La fuerza de trabajo es una mercancía que su poseedor, el trabajador asalariado, vende al capitalista. ¿Por qué la vende? Lo hace para vivir 1/ (Karl Marx, Trabajo asalariado y capital) Desde su formación, pero particularmente desde fines del siglo XX, la clase obrera global ha enfrentado un desafío tremendo: cómo superar todas sus divisiones […]
La fuerza de trabajo es una mercancía que su poseedor, el trabajador asalariado, vende al capitalista. ¿Por qué la vende? Lo hace para vivir 1/
(Karl Marx, Trabajo asalariado y capital)
Desde su formación, pero particularmente desde fines del siglo XX, la clase obrera global ha enfrentado un desafío tremendo: cómo superar todas sus divisiones para aparecer adecuadamente en forma para combatir y derribar al capitalismo 2/. Después de que las luchas globales de la clase trabajadora fracasaran en superar este desafío, la propia clase trabajadora se convirtió en objeto de un amplio número de condenas teóricas y prácticas. Con mayor frecuencia, estas condenas toman la forma de declaraciones o predicciones sobre la caída de la clase obrera, o simplemente argumentan que esta clase ya no es un agente válido de cambio. Otras/os candidatas -las mujeres, las minorías raciales o étnicas, los nuevos movimientos sociales, un «pueblo» amorfo pero insurgente, la comunidad, por nombrar sólo unos pocos- son levantadas como posibles alternativas a esta categoría presumida como moribunda/reformista, o masculinista y economicista, la clase trabajadora.
Lo que muchas de estas condenas tienen en común es una incomprensión compartida sobre qué es realmente la clase trabajadora. En lugar de la compleja comprensión de la clase propuesta históricamente por la teoría marxista, que revela una visión del poder insurgente de la clase trabajadora capaz de trascender las categorías seccionales, las/os críticos de hoy se basan en una visión altamente estrecha de una «clase obrera» en la cual una trabajadora es simplemente una persona que tiene un tipo específico de trabajo.
En este ensayo voy a refutar esta espuria concepción de la clase reactivando intuiciones marxistas fundamentales acerca de la formación de la clase que han sido oscurecidas por cuatro décadas de neoliberalismo y por las múltiples derrotas de la clase trabajadora global. La clave para desarrollar una comprensión suficientemente dinámica de la clase trabajadora, voy a sostener, es el marco de la reproducción social. Cuando pensamos acerca de la clase obrera es esencial reconocer que los trabajadores tienen una existencia más allá del lugar de trabajo. El desafío teórico reside por lo tanto en comprender las relaciones entre esta existencia y la de sus vidas productivas bajo la dominación directa del capitalista. La relación entre estas esferas va, a su turno, a ayudarnos a considerar las direcciones estratégicas para la lucha de clases.
Pero, antes de que lleguemos allí, tenemos que empezar desde el comienzo, esto es, desde la crítica de la economía política de Karl Marx, en cuanto las raíces de la concepción de la clase trabajadora que encontramos hoy surgen en parte de una comprensión igualmente limitada de la economía misma.
La economía
Las afirmaciones según las que el marxismo es reduccionista o economicista sólo tienen sentido si uno lee la economía como fuerzas de mercado neutrales que determinan el destino de los humanos por azar; o en el sentido de un burócrata sindical cuya comprensión del trabajador es restringido a quien gana un salario. Comencemos por lidiar con las razones por las que esta mirada restrictiva de lo económico es algo que Marx critica a menudo.
La contribución de Marx a la teoría social no fue simplemente señalar la base materialista histórica de la vida social, sino también proponer que, para alcanzar esta base materialista, la investigación materialista histórica debe comenzar por no comprender la realidad como aparece 3/.
La economía, como se aparece ante nosotros, es la esfera donde hacemos un honesto día de trabajo y se nos paga por ello. Algunos salarios pueden ser bajos, otros altos. Pero el principio que estructura esta economía es que el capitalista y el trabajador son seres iguales que participan en una transacción igual: el trabajo del empleado a cambio de un salario de parte del jefe.
De acuerdo con Marx, sin embargo, esta esfera es «de hecho un verdadero Edén de los derechos innatos del hombre. Allí sólo rigen la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham». Con este golpe Marx sacude nuestra fe en los pilares fundamentales de la sociedad moderna: nuestros derechos jurídicos. Marx no está sugiriendo que los derechos jurídicos que ostentamos como sujetos iguales son inexistentes o ficticios, sino que estos derechos están anclados en las relaciones de mercado. Las transacciones entre trabajadoras/os y capitalistas asumen la forma -en la medida en que son consideradas puramente desde el punto de vista del intercambio de mercado- de un intercambio entre seres legalmente iguales. Marx no está diciendo que no hay derechos jurídicos, sino que éstos son la máscara de la realidad de la explotación.
Si lo que entendemos comúnmente como la economía es entonces mera superficie, ¿cuál es el secreto que el capital ha logrado esconder de nosotros? Que su fuerza motriz es el trabajo humano.
En cuanto, siguiendo a Marx, restituimos al trabajo como fuente del valor bajo el capitalismo y como la expresión de la vida social de la humanidad, restituimos al proceso económico, su componente enmarañado, sensible, generalizado, racializado y revoltoso: los seres humanos que son capaces de seguir órdenes, tanto como de no hacer caso a ellas.
Lo económico como una relación social
Concentrarse en la economía de superficie (de mercado) como si fuera la única realidad es oscurecer dos procesos relacionados:
1. La separación entre lo político y lo económico que es única del capitalismo.
2. El proceso efectivo de dominación/expropiación que ocurre más allá de la esfera del intercambio igual.
El primer proceso asegura que los actos de apropiación de parte del capitalista aparecen completamente cubiertos con atuendos económicos, inseparables del proceso de producción mismo. Como explica Ellen Meiksins Wood: «Donde los productores previos [precapitalistas, T. B.] pudieron haberse percibido a sí mismas como luchando para conservar lo que les pertenecía por derecho, la estructura del capitalismo alienta que las trabajadoras y trabajadores se perciban a sí mismas como luchando para obtener una porción de lo que pertenece al capital, un ‘salario digno’, a cambio de su trabajo» 4/. Desde que este proceso hace invisible el acto de explotación, el trabajador es atrapado en esta esfera de igualdad jurídica, negociando más que cuestionando la forma-salario.
Sin embargo, es el segundo proceso invisible el que forma el pivot de la vida social. Aparece cuando abandonamos la esfera benthamiana de la igualdad jurídica y nos dirigimos a lo que Marx llamó «la morada oculta de la producción»:
Quien antes era el poseedor de dinero, ahora se adelanta a trancos como capitalista; el poseedor de fuerza de trabajo lo sigue como su trabajador. El primero con aire de importancia, sonriendo satisfecho, con la intención puesta en los negocios; el otro, tímido y contenido, como quien está llevando su propio pellejo al mercado y no tiene nada que esperar, sino que se lo curtan5/.
Marx enfatiza aquí lo opuesto al economicismo o al libre comercio vulgar como él lo llama. Está invitándonos a ver lo económico como una relación social: una que implica dominación y coerción incluso si las formas jurídicas y las instituciones políticas buscan oscurecerlo.
Detengámonos a repasar las tres afirmaciones fundamentales hechas hasta ahora sobre la economía. Primero, que la economía como la vemos es, según Marx, una apariencia de superficie; dos, que la apariencia, que está rodeada de una retórica de igualdad y libertad, esconde una «morada oculta» donde reinan la dominación y la coerción y esas relaciones forman el pivot del capitalismo; por lo tanto, tres, que lo económico es también una relación social, en la que el poder es necesario para administrar esa morada oculta -para someter al trabajador a formas de dominación-, y donde ese poder es por necesidad también un poder político.
El propósito de esta coerción y dominación, y la cruz de la economía capitalista considerada como relación social, es lograr que el trabajador produzca más que el valor de su fuerza de trabajo. «El valor de la fuerza de trabajo», nos dice Marx, «es el valor de los medios de subsistencia necesarios para el mantenimiento de su propietario [esto es, el trabajador, T. B.]» 6/. El valor adicional que él produce durante el día de trabajo es apropiado por el capital como plusvalor. La forma de salario no es nada más que el valor necesario para reproducir la fuerza de trabajo del trabajador.
Para explicar cómo este robo ocurre diariamente, Marx introduce los conceptos de tiempo de trabajo necesario y excedente. El tiempo de trabajo necesario es la porción del día de trabajo en la que la productora directa, nuestra trabajadora, crea un valor equivalente a lo que es necesario para su propia reproducción; el tiempo excedente es todo lo que resta del día de trabajo donde ella crea valor adicional para el capital.
Este ensamble de categorías conceptuales que Marx propone forma lo que es más generalmente conocido como la teoría del valor-trabajo. En este ensamble, hay dos categorías nucleares a las que deberíamos atender particularmente: (a) la fuerza de trabajo misma: su composición, despliegue, reproducción y final reemplazo; y (b) el lugar de trabajo, esto es, la cuestión del trabajo en el punto de la producción.
