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Los marines: “Bagdad como Saigón en el ‘68”. Soldados y “funcionarios” americanos hablan desde “la fortaleza” asediada de los mandos militares y la mega-embajada de EE.UU.

Reportaje desde la zona verde

Fuentes: Il manifesto

Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti

«La situación es desastrosa, nos encontramos en medio de una guerra cuyas razones no entendemos, para la cual no estábamos preparados, y en la cual no creemos. Sin embargo, me temo que aquí, como en Vietnam, tendrá que correr aún mucha sangre tanto nuestra como iraquí para que en Washington renuncien a sus locos proyectos. Entre tanto, hay un tufo irrespirable de coroneles Kurtz y de escuadrones de la muerte que no presagia nada bueno». «John», un chicarrón no demasiado joven, oriundo de Nueva York, «experto en desarrollo», arabista y miembro de algún servicio secreto ignorado por el Pentágono, no se da paz por haber tenido que venir aquí a la zona verde de Bagdad, la «ciudad prohibida» estadounidense en la margen derecha del Tigris, transformada en la embajada americana más grande del mundo, «para montar un poco de teatro con vistas a las elecciones en el ámbito de una política sin futuro que sólo está destruyendo Irak». «A propósito -nos dice tras un momento de pausa-, ¿sabes qué día se ha elegido para celebrar las elecciones? El trigésimo séptimo aniversario de la «ofensiva del tet» lanzada por los vietcong el 30 de enero de 1968, cuando el gobierno Johnson y la opinión pública americana entendieron la imposibilidad de ganar la guerra». Pesimismo, amargura y deseo de marcharse son las notas más recurrentes en las palabras de no pocos funcionarios y soldados americanos que no desean sino desfogarse para poder así seguir adelante. Más de 500 soldados de EE.UU han sido repatriados desde el comienzo de la guerra por problemas relacionados con el equilibrio mental. «Las diferencias entre Vietnam e Irak son muchas y evidentes -sigue John, cuyo padre es un superviviente de Indochina- pero es tristemente similar el lento hundimiento en la ciénaga de la ocupación». John nos habla después del resentimiento de algunos sectores militares por la decisión del ministro de defensa, Rumsfeld, no sólo de enviar a un «ejército ligero» (cerca de 138.000 soldados, reducidos actualmente a 150.000) que no puede controlar un país tan vasto, sufriendo así pérdidas graves, sino por las continuas prórrogas de los periodos de permanencia en Mesopotamia y por los recurrentes rechazos a dejar libres a los soldados al final de sus contratos.

70 ataques armados diarios

En el campo, además, las cifras de la ocupación resultan desastrosas: 1430 muertos americanos, 76 ingleses y 85 entre las filas del resto de contingentes mientras la media de soldados muertos cada me pasa de los 17 en junio de 2003 a unos 70 actualmente, y el número de heridos, de 142 a 708. Paralelamente, los ataques de la resistencia iraquí han pasado de 735 al mes a 2400, o sea, unos 80 al día, y el número de resistentes ha crecido, aproximadamente, de 5000 a 40000 a tiempo completo y 200.000 a tiempo parcial. Al mismo tiempo, la gasolina es imposible de encontrar, la energía eléctrica, cada vez más escasa, la reconstrucción está paralizada, los precios se han triplicado. «No hay mucho de lo que sentirse orgullosos -nos dice un John de oscuro rostro- y será cada vez peor. Viendo estos folios me vienen a la memoria las palabras de Winston Churchill cuando, refiriéndose a Irak, dijo: «Es sorprendente cómo hemos conseguido, en tan poco tiempo, enemistarnos con un entero país».

«La ciudad prohibida», que acoge, no sólo las oficinas del nuevo embajador estadounidense, John Negroponte -veterano de la guerra sucia en Centroamérica-, situadas en el ex palacio presidencial de Saddam Hussein (quién sabe si habrá cambiado la famosa grifería de oro, motivo recurrente en muchos reportajes de antes de la guerra), sino también las del gobierno iraquí, algunas embajadas aliadas, las sedes de las multinacionales y las residencias de muchos ministros y funcionarios iraquíes, miembros de los servicios secretos, contractors y mercenarios, se va transformando más y más en una pura y dura fortaleza asediada por todos lados. Una realidad cuya evidencia se advierte ya a unos dos kilómetros de distancia, apenas cruzado el Tigris. Barreras de cemento, rollos de alambre espinado, bloques de tierra comprimida envuelta en grandes redes de acero colocadas a lo largo de Carrada Mariam. Dos tanques, delante de la entrada, no lejos del ex hotel Rashid. Uno tiene bajo tiro el puente «Jumuriya» y la margen izquierda de la ciudad, con el centro comercial y la zona de los hoteles; el otro, la amenazante Haifa Street, que se extiende por la orilla derecha del Tigris.

El paso de la «zona roja», roja en el sentido de peligrosa, a la «zona verde», la ciudadela del bien , de la biblia, donde también el aborto está prohibido, se presenta como una auténtica frontera con el centro de un campo de batalla. Dentro, una vez superados los munuciosos y repetidos controles realizados por parte de mercenarios nepalíes y filipinos de la sociedad británica «Global international», se respira una tensión tan fuerte que, en Bagdad, se afirma que el mismo premier Allawi aconseja siempre a sus huéspedes extranjeros que no se asomen a las ventanas, diciéndoles «sabéis, no quisiera que…».

Dentro de la base, entre contractors con pinta de perro lobo, mercenarios tipo robocop, personal «civil», médicos, enfermeros, todos ellos armadísimos, con chaleco antibalas, ray ban, metralleta, dos cargadores, pistola, radio etc., parece que uno se encuentra en el set de una película.

