictiva entre pueblo y burocracia (incluida la comunicacional). Pero una revolución no se plantea el falso dilema: pueblo o burocracia. Opta por el primero, en cada circunstancia. Las demandas populares, sus problemas, sus críticas (incluso contra los atropellos de la burocracia) deben aparecer en nuestros medios, antes que en cualesquiera otros.
3.- Lo anterior implica que nuestros medios públicos no pueden seguir concentrando tanto esfuerzo en «desmontar la matrices» de los medios antichavistas. De nuevo: la tendencia es a interpretar esta postura como un ataque despiadado e injustificado contra ciertos espacios televisivos. Al contrario, lo que planteo es la necesidad urgente de balance: ¿de qué vale una programación orientada a la crítica de medios, si no hay espacios para que el pueblo cuestione a los medios antichavistas, pero también a los medios públicos, y en general para que señale nuestros logros y aciertos, así como nuestras fallas y errores? Se habla mucho de usuarios y usuarias de medios públicos, pero una programación concentrada exclusivamente en divulgar los logros de la gestión del gobierno bolivariano y en la crítica de medios, supone una concepción según la cual el pueblo no es sujeto de la política, sino objeto, receptor pasivo, actor de reparto.
4.- Se habla mucho de usuarios y usuarias de medios públicos, pero lo cierto es que no hay medios públicos sin público. ¿Cuáles son los usuarios y usuarias de medios que nadie o muy poca gente ve o escucha? En este caso, la tendencia es a descalificar esta postura con el pretexto de que estamos sugiriendo implícitamente que nuestra televisión, por ejemplo, debe parecerse a Venevisión. Cuánta cortedad de miras. Mientras tanto, poco importa si nuestro mensaje no llega a ninguna parte. Lo peor del caso es que esta tendencia disimula un profundo menosprecio por nuestro pueblo, vuelve a reducirlo a receptor pasivo y acrítico. El problema sería el pueblo «alienado», que se refugia en masa en la programación de Venevisión y Televen, jamás la ausencia de una oferta alternativa: popular, revolucionaria, audaz, creativa. Frente a las narconovelas, «ideología» y crítica de Globovisión. Con razón nadie nos ve. Pero no lo digas muy duro: quedarás como un defensor de las narconovelas.
5.- Habría que leer y releer las palabras de Jesús Martín Barbero: «… la mayoría de nuestros intelectuales en América Latina sigue pensando que los gustos populares no son gustos. Y lo que no es el gusto de la burguesía y de la distinción no es el gusto. Y esto pasa con gente muy de izquierda; el gusto popular les da asco, y el asco es del estómago. Los intelectuales legitiman con toda una verborrea discursiva lo que es del estómago. En Colombia logramos por primera vez que el Ministerio de Cultura haga una encuesta nacional sobre consumos culturales. Esto significaba salir de la visión ilustrada, paternalista de que hay gente que sabe lo que el pueblo necesita y punto. Así como los medios te engañan diciéndote: ‘yo sé lo que la gente sabe’, los intelectuales llevan siglo y medio diciendo que ellos saben lo que la gente necesita, que es aún peor. Entonces, se hace esa encuesta, y se rasgan las vestiduras porque el acontecimiento cultural más importante para la mayoría de los colombianos es el reinado de belleza de Cartagena. En lugar de preguntarse qué significa eso, de dónde viene, con qué tiene que ver, dicen: ‘este país es una mierda, un país donde el hecho cultural es el reinado de belleza, no es un país’… En ese sentido, para mí el escándalo es la incapacidad de los intelectuales para dejarse desestabilizar por la encuesta y salir de su castillo desde el cual ellos dicen cuál es el cine que tiene que gustar, cuál es la música que tiene que gustar, cuáles son los libros que tiene que leer la gente. Estamos atrapados. Los medios dicen: ‘nosotros le damos a la gente lo que la gente quiere’, y los intelectuales dicen ‘los medios no le dan a la gente lo que la gente necesita’. ¿Y qué es lo que la gente necesita?».
6.- ¿Qué es lo que los jóvenes de nuestros barrios populares «necesitan»? Pero hablemos de datos gruesos: ¿sabía usted que, según cifras oficiales, el 64,1% de la población venezolana tiene 34 años o menos, y 56,5% tiene 29 años o menos? ¿Cuál es el mensaje que le estamos transmitiendo a ese público? Más aún: ¿los jóvenes de los barrios populares hablan a través de nuestros medios públicos? ¿Seguiremos permitiendo que nuestra revolución envejezca prematuramente, defendiendo a capa y espada la idea anacrónica y conservadora de que los gustos populares de nuestros jóvenes no son gustos, y lo que corresponde, por tanto, es «enseñarles» cuál es la televisión y el cine que tienen que ver, cuál es la música que tienen que escuchar y cuáles son los libros que tienen que leer?
Mientras avanzamos en la discusión (que no puede seguir postergándose), ¿por qué no pensar, por ejemplo, en la creación de una escuela de medios, que incorpore a trabajadores de los mismos medios públicos, donde se trabaje en una programación (sin excluir ningún formato) que responda a las exigencias de la radicalización democrática de la sociedad venezolana? Si avanzamos a paso firme, podríamos obtener resultados a corto plazo.
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