La fuerza de trabajo: la mercancía única y su reproducción social
Marx introduce el concepto de fuerza de trabajo con gran deliberación. La fuerza de trabajo, en el sentido de Marx, es nuestra capacidad para trabajar. «Con la fuerza de trabajo o capacidad de trabajo nos referimos» explica Marx «al agregado de las capacidades mentales y físicas existentes en la forma física, la personalidad viva, de un ser humano, capacidades que él pone en movimiento siempre que produce un valor de uso de cualquier tipo» 7/. Obviamente, la capacidad de trabajar es una cualidad transhistórica que los humanos poseen sin importar la formación social de la que son parte. Lo que es específico del capitalismo, sin embargo, es que sólo bajo este sistema de producción, la producción de mercancías se generaliza a lo largo de la sociedad y el trabajo vuelto mercancía, disponible para la venta en el mercado, se convierte en el modo de explotación dominante 8/. Por ende, bajo el capitalismo, lo que se generaliza en la forma mercancía es una capacidad humana. En varios pasajes Marx se refiere al salvajismo que tal mutilación del yo exige. «El poseedor de fuerza de trabajo, en lugar de poder vender mercancías en las que se ha objetivado su trabajo, debe más bien verse forzado a vender como mercancía la fuerza de trabajo que existe sólo en su cuerpo viviente» 9/.
Más aun, sólo podemos hablar de fuerza de trabajo cuando la trabajadora usa esa capacidad, o ésta «se convierte en una realidad sólo al ser expresada; es activada sólo a través del trabajo» 10/. Así que debe seguirse que, como la fuerza de trabajo es gastada en el proceso de producción de otras mercancías, por lo tanto «una cantidad definida de músculo, nervio y cerebro, etc., humanos», el compuesto bruto de la fuerza de trabajo, «es gastada, y estas cosas tienen que ser reemplazadas» 11/.
¿Cómo puede restablecer la fuerza de trabajo? Marx es ambiguo en este punto:
Si el propietario de fuerza de trabajo trabaja hoy, mañana debe estar listo de nuevo para repetir el mismo proceso en las mismas condiciones en cuanto a salud y fuerza. Sus medios de subsistencia deben por lo tanto ser suficientes para mantenerlo en su estado normal como un individuo trabajador. Sus necesidades naturales, como comida, vestimenta, energía y hogar varían de acuerdo con las peculiaridades climáticas y físicas de su país. De una parte, el número y alcance de sus así llamados requerimientos necesarios, así como la forma en que son satisfechos, son en sí el producto de la historia y dependen por lo tanto, en gran medida, del nivel de civilización alcanzado por un país; en particular dependen de las condiciones y los hábitos y expectativas con los que la clase de trabajadores libres ha sido formada 12/.
Aquí vacilamos y sentimos que el contenido de la crítica de Marx es inadecuado a su forma. Hay varias preguntas que el pasaje de arriba genera y luego deja sin responder.
Las marxistas y feministas de la reproducción social, como Lise Vogel, han llamado la atención sobre la producción de seres humanos, en este caso la trabajadora, que tiene lugar lejos del lugar de producción de mercancías. Las teóricas de la reproducción social quieren, correctamente, desarrollar más lo que Marx deja sin examinar. Esto es, ¿cuáles son las implicancias de que la fuerza de trabajo se produzca fuera del circuito de producción de mercancías, permaneciendo sin embargo esencial para él? El sitio históricamente más duradero para la reproducción de la fuerza de trabajo es por supuesto la unidad basada en el parentesco que llamamos la familia. Ésta juega un rol clave en la reproducción biológica -así como en el reemplazo general de la clase trabajadora- y en la reproducción de la trabajadora, mediante la comida, el abrigo y el cuidado físico, para que vuelva a estar lista para el siguiente día de trabajo. Pero estas funciones son desproporcionadamente sostenidas por mujeres bajo el capitalismo y son la fuente de la opresión de las mujeres bajo este sistema 13/.
Pero el pasaje de arriba necesita desarrollo también en otros aspectos. La fuerza de trabajo, por ejemplo, como Vogel ha señalado, no es simplemente reabastecida en casa, ni siempre es reproducida generacionalmente. La familia puede formar el sitio de la renovación individual de la fuerza de trabajo, pero eso solo no explica «las condiciones bajo las cuales, y… los hábitos y el grado de confort con el cual» la clase trabajadora de una sociedad particular ha sido producida. ¿Qué otras relaciones sociales e instituciones están implicadas en el circuito de la reproducción social? La educación pública y el sistema de salud, instalaciones de esparcimiento en la comunidad, pensiones y beneficios para las ancianas y anciasnos, todas juntas componen esos «hábitos» históricamente determinados. De modo similar, el reemplazo generacional a través del parto en la unidad familiar basada en el parentesco, si bien es dominante, no es la única forma en la cual puede reemplazarse la fuerza de trabajo. La esclavitud y la inmigración son dos de las formas más comunes en las cuales el capital ha reemplazado trabajo dentro de las fronteras nacionales.
De modo relacionado, presupongamos que cierta clase de canasta de bienes (x) es necesaria para reproducir a una trabajadora particular. Esta «canasta de bienes» que contiene comida, refugio, educación, salud y demás es entonces consumida por esta mítica (o algunas/os dirían universal) trabajadora reproduciéndose a sí misma. Pero, ¿el contenido y tamaño de la canasta de bienes no varía dependiendo de la raza, nacionalidad y género de la trabajadora? Marx parecía pensar eso. Consideremos su discusión de la trabajadora irlandesa y sus necesidades comparadas con las de otras trabajadoras. Si las trabajadoras disminuían su consumo (para ahorrar), Marx argumenta, entonces «se degradarían inevitablemente al nivel de las irlandesas, a ese nivel de trabajadoras asalariadas donde el mero mínimo animal de necesidades y medios de subsistencia aparece como el único objeto y propósito de su intercambio con el capital» 14/.
Vamos a tener ocasión de discutir la cuestión de las diferentes necesidades produciendo diferentes tipos de fuerzas de trabajo más tarde, por ahora notemos simplemente que la cuestión de la reproducción de fuerza de trabajo no es de ningún modo sencilla. Como podemos ver, ya hay indicios de una totalidad compleja al considerar la morada oculta de la producción de Marx y su impulso estructurante sobre la economía de superficie. El esquema original de Marx, enriquecido ahora a través del marco de la reproducción social de la fuerza de trabajo, complica por completo la definición burguesa estrecha de la economía y/o la producción con el que comenzamos de manera fundamental.
Más allá de la imagen bidimensional de la productora directa individual encerrada en el trabajo asalariado, comenzamos a ver surgir una miríada de capilares de relaciones sociales que se extienden entre el lugar de trabajo, el hogar, las escuelas y los hospitales -un todo social más amplio, sostenido y coproducido por el trabajo humano en formas contradictorias y sin embargo constitutivas. Si dirigimos nuestra atención a esas venas profundas que encarnan las relaciones sociales, en cualquier sociedad actual de hoy, ¿cómo podemos dejar de encontrar el sujeto caótico, multiétnico, multigrado y con capacidades diferentes que es la clase trabajadora global?
Los dos tipos de producción y reproducción
A este respecto, es importante aclarar que lo que hemos designado anteriormente como espacios separados: (a) espacios de producción de valor (punto de producción) (b) espacios para la reproducción de la fuerza de trabajo, pueden estar separados en un sentido estrictamente espacial, pero en realidad están unidos tanto en sentido teórico como operacional 15/. Son particulares formas históricas de aparición sobre las que el capitalismo se sostiene a sí mismo. De hecho, a veces los dos procesos pueden estar en curso dentro del mismo espacio. Considere el caso de las escuelas públicas. Funcionan tanto como lugares de trabajo o puntos de producción como también como espacios donde la fuerza de trabajo (del futuro trabajador) se reproduce socialmente. Como en el caso de las pensiones, en el caso de la salud pública o la educación, el Estado desembolsa algunos fondos para la reproducción social de la fuerza de trabajo. Es solo dentro del hogar donde el proceso de reproducción social permanece sin ser remunerado.
La cuestión de las esferas separadas y de por qué son formas históricas de aparición es importante y vale la pena dedicarle algún tiempo.
Una equivocación usual acerca de la teoría de la reproducción social es creer que ésta es acerca de dos espacios separados y dos procesos de producción separados: el económico y el social, usualmente comprendidos como el lugar de trabajo y el hogar. En esta comprensión, la trabajadora crea plusvalía en el trabajo, y es por lo tanto parte de la producción, de la riqueza total de la sociedad. Al final del día de trabajo, puesto que la trabajadora es libre bajo el capitalismo, el capital debe renunciar al control sobre su proceso de regeneración y por ende sobre la reproducción de la fuerza de trabajo.
Marx, sin embargo, tiene una comprensión y una propuesta muy específica para el concepto de reproducción social.