El segundo ejército, los 25.000 mercenarios

Los mercenarios de la seguridad son más de 25.000, y constituyen el segundo contingente después del de EE.UU, pero los contractor civiles militarizados superan los 75.000. Basta pensar que, hoy por hoy, aproximadamente uno de cada diez soldados en la línea de fuego es un mercenario. Un negocio de alcance mundial que equivaldría a más de 100.000 millones de dólares. La ocupación de Irak no podría funcionar sin ellos ni desde el punto de vista militar ni en lo que hace a los servicios esenciales para hacer funcionar las 14 grandes bases de EE.UU construidas en el país. Las sociedades que organizan a los mercenarios, provenientes de cuerpos especiales de medio mundo, son en su mayor parte americanas, aunque también británicas. Entre las estadounidenses, destacan por afamadas y controvertidas, la Mpri, la conocida sociedad tejana Kellogg, Brown y Root, subsidiaria de la Halliburton, y la Dynacorp, antaño ocupada también en la antiguerrilla en Colombia y la ex Yugoslavia, la cual, en Irak, se ocupa, al parecer, de los raids a casas de supuestos líderes de la guerrilla.

Todos los mercenarios gozan de plena inmunidad, reconocida por medio de un edicto del propio ex administrador estadounidense en Irak, Paul Bremer, y sus pagas son, en muchos casos, fabulosas: «En un año llego a ganar -nos dice Jerry, contractor sudafricano, «enfermero y escolta de convoyes»- hasta 170.000 dólares y dos semanas de vacaciones cada 90 días. Y luego está siempre la atracción de la aventura, de arriesgar la vida en situaciones extremas». Claro que, en la ocupación, no importan los gastos, ya que, hasta este otoño, en la mayor parte de los casos, no se han usado los fondos del Congreso (sometidos a rígidos controles) sino los fondos iraquíes de la «Oil for food» [Petróleo por alimentos] así como los de las ventas petrolíferas.

Al final de un día en la zona verde, uno se da cuenta de lo bien que harían quienes hablan de «infiltraciones de terroristas extranjeros en Irak» si echaran una ojeada a este lugar, donde quizá esté concentrada gran parte de la escoria de las «guerras sucias» de medio mundo.

Desde quien colaboraba con los escuadrones de la muerte en el Ulster, como el británico Derek William Adgey, a los asesinos de los cuerpos especiales sudafricanos del apartheid, como Francois Strydom (muerto el pasado año), o su colega de Deon Gouws. Por no hablar del coronel Tim Spicer, encargado por los EE.UU para coordinar las más de 50 sociedades de mercenarios presentes en Irak, protagonista de las «guerras en la sombra» en el Ulster, luego en Papua Nueva Guinea, luego en Sierra Leona.

Al Pentágono le encantan los mercenarios porque no tienen que respetar ley alguna, su uso no está sometido al control del Congreso, los fondos destinados a ellos no forman parte del presupuesto de defensa y, si mueren, quedan fuera de las estadísticas oficiales de caídos en Irak.

La escoria de las guerras sucias del mundo

Esta filosofía de las operaciones clandestinas -según lo que sostienen algunos funcionarios y soldados de EE.UU- no habría inspirado sólo la acción de las sociedades privadas de seguridad, sino también los programas de las mismas autoridades oficiales de ocupación provocando, entre otras cosas, serios problemas de coordinación con el ejército regular. «Ellos se meten en jaleos -nos dice un militar de paso mientras un capuccino terrible – y nosotros tenemos que ir a salvarles. Cuando es posible, lo hacemos, pero, en muchos casos, se las tienen que apañar solos». Figura representativa del vínculo entre autoriaddes de ocupación y «guerras clandestinas» es, sin duda, James Steel, consejero del ex vicerrey de EE.UU en Irak, Paul Bremer, para las Fuerzas de seguridad iraquíes: veterano de Vietnam, coronel en El Salvador, sucesivamente ocupado con el coronel North en el apoyo a los contras, luego, en Panamá, para finalmente responder a la llamada del número dos del Pentágono, Paul Wolfowitz, viejo amigo suyo. La tendencia a la «iraquización» de la guerra se está acentuando con el progresivo aumento de pérdidas estadounidenses, y ahora, el general Gary Luck, enviado a Mesopotamia por el Pentágono, parece haber decidido emprender con decisión este camino proponiendo el envío de al menos 10.000 consejeros para los nuevos cuerpos del ejército iraquí a fin de adiestrarlos, así como de controlarlos. Asimismo, parece estar dispuesto a explotar las divisiones étnicas y confesionales enviando tropas kurdas a reprimir las zonas suníes y shiíes e incitando a estos últimos a la represión de aquéllos. Parece haberse decidido también el envío de «expertos» a los vértices de los ministerios iraquíes de defensa y del interior para coordinar una «lucha al terrorismo» más eficaz. Prácticamente, el programa de «vietnamización» de la guerra, que, en el sureste asiático, sirvió sólo para provocar millares de muertos sin obtener resultado concreto alguno. Propuestas que nos recuerdan lo que escribió en el Sunday Times, durante la revuelta de 1920, el coronel T.E. Lawrence: «Los ingleses, en Mesopotamia, han caído en una trampa de la cual será durísimo escapar con dignidad y honor. Nos hemos dejado engañar por la falta de información contrastada. Los comunicados oficiales llegan tarde, atrasados y no son sinceros. Las cosas están mucho peor de lo que dicen… No estamos muy lejos del desastre». El sol se ha puesto y un oficial nos invita a volver al hotel antes de que oscurezca, cuando la «zona roja», que, en realidad, es la capital iraquí por entero, cae en manos de las fuerzas del mal, mientras las del bien gozan de un merecido descanso en la «zona verde».