Primero, éste es un concepto teórico que despliega para llamar la atención sobre la regeneración de la fuerza de trabajo de la trabajadora o la reproducción de la fuerza de trabajo. Esta comprensión del teatro del capitalismo es importante porque, en este punto del argumento en el volumen 1 de El Capital, Marx ya ha establecido que, a diferencia de la economía burguesa que ve a la mercancía como el personaje central de esta narrativa (la oferta y la demanda determinan al mercado), es el trabajo el protagonista principal. Por ende, lo que ocurre al trabajo -específicamente, cómo el trabajo crea valor y en consecuencia plusvalor- da forma al conjunto del proceso de producción capitalista. «En el concepto de valor», dice Marx en los Grundrisse, «el secreto del capital es traicionado» 16/.
La reproducción social del sistema del capital -y es para explicar la reproducción del sistema que Marx emplea el término- no se trata por lo tanto de la separación entre una esfera no-económica y la económica, sino de cómo el impulso económico de la producción capitalista condiciona lo así llamado no-económico. Lo no-económico incluye entre otras cosas, qué tipo de Estado, de instituciones jurídicas y de forma de propiedad tiene una sociedad, mientras que éstas a su turno son condicionadas, pero no siempre determinadas, por la economía. Marx entiende cada nivel particular de la valorización del capital como un momento de una totalidad que lo conduce a afirmar claramente en El Capital: «cuando es visto, por lo tanto, como un todo conectado, y en el flujo constante de su renovación incesante, cada proceso social de producción es al mismo tiempo un proceso de reproducción» 17/.
Este enfoque es mejor delineado en Beyond Capital de Michael Lebowitz. El trabajo de Lebowitz es un magistral análisis integrador de la economía política de la fuerza de trabajo, en el que muestra que comprender la reproducción social del trabajo asalariado no tiene que ver con un fenómeno externo o accidental que deba añadirse a la comprensión del capitalismo como un todo, sino que efectivamente revela importantes tendencias internas del sistema. Lebowitz llama al momento de la producción de fuerza de trabajo un «segundo momento» de la producción como un todo. Este momento es «distinto del proceso de producción de capital» pero el circuito del capital «implica necesariamente un segundo circuito, el del trabajo asalariado» 18/.
Como lo resume Marx, correctamente y de manera pomposa:
El proceso de producción capitalista, por lo tanto, visto como un proceso total conectado, esto es, un proceso de reproducción, no sólo produce mercancías, ni sólo plusvalía, sino que también produce y reproduce la relación misma de capital; de un lado al capitalista, del otro al trabajador asalariado 19/.
Aquí, por reproducción social Marx quiere decir la reproducción de la totalidad de la sociedad, lo que nos lleva de vuelta a la mercancía única, la fuerza de trabajo, que necesita ser reabastecida y en última instancia reemplazada sin que haya ningún freno o interrupción al circuito continuo de producción y reproducción.
Hay mucho en juego, tanto teórica como estratégicamente, en la comprensión de este proceso de producción de mercancías y la reproducción de la fuerza de trabajo como unificadas. A saber, (a) tenemos que abandonar no sólo el marco de trabajo de esferas discretas de producción y reproducción, sino que también (b) puesto que la reproducción está ligada con la producción dentro del capitalismo, tenemos que revisar la percepción de sentido común de que el capital renuncia al control sobre los trabajadores y trabajadoras cuando ellas dejan el lugar de trabajo.
Teóricamente, si concedemos que la producción de mercancías y la reproducción social de la fuerza de trabajo pertenecen a procesos separados, entonces no tenemos explicación de por qué la trabajadora está subordinada aún antes de que el momento de la producción tenga lugar. ¿Por qué aparece el trabajo, en palabras de Marx, como «tímido y contenido, como quien está llevando su propio pellejo al mercado»? Es porque Marx tiene una visión unitaria del proceso que puede mostrarnos que el momento de la producción de la mercancía simple no es necesariamente el punto de entrada singular para la esclavización del trabajo. Por lo tanto, «en realidad», nos dice Marx, «el trabajador pertenece al capital antes de haberse vendido a sí mismo al capitalista. Su atadura económica es a la vez mediada y ocultada por la renovación periódica del acto mediante el cual se vende a sí mismo, cambia de amos, y por las oscilaciones del precio de mercado de su trabajo» 20/.
Pero este vínculo entre la producción y la reproducción, y la extensión de la relación de clase a la segunda, significa que, como veremos en la sección siguiente, los mismos actos donde la clase trabajadora se esfuerza por atender sus propias necesidades pueden ser el terreno para la lucha de clases.
La reproducción ampliada: la clave para la lucha de clases
¿Qué ata a la trabajadora al capitalista? Bajo el capitalismo, en cuanto los medios de producción (para producir valores de uso) son poseídos por capitalistas, la trabajadora sólo tiene acceso a los medios de subsistencia a través del proceso de producción capitalista -vendiendo su fuerza de trabajo al capitalista a cambio de salarios con los que comprar y acceder a sus medios de vida y subsistencia.
Este esquema de la relación capital-trabajo se basa en gran medida en dos cosas: (a) que la trabajadora es forzada a entrar en esta relación porque ella tiene la necesidad, como ser humano, de reproducir su vida, pero no puede hacerlo por sí misma porque ha sido separada de los medios de producción por el capital; y (b) que ella entra en la relación salarial por sus necesidades de subsistencia, lo que significa que las necesidades de «vida» (subsistencia) tienen una profunda conexión integral con el reino del «trabajo» (explotación).
Hasta aquí estamos más o menos en el territorio indisputado de la teoría marxista. Las delineaciones exactas de las relaciones entre el valor de la fuerza de trabajo, las necesidades de la trabajadora y aquello que a su turno afecta al plusvalor relativo, sin embargo, no son teorizadas adecuadamente y por lo tanto no son indisputables en El capital. Dedicaremos lo que queda de esta sección a esto.
Permítasenos revisitar el momento en El capital donde incluso el consumo individual de la trabajadora es parte del circuito del capital debido a que la reproducción de la trabajadora es, como Marx la llama, «un factor de la producción y reproducción del capital».
Una premisa central que Marx nos ofrece sobre la fuerza de trabajo es que su valor es determinado por «el valor de las necesidades para reproducir, desarrollar y perpetuar la fuerza de trabajo» 21/. Pero hay algo más en esta formulación. En aras de hacer un argumento lógico (en oposición a uno histórico) Marx trata las necesidades estándar como una constante: «en un país dado en un período dado, el monto promedio de medios de subsistencia necesarios para la trabajadora es conocido como un dato» 22/.
En El capital, el valor de la fuerza de trabajo sobre la base del estándar de necesidades (U) es tomado como una constante y los cambios en el precio de la fuerza de trabajo son atribuidos a la introducción de maquinaria y/o la suba y caída de la oferta y demanda de trabajadoras/es en el mercado de trabajo.
Como Lebowitz ha señalado, tomar esta asunción metodológica como un hecho pondría a Marx muy cerca de los economistas clásicos: apoyando la formulación de que los cambios de oferta en el mercado de trabajo y la introducción de maquinaria ajustan el precio del trabajo a su valor, así como lo hacen con todas las demás mercancías.
Pero existe una razón por la que la fuerza de trabajo de la trabajadora es considerada como una mercancía única por Marx, a diferencia de, digamos, el azúcar o el algodón. En el caso del trabajo, un proceso revertido puede tener lugar: el valor de su fuerza de trabajo puede ajustarse al precio, antes que al revés. La trabajadora puede ajustar (bajar o subir) sus necesidades de acuerdo con lo que ella recibe como salario.
De acuerdo con Lebowitz, Marx no tiene un concepto generalizado de salarios reales constantes (medios de subsistencia, U) sino que sólo lo adopta como una asunción metodológicamente sólida 23/. En contraste con los economistas políticos burgueses, Marx siempre «rechazó la tendencia a tratar a las necesidades de las/os trabajadoras/es como como naturalmente determinadas e invariables». Era un error patente, pensaba Marx, conceptualizar el nivel de subsistencia «como una magnitud inmodificable que en su mirada [la de los economistas burgueses, T. B.] es determinada enteramente por la naturaleza y no por el nivel de desarrollo histórico, que es en sí mismo un magnitud sujeta a fluctuaciones» 24/. Nada podía ser más «ajeno a Marx», enfatiza Lebowitz, que «la creencia en un conjunto fijo de necesidades» 25/.
Consideremos un escenario donde el estándar de necesidad (U) es fijado como dicta Marx, pero hay un incremento en la productividad (q). En ese caso el valor del conjunto de bienes salariales (nuestra original canasta de bienes x) caería, por lo tanto se redefiniría el valor de la fuerza de trabajo. En este escenario Marx dice que la fuerza de trabajo «no cambiaría su precio» pero «habría subido por encima de su valor». Esto significa que con más dinero salarial a su disposición, las/os trabajadoras/es pueden comprar más bienes o servicios que satisfacen sus necesidades. Pero, de acuerdo con Lebowitz, eso nunca sucede. En cambio, los salarios en dinero tienden a ajustarse a los salarios reales, y los capitalistas son por ende capaces de beneficiarse del valor reducido de la fuerza de trabajo. Entonces Lebowitz procede a explicar por qué es que los capitalistas, antes que las/os trabajadoras/es, se benefician de este escenario.
Puesto brevemente, él señala que el estándar de necesidad (U) no es invariable, sino que es efectivamente «impuesto por la lucha de clases». Por ende, con una suba en la productividad (q) y una «disminución en el valor de los bienes salariales que proveen holgura en el presupuesto de las/os trabajadoras/es, los capitalistas envalentonados conducen a la baja los salarios en dinero y capturan la ganancia para ellos mismos en forma de plusvalor» 26/. Pero una vez que hemos visto que el estándar de necesidad es variable y puede ser determinado por la lucha de clases, se vuelve evidente que la clase obrera también puede luchar en este frente. En efecto, ésta es una de las consecuencias de comprender el sentido expandido de que lo económico es efectivamente un conjunto de relaciones sociales atravesadas por la lucha por el poder de clase.
Una vez que reconocemos a la lucha de clases como un componente de las relaciones de producción, se vuelve claro, como muestra Lebowitz, que no hay dos diferentes «momentos de la producción». Ellos están compuestos de «dos metas diferentes, dos perspectivas diferentes sobre el valor de la fuerza de trabajo: mientras que para el capital, el valor de la fuerza de trabajo es un medio para satisfacer su meta de plusvalor, para la trabajadora asalariada, es un medio para satisfacer la meta de su propio desarrollo 27/.
La reproducción, en breve, es por lo tanto un sitio del conflicto de clases. Sin embargo, este conflicto es afectado por algunas tendencias contradictorias. Por ejemplo, de una parte, como la que orquesta el proceso de producción, la clase capitalista lucha para limitar las necesidades y el consumo de la clase trabajadora. Pero, por otro lado, para asegurar la realización constante de plusvalor, el capital debe crear también nuevas necesidades en la clase trabajadora como consumidora y entonces «satisfacerlas» con nuevas mercancías. El crecimiento de las necesidades de las trabajadoras y trabajadores bajo el capitalismo es por ende una condición inherente de la producción capitalista y de su expansión.
Una complicación adicional en esta lucha de clases en torno a los términos de la reproducción es que el crecimiento de las necesidades de las y los trabajadores no es ni secular ni absoluto. La posición de la clase trabajadora bajo el capitalismo es una posición relativa, esto es, una relación con la clase capitalista. Por lo tanto cualquier cambio en las necesidades y en el nivel de satisfacción de la clase trabajadora es también relativo a cambios en las mismas variables para los capitalistas. Marx usó el memorable ejemplo de cómo la percepción del tamaño de una casa (su grandeza o pequeñez) era relativa al tamaño de las casas de los alrededores 28/. Por lo tanto, una generación de la clase trabajadora puede ganar, en términos absolutos, más que su generación previa; sin embargo, su satisfacción nunca va a ser absoluta en cuanto esa generación de capitalistas siempre va a tener más. En cuanto el crecimiento de las necesidades de las y los trabajadores, entonces, es parte del proceso de la valorización del capital y su satisfacción no puede tener lugar dentro del marco del sistema, la lucha por las/los trabajadoras/es para satisfacer sus propias necesidades es también una parte integral del sistema.
Si incluimos la lucha por salarios más altos (para satisfacer necesidades en constante crecimiento) en el argumento de El capital, ¿se trata de una «adición» exógena, y por ende ecléctica, al Marxismo? Lebowitz muestra que no es así.
Marx representa el movimiento del capital como un circuito:
D – M (Mp, Ft) – P – M’ – D’
El dinero (D) es intercambiado por mercancías (M) que son una combinación de (i) medios de producción (Mp) y fuerza de trabajo (Ft). Los dos elementos se combinan a través de la producción capitalista ℗ para producir nuevas mercancías y plusvalor (M’) que van a ser intercambiadas por una suma mayor de dinero (D’). Tal circuito es a la vez continuo y completo en sí mismo, excluyendo todo elemento exógeno.
Pero, ¿y qué hay del circuito de reproducción del trabajo asalariado?
La condición «única» de la fuerza de trabajo reside en el hecho de que, si bien no es producida y reproducida por el capital, es vital para el circuito de producción del capital. En El capital, Marx no teoriza este segundo circuito, sino que simplemente apunta que «el mantenimiento y la reproducción de la clase trabajadora permanece como una condición necesaria para la reproducción del capital» y que «el capitalista puede con seguridad dejar esto al impulso de las/os trabajadoras/es hacia la auto-preservación y propagación». Aquí es que Lebowitz argumenta que debe reconocerse un circuito perdido de la producción y la reproducción, el de la fuerza de trabajo. Marx tal vez habría abordado esto en volúmenes posteriores de El capital, pero esto permanece incompleto como el «Libro perdido sobre el trabajo asalariado».
Una vez que integramos teóricamente los dos circuitos: el de la producción y la reproducción del capital y el de lo mismo para la fuerza de trabajo, las mercancías mismas revelan sus funciones duales.
Las mercancías producidas bajo la producción capitalista son a la vez medios de producción (comprados por el capital por dinero), y artículos de consumo (comprados por las trabajadoras y trabajadores con sus salarios). Un segundo circuito de la producción debe entonces ser postulado, distinto de aquél del capital, pero en relación con él. Este circuito es el siguiente:
D – Ac – P – Ft – D
El dinero (D), en manos de los trabajadores y trabajadoras, es intercambiado por artículos de consumo (ac) que son entonces consumidos en un proceso de producción similar P. Pero ahora lo que es producido en este proceso de producción es una mercancía única -la fuerza de trabajo de las y los trabajadores (Ft). Una vez producido (o reproducido) éste es entonces vendido al capitalista a cambio de salarios (D).
La producción de la fuerza de trabajo tiene entonces lugar fuera del circuito inmediato del capital, pero permanece esencial para éste. Dentro del circuito del capital, la fuerza de trabajo es un medio de producción para la reproducción del capital, o la valorización. Pero dentro del circuito del trabajo asalariado, la trabajadora consume mercancías como valores de uso (comida, ropa, alojamiento, educación) para reproducirse a sí misma. El segundo circuito es un proceso de producción de sí de la trabajadora o un proceso de auto-transformación.
El segundo circuito de producción encierra una actividad útil, bajo la auto-dirección de los propios trabajadores y trabajadoras. El objetivo de este proceso, no es la valorización del capital sino el auto-desarrollo de la trabajadora. Las necesidades históricamente integradas de la trabajadora, que en sí mismas cambian y crecen con el crecimiento capitalista, proveen el motivo para este proceso de trabajo. Los medios de producción de este circuito son múltiples valores de uso que la clase trabajadora necesita para desarrollarse. Éstos son más que sólo medios para la simple reproducción biológica, son en cambio «necesidades sociales»:
La participación en las satisfacciones más elevadas, incuso las culturales, la agitación por sus propios intereses, las suscripciones a los diarios, ir a conferencias, educar a las/los hijas/os, desarrollar el gusto, etc., su porción propia de la civilización que lo distingue del esclavo, es económicamente posible sólo por la ampliación de la esfera de sus placeres en los momentos en que los negocios funcionan bien 29/.
Sea que la clase trabajadora pueda acceder a tales bienes sociales, y en qué medida pueda, depende no sólo de la existencia de estos bienes y servicios en la sociedad sino también de la pelea entre el capital y el trabajo en torno al plusvalor (que reproduce capital) y la canasta de bienes (que reproduce a la trabajadora). De una parte, la trabajadora consume valores de uso para regenerar fuerza de trabajo fresca. Pero de otra parte, la reproducción de la fuerza de trabajo también presupone, como Lebowitz perceptivamente muestra, una meta ideal para la trabajadora:
El segundo aspecto del trabajador considerado como un proceso de trabajo es que la actividad implicada en este proceso es una actividad útil. En otras palabras, hay una meta preconcebida, una meta que existe idealmente, antes de que el proceso mismo (…) [y esta meta, T. B.] es la concepción de la trabajadora de sí misma -como es determinada dentro de la sociedad (…) Esa meta preconcebida de la producción es lo que Marx describió como «la necesidad de desarrollo de la propia trabajadora» 30/.
Sin embargo, los materiales necesarios para producir a la trabajadora en la imagen de sus propias necesidades y metas -se trate de comida, alojamiento, «tiempo para la educación, para el desarrollo intelectual», o el «juego libre de sus propios poderes físicos y mentales»- no pueden ser realizados dentro del proceso de producción capitalista, porque el proceso como un todo existe para la valorización del capital y no para el desarrollo social del trabajo. Por ende, la trabajadora, debido a la propia naturaleza del proceso, es siempre ya reproducida faltándole lo que necesita, y por ende incorporada en la estructura del trabajo asalariado como forma, en la lucha por salarios más altos: la lucha de clases. Y aquí, finalmente, llegamos a las implicancias estratégicas de la teoría de la reproducción social, o a por qué es necesario un sentido integrador del capitalismo para luchar en nuestras batallas actuales contra el capital.
El marco de la reproducción social como estrategia
El nivel actual de ganancia, Marx nos dice, «es sólo fijado por la lucha continua entre capital y trabajo, el capitalista constantemente tiende a reducir salarios a su mínimo físico, y a extender la jornada laboral a su máximo físico, mientras los trabajadores constantemente presionan en el sentido contrario». Esta lucha, «se resuelve como una cuestión del respectivo poder de los combatientes» 31/.
Nótese que tal como describe aquí la lógica interna del sistema, Marx no está hablando de los capitalistas individuales y del trabajo que comandan, sino del capital en su totalidad. De hecho, Marx es claro en que si bien el sistema aparece ante nosotros como un conjunto de «muchos capitales» es el «capital en general» el que es protagonista y los capitales individuales están moldeados por los determinantes del «capital en general».
Si aplicamos lo que llamo este método de la teoría de la reproducción social del trabajo a la cuestión de la lucha en los espacios de trabajo, podemos tener algunas afirmaciones:
1. Que los capitales individuales, en competencia unos con otros, tratarán de incrementar la plusvalía que apropian de la trabajadora.
2. Que la trabajadora va a empujar en la dirección opuesta para incrementar el tiempo (cantidad) y salarios, beneficios (calidad de vida) que ella puede tener para su propio desarrollo. Esto tomará la forma de la lucha por una jornada de trabajo más corta, o salarios más altos, y mejores condiciones en el lugar de trabajo.
¿Cuál es la situación ideal para la trabajadora? Que ella empuje en la dirección opuesta y termine al mismo tiempo con la plusvalía, i.e que ella sólo trabaje las horas necesarias para reproducir su propia existencia, y que el resto del tiempo le pertenezca para hacer lo que más le plazca. Esta es una solución imposible, ya que el capital dejaría de ser capital. La lucha por el aumento de salarios, beneficios, etc., en el lugar de trabajo, contra el jefe, o incluso en distintos lugares de trabajo contra jefes específicos es parte de la lucha central del capital en general versus trabajo asalariado en general.
La trabajadora puede incluso dejar a un jefe particular pero no puede optar por salir del sistema como un todo (mientras exista el sistema como tal):
El trabajador deja al capitalista, a quien previamente se vendió, tanto como lo elije, y el capitalista lo da de baja tan rápido como no obtiene ningún beneficio, o en tanto ya no requiere su uso. Pero el trabajador, cuyo único ingreso proviene de la venta de su fuerza de trabajo, no puede dejar a la clase de compradores, i.e la clase capitalista, a menos que deje su propia existencia. No pertenece a éste u a otro capitalista, sino a la clase capitalista; y de él depende encontrar un comprador en esa clase capitalista 32/.
La mayoría de los sindicatos, incluso los más militantes, están típicamente orientados a luchar contra jefes individuales o contra un grupo de jefes, lo que en Marx toma la forma de «muchos capitales». Los sindicatos dejan la tarea de confrontar contra el «capital en general» abandonada. Hay una muy buena razón que explica por qué sucede esto.
Como muestra Lebowitz, el poder del capital «como dueño de los productos del trabajo es absoluto y a la vez atomizado [mystified]: esto apuntala su habilidad para comprar fuerza de trabajo y destinarla según su voluntad en el proceso de producción. Si la trabajadora quisiera trascender la lucha parcial por mejores condiciones laborales y dirigir todo el trabajo social a producir valores de uso para el desarrollo individual y social, entonces es el poder del capital total el que debería ser confrontado. Pero el poder del capital en esa arena es cualitativamente diferente a aquel que aparece en las luchas en el lugar de trabajo: «No hay un área de confrontación directa entre capitalistas específicos y trabajadores asalariados específicos en esta esfera comparable con aquella que emerge espontáneamente en el mercado de trabajo y en el lugar de trabajo… En cambio, el poder del capital como dueño de los productos del trabajo aparece como la dependencia del salario del capital-total» 33/.
Consideremos las dos maneras en las que la plusvalía aumenta: una a partir de la extensión absoluta de la jornada de trabajo y la otra a partir del recorte de salarios o reduciendo el costo de vida, es decir, reduciendo el tiempo de trabajo necesario para su reproducción. Mientras Marx es claro en que la plusvalía absoluta y relativa son conceptos relacionados, es también claro que algunos aspectos de este proceso de realización (el esfuerzo del capitalista por reducir salarios, por ejemplo) son más fácilmente confrontados en el lugar del salario que otros.
Tomemos un ejemplo histórico sobre cómo el sistema como un todo a veces incrementa la plusvalía relativa mientras reduce el costo de vida de la clase obrera. Durante el siglo XVIII a un sector de la clase trabajadora en Inglaterra se la puso bajo una dieta a base de papas, una opción más económica que el maíz, de modo que el costo de alimentar a los obreros descendió e hizo descender el costo del trabajo en su totalidad. Uno de los mejores e indudablemente uno de los más líricos historiadores de la vida de la clase obrera, E.P Thompson, llamó a esto una «dieta regular de guerra de clase» aplicada por cincuenta años a la clase obrera inglesa ¿Qué formas concretas tomó esta guerra de clase? Mientas abaratamiento del trabajo hacía crecer la plusvalía en el proceso de producción beneficiando a los capitalistas en los lugares de trabajo, no era sólo en estos lugares o en manos del capitalista que el abaratamiento de la fuerza de trabajo tenía lugar. Thompson nos da un «moving account» [una cuenta en movimiento, n. de lxs t.] sobre cómo «terratenientes, agricultores, pastores, productores y el gobierno empujaron a los/as trabajadores/as de una dieta a base a maíz a otra a base de papas» 34/.
La clase dominante, como clase, forzó así el consumo de papa por encima del de maíz. El historiador Redcliffe Salaman correctamente postula que «el uso de la papa… hizo posible que los trabajadores y trabajadoras sobrevivan con el mínimo salario posible» 35/. De manera similar, Sandra Halperin mostró cómo a fines del siglo XIX, las inversiones inglesas de ultramar, el control de las colonias, sus trenes, puertos y astilleros para los granos del báltico y de Norte América «produjeron un flujo de materias primas y alimentos baratos que no competían con la agricultura doméstica inglesa y que llevaron a la baja el salario de la clase obrera» 36/.
Los sindicatos, incluso los mejores, por naturaleza, luchan contra capitales particulares y específicos, pero los ejemplos anteriores muestran la necesidad de controlar al capital en su totalidad. Lebowitz correctamente concluye «en ausencia de esa oposición total, los sindicatos luchan contra los efectos del mercado de trabajo y los lugares de trabajo pero no contra las causas de dichos efectos» 37/.
A sus camaradas en la Primera Internacional Marx les señaló una advertencia sobre los sindicatos: que estaban «demasiado exclusivamente abocados a las luchas inmediatas contra el capital» y que no habían aún «comprendido cabalmente su poder para actuar contra el sistema de esclavitud salarial en sí mismo». ¿Cuál, de acuerdo con Marx, era la prueba de su estrechez? Que «se mantuvieron muy alejados de los movimientos sociales y políticos generales». El consejo de Marx fue que superaran ésta estrechez y que fuesen más allá de las luchas puramente económicas por el salario:
Deben ahora, aprender a deliberar y actuar como centros organizadores de la clase obrera en el amplio interés de su completa emancipación. Deben colaborar con cada movimiento social y político que vaya en esa dirección. Considerándose a sí mismos y actuando como los verdaderos representantes de la clase obrera en su conjunto, no pueden fallar en enlistar en sus filas a los hombres no asociados. Deben cuidar los intereses de los sindicatos peores pagos, como los trabajadores agrícolas «incapaces de resistencia organizada». Deben convencer al mundo entero [el texto en francés y en alemán reza: «convencer a la gran masa de trabajadores»]de que su esfuerzo, lejos de ser limitado y egoísta, tiene por objetivo la emancipación de los millones de oprimidos 3!/.
Si seguimos a Marx, entonces es muy poco claro por qué únicamente la lucha económica por salario y beneficios en el lugar de trabajo debe ser designada como lucha de clases. Cada movimiento social y político tendiendo hacia mejoras para la clase obrera en su totalidad, o que desafíe el poder del capital como un todo, debe ser considerado un aspecto de la lucha de clases.
Una de las mayores tragedias de la destrucción del poder de la clase trabajadora y la disolución de las comunidades proletarias en los últimos cuarenta años es la pérdida de práctica de esta aproximación sobre la totalidad de la producción social de valor y la reproducción de la fuerza de trabajo.
En cualquier momento de la historia, la clase trabajadora puede o no ser capaz de pelear por mayores salarios. Los sindicatos pueden no existir o pueden ser débiles y corruptos. De todas maneras, como los productos de la canasta de consumo cambian (caída o aumento de la calidad y cantidad de bienes que se consumen) la clase es perfectamente consciente de esos cambios en su vida, y esas batallas pueden emerger por fuera del lugar de producción, e igualmente reflejar las necesidades de la clase. En otras palabras, donde las luchas por salarios no son posibles, pueden surgir diferentes tipos de luchas alrededor del circuito de la reproducción social ¿Es acaso algún misterio que en la era del neoliberalismo, cuando los sindicatos que pelean por mayores salarios son débiles o inexistentes en gran parte del mundo, asistimos a la emergencia de movimientos sociales alrededor de temáticas sobre condiciones de vida, desde la lucha por el agua en Cochabamba e Irlanda, desalojo de tierras en India y luchas por vivienda justa en el Reino Unido y otros lugares? Un patrón acaso mejor resumido por el movimiento anti-austeridad en Portugal: «Al carajo con la Troika. ¡Queremos nuestras vidas!».
La clase trabajadora: solidaridad y diferencia
Debemos entonces reconsiderar nuestra visión conceptual sobre la clase trabajadora. No estoy sugiriendo aquí un conteo sobre quién constituye la clase trabajadora global, más allá de que pueda ser un ejercicio importante. En cambio, a partir de nuestra discusión anterior sobre la necesidad de reimaginar una más completa figuración sobre economía y producción, estoy proponiendo aquí tres cosas: (a) una reafirmación teórica sobre la clase trabajadora como sujeto revolucionario; (b) una más amplia definición sobre la clase trabajadora que aquella que refiere a los asalariados y asalariadas; (c) una reconsideración de la lucha de clases que incluya a las luchas más allá de los salarios y las condiciones laborales.
La premisa para esta reconsideración surge de una lectura particular de lo que significa el materialismo histórico. Marx nos recuerda que «la forma económica específica en la que la plusvalía se extrae de los productores directos, determina la relación entre gobernantes y gobernados, dado que surge directo de la producción y, reacciona sobre ella como un elemento determinante 39/.
Bajo el capitalismo el salario es la forma generalizada a partir de la cual los gobernantes expropian a las y los productores directos. En abstracto, el capital es indiferente a la raza, género o habilidades de quienes producen mientas que su fuerza de trabajo pueda poner en marcha el proceso de acumulación. Pero las relaciones de producción, como vimos en la sección anterior, son una concatenación de relaciones sociales existentes, moldeadas por la historia pasada, las instituciones presentes y las formas de estado. Las relaciones sociales por fuera del salario no son accidentales a él, sino que toman forma histórica específica en respuesta a él. Por ejemplo, la condición generalizada de la reproducción de la fuerza de trabajo produce condicionantes para la extracción de plusvalía. De manera similar, una forma de unidad familiar heterosexista se sostiene por la necesidad del capital de reemplazo generacional de la fuerza de trabajo.
La cuestión de la diferencia entre la clase trabajadora es significativa en este aspecto. Como se mención anteriormente, Marx se mueve entre secciones producidas de manera diferente en su discusión sobre la clase trabajadora irlandesa, donde la clase obrera inglesa es producida con acceso a una mejor canasta de bienes, sus necesidades ajustadas a este mayor nivel, mientras que los trabajadores y trabajadoras irlandeses se mantiene en un nivel paupérrimo de existencia sólo con «las mínimas necesidades animales». Por supuesto Marx no creía que el valor de la fuerza de trabajo irlandesa fuese una constante que se mantenía por debajo del valor de la fuerza de trabajo inglesa por una cuestión étnica. Por el contrario, tiene que ver con el resultado de la lucha de clases, o la falta de ella, y correspondía a la clase trabajadora inglesa comprender la cuestión común entre sus intereses de clase y los de la clase trabajadora inglesa contra el capital en su conjunto.
La incorporación de la lucha de clases como un elemento crucial que determina el volumen y la calidad de la reproducción social de los trabajadores y trabajadoras nos permite comprender el significado marxista de la noción de diferencia en el interior de la clase. Dar cuenta de que en todo momento histórico la clase trabajadora será producida de distintas maneras (con variación en sus salarios y acceso diferencial a los medios de vida) es más que una simple afirmación empírica. Al mostrar cómo las relaciones sociales concretas y las historias de lucha contribuyen a la «reproducción» de la fuerza de trabajo éste marco resalta los filamentos de la solidaridad de clase que deben ser reforzados, a veces en y a veces fuera del lugar de trabajo, para incrementar la «porción de la civilización» para todos/as los trabajadores/as.
Al escribir en Gran Bretaña durante los primeros años de la década del ochenta, cuando la clase obrera estaba siendo físicamente castigada por el Thatcherismo y teóricamente asaltada por una serie de teorías liberales, Raymond Williams comprendió muy bien el peligro de la falsa dicotomía entre lucha de clases y nuevos movimientos sociales:
«Todos los movimientos sociales de los últimos treinta años comenzaron por fuera de la clase organizada y las instituciones. El movimiento por la paz, el movimiento ecologista, el movimiento de mujeres, las agencias de derechos humanos, las campañas contra la pobreza y la indigencia… todos tienen ésta característica de que se expanden desde necesidades y percepciones a las que las organizaciones basadas en intereses no dieron lugar o tiempo o simplemente no dieron cuenta de ellas» 40/ .
Hoy podemos agregar a la lista al reciente movimiento contra la brutalidad policial en Estados Unidos. Pero mientras esas luchas surjan fuera de lugar de trabajo, o se entienden como luchas por fuera del interés de clase, Williams señala lo absurdo de esa caracterización:
Lo que es absurdo es menospreciar a estos movimientos y tildarlos de asuntos de clase media. Es una consecuencia del orden social en sí mismo que estos asuntos sean calificados de ese modo. Es igualmente absurdo considerar que estos asuntos no son centrales para los intereses de clase. En todos los sentidos, pertenecen a los intereses centrales. Son los trabajadores y trabajadoras quienes están expuestos al mayor daño en los procesos industriales y al daño ambiental. Son las trabajadoras que tienen mayores necesidades de conseguir nuevos derechos para las mujeres… 41/
Si por cualquier razón histórica hay organizaciones que son supuestamente líderes en la lucha de clases, como los sindicatos, y no salen a luchar, eso no quiere decir que la lucha de clases se termine o que debe irse más allá de la clase. Por el contrario, como señala astutamente Williams «no hay ninguno de estos asuntos que, siguiéndolos, no nos lleve a los sistemas centrales del modo de producción capitalista y… a su sistema de clases».
Comprender la manera compleja aunque unificada en la que la producción de mercancías y la reproducción de la fuerza de trabajo tienen lugar, nos ayuda a comprender a su vez cómo se realiza la distribución social del trabajo global de forma generalizada, racializada, a partir de las lecciones que da el capital y que aprende en épocas históricas previas y de su lucha contra la clase trabajadora. El proceso de acumulación en la actualidad no puede ser indiferente a las categorías de raza, sexualidad o género, pero busca organizar y dar forma a esas categorías que actúan en la determinación de la extracción de plusvalor. La relación salarial impregna los espacios no-asalariados de la vida cotidiana.
«Un desarrollo de las fuerzas de la clase obrera suspende al capital en sí mismo»
Si la reproducción social tuviese el reconocimiento teórico central que proponemos que debe tener, ¿cómo es que esto sería útil para nuestra segunda propuesta: pensar la clase trabajadora? La teoría de la reproducción social ilumina las relaciones sociales y las trayectorias involucradas en la reproducción de la fuerza de trabajo ampliando nuestra visión sobre cómo debemos aproximarnos a la noción de clase trabajadora. El marco teórico demuestra por qué no debemos quedarnos con los límites estrechos que definen a la clase simplemente como aquellos que se encuentran empleados en el capital contra la dinámica salarial. Hacerlo restringiría nuestra visión de poder de clase y nuestra identificación con potenciales agentes de solidaridad de clase. «Trabajadora asalariada» debiera ser la definición correcta para quienes trabajan por un salario, pero aquella visión, otra vez, es la del secretario del sindicato. La clase trabajadora, para los y las marxistas revolucionarios, debe ser percibida como todos quienes en la clase productora participaron de la reproducción total de la sociedad, sin importar si ese trabajo fue pagado por el capital o no. Esta visión integradora une a la trabajadora latina del hotel de Los Ángeles, la madre trabajadora con horarios flexibles que debe quedarse en su casa por los altos costos que implicaría que alguien más cuide a sus hijos, la trabajadora afroamericana docente a tiempo completo en una escuela de Chicago, y el hombre blanco, desempleado, alguna vez trabajador de UAW de Detroit. Lo que los juntará no es la competencia entre unas/os y otros, una visión de la clase trabajadora todavía en función de mercado, sino la solidaridad. La organización estratégica sobre las bases de ésta visión puede reintroducir la idea de que los daños a la docente de Chicago son también un daño para el resto.
Cuando devolvemos el sentido de la totalidad de lo social para la clase inmediatamente comenzamos a delinear una nueva arena para la lucha de clases. ¿Cuál fue la forma que tomó la lucha de clases del lado de la clase dominante en las últimas cuatro décadas de neoliberalismo? Es crucial comprender que fue un doble ataque del capital al trabajo global para reestructurar la producción en los lugares de trabajo y el proceso social de reproducción de la fuerza de trabajo en las casas, las comunidades y todos los intersticios de la vida cotidiana.
El en el lugar de trabajo tomó la forma del quiebre de las columnas vertebrales de los sindicatos. El edificio neoliberal, tal como argumenté en otro lado 42/, se construyó sobre la base de una serie de derrotas de la clase obrera global; el ejemplo más saliente quizás sea el de los controladores aéreos en los Estados Unidos (1981), los mineros de la India (1982) y los mineros del Reino Unido (1984-1985).
Si la clase dominante ataca en el lugar de trabajo, o en el trabajo productivo, toma la forma de una oposición violenta a los sindicatos aunque no empieza ni termina allí. Por fuera del lugar de trabajo el ataque sobre el trabajo productivo fue igualmente fuerte. Para algunos países en particular esta segunda línea de ataques fue incluso más fuerte. En el caso de Estados Unidos, algunos académicos como David McNally y Anwar Shaikh hasta Kim Moody mostraron cómo una caída absoluta de los estándares de vida de la clase trabajadora fue lo que construyó la expansión capitalista de los años ochenta. Áreas claves de la reproducción social fueron atacadas por medio de la privatización de servicios sociales y el recorte de importantes programas federales como el de «Ayuda a los niños dependientes/Ayuda temporario a familias necesitadas, seguro de desempleo, seguridad social». En el sur global esto tomó la forma del FMI y el Banco Mundial forzando la suba del precio de las importaciones -una carga que para esos países recayó en los alimentos, el combustible y las medicinas.
Esto fue una guerra de clase abierta estratégicamente contra el conjunto de la clase trabajadora, no sólo sobre sus miembros asalariados. Con la sistemática privatización de recursos previamente socializados, reduciendo la calidad de los servicios, el capital intentó hacer del trabajo reproductivo diario algo mucho más vulnerable y precario mientras, en simultáneo, incrementó la entera responsabilidad de la reproducción sobre las familias individuales. Donde este proceso de degradación del trabajo de reproducción social funcionó mejor fue en aquellos contextos en los que el capital pudo reorganizar, crear y reenergizar prácticas y discursos opresivos. Desde llamamientos racistas contra las «reinas del bienestar» [welfare queens, como a veces son llamadas despectivamente las beneficiarias de políticas sociales en Estados Unidos, N. de lxs T.], pasando por nuevas formas de sexualización de los cuerpos que redujeron las elecciones sexuales, la islamofobia creciente, el neoliberalismo encontró nuevas y creativas formas de golpear a la clase trabajadora. Así destruyó la confianza de clase, erosionando previamente las culturas de solidaridad y, lo que es más importante, ciertas comunidades, logrando exitosamente borrar el sentimiento clave de continuidad y memoria de clase.
Espacios de insurgencia: confrontando al capital más allá de la fábrica
Uno de los líderes de la reciente ocupación de fábricas en la India explicó a un conmocionado reportero de los negocios: «El poder de negociación de los trabajadores es muy grande en la fábrica pero nadie nos escucha cuando llegamos a Jantar Mantar» [tradicional plaza de protestas en la capital de la India, Dehli].
La experiencia de este obrero rebelde es frecuentemente el sentido común político-económico del marxismo revolucionario sobre las relaciones capital-trabajo. La lectura «dominante» de Marx ubica las posibilidades de un enfrentamiento de la clase obrera con el capital principalmente en el momento de la producción, cuando el poder de los trabajadores y trabajadoras para afectar las ganancias es el mayor.
Este ensayo, hasta aquí, se trató de una lectura contraintuitiva de la importancia teórica de la categoría producción y ahora urge considerar la importancia estratégica del lugar de trabajo como un punto central de organización. Algunos estudios del sur global, por ejemplo sobre las «cooli lines» [asentamientos precarios de trabajadores/as, T. B.] en la India o el «régimen laboral de dormitorio» en China demuestran la importancia de los estudios no sólo de los lugares de trabajo sino también de los lugares en los que la clase trabajadora duerme, juega, va a la escuela – o en otras palabras, donde vive sus vidas más allá del lugar de trabajo ¿Qué lugar ocupan esos espacios en la organización en contra del capital? Y lo que es más importante, ¿tienen aún las luchas en los lugares de producción relevancia estratégica?
Los contornos de la lucha de clases (o lo que es tradicionalmente entendida como tal) están muy claros en el lugar de trabajo. El trabajador y la trabajadora sienten el dominio del capital cada día y comprenden el poder último de este sobre su vida, su tiempo, sus oportunidades vitales, en efecto, sobre su habilidad para existir y planear cualquier futuro. Las luchas en el lugar de trabajo, sin embargo, tienen dos ventajas fundamentales. Una, tienen objetivos claros. Dos, las trabajadores y trabajadores están concentrados en algunos puntos del circuito de reproducción del capital y tienen el poder colectivo de cerrar partes de las operaciones. Este es el motivo por el cual Marx llamaba a los sindicatos «centros de organización de la clase obrera» 43/. Esto explica también por qué el primer ataque del capital es siempre sobre los sectores organizados de la clase para quebrar su poder.
Pero permitámonos pensar la importancia teórica de las luchas por fuera del lugar de trabajo, tales como las luchas por un aire menos contaminado, mejores escuelas, contra la privatización del agua, contra el cambio climático o por políticas de vivienda justas. Esto refleja, a mi modo de ver, esas otras necesidades sociales de la clase obrera que son esenciales para su reproducción social. Son también un esfuerzo de la clase por demandar su porción de la civilización. En este sentido, son también lucha de clases.
La devastación neoliberal de los barrios obreros en el norte global dejó atrás grandes edificios clausurados, casas de empeño y umbrales vacíos. En el sur global creó asentamientos precarios donde proliferan las violencias y las necesidades 44/. La demanda de estas comunidades para extender sus esferas de placer es una necesidad vital de la clase. Marx y Engels, en 1850, adelantaron la idea de que los trabajadores deben «hacer de cada comunidad el punto central y el núcleo de las organizaciones de trabajadores en las que las actitudes e intereses del proletariado sean discutidas independientemente de los intereses burgueses 45/.
Es ahora nuestro turno de devolver a los órganos y las prácticas de protesta esta visitón integradora del capital total. Si el proyecto socialista continúa con el despojo del trabajo asalariado, fracasará el proyecto a menos que comprendamos que la relación entre el salario y el capital se sostiene con trabajo impago de todo tipo y en todo tipo de espacios- no sólo en el trabajo.
Cuando la Unión de Trabajadores del sector Automotriz (UAW) organizó un sindicato en la planta de Volkswagen en América del Sur, la burocracia sindical mantuvo una separación religiosa entre la unión de los trabajadores y trabajadoras en la planta y la experiencia de vida en la comunidad. Los líderes sindicales firmaron un contrato con sus jefes asegurando que nunca hablarían con las/os trabajadoras/es en sus casas. Pero éstas eran comunidades que nunca habían experimentado el poder de la unión, que nunca habían cantado canciones de trabajadores/as ni habían asistido a picnics del sindicato. El sindicato jugaba un rol menor en sus vidas. En esas comunidades, devastadas y atomizadas como estaban por el capital, el movimiento sindical sólo podía reconstruirse si hacerlo tenía sentido en un aspecto más amplio de sus vidas, no sólo en el recorte parcial sus vidas en el trabajo.
Comparamos esta práctica por aquella usada por las y los maestros de los sindicatos de Chicago para reconstruir su sindicato. Hicieron lo que la UAW no hizo, que fue conectar sus luchas en el lugar de trabajo con sus necesidades de una comunidad más amplia. Durante años llevaron el estandarte de su sindicato de un barrio a otro mientras protestaban contra la privatización y cierre de escuelas. La profundamente racializada pobreza de Chicago, la lucha de un sindicato tratando de salvar el derecho de una niña de la clase trabajadora realmente hacia la diferencia. Por eso, cuando este sindicato fue a la huelga ya tenía una historia de trabajo y lucha fuera del lugar de trabajo, y por eso la clase obrera de Chicago vio el paro como su propio paro, para el futuro de sus hijas/os. Y cuando las/os docentes con remeras rojas engrosaron las calles durante el paro, contaban con la solidaridad y el apoyo del resto de la clase trabajadora.
Queremos ese flujo de insurgentes llenando las calles como lo hicieron en Chicago durante la huelga de CTU [Sindicato de Docentes de Chicago por sus siglas en inglés, N. de lxs T.]. Preparar nuestra teoría y nuestra práctica para estar preparadas/os para estos tiempos el primer paso debería ser una renovada compresión de la clase, rescatada de décadas de reduccionismo económico y negocios sindicales. El rol constitutivo de la raza, el género o las etnias en la clase trabajadora necesita ser re-reconocido mientras la lucha reanimada con otras visiones del poder de la clase.
Sólo esta lucha tendrá el poder de romper con el capital que se esconde y devolver el control de nuestros sentidos, tacto, capacidad creativa para el trabajo a donde realmente pertenece-: a nosotros/as.
Notas:
1/ [N. de lxs T.] A lo largo del artículo, empleamos el singular femenino («la trabajadora») y las/los para los plurales, siguiendo a la propia autora y la costumbre en textos académicos de lengua inglesa. Las citas textuales, donde es dable presumir empleo de plurales masculinos en el original, son la excepción a este modo de proceder.
2/ Agradezco a Charles Post, Colin Barker, Gareth Dale, Andrew Ryder and Bill V. Mullen por la lectura de las versiones previas de este ensayo y por hacerme extensos comentarios. Todos los errores permanecen míos.
3/ Muchos conceptos fundacionales del marxismo están asociados a y se derivan de esta propuesta. La cuestión de la separación aparente entre, digamos, la economía y la política o el Estado y la sociedad civil son ambas implicadas en esta cuestión de la apariencia. Para más detalles, véase Ellen Meiksins Wood, «The Separation of the ‘economic and the ‘political’ in capitalism» in Democracy Against Capitalism: Renewing Historical Materialism (Cambridge: Cambridge University Press, 1995; hay trad. Cast.: Democracia contra capitalismo, Madrid, Siglo XXI, 2000); Peter D. Thomas, The Gramscian Moment: Philosophy, Hegemony and Marxism (Boston: Brill, 2009).
4/ Ellen Meiksins Wood, The Retreat from Class: A New ‘True Socialism'(London: Verso, 1986), 111. (trad. cast.: ¿Una política sin clases?, Buenos Aires, Ediciones RyR, 2013).
5/ Karl Marx, Capital: A Critique of Political Economy, vol. 1, trans. Ben Fowkes (New York: Penguin Books, 1976), 280. (Trad. cast.: El Capital. Crítica de la economía política, Buenos Aires, Siglo XXI, varias eds.).
6/ Marx, Capital, vol. 1, 274.
7/ Marx, Capital, vol. 1, 270.
8/ «La fuerza de trabajo no fue siempre una mercancía. El trabajo no fue siempre trabajo-asalariado, esto es, trabajo libre. El esclavo no vendía su fuerza de trabajo al amo, así como el buey no vende su trabajo al granjero. El esclavo, junto con su fuerza de trabajo, era vendido a su propietario de una vez y para siempre. El es una mercancía que puede pasar de las manos de un propietario a las de otro. Él mismo es una mercancía, pero su fuerza de trabajo no lo es. El siervo vende sólo una porción de su fuerza de trabajo. No es él quien recibe salarios del propietario de la tierra; es más bien el propietario de la tierra el que recibe un tributo de él. El siervo pertenece al suelo, y al amo del suelo le brinda sus frutos. El trabajador libre, por su parte, vende su mismísimo yo, y por fracciones. Subasta ocho, diez, doce, quince horas de su vida, un día como el siguiente, al mejor postor, al propietario de materias primas, herramientas y medios de vida -esto es, al capitalista. El trabajador no pertenece ni a un dueño ni al suelo, sino que ocho, diez, doce, quince horas de su vida diaria pertenecen a quien sea que las compre» «Wage, Labor and Capital» en Marx and Engels Collected Works, Vol. 9 (New York: International Publishers, 1986), 203. Ésta, sin embargo, no es toda la historia. Jairus Banaji ha mostrado convincentemente que el «trabajo asalariado», esto es «la mercancía fuerza de trabajo, era conocida en varias formas de producción social antes de la época capitalista». Lo que distinguió al capitalismo de todos los otros modos de producción fue que el trabajo asalariado «en su determinación simple como la mercancía fuerza de trabajo, fue la base necesaria del capitalismo como la forma generalizada de la producción social» (énfasis de T. B.) El rol específico que el trabajo asalariado tuvo bajo el capitalismo fue que era «trabajo que pone capital, que crea capital». Véase Banaji, «Modes of production in a materialist conception of history» in Theory as History: Essays on Modes of Production and Exploitation (Chicago: Haymarket Books, 2011), 54.
9/ Marx,Capital, vol. 1, 272.
19/ Ibid., 274.
11/ Ibid.
12/ Ibid., 275.
13/ Para más detalles véase Lise Vogel,Marxism and the Oppression of Women: Towards a Unitary Theory (Chicago, IL: Haymarket Books, 2014 [1983]).
14/ «Outlines of the Critique of Political Economy (Rough Draft of 1857-58),» en Marx and Engels Collected Works, Vol. 28 (New York: International Publishers, 1986), 215.
15/ Existen un rico debate y literatura sobre el estatus del trabajo doméstico como trabajo productor de valor. Para argumentos a favor de que el trabajo doméstico produce plusvalor véase a activistas-teóricas como Selma James, Mariarosa Dalla Costa y Silvia Federici. Mariarosa Dalla Costa, «Women and the Subversion of the Community,» Radical America 6, no. 1, (January-February 1972), publicado originalmente en italiano como «Donne e sovversione sociale,» en Potere femminile e sovversione sociale (Padova: Marsilio, 1972), (hay trad. Cast. Publicada en El poder de la mujer y la subversión de la comunidad, Mariarosa Dalla Costa y Selma James, Siglo XXI, México, 1972); Selma James, «Wageless of the World,» in All Work and No Pay, eds. Wendy Edmonds and Suzie Fleming (Bristol: Falling Wall Press,1975).
16/ Karl Marx, Grundrisse (London: Penguin Classics, 1993), 776 ff. (hay trad. Cast.: Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), México, Siglo XXI, 1971, 3 vols.).
17/ Marx, Capital, vol. 1, 711.
18/ Michael A. Lebowitz, Beyond Capital: Marx’s Political Economy of the Working Class, segunda ed. (Basingstoke: Palgrave McMillian, 2003), 65. Énfasis original.
19/ Marx,Capital, vol. 1, 724.
20/ Ibid., 724.
21/ Karl Marx, Value, Price, Profit: Speech by Karl Marx to the First International Working Men’s Association (New York: International Co., 1969), cap 6.
22/ Marx, Capital, vol. 1, 275.
23/ Lebowitz, 31.
24/ Theories of Surplus Value, citado en Lebowitz, 32.
25/ Ibid., 31.
26/ Ibid., 110.
27/ Ibid., 127.
28/ Wage, Labor and Capital» en Marx and Engels Collected Works, Vol. 9 (New York: International Publishers, 1986), 216.
29/ Marx, Grundrisse (London: Penguin Classics, 1993), 287.
39/ Lebowtiz, 69.
31/ Karl Marx, Wages, Price and Profits (Peking: Foreign Language Press, 1975), 74
32/ «Wage, Labor and Capital» en Marx and Engels Collected Works, Vol. 9 (New York: International Publishers, 1986), 203.
33/ Lebowitz, 96.
34/ E. P. Thompson, The Making of the English Working Class (Harmondsworth: Penguin, 1963), 347. (Hay trad. cast., La formación de la clase obrera en Inglaterra, Madrid: Grijalbo, 1989).
35/ R. N. Salaman citado en Thompson, The Making of the English Working Class, 348.
36/ Sandra Halperin, War and Social Change in Modern Europe: the Great Transformation Revisited (Cambridge: Cambridge University Press, 2004), 91-92.
37/ Lebowitz, 96
38/ Karl Marx, «Instructions for the Delegates of the Provisional General Council. Different Questions» en Minutes of the General Council of the First International, quoted in Lebowitz, 97. Hay trad. cast., «Instrucción sobre los diversos problemas para los delegados del consejo provisional» disponible online: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/isdp66s.htm
39/ Karl Marx, Capital III (Moscow: Progress Publishers, 1971), 791.
40/ Raymond Williams, Towards 2000 (London: Chatto & Windus, 1983), 172. Hay trad, cast., Hacia el año 2000, Barcelona: Crítica, 1984.
41/ Ibid., 255.
42/ Tithi Bhattacharya, «Explaining Gender Violence in the Neoliberal Era,» International Socialist Review Issue 91 (invierno 2013-14): 25-47.
43/ Karl Marx, «Trades’ Unions: Their Past, Present and Future,» en Instructions for the Delegates of the Provisional General Council: The Different Questions. The International Workingmen’s Association, 1886. Publicación virtual, 1996
44/ Para más detalles sobre los centros urbanos precarios y la violencia de género en India, véase mi «India’s Daughter: Neoliberalism’s Dreams and the Nightmares of Violence,» International Socialist Review Issue 97 (Summer 2015): 53-71.
45/ «Address of the Central Authority to the League» in Marx and Engels Collected Works, Vol. 10 (New York: International Publishers, 1986), 282-83.
Publicado originalmente en Viewpoint Magazine, «How not to Skip Class: Social Reproduction of Labor and the Global Working Class» https://www.viewpointmag.com/2015/10/31/how-not-to-skip-class-social-reproduction-of-labor-and-the-global-working-class/
Traducción: Camila Baron y Facundo Nahuel Martín